INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

lunes, 1 de febrero de 2021

La concepción estratégica de Ramiro Ledesma (4 de 8) - La etapa “nuclear”: La Conquista del Estado

Cuando la monarquía agonizaba, en pleno gobierno Berenguer –la llamada “dictablanda”- Juan Aparicio que sería luego uno de los fundadores de La Conquista del Estado cuenta algunos detalles sobre el manifiesto que dio vida a la publicación. Dice Aparicio: “Cuando Ramiro Ledesma me leyó el borrador para el manifiesto de “La Conquista del Estado”, las cuartillas manuscritas yacían dentro de un ejemplar de las “Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal” de Jorge Guillermo Federico Hegel. Le visitaba por primera vez en su domicilio de Santa Juliana, 3, más allá del Cinema Europa y antes de llegar a la estación de Metro de Estrecho y en aquella barriada popular, operaria, proletaria, tenía delante, con además suasorio, aunque sin prodigarme concesiones, más que un capitán de la juventud, un ágil metafísico de veinticinco años: sarcástico, acerado, terco, reticente, agresivo, audaz, pero cuya intimidad era pura y candorosa”. Sigue luego un párrafo en el que describe Aparicio cómo recuerda a Ledesma (“se peinaba ya con el mechón de pelo caído sobre la sien izquierda, enmarcando su fisonomía, donde los ojos zarcos y el mentón voluntarioso, eran dos síntomas de su integérrima tenacidad, con una insolencia entre autoritaria y despectiva…”), para luego aportar algunos datos sobre las influencias ideológicas que experimentaba: “a la postre fueron Federico Nietzsche y Carlos Maurras quienes catalizaron su meollo para la acción política” (…) “Un par de influjos vivos, un par de personas amigas, lo empujaron también con la fascinación de su conocimiento de Italia y Alemania a que redactase las palabras proféticas y peligrosas de la proclama de “La Conquista del Estado” . Cita a ese “par de influjos”: Giménez Caballero y José Francisco Pastor (tuberculoso, tímido, intransigente, hijo de un santero valenciano, para sucumbir después casi desterrado en el hogar de un hispanófilo comunista de Holanda- había enviado a “La Gaceta Literaria” de Ernesto, una síntesis del alma alemana bajo la impresión quiritaria del profesor Gundolf y la camarilla hermética de los poetas en torno a Esteban George” (1).

Las influencias que reconoce Aparicio (Nietzsche, Maurras, Gudolf, George) pueden parecer contradictorias, sin embargo, están todas implícitas en la obra de Ledesma y explican sus distintas tendencias: hay en su análisis de España algo del racionalismo cartesiano de Maurras, hay mucho de Nietzsche en su concepción del mundo, aunque no era hombre de poesía ni de excesos literarios, se percibe también el interés por los símbolos de Stefan George. Pero si hay que creer a los propios fundadores del semanario, la inspiración estaba implícita en la lista de colaboradores que acompaña al primer panfleto con el que se anunció la aparición de la revista. Dice Aparicio al respecto:

“Editamos un prospecto de papel verde grueso encabezado por un arcángel lidiando con un dragón, debajo del cual insertamos, según el uso, la lista por orden alfabético de los presuntos colaboradores. Allí se codeaban Adolfo Hitler, Benito Mussolini, Henri Barbusse, Jacques Bainville,  Antonio Ferro, Américo Castro, José Bergamín, Rafael Alberti, el doctor Pittaluga, el profesor del Río Ortega, Baroja, Maeztu, Menéndez Pidal, Araquistáin, Gabriel Franco, Benjamín Jarnés, Valentín Andes Alvarez, Emilio García Gómez, Félix Lorenzo, etc, etc. En fin, toda la gama de periodistas, ensayistas y viejos, zurdos y derechistas, que defendía la Monarquía hostigada o suspiraban a cada instante por la República” (2)    Naturalmente no habían pedido permiso a nadie para implicar su nombre en la aparición del semanario, con lo que menudearon los desmentidos (“Todos se sintieron denunciados y comprometidos y todos quisieron a la vez purificarse o proclamar su inocencia”, dice Aparicio después de definir a la redacción del semanario como “un pendemonium, una retorta infernal, una monstruosa nave de los locos”).

