Sería
imposible avanzar más en dirección a la izquierda falangista sin caer en
ejercicios inútiles de erudición o en estudio de excentricidades políticas de
muy bajo nivel. En los momentos en los que se creía que Podemos era una “alternativa”
(en lugar del fiasco y la decepción que ha terminado siendo), aparecieron
aspirantes a revalidar sus quince minutos de fama mediática, argumentando que
“Podemos es Falange reactualizada”. Durante unos días aparecieron ocasionalmente
artículos elaborados por becarios, en los que se sostenía que la “izquierda
falangista se aproxima a Podemos”... A diferencia de los intentos que hemos
presentado aquí, estas últimas tentativas de apuntarse al carro de la extrema-izquierda
están instaladas en la indigencia política más absoluta. Vías muertas que no
merecen más comentarios protagonizados por yonkis mediáticos con síndrome de
abstinencia. Pero ¿qué puede pensarse de todo lo dicho hasta aquí? ¿es posible
extraer alguna conclusión sobre los intentos de situar a Falange Española en la
“izquierda”?
Hemos
visto que se trata de intentos muy diferentes que, básicamente, pueden
incluirse en dos grupos: los que se situaron “dentro” del franquismo (Cantarero
del Castillo y su Falange socialdemócrata y Rodrigo Royo y su “izquierda
nacional”) y los que se situaron “fuera” del franquismo (el FSR y FE–JONS[A]).
Luego hay que situar en lugares indeterminados a Manuel Hedilla y a la
misteriosa y nebulosa primera “junta política clandestina” creada en la
postguerra. Obviamente, distinguimos “falange de izquierda” de los “disidentes
del Movimiento” (FES, Círculos José Antonio) que trataron de buscar la
ortodoxia joseantoniana y, por tanto, tuvieron presente el “ni derechas, ni
izquierdas” de la Falange histórica. En cuanto a Hedilla, a partir de su
encarcelamiento estuvo más que claro que, en la segunda mitad de su vida,
solamente le interesó lograr la rehabilitación y el reconocimiento de que no
había cometido delito alguno. Este es el cuadro que hemos estudiado. Hemos
evitado pasar revista a grupos del SEU que a lo largo de la primera mitad de los
años sesenta, en los distritos universitarios de Madrid y Barcelona, después de
unos meses de “disidencia”, pasaron directamente “al lado oscuro” (al Partido
Comunista o al Frente de Liberación Popular). También hemos evitado hablar en
este capítulo de los intelectuales falangistas que luego pasaron a la socialdemocracia
o al ámbito de la izquierda (y sobre los que ya hemos dado algunos apuntes en
otro lugar[1]).
En primer lugar, porque durante su período de militancia en Falange no
pertenecieron precisamente a su “ala izquierda”, sino a los sectores más partidarios
de ligar el destino del partido con el de los fascismos europeos mediante la
entrada de España en la Segunda Guerra Mundial al lado del Eje.
* * *
Llegados
aquí, cabe preguntarse ¿qué es la “izquierda”? Se suele responder que el rasgo
característico de la izquierda es su aspiración a defender la “igualdad social”
o considerar –en palabras de Norberto Bobbio– la desigualdad social como una
aberración. La derecha, por el contrario ¿sería una forma de conservar estas
desigualdades? ¿Son válidas estas definiciones? ¿lo han sido en algún momento?
Gracias
a Zeev Sternhell sabemos que existió en Francia, a finales del XIX y en los
primeros años del XX, una “derecha revolucionaria” y sabemos también que, a lo
largo del siglo XX, los regímenes de “socialismo real” desembocaron en
sociedades igualitarias dirigidas por lo que Milovan Djilas llamó la “nueva
clase”: la burocracia del partido. Este fenómeno es todavía perceptible en la
República Popular China, uno de los países donde las desigualdades entre
campesinos pobres y multimillonarios miembros del Partido Comunista, es más
lacerante. ¿Habría que considerar, pues, a estos “socialismos reales” como
“derechistas” en la cúspide y “igualitarios” en la base? Por otra parte, Julius
Evola, en las conclusiones de su monumental Rivolta contra il mondo moderno
ya alertaba sobre el “americanismo” como cara de una moneda cuya cruz es el
bolchevismo. Del capitalismo privado al capitalismo estatal, del bolchevismo al
liberalismo, existe solamente una diferencia cuantitativa, en absoluto
cualitativa.
