La impresionante
mole del Reichstag es un edificio de planta y estilo muy habitual en Europa
Central. Se había terminado de construir en 1894 en estilo neo–renacentista y
fue diseñado por el arquitecto Paul Wallot. Se construyó en el barrio de
Tiertergarden sobre el antiguo emplazamiento del palacio del conde Atanazy
Raczynski y en febrero de 1882 se aprobó el proyecto, iniciándose la
construcción dos años después con la colocación de la primera piedra. Un mal
augurio, presentimiento de futuras catástrofes, fue que el martillo utilizado
por el Kaiser para la ceremonia se rompió al asestar el golpe simbólico. La
construcción de la cúpula fue particularmente problemática, modificándose el
proyecto en varias ocasiones y terminando completamente diferente a cómo se
había proyectado con 75 metros en lugar de los 85 originales. El Kaiser, poco a
poco, fue albergando una creciente hostilidad hacia el edificio al que terminó
llamando Reichsaffenhaus,
literalmente “casa de monos del Imperio”. El hecho de que la cúpula fuera unos
metros más alta que la del Palacio Imperial parecía sugerir que el poder de
esta institución era mayor (1).
Desde finales
del siglo XIX, el edificio había albergado las distintas legislaturas y había
sido escenario de las más duras controversias entre conservadores y
socialdemócratas, antes pacifistas y belicistas y a partir de 1927 entre
diputados nacionalsocialistas y diputados comunistas. A pesar de haberse
disuelto las cámaras, el parlamento seguía siendo frecuentado por los diputados
de la anterior legislatura. Por la noche se cerraban las puertas y el edificio
quedaba desierto, sin vigilancia interior. Marinus Van der Lubbe aprovechó para
colarse por unos subterráneos situados en la parte trasera del inmueble,
recorrer tranquilamente las salas del edificio y generar varios focos de fuego,
tal como luego refirió en los interrogatorios. Este dato crucial es lo que ha
sido utilizado para tratar de demostrar que al haber varios focos, los
incendiarios debían haber sido varios, así pues, el comunista holandés no
habría actuado en solitario (2).
El 24 de febrero
había ocurrido un episodio que vale la pena señalar antes de seguir adelante en
la descripción del incendio. En efecto, ese día tuvo lugar un registro policial
por sorpresa en la sede central del KPD, en la llamada Karl–Liebknecht–Haus. La policía encontró almacenadas octavillas
llamando a la población a la rebelión armada (3).
Se suele decir que Göring, cuando dio la noticia a los medios de comunicación,
exageró notoriamente (lo que, probablemente es cierto), añadiendo que habían
aparecido listas negras de personas que debían ser fusiladas, edificios a
ocupar e incluso nombres de esposas y familiares de dirigentes políticos que
deberían ser asesinados. Parece que, en aquel momento, el KPD estaba dividido
entre la posibilidad de lanzarse a la insurrección o subordinar esta a los
resultados electorales. Si no se habían decidido hasta entonces era porque no
había una orden expresa de la Internacional y para valorar la situación se
encontraba en Berlín, Georgi Dimitrov comisionado por Moscú para evaluar la
situación. A esto hay que añadir que no hacía mucho, a principios de diciembre
de 1932 a Reichswehr había tenido que
movilizarse ante la posibilidad de una huelga general decretada por los
sindicatos (4).
A las 21:00
horas de la noche del 27 de febrero, un estudiante regresaba a su casa tras
haber pasado la tarde en la biblioteca preparando unos exámenes. Al pasar a la
altura del Reichstag, escuchó un ruido de cristales rotos y creyó ver a alguien
en el interior del edificio. Avisó a un policía de servicio en los alrededores
quien no encontró a nadie, sin embargo, a las 21:15 ese mismo policía descubrió
las primeras llamas y llamó a los bomberos (5).
Estos acudieron, pero solamente estuvieron en condiciones de desplegar
mangueras a presión a las 21:40 al no poder acceder los vehículos al edificio
por estar cerradas las cancelas exteriores de hierro forjado. Cuando penetraron
en el interior, las dotaciones de los 60 coches de bomberos no pudieron hacer
gran cosa: la cúpula estaba actuando a modo de chimenea y la sala de plenos con
el piso y los recubrimientos de las paredes de madera, ardían intensamente sin
que nada ni nadie pudiera ya apagar las llamas.
