En Prisionero de la República, Albiñana atribuye a los judíos el hecho
de que la represión se haya abatido contra él. Escribe: “Nada más infame que las mentiras y calumnias acumuladas largamente
contra mi Partido Nacionalista Español, por la prensa canalla vendida al rencor
judío” (1)
Los activistas del PNE
estaban organizados en los “Legionarios de España” o “Legionarios de Albiñana”
(2). El nombre “probablemente estuvo inspirado en la propuesta paramilitar de La
Acción (3) de fines de 1922”, más una
“partida de la porra” que un émulo de los “fascios di combatimento”. Albiñana
los definía como “centinelas permanentes
de la seguridad patria, actuando intensamente para que el país no se derrumbe”
y también con un “voluntariado ciudadano
con intervención directa, fulminante y expeditiva en todo acto atentatorio o
depresivo para el prestigio de la Patria”. Nunca entró en los cálculos de
Albiñana la creación de una milicia nacional (4).
Los “legionarios”
constituyeron el primer sector político uniformado al estilo fascista que
apareció en España. Iban uniformados con camisas azul celeste y tenían por
símbolo la cruz de Santiago. Socialmente, el PNE era un partido interclasista,
pero entre sus activistas procedían del lumpen
urbano: unos venían del Tercio de Extranjeros (a donde habían ido a parar
muchos de los que habían ejercido de pistoleros al servicio de la patronal) y
otros eran delincuentes comunes y mendigos. En Cataluña, los “legionarios”,
además de esta composición, procedían de la Peña Deportiva Ibérica (5), una de
las organizaciones de pantalla que utilizaban los albiñanistas para eludir la
represión que, efectivamente, se concentró contra ellos a partir del
advenimiento de la República hasta hacerles prácticamente imposible realizar
una actividad política en condiciones de normalidad.
Es imposible saber el
número de “legionarios” que Albiñana logró movilizar en su mejor momento, pero
sí se tiene constancia de algunas de los episodios de violencia que protagonizaron.
Habitualmente se trataba de algaradas organizadas como respuesta a algún mitin
de partidos considerados como de izquierdas o antiespañoles. Tenemos constancia
de algunos de estos episodios: algarada en el Cine Europa el 4 de mayo de 1930
durante un mitin republicano presidido por Miguel de Unamuno, recién regresado
a España, campaña de acoso contra el Ateneo de Madrid en mayo de 1930, asalto a
la redacción y talleres de la revista de izquierdas Nosotros el 18 de septiembre de 1930, enfrentamientos en las
universidades de Madrid y Valladolid con miembros de la FUE, actividad contra
las huelgas generales de 16 de noviembre y 15 de diciembre de 1930… (8). Las
aportaciones upetistas (7) que llegaron a los Legionarios de España y que en
buena medida procedían del somatén y del pistolerismo cubrían su falta de
formación y de criterios políticos con el frecuente recurso a la violencia.
Solamente la Unión
Monárquica Nacional y la Dirección General de Seguridad en los tiempos en los
que el general Mola fue su director, fueron los únicos que apoyaron
económicamente a los Legionarios con la perspectiva de tener en pie una fuerza
activista de carácter contrarrevolucionario capaz de enfrentarse a la
extrema-izquierda (8). Albiñana dirigía su llamamiento para integrarse en los
Legionarios de España a las “personas
decentes” para que actuaran en defensa de la sociedad (9). Es fácil pensar
que los primeros albiñanistas (y el propio Albiñana) no eran más que
“primorriveristas” sin Primo de Rivera, al menos en 1930. En Cataluña, los
Sindicatos Libres (10), nacidos como respuesta carlista a la hegemonía de la
CNT, dieron muchos militantes a los Legionarios. Cuando apareció el PNE,
Albiñana intentó recuperar militancia de los Sindicatos Libros constituyendo la
Unión Nacionalista Obrera que jamás pasaría de ser una pequeña formación que
tuvo que arrastrar el sambenito de grupo de esquiroles, tarea que, por lo demás,
parece que ejerció en algunas ocasiones. Albiñana había escrito en el número 1
de su revista La Legión (11): "En casos de huelga, nuestros
honrados proletarios sabrán cumplir con su deber, prestando a la sociedad
amenazada la necesaria asistencia".