Realmente,
las diferencias entre “izquierdas” y “derechas” solamente estuvieron claras a
lo largo del siglo XIX, cuando la primera definición aludía al lugar en donde
se sentaban los diputados revolucionarios en la Asamblea Nacional francesa y
las derechas albergaban a los diputados partidarios del antiguo régimen. De ahí
se infirió que las derechas serían “conservadoras” y las izquierdas “progresistas”.
El paso siguiente, a la vista de que en la perspectiva conservadora del XIX, la
problemática social no existía, fue considerar, especialmente a partir de la
publicación del Manifiesto Comunista y de los documentos de la Primera
Internacional, a la izquierda como defensora de la clase obrera y a la derecha
como exponente de los intereses de la burguesía. Pero este planteamiento
tampoco resulta válido en la actualidad.
En
Occidente, la clase obrera está reducida a la mínima expresión y el concepto de
“burguesía” también aparece vago. Quizás, en la actualidad, haya que utilizar
otra clasificación y debamos hablar, más bien, de clases medias, sectores
próximos al umbral de la pobreza y aristocracia económica. Y no está claro cuál
de estos grupos puede arrogarse el ser de izquierdas o de derechas,
especialmente porque las ideas y los proyectos políticos ya tienen muy poco
peso en nuestras sociedades. A partir de la globalización, todos los grupos
sociales han asimilado nuevas constantes: la clase media, la que debe soportar
el peso económico de un Estado que ya no tiene un contenido igualitario (como
no sea el de igualar “por lo bajo”), sino que está concebido para defender a
los poseedores del capital y mantener su estructura burocrática a costa de las
clases medias. De ahí que, tanto las clases medias, como los grupos situados en
las inmediaciones del umbral de la pobreza, no tengan tiempo de pensar, ni
mucho menos voluntad de aplicar fórmulas y reformas para invertir esta
tendencia, sino que sólo estén preocupadas por mantener lo que tienen y
sobrevivir. Y esto compete a gentes de derechas y de izquierdas. Los primeros,
si son “conservadores”, deben haber advertido que ya no existe nada digno de
ser conservado y los segundos, si se trata de “igualitarios” habrán visto que,
un mundo globalizado, sometido a la “corrección política” y al mundialismo
cultural o a la Agenda 2030, solamente ofrece igualdad “por abajo”.
Decimos
todo esto para llegar a la conclusión de que los conceptos de derechas e
izquierdas, hace décadas que distan mucho de estar bien perfilados y que
solamente puede aludirse, a izquierda y derecha política, mucho más que a
izquierda y derecha ideológica. Sabemos qué partidos son de izquierdas y
derechas, intuimos quiénes se sitúan en el centro–derecha o en el
centro–izquierda, pero ignoramos que “doctrinas políticas” defienden, en la
medida en que la preocupación doctrinal ha desaparecido de todas estas
formaciones. Como máximo, defienden un cierto número de tópicos que, consideran
suficientes como para hacerles acreedores del calificativo de derechas o de
izquierdas. Poco más. La profundización doctrinal es algo que ha desaparecido
en nuestras sociedades, empujada por la velocidad de los cambios en la
modernidad, el repliegue a lo personal, la marejada del pensamiento único y de
la corrección política y, finalmente, la globalización económica que nos sitúa
a todos en situación inestable.
Si
convenimos que la derecha es heredera de los conservadores del XIX y la
izquierda de los progresistas de la misma época, deberemos dar la razón a los
fascismos cuando, durante los años veinte y treinta sostuvieron que todo esto
estaba ya superado –porque hacía referencia a momentos históricos que habían
quedado atrás (las revoluciones burguesas) o a fracasos lacerantes (la
revolución bolchevique) y era preciso crear “síntesis” adecuadas a las
situaciones de lugar y tiempo. El “lugar”, eran los Estados Nacionales. El
“tiempo”, la primera postguerra. Hay que reconocer al fascismo genérico y a sus
variedades nacionales el haber tenido el valor de realizar una síntesis, a
partir de la cual los términos derecha e izquierda quedaban relativizados en la
medida en que muchos de sus aspectos mutuos se veían integrados en una nueva
síntesis.