Se sabe
perfectamente cómo se enteró la cúpula del Reich de la noticia. Ernst “Putzi”
Hanfstaengl (6), un rico editor de arte alemán y de madre
norteamericana que había conocido a Hitler a poco de iniciar su carrera
política en Munich, vivía en esos momentos en una habitación en la residencia
oficial de Göring, con quien mantenía una estrechísima amistad. Esa noche,
precisamente, tenía que haber cenado con Hitler y con Goebbels en casa de éste,
pero a lo largo del día se había visto aquejado por un fuerte catarro y tenía
fiebre elevada, así que excusó su presencia y se fue pronto a la cama. A las
21:20 fue despertado por los gritos del mayordomo de la casa y por él supo que
el Reichstag estaba ardiendo. El propio Hanfstaengl vio las llamas desde su
ventana y llamó a Goebbels al que dio la noticia del incendio para que se la
transmitiera a Hitler. Goebbels no se lo tomó muy en serio y decidió investigar
antes de dar la noticia al Führer, sólo entonces, a esos de las 21:45 Hitler
fue informado cuando se encontraba con Goebbels así que ambos se dirigieron con
su escolta al edificio del Reichstag al que ya había llegado Göring dando las
primeras órdenes para abrir la investigación.
El hallazgo de
las octavillas en la Karl–Liebknecht–Haus,
el recuerdo reciente del llamamiento a la huelga general de diciembre de 1932 y
la memoria de las insurrecciones espartaquistas de principios de los años 20,
hicieron que las llamas del Reichstag fueran consideradas por los dirigentes
del “Gobierno de concentración nacional” como el signo de un nuevo intento
insurreccional del KPD. Esto explica el sesgo que tomaron los acontecimientos a
partir de ese momento.
Marinus
van der Lubbe: historia de un comunista
Cuando todavía las llamas del Reichstag distaban mucho de
haberse extinguido, había resultado detenido un individuo oscuro en unos
corredores situados en el subsuelo del edificio, Marinus van der Lubbe, “que
había confesado por iniciativa propia proclamando su protesta” (7). Es
importante este dato: no fue torturado, ni siquiera interrogado, simplemente,
una vez detenido, confesó la autoría e incluso añadió que el 25 de febrero,
había intentado incendiar otros dos edificios oficiales en Berlín, sin
conseguir que los fuegos prendieran. ¿Qué le movía? El deseo de “hacer algo
espectacular en solitario como un acto de rebeldía y de protesta contra el
gobierno de concentración nacional para galvanizar a la clase obrera en la
lucha contra la represión a la que se veía sometida” (8).
¿Quién era Marinus van der Lubbe? Se trataba, sin duda, de
un individuo marginal incluso dentro del Partido Comunista. Había nacido en
Leiden (Holanda) en 1909. La familia se desintegró pronto por el abandono del
padre del hogar y la muerte de la madre cuando él apenas tenía 12 años; se crió
en un orfanato y su vida no fue fácil. Sin embargo era un tipo corpulento de
1,80 m de estatura y 90 kilos, de aspecto macizo, inteligente y fuerte. Cesar
González Ruano pudo entrevistarlo brevemente cuando, acompañado por la policía
y el juez instructor, se desplazaron a los restos del Reichstag incendiado y lo
describe como “Grande y pesado. Ojos pequeños y rasgos, florecen, muy hundidos,
en una topografía fisonómica montañosa. Grandes pómulos salientes. La nariz
grande y aplastada. El pelo, cayendo sobre la frente abultada. Parece un
eslavo. Mejor aún, un campesino medio oriental, de esos que en las fotos de
propaganda soviética nos sirven a cada momento” (9). A los 14 años empezó a
trabajar e inmediatamente tuvo contacto con el Partido Comunista de los Países
Bajos en el que se integró en 1925. Sufrió dos accidentes de trabajo que
disminuyeron su visión haciéndose acreedor de una pensión cuya escasa cuantía
compensaba con trabajos esporádicos. Era un tipo polémico que pronto entró en
disidencia con el Partido que abandonó en 1929. En aquel tiempo, el ideal de
todos los comunistas del mundo era integrarse en la construcción del socialismo
en la URSS y Van del Lubbe intentó llegar a la meca del comunismo, pero no
consiguió dinero suficiente para el visado a Moscú. Utilizó su fortaleza física
para intentar ganar un premio de 5.000 florines cruzando a nado el Canal de la
Mancha, pero fracaso en el intento. En 1933 su vista empeoró y se quedó casi
ciego, sin embargo, su evolución ideológica le llevó a integrarse en la
tendencia de Anton Pannekoek, el llamado “comunismo de los consejos”.
