INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

martes, 22 de febrero de 2022

La Falange “de izquierdas” o los delirios del ocaso (7 de 8) – Rodrigo Royo, SP y la “izquierda nacional”

 

El caso de Rodrigo Royo es particular. Radicalmente diferente a los anteriores, solamente tendría como denominador común con ellos, el origen falangista. Royo era ex combatiente de la División Azul y fue periodista hasta su muerte. Su nombre ha quedado unido a la Revista SP, Servicio Público, que durante unos meses fue también diario (considerado en la época como, técnicamente, el más avanzado de Europa[1], pero que tuvo una vida efímera a causa de los altos costes de la publicación). Quienes lo conocieron en el último tercio de su vida lo describen como “afable, haciendo sonreír sus bigotes grandes como los de un espadachín del XVII (…) Era un hombre liberal, abierto, orgulloso de su estancia y experiencia en Rusia como soldado y en EEUU, como corresponsal de Arriba”[2]. Solía tocar el violín desde su despacho de director y, al parecer, lo hacía bien.

La revista SP y, en su momento, el diario, fueron promovidos por la Sociedad de Publicaciones, empresa fundada y dirigida por Rodrigo Royo[3], estuvo activa durante la segunda mitad de los años sesenta. El grupo surgió al calor de dos innovaciones legislativas que se produjeron en aquellos momentos: la Ley de Prensa e Imprenta de 1966 y luego, al año siguiente, la Ley Orgánica del Estado. Ambas leyes marcan un antes y un después en el franquismo, de tal manera que puede decirse que, con ellas, el régimen entró en su último período. La primera, conocida como “Ley Fraga” reconocía la libertad de expresión[4] y abolía la censura previa[5]. Seguían existiendo límites e instrumentos de control, pero lo cierto fue que, a partir de entonces, pudieron difundirse en los medios de comunicación noticias sobre huelgas, manifestaciones y tomas de posición contrarias al gobierno.

Por su parte, la Ley Orgánica del Estado coronaban el soporte legislativo del régimen formado por las llamadas “Leyes Fundamentales del Reino” que actuaban a modo de constitución. Los elementos más sustantivos de la LOE eran la declaración definitiva de España como Reino, la posibilidad de crear asociaciones políticas, la modificación en la composición de las Cortes (equivalente al Parlamento)[6] y la separación entre los cargos de Jefe del Estado y Jefe de Gobierno[7]. A la sombra de ambas leyes, Rodrigo Royo en Madrid y José Antonio Llorens Borrás desde Barcelona, lanzaron dos revistas: SP y Juanpérez. Ambos eran ex combatientes de la División Azul, ambos tenían un origen falangista y ambos tenían mucho que decir. Sin embargo, las dos publicaciones mantenían tendencias muy distintas. Juanpérez se situaba, más bien, en la órbita de la “derecha falangista” o incluso de la extrema–derecha, era frecuente que publicara noticias relacionadas con los regímenes vencidos en 1945 y diera acogida en sus líneas a colaboradores que, en la época, se identificaban, con el neo–fascismo. Sin embargo, coincidía con SP en difundir informaciones que no podían ocultar cierto antisemitismo y posiciones hostiles al Estado e Israel y favorables al mundo árabe[8]. Ambas publicaciones fueron víctimas de la apatía generalizada y de la desmovilización creciente de los ambientes falangistas (otro tanto ocurriría con las tiradas y la difusión limitada de otras dos publicaciones situadas en el área de la “derecha radical”: Cruzado Español de Cuffi i Canadell de orientación integrista y ¿Qué pasa? de Joaquín Pérez Madrigal, antiguo diputado radical-socialista, pero inspirado por Mauricio Carlavilla, el escritor antimasónico). En un tiempo en el que faltaba mucho para que irrumpiera la era digital y, aun leyéndose mucho más que a partir de ese instante, lo cierto es que las revistas y diarios de orientación falangista tenían unas tiradas bastante reducidas y, a pesar de que algunas, como SP, mostraran una calidad más que aceptable, carecieron de lectores suficientes para asegurar su viabilidad económica.

