Querido Diario:
Cuando uno se aleja de la patria
tiende a desinteresarse por los sucesos políticos de su país e incluso hace un
esfuerzo por olvidar la mediocridad de la clase política, los errores en cadena
cometidos desde que uno tiene uso de razón y el absoluto sin sentido de las
últimas décadas de política española que nos muestran como un país en
decadencia, nunca termina de alcanzar el final de la sima, sino que cada día
persiste un pasito más en la dirección de caída. He estado unos días en
Houston. Ayer la policía de fronteras se sintió obligada a demostrarme que lo
podía todo, reteniéndome
dos horas y haciéndome perder el vuelo… sin ninguna explicación: “Deme
el pasaporte y sígame…”, ser encerrado en una habitación en junto a lo que parecía la plana
mayor de Al-Qaeda, para dos horas después ser puesto en libertad con un “Ernesto
Milá, puede irse por esa puerta…”. Hay que conocer a los EEUU para ver que es
una nación imposible. Ya dije cual era la buena noticia: no hemos tenido apenas
que hablar inglés para movernos por Houston. El que no hablaba castellano –“español”-
igual o mejor que nosotros, lo chapurreaba. Incluso los anglosajones se creían
obligados a demostrarnos su simpatía (aquello es el sur) esforzándose en
hablarnos en castellano. El aeropuerto George Bush tiene fama de ser de los
peores de EEUU: hacer la más mínima gestión allí supone entrar en el mismo
universo descrito por Kafka. Al despedirme del último policía de aduanas,
hispano sonriente, no pude por menos que decirle: “A ver si vosotros cambiáis
este país…”. “Hace falta, hermano, hace falta”, me contestó. Claro que hace
falta. El mundo anglosajón
ha puesto de manifiesto lo inviable de una sociedad concebida con los ideales
religiosos absurdos que oscilan desde el “israelismo” (nada que ver con los
judíos) y el calvinismo. Ahora toca el turno a lo hispano. Y, francamente, espero
que venzan “los míos”.