INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

sábado, 21 de noviembre de 2020

EL FASCISMO QUE FUE Y EL FASCISMO QUE PODRÍA VOLVER A SER


Diálogo sobre el contenidos de los números 68 y 69 de la Revista de Historia del Fascismo

P.- ¿Volverá el fascismo?

R.- No, desde luego, ni como lo vimos, ni como lo conocimos. Ni siquiera con los nombres que tuvo en sus distintas variedades nacionales. Pero, lo que sí veremos, es una respuesta a las sucesivas crisis que se desatarán en los próximos treinta años y que darán lugar a formas actualizadas y variantes de la doctrina originaria de los fascismos.

P.- Así pues, los fascismos no están muertos.

R.- Lo que se conoce con el nombre de “fascismo” no es más que la traslación al primer tercio del siglo XX de una forma de entender la vida y el papel del ser humano sobre la tierra que ha existido siempre, desde los albores de los tiempos. El fascismo fue la doctrina en la que se reconocen todos los pesimistas activos de los siglos precedentes y de los que vendrán, gentes de acción convencidos de que la decadencia es el sentido de la historia y resueltos a evitar esa decadencia.

P.- ¿A qué se debe la mala prensa del fascismo en nuestros días?

R.- Parece evidente que perder una guerra es la mejor forma de que los vencedores den del vencido la imagen que mejor les convenga. Si se examina la prensa de la segunda mitad de los años 30, se verá que Hitler y Mussolini eran los políticos más populares a nivel mundial, incluso en el Tercer Mundo, entonces formado por las colonias franco-británicas. Incluso sectores de la izquierda veían con simpatía al Reich en la medida en que los antiguos militantes del KDP habían sido integrados en el régimen y que los logros en materia social eran perceptibles con facilidad. La guerra interrumpió la revolución y es paradójico que la guerra se iniciara cuando Roosevelt convenció al gobierno polaco de que el Reino Unido y Francia acudirían en su defensa en el asunto del corredor de Danzig… el gobierno polaco, una dictadura antidemocrática, por cierto, con fuertes rasgos antisemitas. Al perder la guerra, el vencedor creyó legitimarse caracterizando al vencido con todos los vicios y las lacras habidas y por haber. Los derrotados, incluso en nuestros días -Gadafi, Saddam…- siempre han recibido el mismo trato.

P.- Sin embargo, Gadafi y Sadam fueron derrotados ayer, mientras que los soviéticos tomaron Berlín hace tres cuartos de siglo, ¿Por qué esa persistencia en denigrar al adversario vencido?

R.- Por varios motivos: en primer lugar, para que cualquier respuesta y oposición al stablishment mundial pueda ser demonizada con un adjetivo que sugiere estímulos negativos. Ochenta años de denigración garantizan que, en el imaginario colectivo de la humanidad, la palabra “fascismo” ha quedado como símbolo del “mal absoluto”. En segundo lugar, porque es preciso mantener vivos los ideales antifascistas: partidocracia, conservadurismo, mundialismo, progresismo. Ideales que, en gran medida y, en sí mismos, han constituido un fracaso e intentan legitimarse manteniendo el recuerdo de su victoria contra el “mal absoluto”.

P.- En la primera parte de este número doble especial de la Revista de Historia del Fascismo, explicas los contenidos de esta doctrina. ¿Era el momento de realizar tal definición?

R.- Un amigo italiano, también dedicado al estudio de la historia del fascismo, sostiene que “hasta ahora la historia la han contado nuestros adversarios; ahora nos toca a nosotros”. Es decir, a nosotros, los que, de una forma u otra, hemos sido considerados y llamados “fascistas”, simplemente porque íbamos contra corriente y no encontrábamos ni legitimidad ni veracidad a las ideologías vencedoras en 1945. Y era curioso, porque después de 67 números de la revista dedicados al estudio del fascismo, todavía no habíamos intentado explicar en qué consistía el fenómeno. En nuestro lema decimos: “ni apologistas ciegos, ni detractores sistemáticos. Así fue una época del siglo XX”. Es decir: consideramos que el fascismo es un fenómeno propio del pasado, pero exigimos que se le trate con objetividad y rigor, no con los esquemas de la propaganda de guerra propios del período 1939-1945, verdadero insulto para el sentido común y para la propia Historia.

P.- ¿Por qué el fascismo ya no tiene lugar en nuestros días como fenómeno político?