Pannekoek era un raro espécimen generado por el marxismo
holandés. Había empezado su militancia en la socialdemocracia y en posiciones
próximas a Rosa Luxemburg, luego formó parte de la izquierda comunista
holandesa y rompió con el bolchevismo soviético. Junto a Paul Mattich formó el
Grupo de los Comunistas Internacionales de Holanda que consideraba al régimen
de la URSS como una forma deformada de socialismo, un “capitalismo de Estado” (10).
Van der Lubbe, tras abandonar el Partido Comunista se adhirió a esta corriente
y como militante internacionalista acudió a Alemania cuando se formó el
“gobierno de concentración nacional”. Así pues, la acción fue la de un
iluminado. Pannekoek, en ningún momento recomendó el terrorismo a los
integrantes de su corriente (aunque frecuentemente, en los medios de
extrema–izquierda, todos los terroristas hasta los años 70 lo hubieran leído).
Lo que indujo a Van der Lubbe a entrar en Alemania fue
precisamente el nombramiento de Hitler como canciller: estaba convencido de que
las masas obreras alemanas declararían la huelga general revolucionaria y lo
desalojarían del poder. Había leído mucho, da la sensación de que mucho más de
lo que podía asimilar. Era austero en las costumbres: abstemio, no fumaba, sin
vicios conocidos, pero con una obsesión social: la de que se aproximaba un
mundo nuevo y que era necesario “ayudarle a nacer”. Vagabundeando, había
recorrido a pie Checoslovaquia, Polonia y Hungría. Vendía tarjetas postales de
pueblo en pueblo y entre ellas distribuía propaganda comunista. Pero se sintió
decepcionado por lo que vio: muchos antiguos comunistas se habían integrado en
las Secciones de Asalto y otros se estaban afiliando apresuradamente. Los
socialdemócratas parecían resignados y en cuando al KPD, dudaba de la actitud a
tomar como su hubiera aprendido la lección de los fracasos de las acciones insurreccionales
en la primera mitad de los años 20.
Todas estas decepciones le indujeron a crear él mismo una
situación que obligara al proletariado alemán a reaccionar. Contrariamente a lo
que se tiene tendencia a pensar y a lo que han sugerido los miembros de la
izquierda a la vista de las fotografías del juicio y de la detención de Van der
Lubbe, en las que se ve con aspecto desaliñado, la cabeza caída casi en ángulo
recto sobre el pecho, no era ni un deficiente mental, ni alguien manipulable,
ni siquiera un loco, simplemente alguien que había asumido la tarea mesiánica
de despertar a la clase obrera. Nuevamente recurrimos al testimonio de
González–Ruano: “Los interrogatorios suelen ser largos y, según me dicen ahora,
el holandés se comporta en ellos nada menos que como un polemista. Contra lo
que creíamos al principio, Van der Lubbe no es un imbécil. Ni mucho menos” (11).
El día 25 de febrero había intentado incendiar el Palacio
Imperial y luego una oficina de desempleo, fracasando en ambos. A poco de
iniciarse el incendio, cuando la policía rodeó el edificio y penetró en él: “…
detuvieron a un muchacho semidesnudo, un holandés llamado Marinus van der
Lubbe. Lo llevaron a la comisaría más próxima. Interrogado hasta la madrugada
del día siguiente, dio una explicación completa de lo que había hecho. Los
motivos no quedaron claros. Por lo visto, intervino algún tipo de vago
resentimiento y la creencia de que el incendio del edificio serviría como “faro
de la insurrección”. El detenido impresionó a los interrogadores por su
claridad e inteligencia. Describió dónde había comprado el petróleo y las
mechas y cómo se había quitado la mayor parte de la ropa a fin de empaparla en
petróleo (12), repartir las prendas por los distintos lugares y pegarles
fuego. La policía comprobó los detalles de la declaración, verificó que eran
ciertos. Los expertos de los bomberos corroboraron que técnicamente el
resultado era posible, teniendo en cuenta la distribución del edificio y la
presencia de la cúpula central, que había funcionado a manera de chimenea.
