INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

jueves, 28 de diciembre de 2023

LAS DIEZ CONTRADICCIONES INSUPERABLES POR LAS QUE COLGARÁN POR LOS PIES A PEDRO SANCHEZ SUS PROPIOS SOCIOS (3 de 3)

 

8. Contradicción entre las aspiraciones del electorado socialista y la realidad del pedrosanchismo

¿A qué aspira el electorado socialista tradicional? Respuesta: a que sus siglas triunfen sobre la derecha y, sobre todo, que no se tenga que avergonzar de lo que ha votado. El 30% de los votantes socialistas se avergonzaban a mediados de diciembre de lo que habían votado en junio. Podían esperar un gobierno de coalición con la izquierda (Sumar), pero nunca antes hubieran podido esperar que fuera la no-España la que abriera a Sánchez las puertas del gobierno de la nación. Cuando hablamos de “electorado socialista”, nos referimos al “tradicional”, esto es, a aquellos electores que llevan décadas votando los mismos colores y que considerarían un desdoro votar a cualquier otro. Ese electorado es, fundamentalmente, perteneciente a la “tercera edad”. Va menguando por causas biológica en cada elección. Fueron los que votaron a Felipe González en 1977 y siguieron haciéndolo a sus sucesores, eso sí, cada vez más descontentos. Los “viejos socialistas” tenían ya muy poco que ver con ZP, pero nada absolutamente con Pedro Sánchez y las monsergas de sus ministras.

Durante la anterior legislatura, esos electores achacaron todas las incongruencias del gobierno a las ministrillas y ministrillos de Podemos, no a errores de Sánchez. Pero ahora no hay error posible: si Sánchez ha elegido gobernar con los votos de la no-España es porque él lo ha buscado. No es raro que sus electores tradicionales se hayan visto decepcionados. Llevan de decepción en decepción desde 2003 cuando ZP accedió al poder gracias a las bombas del 11-M. Entonces se alegraron, pero unos años más tarde, cuando, desde La Moncloa se empezó a ver en qué consistía el “buenismo”, loa perplejidad de estos electores fue en aumento. Eran de los que consideraban que estaba bien no levantarse ante la bandera USA y retirar las tropas de Irak… pero, por lo mismo, no entendieron por qué había que enviar más tropas a Afganistán. Y luego, cuando estalló la crisis de 2007-2011, no entendieron como ZP en lugar de salvar puestos de trabajo, se limitó a salvar a los constructores y, sobre todo, a la banca.


Estos electores han ido de decepción en decepción con Sánchez: ya fruncieron el ceño cuando pactó con Podemos, intuían que aquel grupo de “loquitas” les iba a traer más problemas que beneficios, como, de hecho, así fue. Tampoco les hizo mucha gracia que Yolanda Díaz promoviera Sumar. Les hubiera sido más grato, pactar con el PCE, una de las muchas siglas que se ocultan bajo ese rótulo. Hoy, sospechan que Sumar es la misma olla de grillos que fue Podemos en sus mejores momentos y, de momento, con la legislatura todavía en pañales, los cinco diputados de Podemos no han tardado ni un mes en escindirse en nombre de la “unidad de la izquierda”. Pero lo peor fue la política de pacto con los independentistas catalanes, vascos, gallegos, incluso con Coalición Canaria.

Y es que la izquierda, la de toda la vida, siempre ha sido jacobina. No ha sido en absoluto amante del nacionalismo regional que, a fin de cuentas, era un subproducto de las burguesías regionales que explotaban a los trabajadores. Han podido aceptar el “Estado de las Autonomías” como garante de las libertades regionales dentro de la unidad del Estado, pero nada más. Y si bien es cierto que los cuadros socialistas han visto en las autonomías una especie de “oficina de empleo” para sus militantes de segunda y tercera fila, también es cierto que una cosa son los afiliados al partido (que buscan, sobre todo, su beneficio personal a cambio del pago de una cuota) y otras muy distinta los electores que votan regularmente a la sigla “PSOE” y que ven las cosas de una manera muy diferente.

Es más que posible que un tercio de los electores socialistas decidan -especialmente en Cataluña- no volver a votar en su vida a esa sigla. Cuando han vivido decepción tras decepción siempre hay un momento en el que se produce la ruptura: y, entonces, el amor profesado a la sigla, se convierte en odio eterno. Hoy, el socialismo ha llegado a ese punto.  

9. Contradicciones entre el paquete LGTBIQ+ y las obsesiones de género y el sentir de la sociedad española

Todos tenemos algún amigo gay dentro o fuera del armario. Es un buen tipo y eso nos da pie para que su vida sexual no nos importe. Ha decidido un camino y allá él y sus amores. Pero otra cosa es el “misionero” LGTBIQ+, que quiere que cualquier excentricidad sexual sea computada por la sociedad como algo de lo más normal, que tengamos que soportar su espíritu misional, que nuestros hijos tengan que soportar en la escuela adoctrinamiento obsesivo. Y, no solo eso, sino que cuanto más excéntrica sea su modalidad sexual, más debe estar presente en todas partes y mayores esfuerzos hay que poner en preservar sus “libertades”. Lo malo del mundo gay es cuando cree que se lo merece todo y que cualquier limitación a “sus libertades” es una mancha para la democracia. Y una cosa es ser gay y otra muy distinta convertirse en misionero, desmadrarse “el día del orgullo gay” y que los ayuntamientos subvenciones sus manifestaciones y hagan la vista gorda a exhibiciones que pueden ser consideradas como “escándalo público”. Ver a una comitiva gay en pelotas es algo que puede causar hilaridad a algunos, curiosidad a otros, repulsión a muchos, pero que puede resultar traumático para un menor. Y si a alguien no se le permite ir en bolas un día de cada día, no se ve en función de qué derechos puede aceptarse que desfile subsidiado en una manifestación que reúne a aquellos que, a falta de sentirse orgullosos de algo meritorio, lo están de su sexualidad.

Cuando ya descendemos a grupos “de género”, más problemáticos y menos habituales (transexuales, travestidos, queers y demás), emprendemos algo parecido al “descenso del Mekong” de la película “Apocalypse Now”. Hay un momento en el que estamos zambullidos en plena locura. España, con Pedro Sánchez ha llegado hasta ese punto. En efecto, el hecho de que un menor que todavía no puede votar, puede, por sí mismo, “decidir” sobre una operación de cambio de sexo y que esta sea a cargo de la Seguridad Social, al igual que toda la provisión de fármacos que deberá tomar hasta que muera para mantener una ficción de que ha “cambiado” de sexo (cuando su ADN seguirá siendo el mismo toda su vida: de hombre o de mujer, con el que ha nacido), es solamente una muestra de la locura a la que han llegado las vanguardias del movimiento LGTBIQ+.

Y esto en un momento en el que cada vez menos fármacos están subvencionados, cuando para cualquier operación -incluso de urgencia- hay que esperar semanas y/o meses y cuando el sistema sanitario está cada vez más sobrecargado por millones de inmigrantes que han llegado a España en condiciones de salud precarias o que mantienen hábitos insanos de vida. El cálculo del pedrosanchismo es: “existen gays, lesbianas y transexuales, y en torno a cada uno de ellos existen amigos, vecinos, familiares, que los quieren y aprecian, por tanto, a pesar de que algunos de estos grupos sean ínfimas minorías, globalmente suponen un porcentaje que puede hacer ganar algunos diputados”. Es el razonamiento perverso que el PSOE utilizada desde los tiempos de Felipe González cuando la mayoría absoluto que obtuvo en 1983 se sustentaba en buena medida en la “despenalización del consumo de drogas” (que generó, inmediatamente, en los años sucesivos una epidemia de heroinómanos y facilitó la extensión del VIH).

Desde este punto de vista, vale la pena apoyar al feminismo de “cuarta generación”, a gays, lesbianas en cualquier capricho y exigencia que tengan, y no digamos a transexuales, queers, y cualquier otra variante que puede añadirse. Y eso es lo que hacen como si no hubiera otros problemas mucho más acuciantes, que afectan a grupos sociales mucho más amplios y más necesitados… Y este es el problema: que la mayoría de la sociedad española, está dispuesta a ser tolerante con todo este batiburrillo de siglas, pero lo que no están dispuestos a sacrificar sus propios derechos para capricho momentáneo de algunos que hubieran salido mejor parados con entrar en una consulta de psicología en lugar de una y otra vez en un quirófano con obligación de hormonarse durante toda su vida y todo para parecerse -más o menos- a un hombre o a una mujer.