R.- El fascismo “histórico” -y recalco lo de “histórico”, es decir, el que tuvo lugar entre 1919 y 1945, siendo todo lo anterior pre-fascismo y todo lo posterior neo-fascismo, hasta la práctica extinción de este último en la última década del siglo XX- estuvo ligado a fenómenos muy concretos que se dieron en la coyuntura histórica de Europa tras la Primera Guerra Mundial: millones de ex combatientes que volvieron, derrotados unos y sin reconocerse otros en el bando de los vencedores, que habían conocido un modelo de vida en las trincheras solidario, unitario y jerárquico y, sobre todo, en un período de grandes cambios sociales, avances científicos y técnicos, vinculados a la Segunda Revolución Industrial. Hoy vamos, por la Cuarta y el mundo del siglo XXI tiene ya muy poco que ver con los problemas del período 1919-1945.

P.- ¿Cuáles son las grandes diferencias?

R.- En todos los órdenes: los avances científicos que llegaron después de 1945 “empequeñecieron” al mundo. La dimensión nacional de los Estados ya no es la más adecuada para responder a los retos del siglo XXI. Existen proyectos científicos cuyo coste es superior al presupuesto nacional de un Estado de tamaño medio. La fórmula “Estado-Nación” que nació a finales del XVIII, ya no es la más adecuada en un momento en el que se tiende a grandes bloques geopolíticos. Desde el punto de vista de la economía, vivimos en la época del neo-liberalismo, fase terminal del capitalismo; mientras que en la época de los fascismos históricos se permanecía en la fase del capitalismo industrial, a la que siguió en los años 60, el del capitalismo multinacional y, tras la caída del Muro de Berlín, se llegó al capitalismo globalizado y del liberalismo salvaje. Ya no hay legiones de excombatientes buscando un destino a sus vidas. Las sociedades ya no son homogéneas, sino mosaicos etno-culturales. Y, para colmo, la revolución científica actualmente en curso, construirá a mediados del siglo XXI, un mundo que ya no se parecerá en nada al de 1919-45.

P.- ¿Estás sugiriendo que ya no queda nada del siglo XX?

R.- El drama de los conservadores radica en que ya no hay nada que conservar… Los restos del “novecento” están desapareciendo aceleradamente. Fijémonos en la Iglesia, posiblemente hoy una de las instituciones más antifascistas -cuando paradójicamente, la Iglesia colaboró con el fascismo italiano y solamente se distancia del alemán porque éste no aceptaba entregar al clero la educación de la juventud- hoy, una institución en vías de extinción. Las aristocracias han desaparecido y las monarquías parecen más propias de la prensa del corazón que de liderar pueblos. La deslocalización ha liquidado a la clase obrera occidental. La inmigración masiva la ha sustituido, con la diferencia de que es más parasitaria que productiva. Las formas de ocio han cambiado totalmente. En cuanto a los campos de investigación científica, en este momento, la ingeniería genética, la criogenia, la nanotecnología, la robótica, la inteligencia artificial, están en vanguardia. Lo único que queda del siglo XX y, más que del XX, del XVIII, es la forma de gobierno de las sociedades occidentales. Este es el verdadero arcaísmo: que se está dirigiendo a la sociedad moderna con los principios de hace 300 años.

P.- Por lo que veo, en la segunda parte de tu estudio aludes con detalle a todo este asunto, pero ¿por qué crees que podría aparecer una nueva forma de fascismo, eso que llamas “transfascismo”?

R.- En el estudio digo que el fascismo es hijo de la tempestad y de los tiempos de crisis. No hay fascismo posible en un clima de calma chicha. Y no van a ser crisis las que faltarán en los próximos 30 años. El siglo se inició con la caída de las Torres Gemelas, más como símbolo del fin de un mundo (el de la tercera revolución industrial) que como acto terrorista que supuso el “casus belli” para la respuesta no menos terrorista en Afganistán e Iraq. Todo esto ocurrió hace 19 años y parece más lejano incluso que la caída del Muro de Berlín. El estallido de la burbuja inmobiliaria, la crisis bancaria y la crisis del a deuda del período 2007-2011 fueron otro paso que no ha tenido nada que ver con la siguiente crisis económica generada, ahora, por una pandemia. Las crisis cada vez se producen a mayor velocidad y son de mayor intensidad. Por tanto, la tormenta perfecta o lo que Mussolini llamaba “el tiempo de las afirmaciones absolutas y de las negaciones soberanas”, en donde una parte de la población será consciente de que con el boletín de voto no se supera ninguna crisis, está a la vuelta de la esquina. Esto, por sí mismo, generará las condiciones objetivas para el desarrollo del “transfascismo”.