Esto, en combinación con el linimento habitualmente utilizado para limpiar el
entarimado, favoreció la propagación del fuego. En realidad, la elección del
lugar era ideas. Se admitió la versión de que Van der Lubbe en el sentido de
que había actuado solo, sin intervención alguna por parte del partido comunista
(13).
Lo habían detenido en una especie de corredor subterráneo en
donde parecía haberse perdido a causa de su visión gravemente disminuida, en la
parte posterior del Reichstag. Los primeros interrogadores se llevaron la
impresión de que el incendio era obra de un extremista descolgado de cualquier
organización, las críticas que Van der Lubbe realizada a los “revisionistas”
del KPD les convencieron de ello, así como la inexistencia de una organización
“consejista y pannekoekista” en Alemania. Y esa fue la impresión con la que
Rudolf Diels (14) comunicó los datos que tenía al Führer ante las mismas
llamas del Reichstag.
Cuando en el curso de la reconstrucción del incendio, Van
der Lubbe fue trasladado a las cenizas del Reichstag, González–Ruano consiguió
hacerle algunas valiosas preguntas:
– En realidad, ¿qué fin perseguía usted? ¿Qué consecuencias
podía tener el incendio del Reichstag?
Me mira con sus ojos oblicuos y profundos y contesta como un
médium, en su alemán difícil y recargado:
– El mundo nuevo va a llegar… Pero menos de prisa que
debiera… Necesitamos ayudarle.
– ¿Quiénes, los comunistas?
– Los vagabundos. Los que vemos llegar el mundo nuevo.
Otra pregunta de pega que no me da resultado. Marinus se
escurre siempre.
– Ver der Lubbe, usted, sin querer, ha hecho un gran daño a
su partido.
– Estas cosas no pueden comprenderlas ni los socialistas ni
los comunistas.
– ¿Es usted anarquista, entonces?
Pero Marinus Van der Lubbe es un maestro de la evasión
dialéctica:
– Hay que empujar al mundo viejo.
– ¿Y por qué empujar el mundo desde Alemania?
Marinus deja caer sus palabras:
– Der hertz von Europa
ist! (Es el corazón de Europa)
Su voz es muy dulce y muy lejana. Hay momentos en que parece
que detrás de este hombre taciturno y pesado, con aire bárbaro, misterioso y
profundo, habla una mujer espectral (15)
mientras él mueve simplemente los labios.
– ¿Ha pensado usted en cuál será su suerte?
Se encoje de hombros. Su postura no es nueva. Pertenece al
tipo de anarquista iluminado que tiene siempre una gran indiferencia pro cuanto
pueda ocurrirle. Lo que importa es lo que él ha hecho, no lo que puedan hacer
con él. Probablemente da a su acción unas proporciones desmedidas. Está
encariñado con “su obra”. Tomás de Quincey hubiera podido hacer una buena
crónica sobre este tipo: Marinus, artista incendiario. Sin embargo, su papel
baja un poco al revelar cierto optimismo:
– Unos años de cárcel… vendrá una guerra y saldré otra vez
por los caminos.
– ¿Se arrepiente siquiera un poco?
– La cúpula… no salió bien del todo… Debió derrumbarse… Una
cúpula es un símbolo (16).
Tras ser detenido, la policía alemana pensó que su pasaporte
y su identidad eran falsos. Así que intentó confirmar los datos que había dado
con la municipalidad de su ciudad natal. A los pocos días llegó a Berlín la
respuesta de las autoridades de Leiden: efectivamente, Marinus Van der Lubbe
era ciudadano holandés provisto de pasaporte número 31.896. La única
discrepancia era que su apellido no se escribía “Lübbe” con diéresis, tal como
habían enviado las autoridades alemanas, sino Lubbe…
NOTAS
(1) Una completa historia del Reichstag en castellano puede encontrarse on line en http://es.wikipedia.org/wiki/Edificio_del_Reichstag, con reservas en la parte relativa al incendio.
