El nombre de Blas Infante ha
pasado a la historia como el “padre de la patria andaluza”, fundador del
nacionalismo andaluz. Pero se suelen olvidar otras connotaciones que avalan la
idea de que el personaje. La primera de todas, su condición de miembro de la
masonería española; la segunda, su conversión al islam. Ambas filiaciones han
sido negadas por la hija de Blas Infante, sin embargo, los testimonios (incluso
familiares) que se agolpan en dirección contraria son abrumadores.
Infante, que murió fusilado por
incontrolados en los primeros días de la guerra civil, ingresó en la masonería
en 1913 (no lo dice un conspiranoico
empedernido, sino su nieto, Estanislao Naranjo Infante). La lectura de su obra
Ideal Andaluz contiene “una marcada terminología masónica”. Al acabar sus
estudios, Blas Infante sufrió una crisis de fe, abandonó el catolicismo y
empezó a interesarse por la masonería y los el ocultismo. Es lo que ha podido
deducir su nieto al examinar la biblioteca familiar heredada. Es incluso
probable que perteneciera a la Sociedad Teosófica que insistía
extraordinariamente en la relatividad de todas las religiones y en la formación
de una “religión universal”.
En cualquier caso, lo que aparece
como cierto en todas sus biografías es que tenía una irreprimible tendencia a
las fugas místicas y al sincretismo religioso. La doctrina de Blas Infante no
es más que la aplicación del nacionalismo jacobino que irrumpió en la historia
con las logias masónicas francesas, a escala andaluza. Su fracaso derivó de la
escasa envergadura de la “burguesía andaluza” para encarnar un “proyecto
nacional”. Y fue, entonces, cuando buscó apoyos históricos en algo que no tenía
nada que ver con Andalucía: el Islam. El salto de la masonería al islam no era
en el vacío: la masonería teosófica con la que se identificaba Infante no era
atea ni agnóstica, sino deísta. Infante, para defender la especificidad de la “patria
andaluza” se limitó a aislar a la religión que, según él, más presencia había
tenido en Andalucía: el islam.
Su monstruo ideológico demuestra
únicamente lo limitado de sus concepciones ideológicas. En cuanto a la
certidumbre –que algunos han negado- de su pertenencia al islam es también
incuestionable: él mismo acudió el 15 de septiembre de 1924 a Marruecos ante la
tumba de Al-Mutamid, cerca de Marrakech es donde realizó la “shadala”
(conversión al islam). Se conoce incluso el nombre islámico que adopto: “Ahmad”.
Fueron testigos de su conversión dos descendientes de moriscos. El relato es
del estudioso Muhammed Ali Cherif Kettami en su libro Inbia’t al Islam fi
Al-Andalus, publicado por la Universidad de Islamabad en 1992.
Hasta hace poco, no solamente su
hija, sino sus biógrafos pasaban alto o negaban este hecho. Después de la
llegada masiva de inmigrantes al sur y al este de España, y concretamente, a
Andalucía, este hecho ya no es tan incómodo como antes, cuando el nacionalismo
andaluz precisaba de un fundador que fuera ateo (si era de izquierdas) o católico
(si era de derechas). Es innegable que, cuando Infante “diseñó la bandera
andaluza” lo hizo en función de los colores del Islam.
Infante no participó en el
Congreso de los Pueblos sin Estado celebrado en Delhi en 1930, pero entregó un
manuscrito al poeta Abel Gudra para que lo leyera en la asamblea y que
demuestra su conocimiento del islam: “Nos queda del Islam el sentimiento de poder de Allah y su equilibrio. El
Islam no es sólo espiritualidad, es también movimiento. Vivir no es solamente
una idea, sino un conocimiento, y este conocimiento es nuestra experiencia de Al-Andalus
en su época de esplendor”…