En la medida en la que se
suele decir que el fascismo fue un movimiento de excombatientes (y así fue
tanto en Alemania como en Italia y en menor medida en Francia y el Reino
Unido), parecía razonable que en las filas del “fascismo español” (o al menos
de esa muestra del “profotascismo español” que fue el PNE) existiera un cierto
número de excombatientes de las guerras marruecas. En realidad, esta presencia,
aun existiendo, fue residual y polarizada en torno a los Legionarios de España,
mucho más que al PNE.
NOTAS A PIE DE PÁGINA
(1) Citado en Léxico y Política de la Segunda
República, Juan
Felipe García Santos, Ediciones de la
Universidad de Salamanca, Salamanca
1980, pág. 99.
(2) “Las formulaciones iniciales de una derecha
antiparlamentaria y fascistizante”. Revista de
Historia Contemporánea – 11. Artículo: Camisas de fuerza, fascismo y
paramilitarización, parágrafo: Precursores y falsos profetas, Eduardo González Calleja, págs. 56, http://www.historiacontemporanea.ehu.es/s0021-con/es/contenidos/boletin_revista/00021_revista_hc11/es_revista/adjuntos/11_04.pdf
(3) La Accion fue un
diario vespertino dirigido por Manuel Delgado Barreto (que utilizaba el
seudónimo de “El Duque G”), cuyo nombre está siempre vinculado a lo que
podríamos llamar el “paleofascismo” español, y estuvo íntimamente relacionado
con el doctor Albiñana. La Acción era
uno de los muchos medios mauristas que apareció entre 1916 y 1924. Se
consideraba una publicación “monárquica, católica y con alto sentido
patriótico”. Colaboraron en sus columnas los primeros espadas de la derecha
radical española: Antonio Goicoechea, Ricardo León, Julio Casares, Jacinto
Benavente, Gabriel Maura, Gamazo, etc. Se trataba de un periódico que daba
mucha importancia a la imagen gráfica pero que entró en crisis en mayo de 1924
al faltar financiación. Su equipo redacciones pasó a constituir el núcleo
central de La Nación, periódico oficioso de la dictadura de Primo de Rivera.
(4) E. González Calleja, Camisas de fuerza, fascismo y
paramilitarización, op. cit., pág. 56
(5) La Peña Deportiva Ibérica era uno de los muchos grupos de la
extrema-derecha barcelonesa pre-fascista de los años veinte. Había surgido en
diciembre de 1923 como peña de hinchas del R.C.D. Español de Barcelona. A
partir de 1925 se le conoció como Peña Ibérica. Sus miembros procedían del
Sindicato Libre y por funcionarios. Parte de sus afiliados procedían del grupo
La Traza grupo que había sido fundado en febrero de 1923 en Barcelona por
oficiales del ejército y miembros de profesionales liberales. Después de algo
menos de un año de vida y de haber editado unos pocos números de una revista
del mismo nombre, se disolvieron en la Peña Ibérica los menos y a la Unión
Patriótica los más. La Traza estuvo
dirigida por Alberto de Ardanaz, oficial del ejército, mientras que la Peña
Ibérica tuvo a José María Poblador y a Francisco Palau Rabassó como líderes. La
mayoría de miembros de la Peña pasarían al Partido Nacionalista y a la Juventud
Nacionalista Española, rama juvenil del partido, mientras que otros lo harían a
la Unión Social Hispánica, y otros más a las JONS de Ramiro Ledesma, entre
ellos el propio Poblador (tras una breve estancia en el PNE, que sería el
delegado de este grupo en Cataluña, al tiempo que jugador de la sección de
Rugby del R.C.D. Español. La Peña promovió la publicación de los semanarios Lucha Deportiva (1926) y La Verdad Deportiva (1928). Durante sus
años de existencia era frecuente que estallaran choques entre ellos y los
hinchas del F.C. Barcelona y Poblador fue encarcelado varias veces a causa de
los incidentes provocados en la Plaza de Sant Jaume. Los incidentes más duros
ocurrieron en el campo del Barcelona el 23 de noviembre de 1924 cuando los
miembros de la Peña Ibérica aparecieron provistos de objetos contundentes y
enfrentándose a los seguidores barcelonistas. Tras integrarse en Falange con
los jonsistas, Poblador se fue con la escisión de Ramiro Ledesma y constituyó
el Partido Español Nacional Sindicalista. Poblador llegó a viajar a Roma para
entrevistarse con Mussolini y solicitar ayuda para esta formación. De todas
formas, a principios de 1936 volvió a la disciplina de Falange, participando en
la conspiración que llevó a la sublevación militar del 18 de julio. Resultó
detenido y por casualidad logró salvar la vida. Miembro de Auxilio Social y
asesor jurídico del Sindicato Vertical en los primeros años del franquismo, se
retiró pronto de la política activa, si bien hasta principios de los años 70
siguió manteniendo contactos con jóvenes estudiantes miembros de grupos de
extrema-derecha que acudían a él para pedirle consejos y orientaciones.