El pedrosanchismo está preso por esta minoría que ha carcomido incluso sus propias filas. Y que, como todas las minorías que saben que son imprescindibles para que alguien puede seguir gobernando, siempre “quieren más”. El PSOE ya no puede dar marcha atrás en la vía que ha asumido: el “todo por la patria” de algunos se ha convertido en el “todo por lo LGTBIQ+”. Lo que pidan, lo que exijan: todo, absolutamente todo, deberá pagarse, incluso las operaciones de cirugía estética de este grupo. Y la sociedad española está en otra perspectiva y no está dispuesta a seguir financiando con sus impuestos, caprichos de cambio de sexo, ni chiringuitos subsidiados de este colectivo. Y menos aún en momentos de precariedad económica.

Lo que los miembros del colectivo LGTBIQ+ quieren es algo que el gobierno no podrá seguir dando hasta el punto que ellos desean. Hay un punto en el que el PSOE deberá elegir entre seguir cediendo a las exigencias LGTBIQ+ o asumir que buena parte de su propio electorado considera que ya se ha llegado demasiado lejos en este terreno y aceptar, incluso, que uno de los factores de pérdida del voto tradicional socialista y de reforzamiento del voto conservador, es el apoyo prestado a este grupo minoritario.

10. Contradicción entre la “visión” del pedrosanchismo y la triste realidad

Lo peor que puede hacer un político es creerse sus propias mentiras. Esto ya pasó con ZP, con la diferencia de que, más que mentir, se había refugiado en los “mundos de bambi”, idealizados buenistas e ingenuos. Zapatero nunca entendió porque la “economía iba bien” (cuando iba bien), ni por qué empezó a ir mal. Ignoraba por completo que el PIB mide el volumen del movimiento económico y, por tanto, que si anualmente la población española crecía un millón de personas (gracias a la inmigración) y se trata de un grupo social subvencionado, estará claro que en cuatro años se habrá producido un aumento de población del 10% y, por tanto, un aumento similar de movimiento económico medido por el PIB (porque esa población comerá, consumirá y vivirá, incluso algunos, trabajarán). Pero no será un aumento de la “riqueza”, ni de la “productividad”. Con Rajoy, España regresó al realismo: había que apretarse el cinturón y superar la crisis como fuera. Y Rajoy consiguió capear el temporal a costa de aumentar el endeudamiento público, pero cuando fue derrotado por una moción de censura, la situación económica, aunque mucho mejor que en el momento en el que se hizo cargo del poder, seguía lastrada por la deuda y por los intereses.

Con Pedro Sánchez las cosas fueron sensiblemente diferentes: en tanto que licenciado en economía, Sánchez conoce muy bien la situación del país y para embellecerla se aferra a unas cuantas cifras macroeconómicas interpretadas a su criterio torticeramente: selecciona la que da la sensación de prosperidad e ignora todas las demás que indican regresión, pobreza y precarización. Pero sabe muy bien que la situación es inviable a medio plazo. Piensa que todo estallará en la cabeza de alguno de sus sucesores, no en la suya. Y eso le tiene absolutamente sin cuidado: siempre tendrá la ocasión de echarle las culpas al malhadado sucesor, sea quien sea, o a “la coyuntura”.

Eso es perfectamente acorde con la deformación psíquica de Sánchez. La situación del país es catastrófica y ha ido empeorando desde 2019 cuando se hizo cargo del poder. Y no solo a nivel económico y moral. En todos los rubros de la vida social, el país ha entrado en barrena: con la educación quebrada en todos sus niveles y con una crisis que ha terminado por llegar incluso al sector universitario, con el orden público desintegrado y la delincuencia campando a sus anchas, con una inmigración masiva cada vez más descontrolada y con España convertida en el “coladero de Europa”, con una sociedad que ha dejado de producir nacimientos y que en apenas 20 años verá un vuelco étnico sin precedentes en la historia de Europa, con una inseguridad jurídica que inhibe inversiones y sin un modelo económico que suponga una orientación para inversores, con un mercado laboral esclerotizado, un aumento de la vivienda, procesos de gentrificación en las grandes ciudades, ruina y abandono del campo gracias a las políticas suicidas de la UE (ante las que el gobierno español, que podía vetarlas, permanece mudo), sin defensa nacional, con una crisis institucional y una constitución avejentada, sin posibilidades de practicar políticas de austeridad adelgazando el volumen del Estado y eliminando niveles burocrático-administrativos, con una sociedad que ha renunciado a valores, a su propia identidad, a sus propias tradiciones, etc, etc, etc… va a resultar milagrosos que España sobreviva y si lo hace será como país irrelevante dentro de una Unión Europea no menos irrelevante y sin futuro.

Pero Pedro Sánchez se niega a ver esta realidad: proclama, como antes hizo ZP, que el país “avanza como una moto”, que no hay sombras en el horizonte, que quien ve alguna posibilidad de perturbación es un “extremista fascista” y que su forma de hacer las cosas es la mejor posible… y, sin duda lo es, para llevar a un país a la ruina. Esta es quizás la mayor contradicción de la que hace gala su gobierno Frankenstein 2.0: presentar una situación insostenible como el mejor de los mundos y cuando no existen posibilidades razonables de recuperación de la normalidad (salvo por la vía de reformas radicales de carácter económico, social o constitucional, imposibles de realizar con las actuales simetrías parlamentarias). Cualquiera de las diez contradicciones que hemos señalado es, en sí misma y con independencia de las otras nueve, insuperable y bastaría para hacer caer el gobierno. Ahora sabemos que unas tienen fecha de caducidad y que otras, antes o después, se manifestarán inevitablemente. Y es por eso que resulta imposible pensar que Sánchez va a soportar el peso de las circunstancias durante los tres años y medio que quedan de legislatura.

Sánchez, aunque no lo quiera reconocer, es un cadáver político: lo es desde las elecciones autonómicas y municipales de 2023, logró salvarse en la medida en que tuvo la sangre fría y la irresponsabilidad de pactar con todos y entregarles lo que no era suyo: parcelas de soberanía nacional, flagrantes ilegalidades, concesiones que no estaban en manos del poder ejecutivo. Cada uno de sus aliados circunstanciales olió el miedo de Sánchez a perder el poder y elevó el listón de sus exigencias. Y Sánchez no tuvo el más mínimo reparo en conceder aquello que no le pertenecía. El resultado va a suponer una catástrofe más para España. Quizás lo único bueno que salga de todo esto es que, con su política insensata, la sigla “PSOE” habrá quedado quemada para siempre.


LAS DIEZ CONTRADICCIONES INSUPERABLES POR LAS QUE COLGARÁN POR LOS PIES A PEDRO SANCHEZ SUS PROPIOS SOCIOS (1 de 3)

LAS DIEZ CONTRADICCIONES INSUPERABLES POR LAS QUE COLGARÁN POR LOS PIES A PEDRO SANCHEZ SUS PROPIOS SOCIOS (2 de 3)

LAS DIEZ CONTRADICCIONES INSUPERABLES POR LAS QUE COLGARÁN POR LOS PIES A PEDRO SANCHEZ SUS PROPIOS SOCIOS (3 de 3)








miércoles, 27 de diciembre de 2023

LAS DIEZ CONTRADICCIONES INSUPERABLES POR LAS QUE COLGARÁN POR LOS PIES A PEDRO SANCHEZ SUS PROPIOS SOCIOS (2 de 3)

3. Contradicción entre Sánchez y las federaciones regionales del PSOE

Los intereses del PSOE en Castilla-La Mancha, no son las mismas que las de Pedro Sánchez, pero otro tanto puede decirse de los intereses del PSC catalán o del PSE vasco. Y no digamos de las federaciones andaluzas o extremeñas, incluso de la valenciana o de la aragonesa. En efecto, todas estas federaciones están hoy perplejas por el nivel de concesiones realizadas por Sánchez a los independentistas catalanes. No es solamente el hecho de que se haya amnistiado a Puigdemont y a 4.000 independentistas radicales, la mayoría de los cuales estaban procesados por delitos tan poco éticos como malversación de fondos o lanzamiento de objetos contundentes, levantamiento de barricadas o incendios… lo que más puede pesar en la mentalidad de estos socialistas es la condonación de una parte de la deuda pública para Cataluña, el hecho de que el representante de la Generalitat no haya asistido a la “cumbre” de financiación autonómica en la que estaban presentes todos los demás representantes regionales, indica que Sánchez ya ha negociado con la Generalitat y oculta al resto de autonomías las conclusiones a las que ha llegado: así pues, hoy, la financiación autonómica es de “geometría variable”, Cataluña ha pactado una, el País Vasco tiene otra, y el resto están a la expectativa de lo que puedan obtener y, sobre todo, de no quedarse atrás. Esto genera una contradicción insuperable entre los intereses del pedrosanchismo y los de las federaciones regionales.