P.- ¿Por qué “transfascismo” y no neo-fascismo o populismo? ¿no son concepciones que estarían muy cercanas?

R.- En realidad, no. El neo-fascismo fue una supervivencia del fascismo que fue perdiendo vigor a medida que nos alejábamos de los años 30. Yo fui testigo del final del neo-fascismo a mediados de los años 80, cuando fuimos teniendo conciencia de que iban apareciendo fenómenos nuevos imposibles de integrar en la ecuación fascista clásica. Hoy, salvo en Italia y en círculos restringidos, el neo-fascismo ha desaparecido como fenómeno político. En cuanto al “populismo” es una respuesta coyuntural a los desfases interiores del sistema socio-político que se producen cada vez con mayor frecuencia, pero que aspiran solamente a poner “parches técnicos”, no a sustituir a la partidocracia, ni a la economía liberal. Digamos que el neo-fascismo intentó oponerse y fue, literalmente, aplastado. Más hábiles, los “populistas” tratan de denunciar las consecuencias del sistema, pero no sus raíces.

P.- ¿Por qué “transfascismo”?

R.- Porque trasciende al fascismo. Porque no puede ser lo mismo que fue el fascismo histórico, pero el neologismo es suficientemente claro de lo que será: una adaptación del impulso eterno y permanencia hacia el Orden, la Autoridad, la Jerarquía, la síntesis entre tradición y revolución, entre modernidad y tradición, la destrucción de los mitos progresistas y liberales, el retorno a los orígenes culturales de Europa, los únicos con los existirán una raíces lo suficientemente fuertes para que la más rabiosa modernidad y los avances científicos y tecnológicos más espectaculares no hagan perder el rumbo a la humanidad tal como se percibe en los delirios de las ideologías trans-humanistas. Un árbol, por alto que sea, se sostiene sobre sus raíces: cuanto más alto es un árbol, más profundas deben ser sus raíces. El contraejemplo es la falta de arraigo de la modernidad y de todos los fenómenos que conlleva el progresismo: el carecer de raíces, consiguen una construcción cada vez más inestable y con riesgo de desplome en cualquier momento.

P.- ¿Existen grupos sociales preferenciales sobre los que el transfascismo pueda operar?

R.- El modelo interpretativo de la sociedad que presento y al que camina Europa es el siguiente: una pequeña cúpula de beneficiarios de la globalización, dinastías económicas, oligarcas forman la cúspide de una sociedad piramidal, en la que la base, excepcionalmente amplia está formada por grupos sociales subvencionados, ni-nis, colgados a causa de la banalización en el consumo de sustancias tóxicas, inmigrantes, etc., todos ellos viviendo de la caridad pública y neutralizados por el salario mínimo de subsistencia que les posibilita el acceso a ocio y drogas, sin interés por su formación, ni mucho menos por su preparación, legiones de fracasados que ni siquiera tienen la conciencia de que han fracasado. Y en medio de estos dos grupos, una clase media trabajadora, cada vez más presionada fiscalmente que deberá mantener con sus impuestos, tanto a los de arriba, como a los de abajo. Vamos camino de este tipo de sociedad. Los límites entre estos grupos son siempre difusos: el estrato intermedio entre el escalón inferior subsidiado y el grupo intermedio, está formado por trabajadores en paro que no se resignan a esta situación y aspiran a tener un salario real. De este estrato intermedio es de dónde el transfascismo encontrará a su grupo social preferencial.

P.- ¿Cómo será el partido transfascista del futuro?

R.- Será un anti-partido. No creo que sea nada parecido a lo que hemos visto hasta ahora. El término “movimiento” se le acercaría más, pero tampoco sería el más adecuado. El “movimiento” es la suma de distintas iniciativas sectoriales, nacidos en grupos sociales muy diversos, que se reconocen en objetivos, propuestas y concepciones comunes. Por ejemplo: organizaciones de defensa vecinal, por barrios y ciudades; o también, organizaciones profesionales y corporativas; asociaciones de jubilados, asociaciones culturales, etc. Todo esto forma parte del “movimiento” que dispone, a su vez, de una dirección colegiada. Por encima debería encontrarse un organismo superior, al que llamamos “la Orden” en donde reside la “dirección ética y moral” del conjunto, mientras que en el “movimiento” reside la “dirección estratégica” del mismo. Y en las organizaciones de base se encuentra la “dirección táctica”.