Se trataba, para Ledesma, obviamente, de dar sus primeros pasos en política. Si bien es cierto que él no fue el primer fascista (pues antes que él el propio Albiñana, mucho más específicamente Giménez Caballero, pero también algunas personalidades de la dictadura de Primo de Rivera ya los podemos considerar como individualidades interesadas en la experiencia italiana), si fue el primero en querer trasladar a España un fenómeno similar al fascismo italiano y de lanzar el primer semanario que, sin restricciones, aceptaba el adjetivo de “fascista”. Hay que añadir que, salvo por las conversaciones que Ledesma tuvo con Giménez Caballero, que le indujeron a rectificar su búsqueda personal, trasladándola de los senderos filosóficos y literarios a los de la política, él fue el único inspirador del proyecto y, por tanto, a él cabe atribuirle el resultado de la operación (3).

Llama la atención que llamara al breve manifiesto que publicó en el número 1, en la página 2 (una de las que registran menos lectores en todos los medios de comunicación y que fue a parar ahí por impericia de los redactores) con el nombre de “Aviso a los lectores”, “declaración ideológica y táctica” (4). En ella se muestran las orientaciones doctrinales del movimiento, pero se percibe también cierta confusión que luego será habitual en el resto de formaciones nacional-sindicalistas, incluso en nuestros días, entre doctrina y táctica. Un “programa táctico” es un programa que puede cambiar en cualquier momento en el caso de que cambien las circunstancias políticas o sociales de un país. En cambio, una declaración doctrinal es un polo inamovible que, desde el platónico “mundo de las ideas”, inspira la acción política encarnada en una “clase política” y permite marcar objetivos políticos. En  el  documento publicado por Ledesma como “Aviso a los lectores”, a pesar de que él mismo lo define como “declaración ideológica y táctica” no está muy claro que hay de lo segundo: en realidad se trata de una declaración ideológica a secas, sin más aspiraciones. Y, por lo demás, aunque tuviera algún elemento táctico –que no lo tiene- haría falta antes dejar clara cuál es la estrategia al servicio de la cual se enuncia una táctica.

Es posible reconstruir a posteriori cuál debió ser el pensamiento estratégico de Ramiro Ledesma, y hacerlo en función, no de sus propias declaraciones expresas en las que enuncie la estrategia expresamente, sino según las concepciones que nosotros mismos nos hacemos de lo qué es estrategia e intentábamos percibir en los escritos de Ledesma. Esta precisión es importante porque, en sus textos, las concepciones estratégicas son opacas y no están formuladas expresamente. Falta saber si en circulares internas, en documentos que no han llegado a nosotros, Ledesma precisaba más en el interior de la organización cuál era su estrategia. La peligrosa confusión entre estrategia, táctica y doctrina, se percibe también en los documentos de Falange Española y puede decirse que siempre acompañó al movimiento nacionalsindicalista un alto grado de ambigüedad, sino de confusión al respecto.

En realidad, si las concepciones fascistas de Ledesma procedían de GeCé, como se acepta unánimemente, habrá que convenir que el problema aparece justamente ahí: Giménez Caballero es un escritor, un intelectual individualista, verdadero “verso libre” en el magma del fascismo español, mucho más interesado por la “estética” fascista que por la “política”.  En cuanto a Ledesma, su formación filosófica le llevaba inercialmente a abordar mucho más los enfoques doctrinales que los políticos. Es indudable que, cuando se lanzó a la acción política, debió meditar sobre lo que implicaba el tránsito del pensamiento a la acción y de ésta a la “conquista del Estado”.

A diferencia de Lenin, que estudió los clásicos del pensamiento militar (5), tanto Ledesma como Giménez Caballero, se sienten atraídos por la “milicia”, pero la conciben como militantismo, escuadrismo, activismo, combate, incluso como “violencia” útil, necesaria y justa para resolver los problemas políticos. Pero no parecen advertir que el empleo o no de la “violencia” no es una estrategia, sino una táctica y que, antes es preciso definir cuál será el camino elegido para llevar adelante la lucha política: “estrategia electoralista”, “estrategia insurreccional”, etc. Y nunca, es preciso afirmarlo en este punto en el que estudiamos los albores del fascismo español, nunca en el ámbito de estos grupos se planteó un debate estratégico. Fueron las circunstancias las que obligaron a adoptar distintos proyectos estratégicas, sin que quienes lo hacían parecieran darse cuenta de la importancia de este concepto. Ni GeCé, ni Ledesma, ni tampoco José Antonio Primo de Rivera, tenían una formación militar propia de oficiales salidos de una Academia, por tanto nunca plantearon la conquista del poder en términos “militares”: definiendo objetivos, estrategia y táctica. La mayor parte de su teorización se centró en los aspectos doctrinales y la mayor parte de su acción fue puro tacticismo, existiendo en ellos muy escasa reflexión estratégica, acaso como resultado de su ausente formación militar. Lenin y Trotsky (como luego Mao Tse Tung y Ernesto “Ché” Guevara, en cambio, leyeron a los teóricos de la estrategia militar y los adaptaron a sus necesidades de lucha política. La exigencia de una estrategia aparecía entonces claramente reflejada  en libros como ¿Qué hacer? de Lenin o  en los “escritos militares” de Mao, Trotzsky o el Ché Guevara.

