Hoy se ha sabido que la pasada
semana, un joven magrebí consiguió colarse en el arsenal de El Ferrol y fue
detenido tras lanzarse al mar. El incidente comenzó cuando unos centinelas
vieron acercarse a un joven de aspecto magrebí y al impedirle el paso empezó a vociferar
en árabe. Los centinelas cerraron las puerta de seguridad, pero el joven
consiguió entrar en el recinto del arsenal unos 50 metros, hasta que uno de los
militares disparó al aire y el sujeto se lanzó al agua a pocos metros de donde
se encontraba una fragata. El joven, sobre el que pesaba una orden de
expulsión, fue detenido. El incidente no es importante: el sujeto en cuestión,
ni tenía antecedentes yihadistas, ni iba armado. Al parecer buscaba paralizar
su expulsión cometiendo un delito. Sin embargo, la facilidad con la que
consiguió colarse en una zona militar de máxima seguridad, han generado
preocupación sobre la vulnerabilidad y permeabilidad del arsenal y de otras
instalaciones de alto valor estratégico.
La noticia ha salido a la luz
pública en el mismo momento en el que en L’Hospitalet de Llobregat la policía detenía
a un paquistaní vinculado a redes yihadistas y, concretamente por “participación
directa en actividades de edición, difusión y propaganda de contenidos de
naturaleza yihadista”. Se trataba de un “islamista radical”. Indudablemente,
tampoco se trataba de alguien “peligroso”: toda su actividad de proselitismo la
realizaba en redes sociales. La propia Audiencia Nacional, mediante el titular
del Juzgado de Instrucción nº 5 ha comunicado que se trataba de un “elemento radicalizador”.
Pero lo que queda claro es que, en este momento, un sector de la comunidad
islámica ve con simpatía, e incluso admiración, la acción del Estado Islámico
en Siria o de los Talibanes en Afganistán. No existen redes yihadistas
dispuestas a traer el terrorismo a España, pero sí dispuestas a convertir la yihad
en algo popular entre la comunidad islámica.