A Sánchez -como buen psicópata, solamente le interesa él y lo que le beneficie a él, todo lo demás le resulta secundario o irrelevante- el futuro del PSC -que indudablemente resultará salpicado por las concesiones al independentismo y al que le será muy difícil recuperar una línea política que sea creíble para los electores catalanes- le tiene sin cuidado; el futuro de cualquier federación regional le queda muy lejos a Sánchez, está dispuesto a pactar con los rivales de esas federaciones para mantenerse en el poder, olvidando, que el futuro de la sigla “PSOE” depende precisamente de la potencia de esas federaciones. Olvida que con una Andalucía que ya ha perdido sin esperanzas de recuperar a corto plazo y de Cataluña en que el PSC iniciará una inevitable decadencia y una absoluta pérdida de credibilidad, el PSOE nunca podrá aspirar a mayoría absolutas y deberá de buscar pactos cada vez más abracadabrantes.

La cobardía y, en muchos casos, lo obtuso, de la mayoría de dirigentes regionales del PSOE impiden que, en el Comité Federal, alguien levante la voz contra Sánchez. A fin de cuentas, las “puertas giratorias” hacen que los dirigentes regionales que han perdido sus cargos tras las últimas elecciones autonómicas, sean recompensados con puestos elegibles en las próximas elecciones europeas, como lo han sido en las generales, o bien con altos cargos en la administración. Desde Alfonso Guerra se sabe que, en el PSOE “el que se mueve no sale en la foto”. Pero el problema está servido a plazo fijo, cuando la política de pactos de Sánchez sea percibida como impracticable y cuando las elecciones europeas muestren en desgaste de la sigla socialista. Y todo ello ocurrirá en el año 2024.

Es posible, incluso, que la sigla PSOE se vaya desmigajando y que alguna federación regional se escinda al intentar salvar lo salvable en su comunidad ante el hundimiento del PSOE “federal”. Además, otro elemento que no puede olvidarse es que además de las contradicciones insuperables entre Sánchez y las federaciones regionales socialistas, también existen distintos puntos de vista entre federaciones regionales. Está claro que estas últimas contradicciones se han ido tratando con paños calientes gracias al control del poder, pero ¿hasta cuándo? ¿Cuánto tiempo tardarán en estallar conflictos entre la federación socialista de Aragón y el PSC o entre el PSPV y el PSC o entre la federación extremeña y la catalana…?

El problema del PSOE es que el pedrosanchismo ha situado al partido al borde del estallido; cuando se produzca la debacle del pedrosanchismo es fácil que arrastre consigo a la sigla socialista. El PSOE ha pasado por diversas crisis en los últimos 45 años: la crisis del felipismo y su ruptura con el socialismo marxista, la crisis del zapaterismo y su ruptura con la socialdemocracia en aras del “buenismo”, finalmente, la crisis del pedrosanchismo (generada por un ego hipertrófico y no por razones ideológicas…). Pero, cuando un partido lleva un cuarto de siglo a la deriva, ya casi nadie recuerda cuál era su perfil originario, ni cómo puede recuperarlo. El PSOE ha llegado a ese punto y las decisiones del pedrosanchismo le alejan cada vez más, tanto de los intereses de las federaciones regionales como de su propia identidad.

4. Contradicción entre Sánchez y Junts.

Junts es la última mutación de Convergencia Democrática de Catalunya, el establo del clan Pujol. Al igual que CDC, Junts es un “partido de gobierno”: lo que une a sus afiliados es la posibilidad de beneficiarse de los contactos que solamente da el poder. Tras el hundimiento del clan Pujol y la acumulación de sumarios por corrupción, primero se disolvió CiU (alianza electoral entre la democracia cristiana catalana de UDC y el partido pujolista) que había gobernado ininterrumpidamente desde la instauración de la gencat hasta la caída del pujolismo. Artur Mas, sucesor de Pujol, con mucha menos habilidad que su maestro, intentó aprovecharse de la coyuntura para avanzar posiciones nacionalistas durante la crisis de 2008-2011: pero el Estado ya no tenía suficientes fondos para satisfacer las exigencias de lo que quedaba de CiU. Y Artur Mas “se echó al monte”, aprovechando el rechazo del tribunal constitucional a parte de los artículos del “nou estatut” impulsado por Pascual Maragall.

Hay que recordar que en 2002-3 no existía en Cataluña la más mínima demanda social de una reforma del Estatuto. El sueño de Maragall fue recuperado por Carod-Rovira, de ERC, socio de gobierno del PSC en la gencat. Era un “estatuto de máximos” que no tenía la más mínima posibilidad de ser aprobado durante el gobierno de Aznar. Sin embargo, las providenciales bombas del 11-M sentaron a ZP en La Moncloa y éste, en un alarde irresponsabilidad, afirmó que el gobierno aceptaría lo que saliera del parlamento catalán. Y lo que salió fue una declaración prácticamente de independencia, en la que el vínculo de Cataluña con el Estado quedaba tan reducido que era prácticamente inexistente. El constitucional rechazó estas aspiraciones independentistas, entablándose una patética competencia entre socialistas y nacionalistas para ver quién era capaz de ir más lejos en el independentismo.

Esto coincidió con el estallido de la crisis económica de 2008-2011, Zapatero quedó enterrado por su manejo inepto de la crisis y cuando Mas intentó chantajear al gobierno del Estado, amenazando con convocar un referéndum por la independencia si no se accedía a sus exigencias económicas… pero eligió un mal momento. Mas no era Pujol, carecía de ese sentido de la oportunidad para elegir el mejor momento para el chantaje. Y, por lo demás, la situación española inmediatamente posterior a la crisis de 2008-2011 no permitía dilapidar fondos para acceder a las presiones nacionalistas. Artur Mas cambió el “nacionalismo” por el “independentismo”.

Pero si Mas era una fotocopia reducida de Pujol, sus sucesores tenían todavía menos talla política. El paradigma del provincianismo independentista fue Puigdemont y su aventura independentista que generó risas, burlas y escarnios en todo el mundo. Tras el fracaso de la bufonada independentista, el nombre de Puigdemont se fue olvidando incluso en Cataluña. Se sabía que existía gracias a los informativos de TV3, pero su figura había desaparecido por completo y estaba por completo ausente de la vida política catalana. Su partido, Junts per Catalunya fue perdiendo intención de voto (como todo el nacionalismo en su conjunto) y estaba completamente desaparecido hasta llegar al resultado electoral de 2023: JuntsxCat, desde entonces, ocupa un lugar central en las políticas del pedrosanchismo: de hecho, es quien marca la agenda política con sus siete diputados. La llamada de socorro de Sánchez fue atendida especialmente por Puigdemont que vio una ocasión insuperable para realizar el chantaje al Estado.

Puigdemont busco, especialmente, su propio beneficio -regresar sin pasar por un juzgado de guardia, ni por una estancia en prisión- y garantizar un futuro para su maltrecha coalición presentándola como la que había arrancado al Estado la amnistía de los procesados por el seudo-referéndum indepe y por las malversaciones de fondos que le acompañaron. Y, además, con la promesa de celebrar un nuevo referéndum que esta vez sí sería legal. A Sánchez esto último era lo que le costaba menos: sabe perfectamente que ahora, tanto como hace cinco años, una consulta de este tipo daría un resultado negativo (y ahora mucho más que hace cinco años, cuando las intenciones de voto de los partidos nacionalistas han sufrido mermas significativas, así que no perdía gran cosa. Y, en cuanto a la amnistía, la podía justificar como “un nuevo comienzo”.