La Peña Ibérica nace en el mismo año que la dictadura y en Barcelona
era donde se había iniciado el movimiento insurreccional. Por otra parte, el
general Losada, gobernador civil de la provincia aplicó una política represiva
contra los anarcosindicalistas. El 23 de noviembre de 1924 tuvo lugar en el
estadio de Les Corts el partido de máxima rivalidad regional entre los dos
clubs de la ciudad cada uno de los cuales tenía una peña compuesta de hinchas,
la Peña Ibérica y la Peña Ardévol. El partido coincidió con las bodas de oro
del F.C. Barcelona. En una de las
jugadas se produjo una entrada brusca a un jugador del Barcelona que encendió
los ánimos de las gradas. En la crónica del encuentro, Eduardo Carballo
escribió: “… inmediatamente se pudo ver
que la pasión había envenenado el espíritu deportivo del público y de ciertos
jugadores”. El público, y especialmente, los miembros de las peñas rivales,
empezaron a enfrentarse en las gradas. Poblador destacó junto a los miembros de
la sección de rugby de su equipo, mientras que los rivales procedían en su
mayoría de la sección de lucha greco-romana. La expulsión de otro jugador
reavivó la violencia generalizada. El público arrojó calderilla contra el
árbitro y el partido hubo de suspenderse, pero los enfrentamientos siguieron en
las gradas hasta que las fuerzas del orden recibieron la orden de desalojar las
gradas. Como se ve estos episodios no son de ahora. El partido volvió a jugarse
a puerta cerrada. Ganó el F.C. Barcelona. Se cuenta que cuando los jugadores
del R.C.D. Español no habían dado la talla, debían de encerrarse en un chalet
situado en el gol Sur del estadio de Sarriá por miedo a la reacción de los
afiliados a la Peña Ibérica. Se trataba pues de gente propensa a los excesos
violentos. (Datos sobre la Peña Deportiva Ibérica recogidos de http://pericosonline.com/reportages/detall/48/el-derbi-de-la-xavalla).
(6) “La acción violenta desplegada por los «legionarios» fue
espectacular pero en ningún momento decisiva. En suma, una actividad esporádica
e inconexa que causó cierto revuelo propagandístico por lo novedoso, pero que
no supuso un acicate para las conformación de un núcleo social conservador de
resistencia armada a la ofensiva revolucionaria” (E. González Calleja, Camisas de fuerza, fascismo y paramilitarización, op. cit., pág. 57).
(7) Upetistas: miembros e ideas procedentes de la Unión Patriótica
Española, que apoyaba al gobierno del dictador Primo de Rivera. Al igual que
luego el PNE, la UPE afirmaba ser una “agrupación de ciudadanos honrados y
hombres de buena voluntad”. Su doctrina estaba compuesta por el rechazo a la
democracia liberal y a sus valores, rechazo al parlamentarismo, corporativismo,
antirregionalismo, anticomunismo y defensa del catolicismo. Tales eran las
“ideas upetistas”.
(8) Ibidem., pág. 57.
(9) Pasado Memoria. op. cit., pág. 69.
