Las recientes elecciones
presidenciales austriacas en las que el candidato del FPÖ no ha salido elegido
presidente de la República por el canto de un euro, han puesto de moda a este
sector político emergente. En todos los medios de comunicación se han intentado
elaborar artículos sobre la situación del espacio político europeo en el que
participa el FPÖ. Las actitudes son dos: o bien definir a este espacio como
neo-fascista o bien aludir a él como extrema-derecha. Ninguna de las dos
calificaciones son apropiadas: la primera por errónea, la segunda por denigratoria.
Las 78 páginas que aprobó el
primer congreso de la AfD el pasado 30 de abril de 2016 como definición del
propio partido demuestran que los rasgos de una serie de fuerzas políticas
europeas son muy similares y, básicamente, se reducen a tres: proponer el
abandono del Europa, una reforma radical de la Unión Europea, la lucha contra
la islamización de Europa y, finalmente, defensa de la identidad nacional.
Estas propuestas se repiten tanto en el UKIP británico como en el Front
National, están presentes en Amanecer Dorado y en los nacional-demócratas nórdicos…
y bastan, por sí mismos, para definir un nuevo espacio político.
¿Qué espacio es ese? No, desde
luego, el del neo-fascismo que históricamente desapareció en Europa con la
transformación del Movimiento Social Italiano el 27 de enero de 1995. A partir
de ese momento, el neo-fascismo italiano se desgranó en formaciones minúsculas
que nunca más volvieron a tener peso en la política local. En cuanto al Front
National, lejos quedan los tiempos en los que fue formado como ampliación por
Ordre Nouveau, incluso lejos, los tiempos en los que su programa se reducía a
una serie de reivindicaciones clásicas de la extrema-derecha francesa de la
postguerra.
El neo-fascismo murió simplemente
por el alejamiento creciente del período histórico del fascismo y por la
desaparición física de la mayoría de los que vivieron en aquella época. Al
igual que le ha ocurrido a Falange Española, el tiempo del neofascismo empezó a
quedar muy atrás en los años 80 y no existieron ni ideólogos ni líderes
políticos capaces de actualizarlo. A tiempos nuevos corresponden nuevas
doctrinas. Así pues, el espacio político de todos esos grupos de carácter
euro-escéptico e identitario no es el neo-fascismo.
Tampoco lo es la “derecha liberal”
en la medida en que, son claros en su rechazo a las alternativas globalizadoras
y mundialistas que, frecuentemente, critican en todos sus documentos. Se
muestran siempre, absolutamente siempre, contrarios a la financiarización de la
economía y a lo que implica la desregularización completa de la economía.
Libremercado sí, pero con límites bien definidos. Lo que buscan sus programas
es algo muy simple: disipar los miedos de las clases trabajadoras (es decir, de
todos aquellos que dependen de un salario obtenido mediante la fuerza de su
trabajo) ante los desafíos impuestos por el “nuevo orden mundial globalizado”.
Mientras, la derecha opina que esta situación de inseguridad económica
solamente se disipará yendo hacían las últimas consecuencias del proceso
globalizador (ganando “competitividad”), estos sectores son partidarios de “decir
basta” al camino emprendido y rectificarlo asumiendo otra vía. De ahí su
rechazo al euro y a la actual UE. ¿Rechazo a realizar en función de qué? De la
defensa de la identidad nacional y de los derechos de los ciudadanos
autóctonos. Tal es la respuesta. Y, todo esto, cómo… respetando la legalidad
vigente y aprovechando los canales institucionales. Ni exaltaciones a la
violencia, ni llamamientos a la insurrección, ni al pueblo en armas, ni a las
barricadas, ni siquiera manifestaciones violentas en la calle. Tal es la
estrategia.