Ledesma quería “hacer la revolución” y para ello  necesitaba una estructura que agrupase a los que se alineaban con él. Para ello crea una revista, para formar el equipo revolucionario inicial. Y lo hace sin mucha exigencia: en realidad, la mitad de la 10 de redactores, apenas dos años después se orientarán en direcciones completamente diversas: uno, Bermúdez Cañete, tras traducir el Mein Kampf de Hitler, retorna a las filas de la derecha católica de las que había salido para su breve estancia en La Conquista; otro, Souto Villas, al que Ledesma califica de “campesino celta”, abandona pronto la actividad política (Ledesma le había encargado la formación del Bloque Social Campesino, tan virtual como otras iniciativas políticas intentadas en aquellos momentos); Giménez Caballero –a quien podemos llamar con propiedad “el detonador”- tras influenciar decisivamente sobre Ledesma en su cambio de la filosofía por la política y por el fascismo, seguirá como antes de la publicación del semanario: libre como el viento e individualista como el intelectual modernista que era; Ricardo de Jaspe, para Ledesma un “diletante fascista”, terminará fichando por el partido de Azaña y será uno de sus mandos intermedios, muy alejado de la experiencia fascista de La Conquista, que consideró apenas como un “pecadillo de juventud”; Francisco Mateos, el dibujante con aspiraciones de redactor, tenía buenos asideros en la izquierda comunista; Alejandro Ramínez, ateneísta y administrador, terminará sus días políticos en el lerrouxismo; Iglesias Parga –del que Ledesma duda de su salud psíquica- irá a parar al comunismo; Escribano Ortega, “piadoso varón”, seguirá siempre en la órbita del catolicismo. Tal era el equipo que Ledesma quería transformar en núcleo originario de su proyecto revolucionario que, en aquel momento estaba todavía en mantillas (6). Se percibe una extraordinaria falta de coherencia a la vista de la evolución posterior del equipo (hay que tener en cuenta que éste se forma en 1930-31 y que el propio Ledesma lo relaciona en su obra publicad en 1935: apenas median 4 años y solamente Juan Aparicio y él prácticamente persisten en la misma línea, nada parecido, pues, a un equipo sólido, riguroso, doctrinariamente unificado y políticamente decidido a abordar un proyecto revolucionario.

¿Qué ha ocurrido? Que la estrategia de formación del núcleo revolucionario o de la clase dirigente no ha sido suficientemente rigurosa por la sencilla razón de que para que exista proyecto revolucionario debe existir previamente claridad en torno a los contenidos de esa revolución. Basta releer los 17 puntos del manifiesto fundacional para percibir que hay en ellos mucho entusiasmo juvenil, pero que el proyecto está todavía “verde”, falta teorización, falta perfilarlo y limarlo, falta, en definitiva, desbastarlo. Mussolini tenía previamente años de agitador socialista, casi veinte años de lecturas de textos socialistas y anarquistas, una larga etapa de agitación al frente de Il Popolo de Italia y de diversos medios socialistas y, contactos, sobre todo contactos en distintos medios políticos y sociales.

Mussolini disponía de un prestigio previo como agitador político, cuando funda el primer Fasci di Combatimento no es un desconocido: ha dado mucho que hablar, conoce lo que es la estrategia y la táctica, no dispone ciertamente de una ideología “cerrada”, pero tiene lo esencial que debe tener un político revolucionario: un proyecto antiburgués, unos enemigos a la izquierda a los que sabe como combatir (pues conoce las tácticas de los que hasta hace poco han sido sus camaradas). Y dispone con él de un núcleo de intelectuales brillantes que, como Marinetti o D’Anunzio, predican con el ejemplo, y realizan también tareas de agitación que les ponen en contacto con la realidad italiana de la época. Nada de todo esto, absolutamente nada, estaba al alcance de Ledesma, cuyo contacto más conocido era el imprevisible Giménez Caballero y sus fuentes (limitadas por lo demás) de financiación, los monárquicos alfonsinos vascos. Los jóvenes a los que logró atraer estaban, en esa primera época, prendidos con alfileres al proyecto revolucionario, cualquier tensión o la más mínima variación en sus vidas podía hacerles cambiar de carril como, de hecho, así ocurrió. 