(10) Después de haber llevado entre 1919-20 una actividad
sindical convencional alcanzando los 10.000 afiliados (en su mayoría
carlistas), muy parecida a la de los
“Jaunes” franceses (Cfr. Zeev Sternhell, La Droite Révolutionnarie. Les origines françaises du fascismo
1885-1914, Edition du Seuil, París 1878, especialmente los Capítulo VI (Une droite prolétarienne: les Jaunes),
págs. 245-282, y VII (Idéologie,
mythologie et structure du mouvement jaune), pág. 284-316.). Luego comenzó la colaboración con
el gobernador civil de Barcelona, Martínez Anido, cuyo apoyo (así como por la
ilegalización de los cenetistas) hicieron que el movimiento creciera hasta
alcanzar los 150.000 miembros. En esta segunda etapa y a la vista del éxito,
los dirigentes del sindicato hicieron todo lo posible por ocultar la
procedencia carlista de la mayor parte de los primeros afiliados, a pesar de
que era público y notorio que la matriz del sindicato había sido el Ateneo
Legitimista de Barcelona. Sin embargo, en una tercera etapa, cuando Martínez
Anido fue sustituido y se produjo el golpe de Primo de Rivera, su influencia
cayó en picado (El
Carlismo. Jordi Canal.
Biblioteca de Historia de España. Barcelona 2006; pág. 282). En sus formas de lucha copiaron absolutamente en todo al movimiento Jaune francés en el que se habían
inspirado. Al igual que en Francia, los sindicatos de izquierdas presentaron a
sus rivales como una mera iniciativa de la patronal para dividir a la clase
obrera. En realidad, no fue así inicialmente, e incluso en la práctica del
Sindicato Libre se aspiraba a defender estrictamente los derechos de los
trabajadores, no solamente frente a la CNT, sino también frente a la patronal y
el gobierno. Pero el hecho era que estos sindicatos recibían subvenciones de
sectores de la nobleza carlista y bajo la dirección del Conde de Salvatierra,
pasaron a ser una fuerza de choque sin inconveniente en combatir a las
fracciones extremistas de la CNT con otro radicalismo de sentido contrario. Sus
miembros fueron responsables de decenas de muertes en represalia por huelgas o
por el asesinato de patronos. Medio centenar de miembros del Sindicato libre
fueron asesinados en esos años. Una vez establecida la dictadura, disminuyó la
presión sobre el pistolerismo de los Sindicatos Libres, al tiempo que aumentó
la presión sobre la CNT. Cuando se produjo el advenimiento de la República, los
Sindicatos Libres agrupaban a 190.000 afiliados (cinco veces menos que la CNT)
pero no lograron sobrevivir a la llegada de la II República. Durante la
dictadura, algunos antiguos pistoleros del Sindicato Libre se habían refugiado
en el Tercio de Extranjeros en donde permanecieron hasta que se olvidó la causa
que los había inducido a tomar esa medida. El término de su compromiso con el
Tercio coincidió con la etapa previa al advenimiento de la República y con la
constitución del Partido Nacionalista Español, al que se afiliaron
constituyendo el ala más activista y decidida. Casi todos ellos habían
combatido en la guerra de Marruecos y habían estado bajo el fuego enemigo. Pero
eran pocos. Se conoce el nombre de alguno como el del comandante Heli Rolando
de Tella y Cantos, héroe de África, militar de prestigio condecorado con la
Laureada de San Fernando y que tuvo una participación destacada en la
insurrección del ejército de África el 18 de julio.
(11) De La Legión,
aparecieron siete números sin fecha, aunque se sabe de ellos que aparecieron en
el período enero-abril de 1931 y cuyo número cuatro fue secuestrado. Pueden ser
consultados en la Biblioteca Nacional.
Albiñana
y su Partido Nacionalista Español (1 de 7)
Albiñana
y su Partido Nacionalista Español (2 de 7)
Albiñana
y su Partido Nacionalista Español (3 de 7)
Albiñana
y su Partido Nacionalista Español (4 de 7)
Albiñana
y su Partido Nacionalista Español (5 de 7)
Albiñana
y su Partido Nacionalista Español (6 de 7)
Albiñana
y su Partido Nacionalista Español (7 de 7)