A partir de los fascismos la idea de “justicia social” ya no era patrimonio exclusivo de la izquierda, como no lo era el recurso a las masas y a su movilización. El patriotismo, por su parte, dejaba de ser patrimonio de la derecha. Georges Valois lo expresó en forma de ecuación: “Fascismo = nacionalismo + socialismo”.
No
hemos albergado la menor duda de que Falange Española fue representante de esta
corriente. Obviamente, como cualquier variedad nacional del fascismo, la
ideología falangista encierra algunas diferencias con el modelo canónico, pero
se debe, fundamentalmente, a las circunstancias de “lugar” (en España, la
impronta católica marcó a fuego a este movimiento y el humanismo inherente
limitó algunos de sus desarrollos extremos).
Vale la
pena aceptar o rechazar este dato: si se acepta, se estará en condiciones de
situar a Falange Española en el lugar que le correspondió en su tiempo. Y si se
es capaz de hacer esto, también se podrán extraer conclusiones sobre su
ubicación futura: ningún movimiento puede traicionar sus orígenes sin
desnaturalizarse por completo o sin convertirse en una irrisión. Por otra
parte, no basta con aceptar que Falange Española perteneció a la familia
política de los “fascismos”, es preciso situar al “fascismo español” dentro del
contexto político de su época. A este respecto, hemos llegado a una conclusión
que nos parece irrefutable: Falange Española se situó en un “área”
políticamente colindante con la “derecha radical”, la cual, a su vez, era
contigua al “área de la derecha conservadora”, componiendo las tres “áreas”,
sumadas, el “espacio de la derecha autoritaria”. En el otro extremo de la
herradura figuraba en España el anarco–sindicalismo y, a la derecha de éste, el
PCE. Los tránsitos militantes de éste al otro sector de la herradura fueron
mínimos, pero, a nivel ideológico, la síntesis del “fascismo español” se
realizó precisamente mediante tránsitos doctrinales del anarcosindicalismo al
nacional–sindicalismo. De haber tenido Falange Española antes del 18 de julio
de 1936 más entidad, es posible que amplios sectores de la CNT se hubieran
sentido atraídos por esta adaptación del fascismo a España y por la síntesis
que habían logrado Ledesma y José Antonio. Esto lo confirma el hecho de que
durante la guerra se produjeron ayudas mutuas entre falangistas y cenetistas y
que, hasta los años sesenta, existió un goteo de incorporaciones de la CNT
clandestina a los sindicatos franquistas, facilitada por mediación de
personajes que se consideraban falangistas. La tendencia, luego, en la segunda
mitad de los setenta se invertiría relativamente con algunos tránsitos en
sentido inverso, del falangismo al anarco-sindicalismo.
La derrota del Eje y la desaparición y el descrédito de los fascismos, creó una situación extremadamente difícil para Falange Española, que, en 1945, ya no existía como realidad orgánica, sino a través del Movimiento Nacional de FET y de las JONS. Eso fue lo que hizo desistir a Hedilla de comprometerse en adelante con partidos o grupos que tuvieran en mente reconstruir el partido falangista: una época había quedado atrás y no volvería. Desaparecidos los fascistas, lo que quedaba era una doctrina política (con algunos aspectos contradictorios, casi en pañales, con pocos textos de referencia y discursos eternamente reproducidos y descontextualizados, y cada vez más vacíos doctrinales en la medida en que el paso del tiempo generaba fenómenos nuevos sobre los que los fundadores del nacional–sindicalismo no habían podido decir nada. El tiempo fue discurriendo y los falangistas, cada cual a su manera, sin la existencia de una dirección única y de un mando que articulara las discusiones y los debates, fueron intentando, con mejor o peor fortuna, realizar adaptaciones, establecer ortodoxias y acomodar la doctrina a los nuevos tiempos. Unos desde dentro del franquismo, otros desde fuera. En este panorama confuso y caótico surgió la “falange de izquierdas” o la “izquierda falangista”. El único agarre doctrinal que tenía con la doctrina originaria era la voluntad manifestada por los fundadores de lograr una justicia social para todos. Hemos visto los resultados de tales planteamientos.
[1] Cf. Véase nuestra obra Rostro y
drama de la Falange histórica, especialmente el capítulo dedicado a
nacional-sindicalismo e Iglesia.
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