No hay que olvidar que la publicación de La Conquista del Estado se sitúa en un período intermedio entre el final de la monarquía y el principio de la República. Quienes forman su primera redacción no esperaban que la irrupción de la República acarrease una oleada de violencia tan drástica como apareció desde el primer momento, ni tampoco pensaban que la andadura de la revista se iba a ver salpicada por una persecución policial que terminó siendo obsesiva y haciendo imposible su aparición regular.

Si nos atenemos a los contenidos de la publicación hay en ellos algunos comentarios de actualidad, unas pocas colaboraciones llegadas del exterior o traducciones (de las que ignoramos si fueron autorizadas) de textos clásicos del fascismo, del nacionalsocialismo o de distintos autores, algunas que llegaban de grupos que se creían similares a La Conquista del Estado en Francia (Philip Lamour) y en Portugal (los nacional-sindicalistas de aquel país), algunas entrevistas y artículos lanzando puentes a la CNT (como la realizada a Alvárez de Sotomayor, uno de los pocos cenetistas que logró atraer Ledesma, o el artículo sobre el Congreso de la CNT a la que dedicó la última página del número 14 de 13 de junio de 1931), unos cuantos artículos en los que Ledesma perfiló sus posiciones ideológicas (el famoso artículo El individualismo ha muerto, aparecido en el número 11, del 23 de mayo de 1931), proclamas nacionalistas (como el archiconocido España sangre de Imperio, del número 12, 30 de mayo de 1931, o el artículo España una e indivisible, del número 14, 13 de junio de 1931), unas cuantas crónicas internacionales, no sólo sobre Europa, sino frecuentemente sobre acontecimientos acaecidos en extremo-oriente (véase, entre otros, ¿Se retiran los japoneses de Manchuria?, número 12 ), artículos en los que intenta dar una realidad orgánica al grupo (como el que anuncia la creación del Bloque Social Campesino, número 14, 13 de junio de 1931), muchas referencias intelectuales (artículos sobre Ortega y Gasset, sobre Unamuno, y algunos textos que indican reflexiones estratégicas, someras aunque significativas (Nuestras consignas: la movilización armada, aparecido en el número 16 de 27 de junio de 1931).

La lectura de estos contenidos indica una preocupación general por todos los aspectos de la lucha política y quizás hubieran tenido algo de influencia en aquellos momentos, si la revista hubiera tenido una tirada mayor (apenas tiraba 6000 ejemplares de las que se vendió en el mejor momento la mitad), hubiera aparecido como diario y durante más tiempo. Faltaba financiación y el verbalismo revolucionario del que hacía gala atrajo inmediatamente la atención policial y las sanciones, secuestros de la tirada y molestias a los redactores fueron continuas. En esas circunstancias, la revista constituyó un absoluto e inapelable fracaso. Ledesma no logró alcanzar ni uno solo de los objetivos que debió formularse: la revista no sirvió para crear una “central revolucionaria” (a pesar de que, sobre la marcha, se produjeron tres adhesiones notables: la de Luis Batllés, un aguerrido estudiante alicantino, la de Matías Montero, dirigente estudiantil que luego sería asesinado como miembro de Falange Española; y la de Manuel Carrión, el pasante de José Antonio Primo de Rivera del que Aparicio dice que “desde el primer día interesó seguirnos la pista” (7). Y añade Aparicio, no sin cierta sorna: “Aparte de estas tres adhesiones de honor, hubo tres o cuatro docenas de espías marxistas, confidentes policíacos, jovenzuelos alucinados por la prosa patética de Ramiro y algún anciano nacionalista intransigente o algún maniático de la novedad” (8). Nada, en definitiva, que pueda calificarse como “sólido” o “prometedor”.