Pero el problema es que el nacionalismo siempre pide más, su cartera de reivindicaciones no se agota jamás -ni siquiera con la independencia- y ceder un poco ante sus reivindicaciones supone capitular mucho e iniciar una política de concesiones imposible de detener. Lo cierto es que Puigdemont no se fía de Sánchez, y este es perfectamente consciente de que el precio de la carne de los siete diputados de Juntsxcat irá creciendo a medida que avance la legislatura. Y habrá un momento en el que a Sánchez ya no le será posible acceder a las exigencias pueblerinas de Puigdemont. Las fechas de ruptura están cantadas: se producirá entre las elecciones europeas de junio de 2024 y las autonómicas catalanas de noviembre. Por mucho “verificador” que nombren las partes, y por facilidades que aporten los vocales del Tribunal Constitucional, va a ser muy difícil que las partes sigan de acuerdo entre esas dos fechas. De hecho, lo más probable es que el descalabro socialista en las europeas augure un futuro muy negro al gobierno Frankenstein 2.0 y a quienes lo han hecho posible: a Junts en primer lugar.

5. Contradicción entre Junts y ERC

No hay un “independentismo catalán”, hay en 2023, dos versiones, de la misma forma que hasta las elecciones municipales de 2023 había tres. Quedando la CUP fuera de juego, el terreno indepe se distribuye entre Junts y ERC. Históricamente, Junts era el partido del pujolismo nacionalista vinculado a la burguesía catalana. Pero eso era antes. Hoy Junts es el núcleo de amigos que fían su destino a la suerte de Puigdemont, mientras que ERC, cuyo nombre sugiere que es un partido “de izquierda republicana”, no pasa de ser una opción independentista que se diferencia poco o nada de la otra tendencia “progresista” o socialdemócrata.

De hecho, las grandes diferencias entre ERC y Junts no son más que odios generados por la deslealtad de Puigdemont hacia sus, por entonces socios, nacionalistas. En efecto, Puigdemont se despidió de la dirección de ERC hasta el día después, cuando ya había decidido exiliarse a Waterloo. Mientras los miembros de ERC y algunos de Junts pasaban una temporada a la sombra, Puigdemont vivía un exilio dorado financiado por la gencat. Esto dejó un resquemor imborrable entre ambas formaciones que, además, se echaban la culpa una a otra del fracaso de la payasada independentista. Y no hay perspectivas de que aquellos odios puedan restañar mientras persistan en las cúpulas de ambos partidos los mismos rostros que protagonizaron el seudo-referéndum de opereta.

Lo que está en disputa entre ambos partidos es el electorado independentista que prima las declaraciones altisonantes y los gestos dramáticos. Y es en este terreno en donde ambos partidos competirán en las elecciones de noviembre de 2024 y, en realidad, desde la campaña de las europeas. Se trata, además, de un electorado crepuscular: el referéndum por la independencia solamente figura entre las prioridades de TV3 y de Catalunya Radio, el ciudadano catalán tiene otras preocupaciones: la delincuencia cada vez más masiva, el hecho de que Cataluña esté en la cola de la enseñanza en España y ésta, a su vez, este a la cola de la enseñanza en Europa, la discreta ineficiencia de la policía autonómica…

Hay que descartar la formación de un “frente independentista”, es más probable que los dos grupos que actualmente se disputan el electorado menguante independentista tienda a fracturarse nuevamente en tres o, incluso, en cuatro grupos, todo ello, por supuesto, en nombre de la “unitat de la nació catalana. En estas condiciones el magma independentista catalán es particularmente inestable, mucho más inestable incluso que el vasco e imposible de estabilizar mediante pactos o acuerdos “de legislatura”.

6. Contradicción entre Sánchez y el PNV

El PNV es un partido de derechas y si nos atenemos a sus orígenes un partido nacional-católico-independentista. Era el exponente de la alta burguesía vasca. ¿Su lema?  “Jaungoitikoa eta lege zaharra”… “Dios y Leyes Viejas”, lema que todavía figura como característico de la formación nacionalista. ¿Tiene este lema algo que ver con Pedro Sánchez que es, justamente, la negación del mismo? ¿tiene el PNV y sus “intereses de clase” algo que ver con lo propuesto por el presidente del gobierno? Porque Sánchez no es “nacionalista”, ni el PSOE es un partido independentista o que acepte la escisión de una parte del país. La concepción oficial del PSOE es el “federalismo” y el PNV, sin duda, piensa que ese “federalismo” está más cerca de la independencia que cualquier otra concepción, incluido el jacobinismo de izquierdas (que también tiene partidarios dentro del socialismo español).

 Así pues, el PNV apoya al pedrosanchismo en la medida en que éste otorgue condiciones económicas favorables a la alta burguesía vasca y que el PSOE se sitúe decididamente -y no, limitándose a declaraciones programáticas formales- emprender el camino hacia la “federalización” del país. Pero esto requeriría una mayoría parlamentaria del 75% al implicar una reforma constitucional profunda. Y ahí es donde, cualquier promesa que haya hecho Pedro Sánchez a los nacionalistas vascos (y catalanes) se estrellará con la realidad.

El misterio es saber cuánto tiempo tardará el PNV en darse cuenta de que los brindis al sol son eso: imposibilidades materiales de concretarse. Y lo que es peor aún: ¿cuánto tiempo tardará el electorado nacionalista, fundamentalmente conservador, en advertir que el proyecto pedrosanchista incluye una disolución de la sociedad y una obra de ingeniería social que apunta contra cualquier tipo de identidad, incluida la vasca?

7. Contradicción entre Sánchez y Bildu

Hay que reconocer que esta es la menor de las contradicciones: la dirección de Bildu es consciente de que solamente pueden romper el techo del independentismo vasco gracias a Pedro Sánchez, por tanto, son los más interesados en mantenerlo en el poder y nunca votarán en contra de ninguna propuesta parlamentaria realizada por él. De momento, esto ya ha generado tensiones internas en el seno de Bildu y disidencias notables. El hecho de que el propio líder de Bildu, Arnaldo Otegui, no repita como candidato de la coalición en las próximas elecciones vascas, es significativo de las tensiones internas que está soportando la coalición.

A Bildu lo que le interesa es liquidar cuanto antes el tema ETA, lograr que absolutamente todos los condenados sean puestos en libertad, que no haya nuevos procesos, que no se revisen casos de asesinatos que han quedado impunes y que, incluso, los etarras que están presos en Francia sean puestos en libertad. Y si obtienen alguna alcaldía gracias al PSOE, mejor aún: prefieren pactar con un partido al que pueden manejar que, con “papá”, el PNV, que los conoce mejor y que tiene más autoridad en el País Vasco. El resto es, para Bildu, accesorio. La cancelación del período etarra es lo esencial y lo que interesa a la parte mayoritaria de su electorado.

Obviamente, Bildu es como cualquier otro partido político español: una cosa son los intereses del electorado y otros muy diferentes, los de su clase política que, simplemente, aspira a mayores cuotas de poder. Eso es todo. Mientras el PSOE garantice a Bildu la consecución de estas cuotas de poder, no habrá ningún problema, pero desde el momento en el que Bildu compruebe que esta alianza repercute negativamente en su electorado, el pacto podrá darse por concluido. Y hay posibilidades de que esto se produzca a corto plazo. Incluso, en el interior de Bildu se han producido reacciones en contra.

No hay que olvidar que 2024 va ser un año particularmente duro para la sociedad española (y la sociedad vasca es “española”), agravadas en España por las políticas económicas del socialismo. No va a ser el escenario más adecuado para que prosperen electoralmente los aliados de Sánchez. De hecho, a medida que avance el año y vaya empeorando la situación económica, el pedrosanchismo se convertirá en un leproso que generará desconfianza en todos los que hayan tenido un mínimo roce con él. Y Bildu no se verá libre de esa sensación.