(2) El juez Wogt que llevó la instrucción del caso no terminó de creer que Van der Lubbe hubiera actuado en solitario. González–Ruano explica que al reconstruir el incendio en el escenario mismo del Reichstag que: “El juez Wogt está tan persuadido de que [Van der Lubbe] miente que apenas le hace caso. En todo momento, Vander Lubbe insiste en que el incendio lo ha realizado sin cómplices. Decididamente. Wogt no cree una palabra. Se dirige a nosotros –un periodista alemán y yo– y dice: –Es imposible que este hombre solo hiciera lo que ha hecho. Si todas las cosas estuvieran tan claras… (Cfr. González–Ruano, op. cit., pág. 287).
(3) I. Kershaw, op. cit., pág. 451.
(4) Lo que ocasionó, precisamente, la caída del gobierno presidido por Von Papen.
(5) Cfr. Lo que oculta la historia, Ed Rayner y Ron Stapley, Editorial Swing, Barcelona, 2008, págs. 99–100.
(6) “Putzi” (apodado así por ser
extremadamente alto y desgarbado) no ingresaría en el NSDAP hasta 1931, pero ya
desde la primera ocasión en la que vio a Hitler hablar en Munich en 1922, fue
consciente de su potencial político: “Lo que Hitler fue capaz de hacer a una
multitud en dos horas y media no se repetirá nunca en 10.000 años”, escribió.
Se presentó a Hitler después del discurso y así comenzó una estrecha amistad
hasta el punto de que cuando fracasó el golpe de Munich, Hitler buscó refugio
en la casa de “Putzi”, en Uffing, a 57 km de Munich, e incluso una versión
cuenta que Helene, su esposa, impidió que Hitler se suicidara cuando la policía
llegó a detenerlo. “Putzi” presentó a Hitler a la alta sociedad de Munich y
financió la publicación del Mein Kampf
y del Völkischer Beobachter. Hitler
fue padrino de Egon, hijo de Hanfstaengl. Al llegar al poder, “Putzi”, nombrado
jefe de la oficina de Prensa Extranjera, tuvo varios conflictos de competencias
con Goebbels y perdió influencia. En 1936 se divorció y Unity Midford, amiga de
la pareja y de Hitler, le expuso a éste sus dudas sobre las verdaderas
convicciones de Hanfstaengl. De esa época datan las primeras sospechas de que
trabajara para la inteligencia norteamericana. Al parecer –es Albert Speer
quien lo cuenta en sus memorias escritas posteriormente a su liberación de la
cárcel de Spandau en 1965, Albert
Speer, Inside the Third Reich, Sphere
Books, 1971, Capítulo 9, págs. 188-9– Hanfstaengl, durante
un vuelo, recibió un sobre con órdenes del Führer en la que se le conminaba a
saltar en paracaídas sobre territorio español con poderes para negociar. Se
trataba de una broma hundida por alguien –todo apunta al fino humor de Goebbels
como autor de la iniciativa– porque el avión, a pesar de las localizaciones que
el piloto le estaba dando y que indicaban que estaba sobre España, no había
salido de territorio alemán. Con la excusa de un aterrizaje de emergencia, el
avión se posó en Leipzig. “Putzi” entendió el mensaje y poco después se refugió
en Suiza. Luego se trasladó a Inglaterra y a partir de 1942 trabajó con el OSS
norteamericano aportando datos personales sobre Hitler y concretamente un
dossier de 62 páginas en el que se describía detalladamente su personalidad,
gustos y reacciones. Aparte de estos servicios para la inteligencia
norteamericana, “Putzi” es autor de Hitler: The
Missing Years, Arcade Publishing, Nueva York, 1994. La biografía más
completa actualmente accesible sobre Ernst Hanfstaengl es la escrita por Peter
Conradi, Hitler's
Piano Player: The Rise and Fall of Ernst Hanfstaengl,
Confidant of Hitler, Carol and Graf
Publishers, Nueva York, 2004.
(7) Ningún historiador “serio” y
reconocido ha dudado nunca de que la autoría del incendio correspondió a
Marinus van der Lubbe, el texto que hemos citado pertenece a I. Kershaw, op. cit., pág. 451. Mas adelante veremos
de dónde surgió la leyenda de que el Reichstag había sido incendiado por los
nazis y quién hizo correr el rumor.