¿En dónde residió el error de Ramiro Ledesma? A primera vista en haberse dedicado a la acción política sin tener el basamento técnico suficiente como para hacerlo y sin haber cerrado un sistema ideológico preciso. A Ledesma y a los suyos no les gustaba que se les calificara de “fascistas”. Para ellos el fascismo era una ideología “italiana” que en otros países tendría otra traducción y otras características específicas. Ellos se sentían y se querían “nacional-sindicalistas”, entendiendo que su intención consistía en crear algo parecido al fascismo italiano en versión española. Cuando acusan a los “nacionalsindicalistas” portugueses de ser un partido fascista más sin preocuparse de las especificidades nacionales (aun cuando su referencia doctrinal principal eran los integralistas portugueses, a los que no puede acusarse más que de acendrado patriotismo) (9). En 1931, Ledesma todavía no había madurado suficientemente sus posiciones ideológicas y carecía del prestigio suficiente como para liderar un movimiento fascista. Lo comprenderá algo más tarde, pero su error en aquel momento es lanzar una publicación con un optimismo insensato y pensar que solamente con un par de pequeñas aportaciones de sus amigos vascos bastará para poner en marcha un mecanismo revolucionario.

Ledesma era joven y sus primeros escritos (incluso su Discurso a las Juventudes de 1935) son un canto a la juventud (característica, por lo demás, propia del fascismo y que está presente en los escritos de Drieu y Brasillach en Francia, en los de Marinetti y Malaparte en Italia, y en los Benn, Carossa e incluso Goebbels en Alemania) con todos los errores que ello comporta: impaciencia, impulsividad, verbalismo revolucionario y cierto desenfoque con la realidad. Debió de dedicar más tiempo a la elaboración teórica y a la reflexión. Si no hubiera empleado tanto tiempo entre 1930 y 1935 en luchas políticas que excedían sus medios y sus fuerzas, seguramente hubiera alumbrado antes su Discurso a las Juventudes de España, máximo nivel de teorización del fascismo español en la pre-guerra. Si hubiera dedicado más tiempo a meditar sobre la obra de Curzio Malaparte o hubiera estudiado con más detenimiento el proceso de los “catilinarios” italianos, alemanes, polacos y soviéticos, hubiera afinado más sus concepciones estratégicas.

No lo hizo, su impaciencia juvenil le traicionó. Quería implicarse en un combate heroico como el que en aquellos mismos momentos se estaba desarrollando en Alemania o en Francia y que había culminado en Italia y en la URSS con la victoria de los “catilinarios” de derechas e izquierdas. Quería vivir una aventura, vivir peligrosa e intensamente… Por eso fundó La Conquista del Estado.  Por eso fracasó en esta primera etapa.

La experiencia, por supuesto, le ayudó a comprender parte de los mecanismos de la acción política, tal como se comprobará en sucesivas experiencias que desarrollaría entre finales de 1931 y julio de 1936. Cuando aludamos a las tácticas, en la última parte de nuestro estudio, veremos que también en este terreno hubo en esta primera fase algunos errores cometidos por Ledesma, debidos a la juventud y falta de experiencia tanto propia como de sus huestes.


NOTAS

(1) Cfr. Juan Aparicio, op. cit.  Pág. 15-17.

(2) Cfr. Juan Aparicio, op. cit., pág. 30-31.

(3) Después de analizar los contenidos publicados en la revista G. Viadero escribe en sus conclusiones: “La idea del periódico es de Ramiro, él escribe su manifiesto fundacional, busca a un grupo de jóvenes que lo apoyen y acompañen en la aventura, marca la línea ideológica y responde por los artículos sin firma, por lo que La Conquista del Estado es la obra de un solo hombre”. La Conquista del Estado, G. Viadero Carral, Ed. Nueva República, pág. 95. La autora, sin embargo, tiende a infravalorar tanto el papel de GeCé como la inspiración de Curzio Malaparte, a pesar de que es evidente y perfectamente documentada la influencia del primero y hemos establecido en estas páginas el papel inspirador del segundo. Escribe Viadero: “Ernesto Giménez Caballero, la pluma más prestigiosa del periódico, no llega a implicarse nunca con el semanario, ya que, cuando surgen problemas con el gobierno, los abandona” (op. cit., pág. 95). La personalidad exuberante de GeCé hace que en toda su vida y su obra, haya sido la de un intelectual individualista que, simplemente, tanto durante la etapa de La Gaceta Literaria, como en los cinco primeros números de La Conquista, como cuando se comprometió fugazmente con Falange Española o luego en las elecciones de 1936 con el “Frente Nacional”, su vida y su obra fue un canto a la independencia total, no solamente de la política sino de cualquier doctrina. Fue fascista, por supuesto, a su manera y más que Mussolini, su maestro en fascismo fue, por cierto, Malaparte, intelectual como él, exuberante como él e individualista como él.

