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viernes, 16 de octubre de 2015

Diario de la Desesperanza (XXXVI)


Querido Diario:
Cuando uno se aleja de la patria tiende a desinteresarse por los sucesos políticos de su país e incluso hace un esfuerzo por olvidar la mediocridad de la clase política, los errores en cadena cometidos desde que uno tiene uso de razón y el absoluto sin sentido de las últimas décadas de política española que nos muestran como un país en decadencia, nunca termina de alcanzar el final de la sima, sino que cada día persiste un pasito más en la dirección de caída. He estado unos días en Houston. Ayer la policía de fronteras se sintió obligada a demostrarme que lo podía todo, reteniéndome dos horas y haciéndome perder el vuelo… sin ninguna explicación: “Deme el pasaporte y sígame…”, ser encerrado en una habitación en junto a lo que parecía la plana mayor de Al-Qaeda, para dos horas después ser puesto en libertad con un “Ernesto Milá, puede irse por esa puerta…”. Hay que conocer a los EEUU para ver que es una nación imposible. Ya dije cual era la buena noticia: no hemos tenido apenas que hablar inglés para movernos por Houston. El que no hablaba castellano –“español”- igual o mejor que nosotros, lo chapurreaba. Incluso los anglosajones se creían obligados a demostrarnos su simpatía (aquello es el sur) esforzándose en hablarnos en castellano. El aeropuerto George Bush tiene fama de ser de los peores de EEUU: hacer la más mínima gestión allí supone entrar en el mismo universo descrito por Kafka. Al despedirme del último policía de aduanas, hispano sonriente, no pude por menos que decirle: “A ver si vosotros cambiáis este país…”. “Hace falta, hermano, hace falta”, me contestó. Claro que hace falta. El mundo anglosajón ha puesto de manifiesto lo inviable de una sociedad concebida con los ideales religiosos absurdos que oscilan desde el “israelismo” (nada que ver con los judíos) y el calvinismo. Ahora toca el turno a lo hispano. Y, francamente, espero que venzan “los míos”.