(8) I. Kershaw, op. cit., pág. 450.
(9) Memorias: mi medio siglo se confiesa a medias, César González–Ruano, Editorial
Renacimiento, Madrid 2004, Pág. 287.
(10) Hay
otra vertiente del trabajo de Pannekoek no menos importante. Como científico
estudió la distribución de las estrellas en la Vía Láctea y la estructura de
las galaxias, la naturaleza y la evolución de las estrellas. Se le considera el
fundador de la astrofísica en Holanda. Realizó viajes y expediciones para
observar eclipses solares y escribió un libro sobre la historia de la
astronomía. Uno de los cráteres de la Luna lleva su nombre así como el
asteroide 2378 Pannekoek. Recibió varios galardones internacionales y fue mucho
más conocido y respetado por su tarea científica que por sus escritos políticos
que, sin embargo, influyeron especialmente en los movimientos contestatarios y
revolucionarios de los años 60. En España, el Movimiento Ibérico de Liberación
al que perteneció Salvador Puig Antich la última persona ejecutada a garrote
vil, estaba en buena medida influido por los escritos de Pannekoek.
(11) Cfr. González–Ruano, op. cit., pág. 287.
(12) En realidad Van der Lubbe utilizó un
producto inflamatorio, el Kohlenanzüd, que se vendía en todas las droguerías al
precio de veinticinco pfnnige. Se
sirvió de manteles y servilletas que encontró en un armario para provocar los
distintos focos del incendio y cuando las agotó, utilizó su propia ropa.
(13) En rescate de la historia, Ed Rayner y Ron Stapley, Robinbook, Barcelona, 2007, Pág. 105.
(14) Diels
era en aquel momento jefe de la Gestapo en Berlín, abogado de carrera y OberFührer de las SS, no era, sin
embargo, un hombre afecto a Heinrich Himmler sino a Hermann Göring. Voluntario
en la Primera Guerra Mundial, a partir de 1930 fue uno de los protegidos de
Göring en la administración prusiana. Actuó como fiscal en el juicio por el
incendio del Reichstag. Posteriormente, cuando la lucha entre Himmler y Göring
por el control de la policía se saldó a favor del primero, Diels fue despedido
personalmente por el jefe de las SS. Fue detenido, pero no juzgado ni
condenado, por el atentado contra Hitler el 20 de julio de 1944 y pasó en la
cárcel hasta el final de la guerra. Fallecería en 1957 víctima de un accidente
de caza.
(15) Se ha dicho que Van der Lubbe era
homosexual: “El presunto incendiario, Marinus van der Lubbe, además de sus
simpatías por los comunistas, fue acusado de homosexual. La prensa insistía en
su homosexualidad: “Van der Lubbe es esencialmente un homosexual, muchos
testimonios lo confirman, sus maneras son afeminadas, su reserva y timidez en
presencia de mujeres, su gusto por las amistades masculinas es notorio” (Diccionario
AKAL de la Homofobia, Louis–George Tin, Ediciones AKAL, Madrid, 2012, Pág.
144). Lamentablemente no se cita la fuente del párrafo entrecomillado y así
mismo ocurre en todas las demás fuentes que citan la supuesta o real
homosexualidad de Marinus Van der Lubbe (sobre la que volveremos a insistir más
adelante). Otro tanto ocurre con su condición de judío que se ha repetido en
algunas ocasiones pero que no aparece documentada ni durante su detención ni
durante el juicio que siguió. La referencia de González–Ruano, sin embargo,
iría en esa dirección al recordar su “voz dulce” que le evoca a una “mujer
espectral”…
(16) González–Ruano, op. cit., pág. 288–289.
ENLACES:
Arde el Reichstag 1 – Del
30.01.33 al 5.03.33, semanas decisivas
Arde
el Reichstag 2 – Llamas en el Reichstag
Arde
el Reichstag 3 – La conspiración indemostrable
Arde
el Reichstag 4 – Las elecciones de marzo de 1933
Arde
el Reichstag 5 – Las modificaciones constitucionales
Arde
el Reichstag 6 – El juicio, absoluciones y condenas
Arde
el Reichstag 7 – Moscú miente y la mentir se institucionaliza
Arde
el Reichstag 8 – Conclusión