LAS DIEZ CONTRADICCIONES INSUPERABLES POR LAS QUE COLGARÁN POR LOS PIES A PEDRO SANCHEZ SUS PROPIOS SOCIOS (1 de 3)

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martes, 26 de diciembre de 2023

JULIUS EVOLA Y RENÉ GUÉNON: AFINIDADES - DIFERENCIAS - CONFLICTOS


Hace unos meses, Acción Literaria Dunedain organizó un debate sobre las dos máximas figuras del tradicionalismo integral al que fui invitado. En su momento, se me pasó poner el enlace en INFO-KRISIS, olvido que ahora reparo, agradeciendo tanto a mis dos compañeros de tertulia como a los organizadores la idea de este encuentro y la difusión de ambos doctrinarios.


 

Todos aquellos que busquen documentación escrita sobre el tema tratado pueden recurrir a los Cuadernos Julius Evola y a las distintas obras que hemos publicado y que encontrarán en nuestro catálogo.

LAS DIEZ CONTRADICCIONES INSUPERABLES POR LAS QUE COLGARÁN POR LOS PIES A PEDRO SANCHEZ SUS PROPIOS SOCIOS (1 de 3)

INTRODUCCIÓN

En lógica, se llama “contradicción” a la incompatibilidad entre dos proposiciones. Por ejemplo: “hace frío y no hace frío”: o lo hace o no lo hace, en una misma frase no puede darse “A” y el “no-A” al mismo tiempo. En general, las contradicciones, cuando son insuperables, rompen las leyes del razonamiento lógico y no pueden incluirse dentro de un proceso dialéctico tesis-antítesis-síntesis. Son una “avería” del razonamiento que impide prosperar y/o comprender la realidad. Una especie de final del camino, más allá del cual se agota el terreno.

A pesar de que la política no sea una ciencia exacta, es evidente que las “contradicciones”, pueden enriquecer la convivencia, en tanto que sean “superables”. Por ejemplo: tras la muerte de Franco se produjo una contradicción entre la “oposición democrática” y el “aparato franquista”. Sin que tengamos intención de mitificar la “transición”, es cierto que, lo que, a primera vista, parecía una “contradicción”, terminó siendo el fermento de una síntesis en la que, aparentemente, no hubo vencedores ni vencidos, y lo que resultaba era una síntesis de posiciones “reconciliables” entre las dos posturas iniciales: partidos políticos y democracia convencional a cambio de mantener la monarquía como forma de Estado. En otras palabras, un simple cambalacheo. Y eso pudo ser porque la contradicción era “superable”.

Pero en otras ocasiones, las contradicciones resultan imposibles de superar, especialmente cuando irrumpe en política alguien que, por encima de todo, sitúa su propia ambición, sobrevalora su propia personalidad y su capacidad, creyendo que puede operar el milagro de la superación de lo que es, simplemente, opuesto sin posibilidades de estabilizar una síntesis y sin respetar las leyes de la lógica. Tal es el caso de Pedro Sánchez, un personaje que será estudiado por generaciones de psiquiatras y psicólogos sociales, como una mente deformada, capaz de creer que todo puede sacrificarse -incluso la lógica- en el altar de su personalidad megalomaníaca e hipertrófica, y creer que, finalmente, saldrá indemne…

En las elecciones de 2019, los resultados, así como la dinámica de los hechos y los criterios de la socialdemocracia europea, casi le obligaban a una “gran coalición” con el PP. Era la única fórmula que hubiera logrado dar a España una estabilidad y permitir, incluso, reformas constitucionales urgentes y necesarias. En aquel momento, existía aún la creencia de que el pueblo español asumía posiciones centristas y que, por tanto, la mejor fórmula para gobernar era la coalición PP-PSOE. Era la época en la que las contradicciones entre los partidos políticos todavía eran “superables”, tal como se había demostrado en muchos países; pero, el problema era que el PP era demasiado grande y Sánchez tenía miedo de sufrir el “abrazo del oso”. Era mejor, pactar con grupos de extrema-izquierda que llegaban muy debilitados tras el resultado electoral y aceptarían cualquier oferta de coalición, vendiendo sus votos por unas migajas: así se formó el gobierno Frankenstein 1.0. en la que Podemos se conformó con una vicepresidencia honoraria y 4 ministerios de tercera división sin apenas rechistar.

Sin embargo, el gran problema es que Podemos terminó siendo dirigido por unas chicas muy “loquitas”, obsesionadas por unos pocos temas: mascotas, LGTBIQ+, violencia doméstica, “consumo sostenible”, la memez del “niños, niñas y niñes” y poco más. En realidad, era de esperar: Podemos había operado desde el mismo momento de su fundación una “selección a la inversa” que fue mermando sus filas, quedando, finalmente, solo el “dernier carré” de loquitas y varones deconstruidos, con declaraciones e iniciativas legislativas peregrinas, torpes y patéticas en muchos casos, que convirtieron el Frankenstein 1.0. en una irrisión. A Sánchez no le preocupaba mucho porque parte de su partido estaban en las mismas o parecidas posiciones. Hubiera podido prescindir de las “ministrillas y ministrillos” de Podemos en cualquier momento y relevarlos por otros mucho más competentes, pero eso hubiera equivalido a perder la mayoría y hacer entrar en crisis la coalición. Así que optó por asumir el deterioro: los votos perdidos por los “socialistas de toda la vida” se compensarían con votos de grupos clientelares subsidiados: ni-nis, okupas, LGTBIQ+, o inmigrantes recién nacionalizados.

El problema vino en las convocatorias electorales de 2023 cuando se percibió la creciente debilidad electoral del PSOE. Fue entonces cuando se reveló el resultado final del gobierno Frankenstein 1.0.: el país se había partido en dos, el centrismo había desaparecido. Toda la izquierda estaba asumiendo las posiciones de las “loquitas” y los “deconstruidos” de Podemos y sus excesos en materia de “ingeniería social” habían convencido, incluso a votantes socialistas, de que ese camino era impracticable y lesivo para el futuro de la sociedad. Así pues, a lo largo de 2023 cristalizó un “bloque de la derecha” (reducido a dos partidos, PP y VOX) y el “bloque de la izquierda” (en el que, además del PSOE, figuraban Podemos, Sumar y los independentistas catalanes y vascos).

Las elecciones autonómicas confirmaron esta tendencia: PP y Vox pactaron en varias comunidades importantes, liquidando los años de gobiernos regional socialista. Creyendo que en las elecciones generales ambas siglas mejorarían sus posiciones, ninguna de las dos formaciones del “bloque de la derecha” (mucho más homogéneo y coherente que el “bloque de la izquierda”) se preocupó por firmar un “programa común”: Feijóo estaba convencido de que iba a lograr una mayoría absoluta o que, al menos, podría pactar con algún partido pequeño (UPN, Coalición Canaria) o bien obtener el apoyo de Vox sin integrarlo en el gobierno. El resultado fue catastrófico para la estrategia del PP: la Ley de Hondt operó un castigo a la derecha y la pérdida de una decena de escaños a causa de los “restos” que fueron a parar al PSOE.

Durante unas semanas, Feijóo siguió pensando que, o bien se convocarían nuevas elecciones e, incluso, inicialmente creyó que Sánchez accedería, esta vez, a pactar con el PP. Error de apreciación: a pesar de haber ganado las elecciones, de ser el partido más votado y de la pérdida en escaños del PSOE, lo cierto es que Sánchez se preparó desde el primer momento para pactar con el diablo en persona para seguir siendo presidente. Y ni siquiera contempló la posibilidad de pactar con el PP, a la vista de que, de hacerlo, hubiera tenido que renunciar a la presidencia: es decir, vivir el pacto como una derrota.

Fue así como surgió el gobierno Frankenstein 2.0. Y es aquí en donde se fueron acumulando contradicciones. Alguien cuya vida estuviera guiada por las leyes de la lógica, jamás hubiera intentado unos pactos con fuerzas tan dispares como Bildu y el PNV, Junts y ERC, Coalición Canaria y Sumar… Pero la lógica de Sánchez es la propia de un ególatra, en absoluto la del sentido común o la razón de Estado.