Estos comportamientos, al igual
que los objetivos y el análisis doctrinal no tienen nada que ver con la
extrema-derecha (entendida como área política inadaptada a la legalidad vigente
y con tendencia a utilizar recursos violentos para hacer valer sus opiniones),
nada con el neo-fascismo (que presupone una vinculación histórica con los
desaparecidos movimientos fascistas y nacional-socialistas europeos) y nada,
por supuesto, con la derecha liberal cuyos planteamientos rechazan casi en su
totalidad. Esta es otra área política.
No es “de izquierdas”… luego será
“de derechas”, si es que la derecha es un rechazo a la izquierda. El hecho de
que este sector salga en defensa de las clases trabajadoras no presupone una
orientación “de izquierdas”, salvo que aceptemos el discurso marxista (derecha
con la burguesía, izquierda con la clase obrera). La impresión de que este
sector se sitúa “a la derecha” viene confirmada porque, tanto en su discurso
como en sus documentos, se percibe su naturaleza conservadora mucho más que
progresista. Y aquí sí que existe una equivalencia: conservadores = derechas,
progresistas = izquierdas. Ahora bien… el drama de los conservadores del siglo
XXI es que ya no queda nada por conservar. Este sector político (euro-escéptico
e identitario) lo que hace es utilizar la historia (la historia nacional) para
identificar momentos e ideas sobre las que basar sus posiciones conservadoras.
Cabría aludir a un “conservadurismo ideal” en la medida en que se alude a
valores históricos presentes en la comunidad nacional (e incluso en el
patrimonio europeo).
¿Derecha? ¿Conservadores? El
conservadurismo de la derecha liberal es relativo y termina siendo una especie
de “burguesismo” acomodaticio que sirve a sus intereses. La nueva área política
que está irrumpiendo en Europa quiere “paz y orden”, pero también se muestra
partidaria de defender el Estado del Bienestar… siempre y cuando los valores de
meritocracia, esfuerzo, sacrificio, patriotismo, justicia, lo acompañen. A
diferencia del progresista, aspira a que el Estado ayude los miembros de la
comunidad nacional, pero, a cambio, éstos deben responsabilizarse: lo que se
proponen no son cheques en blanco ni salarios sociales para todos, sino con una
serie de restricciones. Primero para los miembros de la comunidad nacional, no
para los recién llegados, so pena de hacer de la Nación la tierra de promisión
de menesterosos y aprovechados de todo el mundo. En segundo lugar para quienes
lo necesiten y no puedan valerse por sí mismos (pensiones de jubilación o de
minusvalía dignas). En tercer lugar, para aquellos que estén dispuestos a dar
algo a cambio (trabajo social), nunca se muestran partidarios de dar algo a
cambio de nada. Y, finalmente, para este sector, Estado de Bienestar quiere
decir mejores servicios públicos y sociales ofrecidos por el Estado. No basta
con tener una sanidad y una educación pública: deben ser, simplemente, de
calidad y contribuir a formar ciudadanos dignos de tal nombre.
Así pues ¿cómo definir esa área
política? “Derecha radical” es, sin duda, el nombre que mejor cuadra a los que
hoy defienden posiciones euro-escépticas e identitarias. Derecha en tanto que
bucean en el ideal conservador a través de la historia. Derecha porque basan su
acción en el patriotismo y la identidad nacional. Derecha porque su deseo de “justicia
social” no procede de reivindicaciones de clase sino de la certidumbre de que
todos los miembros de una misma nación pertenecen a una comunidad que tiene
derechos sociales adquiridos por el mismo hecho de nacer en el país construido
por sus antepasados. ¿Y radical? Radical, porque en su análisis, estos
movimientos aspiran a atacar las “raíces” de los problemas: globalización
económica y mundialismo ideológico.
Ni neo-fascismo propio de
nostálgicos, ni ultraderechismo patrimonio de descerebrados, ni liberalismo
progresista de los poderosos. Lo que está apareciendo en Europa es una nueva
forma de “derecha radical”. Cuando antes lo aceptemos, antes entenderemos la
naturaleza del fenómeno.