(4) En el número 2 de La Conquista del Estado, pág. 3, se publicó un resumen del manifiesto con el título de Nuestra dogmática:

“1 .° Todo el poder corresponde al Estado.

2.° Hay tan sólo libertades políticas en el Estado, no sobre el Estado ni frente al Estado.

3.° El mayor valor político que reside en el hombre es su capacidad de convivencia civil en el Estado.

4.° Es un imperativo de nuestra época la superación radical, teórica y práctica del marxismo.

5.° Frente a la sociedad y al Estado comunista oponemos los valores jerárquicos, la idea nacional y la eficacia económica.

6.° Afirmación de los valores hispánicos.

7.° Difusión imperial de nuestra cultura.

8.° Auténtica colaboración de Universidad Española. En la Universidad radican las supremacías ideológicas que constituyen el secreto último de la ciencia y de la técnica. Y también las vibraciones culturales más finas. Hemos de destacar por ello nuestro ideal en pro de la Universidad magna.

9.° Intensificación de la cultura de masas utilizando los medios más eficaces.

10.° Extirpación de los focos regionales que den a sus aspiraciones un sentido de autonomía política. Las grandes comarcas o confederaciones regionales, debidas a la iniciativa de los municipios, deben merecer, por el contrario, todas las atenciones. Fomentaremos la comarca vital y actualísima.

11.° Plena e integral autonomía de los municipios en las funciones propia y tradicionalmente de su competencia, que son las de índole económica y administrativa.

12.° Estructuración sindical de la economía. Política económica objetiva.

13.° Potenciación del trabajo.

14.º Expropiación de los terratenientes. Las tierras expropiadas se nacionalizarán y serán entregadas a los municipios y entidades sindicales de campesinos.

15.° Justicia social y disciplina social.

16.° Lucha contra el farisaico caciquismo de Ginebra. Afirmación de España como potencia internacional.

17.° Exclusiva actuación revolucionaria hasta lograr en España el triunfo del nuevo Estado. Método de acción directa sobre el viejo Estado y los viejos grupos político-sociales del viejo régimen”.

Se trata, como puede comprobarse, de un documento con un contenido muy radical, que incluye los elementos típicamente fascistas (Puntos 1 y 3), incluyendo incluso frases de Mussolini (“Todo el poder corresponde al Estado” que parafrasea aquella del Duce “Nada fuera del Estado, todo dentro del Estado”), exalta los valores patrióticos en sí mismos (Puntos 6, 7, 8, 10 y 16) y frente a cualquier forma de separatismo y demuestra una vocación social que remiten a la ecuación de Georges Valois: nacionalismo + socialismo = fascismo. Se perciben algunos rastros de futurismo (“intensificación de la cultura de masas”) y sindicalismo soreliano (Puntos 12-15). Dichos puntos constituían el resumen del manifiesto publicado en el primer número.

(5) Cfr. Lenin and Clauswitz, The militarization of the marxism, 1914-1921, Jacob W. Kipp, Military Affairs, reproducido en  link

(6) La relación de colaboradores la incluye Ledesma en la II parte de su ¿Fascismo en España? Titulado La publicación de La Conquista del Estado. Publicado por Ediciones de La Conquista del Estado, Madrid, 1.935. Hemos consultado la edición digital http://www.ramiroledesma.com/nrevolucion/ifascismo.html, págs. 20-22

(7) Cfr. Juan Aparicio, op cit., pág. 27

(8) Cfr. Idem, pág. 27-28.

(9) Cfr. El integralismo lusitano: monarquismo, crítica antidemocrática y pre-fascismo en Portugal, Victor Figueira Martins, Revista de Historia del Fascismo, nº XIV, págs. 114-149.

ENLACES DE LA SERIE:

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (1 de 8) – Objetivos y métodos del fascismo español

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (2 de 8) – Paralelismos entre Ledesma y la Técnica del Golpe de Estado

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (3 de 8) – Las cuatro etapas en la evolución estratética de Ledesma

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (4 de 8) – La etapa “nuclear”: La Conquista del Estado

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (5 de 8) – La etapa de construcción del partido: las JONS

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (6 de 8) – La etapa de unión del “fascismo español”. La fusión con Falange

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (7 de 8) – La pérdida de la iniciativa estratégica: de la ruptura del Falange al final de La Patria Libre

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA (8 de 8) – Las dudas finales: ¿construcción del partido o lucha armada?

LA CONCEPCIÓN ESTRATÉGICA DE RAMIRO LEDESMA – Conclusión