Fue así como apareció la “gran contradicción” de esta legislatura: un partido socialista gobernaría el Estado Español apoyado por las fuerzas del no-Estado, de la no-España (los independentistas que siempre han querido escindirse y una extrema-izquierda que solo ha creído en el “internacionalismo”). La idea de Sánchez era que todos estos partidos que habían perdido votos y escaños en las elecciones generales (y se encontraban en una situación parecida a la de Podemos en 2019), estarían lo suficientemente debilitados como para acceder a cualquier pacto que les presentase a modo de salvavidas, a la vista de que la convocatoria de nuevas elecciones hubiera podido convertirse en una catástrofe para todos ellos. Y, de hecho, si vencía el PP, esa victoria hubiera supuesto el alejamiento definitivo y absoluto de las perspectivas independentistas o de las “conquistas LGTBIQ+”. Así pues, Sánchez encontró en la debilidad de los otros un impulso para su política de pactos, olvidando que él también había resultado debilitado en las elecciones y que la pérdida de 30 diputados socialistas hacía de la sigla PSOE la “perdedora”. De hecho, el gobierno Frankenstein 2.0. es el gobierno de los perdedores en las elecciones de 2023.

El problema vino porque cada una de estas fuerzas exigía mucho más de lo que, en buena lógica, Sánchez podía ofrecer. Esto tampoco le importó. Es muy fácil negociar cuando una parte ofrece 5, la otra pide 15 y, al final, todo queda en 10… El problema es que los independentistas siempre quieren más… y consideran aceptable cualquier pasito grande o pequeño -en este caso, una verdadera zancada de gigante- que les suponga un avance en el camino a la independencia. A Sánchez esto le tenía absolutamente sin cuidado: aceptó todo lo que le pidieron y raro es que la ley de amnistía no contemple la anulación por lawfare de los procesos contra Joan Laporta por corrupción en la presunta compra de árbitros para el Club de Fútbol Barcelona…

Fue así como se ha llegado a esta situación endiablada e imposible de soportar para cualquier país democrático o que aspire a ser mínimamente estable. De repente, los españoles nos hemos encontrado gobernados por una coalición que suma un mínimo de diez contradicciones todas ellas insuperables y que entrañarán a cortísimo plazo, una crisis institucional y nacional de consecuencia incalculables. A Sánchez, por supuesto, todo esto le importa, literalmente, un higo. Su sueño es ocupar el trono de Von der Leyen o -¿por qué no?- convertirse en un futuro Secretario General de la OTAN o de las Naciones Unidas (sin darse cuenta de que sus juicios sobre Hamas, la crisis de Gaza y el Estado de Israel, le han enajenado para siempre el apoyo de la “comunidad judía mundial”). Sánchez debería moderar sus expectativas futuras y pensar que, si logra ser presidente de una comunidad de propietarios, al jubilarse, ese será su techo tras abandonar la jefatura del gobierno.

En efecto, las contradicciones generadas por la política de alianzas de Sánchez, se traducen en tensiones internas que van a imposibilitar la tarea de gobierno. Parece difícil que el gobierno Frankenstein 2.0. supere el año 2024. Dos van a ser sus momentos de crisis: las elecciones catalanas (hacia finales de año) y las elecciones europeas (en junio). Vale la pena enumerar las diez contradicciones para advertir su importancia y gravedad.

1. Contradicción entre el PSOE y Sumar

Sumar es la izquierda de la izquierda, pero Sumar no es un “partido”, ni siquiera una “federación”, es un frente estrafalario formado por partidos muy diversos, de los que solamente uno, el PCE (o lo que queda de él) tiene una estructura más o menos unitaria. El PCE en los años 80 ya asumió la estrategia “frentista” con el nombre de “Izquierda Unida” (que subsiste también está integrado en Sumar). Y luego están herencias evolucionadas de grupos trotskistas, maoístas y marxistas revolucionarios de los años 80, “nuevas izquierdas” setenteras, “indignados” postcrisis 2018-2011, los círculos feministas, LGTBIQ+ y, por supuesto Podemos, sin olvidar que Podemos ni siquiera es un partido, ni una federación, ni un frente, sino, más bien, un batiburrillo de “círculos”, cada uno de los cuales está obsesionado por su temática particular.

Sumar, no es nada, es, como máximo, una ambición de unos cuantos dirigentes que precisan algo detrás para satisfacer sus ambiciones; estas, por cierto, deberían estar a la medida de su calidad humana. Pero, lo cierto es que tanto en Sumar como en cualquier otro partido político español, tales ambiciones están muy encima de la valía de quienes las esgrimen. Los discursos de Yolanda Díaz resultan patéticamente infantiloides, no tanto porque tenga tendencia a rebajar el listón para ponerse al nivel de quienes la escuchan, sino porque no da más de sí. Yolanda Díaz no aspira más que a sobrevivir en el proceloso mundo de la política: si dirigir Sumar le genera discrepancias internas, no dudará en afiliarse al PSOE.

En cuanto a la formación en sí misma, Sumar ya está rota desde el momento en el que los cinco diputados de Podemos han pasado al grupo mixto. Es una mala señal. Para mantener el apoyo de lo que queda, Sánchez deberá ir realizando concesiones cada vez más demagógicas, aparcar necesidades sociales urgentes y otorgar más subsidios de los que la economía española se puede permitir. La intervención de los “hombres de negro” de la UE, dará al traste con esta política, seguramente en la segunda mitad de 2024. La sonrisa estúpida de Yolanda Díaz, su discurso ingenuo-felizote, no serán suficientes como para mantener un apoyo incondicional a Sánchez que redundará en perjuicio de la coalición en las elecciones europeas.

Todos buscan apuntarse a los éxitos, pero todos huyen del fracaso: y la política económica del pedrosanchismo (o, más bien, su ausencia de política económica) no va a tener “aliados” en el momento en el que caiga como una losa sobre la gestión de gobierno y no haya estadística “macroeconómica” capaz de suscitar entusiasmos. Y eso va a ocurrir en 2024: con una inversión extranjera paralizada, con entre 40 y 50.000 millones de obligaciones de pago por intereses de la deuda, con un incremento del paro real que volverá a rondar los 5-6.000.000 de parados, con la locomotora franco-alemana paralizada y en recesión y con unas elecciones europeas que van a golpear a la izquierda a nivel continental y de la que Sumar va a ser otra de las víctimas. Tras las europeas, poco importará lo que quede de Sumar, lo que importará es si habrán extraído consecuencias sobre su hundimiento y lo que implica frecuentas “malas compañías” como el pedrosanchismo.

2. Contradicción entre Sumar y Podemos

¿Qué es Sumar? La antigua Izquierda Unida que quedó relegada al cero absoluto cuando Podemos inició su arranque mas unas cuantas incrustaciones procedentes del desmigajamiento de Podemos. Los “titulares” de IU querían seguir dirigiendo a la izquierda de la izquierda, a pesar de las limitaciones de su programa y la mediocridad permanente de sus resultados electorales, mientras que los “suplentes” que esperaban en el “banquillo” se desesperaban al ver que tenían obstruido el camino hacia la conquista de un modus vivendi. Pablo Iglesias tuvo la genialidad de aprovechar el movimiento “de los indignados” para lanzar una nueva plataforma política que pudiera eclipsar a Izquierda Unida. Aprovechó la decepción de la izquierda con la socialdemocracia zapaterista que había optado por salvar antes a la banca (con inyecciones de fondos nunca reintegrados para salvarlos de sus errores) y a los empresarios de la construcción (mediante aquellos lamentables Planes E y E2020 que costaron casi medio billón de euros e iniciaron la pendiente de la deuda insostenible).

Pero, el problema de “los indignados” apareció desde el principio: pronto se retiraron de la protesta, los sectores más conscientes que aspiraban a oponerse “a la casta”, la protesta fue solo de izquierdas y ni se consideraba que hubiera gente de derechas que pudiera estar indignado contra el establishment. Y la cosa no paró ahí: cuando se lanzó Podemos, en el interior de los “círculos de afinidad” en los que se organizó ya estaban presentes todo tipo de minorías obsesionadas con “su problema”: feministas radicales, anti patriarcales, homosexuales, transexuales, okupas, pro legalización del porro, ni-nistodo ello dirigido por una camarilla que, simplemente, aspiraba a la sustitución de la “casta” por ellos mismos.

Aquello de que los diputados de Podemos cobrarían sólo tres veces el salario mínimo, que nunca utilizarían coches oficiales, quedó pronto desmentido por la realidad: menos de un año después de obtener un éxito electoral en las elecciones europeas de 2014 con un 8% de los votos, Podemos actuaba como cualquier otro partido, con la diferencia de que su cúpula estaba constituida por un macho alfa, unos hombres deconstruidos y una corte de chicas que tenían prendidos con alfileres unos cuantos temas obsesivos que ni siquiera eran capaces de defender razonadamente ni apoyar con argumentos lógicos.