P.- ¿Y los jóvenes? ¿el transfascismo no será un movimiento de juventud?

R.- En realidad, la juventud es muy diferente a lo que era hace 100 años. Lejos de ser la “fracción activa de las masas”, la juventud constituye, en su sector mayoritario, un simple peso muerto. Es víctima, claro está del sistema de enseñanza frustrado y del hundimiento de la institución familiar. Por otra parte, hoy los avances en las ciencias de la salud, permiten que un ser humano llegue a los 50-60 años, en plenitud de facultades y pueda ejercer, prácticamente, un rol casi juvenil. Ahora bien, es cierto que en determinados sectores es necesario que la juventud esté presente de manera masiva: entre los estudiantes de las carreras vinculadas a las nuevas tecnologías especialmente.

P.- Has hablado de “estrategia”. ¿Es posible definir una estrategia realista para el “transfascismo”?

R.- Groso modo, por supuesto. El sistema tiene una consistencia diamantina: resistente a presiones y convulsiones internas, con una dureza a toda prueba. Pero, como toda estructura diamantina, tiene un punto de fractura, golpeado el cual con una pequeña presión, todo salta por los aires. En las sociedades modernas, ese punto de fractura son las redes informáticas. El sindicalismo revolucionario creía que un cambio de sistema podía operarse mediante la “huelga general”, mientras que los fascismos históricos creían que era posible hacerlo mediante un “alzamiento nacional”. En realidad, hoy, podrían pasar semanas de “huelga general” y no ocurrir nada (lo hemos visto durante los meses de confinamiento obligatorio) y en cuanto al “alzamiento nacional”, de producirse sería sofocado por los países vecinos o, por simple asfixia económica. La simple amenaza con paralizar las redes informáticas y la demostración de que es posible, podrían bastar incluso para generar la caída del sistema mundial tal como hoy está concebido.

P.- Me ha llamado la atención la poca importancia que atribuyes en tu estudio a la geopolítica…

R.- La geopolítica es y ha sido siempre, sólo, una ciencia auxiliar de la política. Sigue y seguirá teniendo su vigencia en los próximos años. Siempre seguirá siendo importante el control de un estrecho y las zonas costeras predispondrán para el comercio, pero lo que durante la guerra fría fue determinante, hoy lo es mucho menos. Más importante que la geopolítica es la geoeconomía, pero incluso esta irá disminuyendo en los próximos años si tenemos en cuenta que se calcula que en apenas 20-30 años podrá iniciarse la explotación de la Luna y la extracción de minerales en Marte.

P.- Para terminar: da la sensación de que, a pesar de haberse dividido la temática en dos volúmenes, has intentado comprimir la materia tratada.

R.- En el índice de estos dos volúmenes, se ve la materia tratada: unas consideraciones preliminares, un texto -centrado en España-, una enumeración de todas las características presentes en el fascismo genérico, una descripción de lo que nos espera y cómo serán los próximos treinta años y la ruptura que supondrá dentro de la propia modernidad, unas consideraciones sobre los cambios sociales a los que asistiremos, la descripción del fenómeno transfascista en relación a lo que fue el fascismo histórico y unos apuntes sobre estrategia, táctica y fisonomía de lo que podría ser un movimiento transfascista… Es cierto que todo esto está tratado de manera apresurada, pero bastante completa y, sobre todo, es un punto de partida, no de llegada, que tiene como intención el abrir debates, lanzar ideas y estimular la meditación sobre todo esto. Los últimos cuarenta años demuestran que todo esto sujeto a cambios. Los próximos treinta verán una vorágine incesante de cambios: es necesario observar la tendencia de todos estos cambios, ser capaces de anticiparse a ellos, preverlos y, sobre todo, tener muy claro que, a partir de cierto número de lavados, un traje ya no puede ser utilizado, queda desgastado y hay que buscar un recambio. El “sistema” y todo lo que conlleva, es hoy ese traje, literalmente, hecho polvo, insalvable y que es preciso sustituir. El transfascismo sería una posibilidad alternativa. Aunque siempre, claro está, existe la posibilidad de descender un peldaño más.

-------------------------------------------

Los números LXVIII y LXIX de la Revista de Historia del Fascismo pueden ser solicitados a eminves@gmail.com