Infokrisis.-
La tesis de esta segunda parte es muy simple: tiende a demostrar que el toreo
ha acompañado los mejores momentos en la historia de España y ha encontrado eco
en el corazón de nuestros grandes conductores; mientras, los adversarios
del toreo han surgido en los momentos de decadencia y en todo aquello de
nuestra historia de lo que se puede prescindir. Podríamos traspasar también
esta dicotomía al dominio de la pintura y concluir que nuestros grandes
pintores del XIX y del XX (Goya, Picaso, Dalí, entre otros muhos), han
representado en sus cuadros y de manera encomiástica al toreo. E incluso hoy,
en el mundo de la cultura abundan los favorables a considerar a los toros como
algo que “está en la modernidad, pero que no pertenece a la modernidad”. Ayer
mismo, el urbanista e intelectual, Luis Racionero, sin duda uno de los más
brillantes intelectuales de los últimos 40 años, defendía en las tardes de Onda
Cero, esta fiesta con argumentos parecidos a los que utilizábamos en la primera
parte de este ensayo. Tal es el recorrido que vamos a realizar.
En
la Edad Media, cuando España volvió a ser.
Desde
los tiempos en que los patricios romanos combatían contra uros en las arenas
del circo, y los iniciados mitriacos se bañaban ritualmente en la sangre del
toro, hasta la Alta Edad Media, hay pocas noticias sobre el toreo.
Prácticamente desde que Odoacro, rey de los godos hérulos, asaltó Roma y envió
las enseñas imperiales a Bizancio en el 476, hasta el siglo, se sabe poco como
evolucionaron esos ritos pagamos. Pero, sin duda subsistieron.
De
un lado, el mitraismo, especialmente tras la muerte de Juliano Emperador, fue
desapareciendo asimilado por el cristianismo (desde el Edicto de Constantino, la
Iglesia que había recomendado la deserción de las legiones mientras proclamaron
la religión de la paz, al convertirse en nuevo poder, excomulgaron a los
desertores y recuperaron la mejor tradición mitraica como religión de los
combatientes). ¿Qué ocurrió luego?