Podemos había obtenido en las elecciones europeas de 2014 un 8% de los votos y en las autonómicas del año siguiente rompió ese techo llegando en algunas comunidades al 20% (Asturias, Aragón, Madrid, Galicia) quedando como tercera fuerza a nivel nacional con 170 diputados autonómicos de un total de 1384. Revalidó esa posición en las elecciones generales de 2015 alcanzando un 20,7% de votos, pero cuatro años después, la debacle los llevó casi al punto de partida con un 13% de votos y adelantados ampliamente por Vox. Fue el inicio de la decadencia de Podemos y el momento en el que Sánchez les arrojó un balón de oxígeno. Pablo Iglesias sintió que el suelo faltaba bajo sus pies y aceptó el ofrecimiento de una vicepresidencia honoraria de “asuntos sociales” y cuatro departamentos de “segunda división” para Irene Montero, Yolanda Díaz, Alberto Garzón y Manuel Castells (propuesto por En Común y que pronto se cayó del gobierno).

El resultado fue que Podemos, tras alcanzar su punto álgido, fue cayendo en picado y cuando accedió a formar el gobierno Frankenstein 1 con Sánchez, ya era un despojo que se conformaba con ministerios de tercera división y presupuestos limitados. Y, aun así, su gestión se convirtió en catastrófica allí donde pisaron una alfombra oficial. Cuando se aproximaron las elecciones de 2023, era evidente que Podemos estaba en las últimas, y con la sigla, la izquierda del PSOE se arriesgaba a volver a ser residual. Fue así como desde La Moncloa se realizó la “Operación Sumar”, colocando para ello a Yolanda Díaz al frente y aspirando a que reuniera fragmentos regionales del Podemos originario, para constituir una nueva coalición, menos marcada que Podemos, sin los lastres de las “loquitas” y que recogiera también a grupos regionales como Compromís, En Comú, o Mas Madrid.

Así que, tras los resultados electorales de junio, Sánchez formó coalición con Sumar que, finalmente obligó a la antigua Podemos, a formar parte de su cartel electoral en una de las humillaciones más grandes que ha visto la política española desde la transición. Con 5 diputados propios, el problema vino cuando Podemos vio que estaba fuera de cualquier ministerio, que sus fuentes de financiación se habían reducido al sueldo de sus diputados y que estaba a un paso de desaparecer por completo (lo que ocurriría en las elecciones europeas de 2024). Y la sorpresa mayúscula se produjo cuando Podemos comprobó que con apenas dos diputados más, Junts per Catalunya recibía de Sánchez el “oro y el moro”. La etiqueta Sumar taponaba cualquier aspiración que pudiera tener Podemos. Menos de un mes después de formalizarse el nuevo gobierno Frankenstein 2.0., los cinco diputados de Podemos rompieron con Sumar y pasaron al grupo mixto: ahora Sánchez deberá de negociar también con Podemos.

Y, de hecho, Sánchez deberá afrontar los resentimientos que las “loquitas” Podemos y su macho alfa, alberguen contra sus antiguos “camaradas” (porque Sumar, en el fondo, no es más que Izquierda Unida con algunos añadidos regionales). El problema para Sánchez es que, las ambiciones políticas pueden neutralizarse con concesiones, pero los resentimientos, con su carga de odio, resultan imprevisibles. Sin los votos de Podemos, el gobierno Sánchez se queda sin mayoría absoluta. Y, por el momento, la defección de Podemos es el primer golpe a la política de “pactos sin principios” del pedrosanchismo. En otras palabras: la contradicción insuperable entre Sumar y Podemos ya ha estallado.


LAS DIEZ CONTRADICCIONES INSUPERABLES POR LAS QUE COLGARÁN POR LOS PIES A PEDRO SANCHEZ SUS PROPIOS SOCIOS (1 de 3)

LAS DIEZ CONTRADICCIONES INSUPERABLES POR LAS QUE COLGARÁN POR LOS PIES A PEDRO SANCHEZ SUS PROPIOS SOCIOS (2 de 3)

LAS DIEZ CONTRADICCIONES INSUPERABLES POR LAS QUE COLGARÁN POR LOS PIES A PEDRO SANCHEZ SUS PROPIOS SOCIOS (3 de 3)








lunes, 18 de diciembre de 2023

Un repaso histórico al “golpismo” en los últimos 50 años (2): el golpismo en la reciente historia de España

En España, además, asistimos el 23 de febrero de 1981 a un nuevo concepto: los golpistas víctimas de sí mismos y cuya iniciativa, en lugar de servir a la causa que decían defender -revertir la transición- contribuyeron, antes bien, a consolidar el Estado democrático y constitucional. De entre todas las redes golpistas de aquel momento, solamente una tuvo una clara lucidez de la situación: la encabezada por el coronel San Martín que, más que un pronunciamiento militar, quería, simplemente, que un grupo de coroneles significativos y con mando sobre unidades de élite, visitara el palacio de La Moncloa y trazara las líneas rojas que jamás debería cruzar, al presidente del gobierno de turno. El resto de líneas golpistas (tanto la que tenía a Tejero como hombre más significado, como los capitales generales que veían a Milans de Bosch como su “hombre fuerte” o el general Armada que creía haber entendido lo que nunca dijo el monarca, actuaban conforme al concepto clásico de golpe de Estado que se arrastraba en España desde el período de la dictadura de Primo de Rivera. No es raro que quien, finalmente, se llevó el gato al agua, fuera la “línea CESID”, esto es, el “no golpe”. A fin de cuentas, era la única línea que estaba presente de manera transversal en las otras cuatro y, especialmente, en las tres clásicas. El verdadero peligro de aquella coyuntura no era ni Tejero, ni Milans, ni Armada. Cada uno de ellos tenía un concepto distinto de lo que había que resultar de un golpe militar: para Tejero era volver al franquismo puro y duro apoyado por los partidos y grupúsculos de extrema-derecha, para Milans se trataba simplemente de formar un gobierno militar-militar con la disolución de todos los partidos políticos, incluidos los de extrema-derecha y, finalmente, para Armada el objetivo era crear un gobierno de “concentración nacional” que abarcara desde Alianza Popular hasta el Partido Comunista. Era evidente que, cualquiera de estos objetivos golpistas, de haberse realizado, hubiera llevado a una situación insostenible para España y, al cabo de pocas semanas -sino, días- los flamantes golpistas hubieran debido abandonar el poder. El proyecto del coronel San Martín (que, al haber estado al frente del Servicio Central de Documentación de la Presidencia del Gobierno estaba mucho más familiarizado con la actualidad política y con los mecanismos de la “cosa pública”) era el único razonable en aquella situación: ni siquiera se trataba de un “golpe convencional”, sino más bien de una visita a La Moncloa, consensuada por un red de militares con mando sobre tropa, que ni siquiera hubiera tenido que salir a la luz pública, pero que hubiera dejado muy claro cuáles eran las líneas rojas que un gobierno no debería traspasar jamás.

Este era el verdadero peligro el 23-F y no los tanques que hicieron saltar el asfalto en las avenidas valencianas o camino de Prado del Rey. De hecho, si el golpe de Estado tuvo lugar el 23-F fue para evitar que esa red golpista pudiera extenderse a todas las unidades operativas que constituían la columna vertebral del ejército español en la época. En la confusión de los primeros momentos y en el secreto que rodeaba las distintas líneas golpistas, solamente una, el CESID, esto es los partidarios del “no golpe”, estaba presente en todas y tenía una panorámica general de los movimientos que se preparaban. Eso se dio una ventaja táctica que fue suficiente para invertir por completo los efectos del 23-F que esperaban obtener sus promotores. En efecto, el 22-F la democracia española estaba agonizando, cuatro días después, con la manifestación en la que aparecían del brazo todos los representantes de los principales partidos y sindicatos democráticos, la democracia española se consolidó definitivamente.

¿Por qué fracasó el 23-F? En primer lugar, porque los oficiales más “prestigiosos” que participaron en la asonada tenían unos conocimientos políticos muy rudimentarios. Es más, su concepción del golpe de Estado, estaba más carca del golpe de Primo de Rivera, incluso, que del 18 de julio. Primo de Rivera apenas tomó contacto con la clase política, simplemente se “pronunció” en Barcelona y su ejemplo fue seguido por otras capitanías. Esto era, más o menos, lo que se pretendía el 23-F con alguna pequeña modificación. No existieron contactos previos dignos de tal nombre con partidos políticos. Incluso, las cenas de Armada con políticos de renombre eran casi iniciativas personales en los que nadie hablaba más allá de a título personal. El 18 de julio de 1936, por el contrario, los golpistas realizaron una distinción clara entre “amigos” y “enemigos”, tratando de integrar en la sublevación a los “amigos”, hasta el punto de que, erróneamente, se ha considerado que se trató de un “golpe militar”, cuando, en realidad, fue “político-militar” en el que las milicias del Requeté, de la Falange e, incluso las pequeñas unidades monárquicas alfonsinas, estuvieron presentes en primera línea. Nada de todo ello aparece el 23-F. Solo el “no golpe” tenía claros los objetivos: evitar por todos los medios el pronunciamiento militar. ¿Estrategia? Hacer fracasar el elemento desencadenante de la situación: la toma del congreso de los diputados. Y aquí, hay que hacer un alto en el camino.

El plan golpista inicial no estaba técnicamente mal planteado: un grupo terrorista de origen desconocido (podía ser de extrema-derecha, etarra, anarquista o grapo) tomaba el congreso y secuestraba al gobierno y a todos los diputados. Ante esa eventualidad, el ejército estaba obligado a hacerse cargo del poder, al haberse producido un “vacío de poder”. Es decir: el elemento justificante del golpe era la acción terrorista de origen desconocido y el vacío de poder generado. Y eso era, precisamente, lo que esperaban en las capitanías generales comprometidas con el movimiento golpista. Eso era también lo que esperaban ver los mandos de la División Acorazada Brunete de maniobras en Aragón: “un acontecimiento terrorista de importancia nacional”. Lo que vieron, fue todo lo contrario: el guardia civil más conocido en aquellos momentos en toda España, el Teniente Coronel Antonio Tejero Molina, con tricornio y bigotes entrando, con sus números del cuerpo, en el congreso. El golpe se había vuelto, “impresentable”: no era de recibo que las fuerzas armadas pusieran a los tanques en la calle para salvar al país de una situación generada visible y evidentemente por las propias fuerzas armadas. No era un “grupo terrorista de origen desconocido” el que había generado el vacío de poder sino un grupo militar que actuaba disciplinadamente. El golpe había perdido su “detonante estratégico”. Y, lo que era aún peor para los golpistas: bruscamente, en lugar de “salvar al país”, habían pasado a ser, ante la opinión pública de todo el mundo, justo los que habían puesto al país en peligro…

Y ese no era el plan golpista inicial: la prueba es que tres meses antes, el propio Tejero había comprado con un crédito obtenido por su esposa, autobuses de segundo mano al promotor de boxeo Martín Berrocal y cada domingo adquiría en el Rastro de Madrid, capotes militares… La pregunta que nadie hizo en el Juicio de Campamento para depurar las responsabilidades del 23-F fue porqué ni los capotes, ni los autobuses se utilizaron. Los periodistas que se lo plantearon, respondieron ellos mismos, que la “precipitación de los últimos momentos”, lo impidió. Pero, en las horas previas al embarque de los miembros de la Guardia Civil en los autobuses que les llevaron al congreso, nadie vio “precipitación”, sino partidas de dominó en las que participó un Tejero particularmente relajado. Así pues, existió una diferencia entre el “plan inicial” y el que, finalmente se llevó a cabo. El grupo civil que, inicialmente, debía haber participado en la toma del congreso, había resultado desarticulado por la policía un mes antes del 23-F y que debería haber utilizado los uniformes y los autobuses comprados por Tejero, por una parte; a la vista de lo cual, un oficial del CESID, de amplio historial previo, desde los años 60 en “operaciones especiales”, convenció a Tejero que fuera él directamente quien ocupara el congreso de los diputados con una fuerza militar compuesta por Guardias Civiles. Tejero no apreció la “sutil” diferencia entre la operación realizada por un “grupo terrorista civil no identificado” y esa misma operación llevada a cabo por una “fuerza militar organizada y disciplinada”.

Por eso -por pérdida del detonante que debía de movilizar las capitanías generales- se perdió el “momento táctico” que hubiera posibilitado el golpe. El “no-golpe”, a fin de cuentas, fue una “operación especial”. Vale la pena recordar que este tipo de operaciones nunca se cierran: lo que explica que, en los últimos 40 años, se hayan ido filtrando informaciones -unas ciertas y la mayoría erróneas o mal explicadas- que han ido embarullando algo que, en el fondo, era muy simple de explicar y, por cierto, muy poco glorioso para la democracia española, asentada definitivamente sobre una gran mentira.

Para cazar una presa es preciso hacerla salir de su escondite, dicho que conoce todo aquel que se haya interesado por la cinegética. El 23-F tenía otra función, además de la de estabilizar definitivamente a la democracia: se trataba de eliminar de una vez por todas a las redes golpistas y, para ello, era preciso un golpe que fracasara y cuyos protagonistas recibieran un castigo ejemplar que desalentara cualquier intento ulterior.

El hecho de que algunos de los oficiales golpistas -entre los más conocidos, por cierto- no fueran molestados después del 23-F fue, simplemente, la carta que guardaron algunos políticos de UCD para emplearla en caso de necesidad. Esta llegó con el partido muy debilitado y con las elecciones de octubre de 1982. A pesar de ser una red muy bien identificada por el CESID desde incluso antes del 23-F, infiltrada y seguida muy de cerca incluso en sus contactos civiles, se la permitió sobrevivir bajo control hasta apenas unos días antes de las elecciones: el ya desaparecido Noticiero Universal de Barcelona tituló en su primera página “Ante la próxima victoria socialista: ruido de sables”. El País, por su parte, dio cuenta también en primera página de la desarticulación de una red golpista el 14 de octubre que, según informaciones -falsas- debía desencadenar una “acción de fuerza” para el día de las elecciones del 27 de octubre. Como muestra de lo que decimos sobre las operaciones de inteligencia que nunca concluyen del todo, en la actualidad Wikipedia, contra toda lógica, sentido común y verdad histórica, sigue sosteniendo que: “esta nueva intentona golpista estaba mejor organizada que el 23-F y tenía un alcance mucho mayor, especialmente en lo referido a la toma de los principales centros de poder”. En realidad, la iniciativa era poco más que un juego de oficiales absolutamente ignorantes de los mecanismos de la política, infiltrados, seguidos y grabados en cada conversación y, casi un juego infantil (los “conspiradores” habían llegado a ofrecer ministerios, alcaldías y gobiernos civiles a personas poco o nada representativas de la extrema-derecha no organizada, meses antes del “golpe”). UCD, en esta ocasión, tuvo la posibilidad de agitar por última vez el “fantasma del miedo” en su favor: la desarticulación de la red golpista, implicaba decir, “si ganan los socialistas se malogrará la democracia porque los militares siguen conspirando”…

Desde entonces, el estamento militar tuvo la lección bien aprendida y aceptó su papel de funcionarios del Estado al servicio del partido en el poder. Nunca más se han producido conspiraciones militares en España y resulta dudoso, sino imposible, que hoy, cuarenta años después de todo esto, se produzca algún movimiento similar.

Hemos creído necesario realizar este pequeño recordatorio sobre el golpismo en la historia reciente de España antes de entrar en el análisis sobre si existe o no una metodología para operar un golpe de Estado en un país desarrollado en las actuales circunstancias, tema que será objeto de la siguiente entrega. 


LINKS DE LA SERIE

¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (1) – Sobre las dictaduras de nuestro tiempo y España

¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (2) – Cuando un golpe de Estado puede ser la solución a recurrir

¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (3) - ¿Hay solución dentro de la constitución?

¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (4) – Condiciones necesarias para un golpe de Estado

¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (5) – La técnica golpista: justificaciones

¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (6) – La técnica golpista: la práctica (A)

¿CUÁNDO UN GOLPE DE ESTADO ES LA “SOLUCIÓN FINAL”? (7) – La técnica golpista: la práctica (B)