Rodrigo Royo, se limitó a aprovechar un marco legislativo mas laxo para poder lanzar productos polémicos. Además, tenía una excusa para lanzarse en ese momento y no en otro. Durante los años cincuenta, en los medios falangistas se habían desarrollado unas corrientes antimonárquicas que iban ganando radicalidad y virulencia verbal. Como ya vimos, tales posiciones no estaban justificadas por la historia, ni por la doctrina joseantoniana, sino que eran la respuesta a las tomas de posición de los antiguos miembros de Renovación Española y de la ACNP. Estos constituían el ala más derechista del régimen, habían taponado sistemáticamente las iniciativas falangistas de carácter social, para luego acudir al chalé de Estoril a retratarse junto a Don Juan, hijo de Alfonso XIII, que pasó de líder de la tendencia monárquica más fascistizante a coquetear con la “oposición democrática” y a presentarse ante unos y otros como el “aspirante a monarca constitucional”. Si, además, tenemos en cuenta, las sospechas de que estos medios monárquicos, civiles y militares, recibieran ayuda inglesa (a través del financiero Juan March) para evitar la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial (ya hemos dicho que el plan del grupo falangista que figuraba en torno a Serrano Suñer consideraba que la entrada en el conflicto abría las puertas para la “revolución nacional”), se entenderá por qué apareció la inquina antimonárquica entre los falangistas (que ni siquiera había estado presente durante la guerra frente al Requeté con el que no hubo más rivalidad que demostrar quienes eran más arrojados en el combate). Pero el inexorable paso del tiempo hizo que, la hostilidad inicial hacia los antiguos alfonsinos y ahora juanistas demócratas, abarcara a toda la institución monárquica, buscándose en los textos joseantonianos alguna referencia que remotamente pudiera ser considerada como hostil a la monarquía; al no existir, se optó por considerar que la alusión a la “monarquía gloriosamente fenecida”, daba carpetazo al asunto y lo que fue un elogio inmerecido, se convirtió, a base de descontextualizarla, en una “toma de posición republicana”… Cuando la Ley Orgánica del Estado estableció que España era un reino, y lo que sucedería a Franco, una monarquía, Rodrigo Royo creyó que era el momento de movilizar conciencias falangistas oponiéndose a tal designio.

Rodrigo Royo y su entorno, tenían una característica que los distinguía de los “falangistas históricos” que se habían acomodado en el interior del régimen a cambio de olvidar las consignas revolucionarias de sus años mozos. Con Royo estaban personalidades independientes ajenas a la órbita de la Secretaría General del Movimiento y, a pesar de que tenían puentes con la “disidencia falangista” universitaria y con los Círculos Doctrinales José Antonio, su intención era muy diferente: ponían el énfasis, en actuar como correctivo a las instituciones franquistas, como “conciencia” de un sector independiente; no aspiraban en modo alguno a revitalizar la Falange histórica, ni mucho menos el hedillismo. Acompañaban a esta intención, lo que podríamos llamar un “remanente ideológico” falangista formado por un nacionalismo anti–imperialista (Royo había sido corresponsal de Arriba en EEUU y era consciente de los riesgos y del odioso comportamiento “imperial” de aquel país durante la Guerra Fría) y el habitual sentido social que ha acompañado a todas las manifestaciones del mundo azul. No se identificaban ni con los “reformistas” que, aupados por el Opus Dei, marcaban desde mediados de los cincuenta la línea del gobierno, ni tampoco con los inmovilistas (que diez años después serían llamados “el búnker” y que entonces se encontraban dispersos, pero empezaban a reagruparse en torno a la revista Fuerza Nueva cuyo primer número apareció en 1967 y cuya sociedad editorial (Fuerza Nueva Editorial) había sido fundada en año anterior.

La revista y el diario SP, el grupo en torno a Cantarero del Castillo e incluso la revista Índice (a partir de 1966, cuando asumió la dirección Juan Fernández Figueroa), formaban una corriente etérea, poco visible para la opinión pública que en medios periodísticos se consideraba ligada al régimen a través de José Solís Ruiz[9], otro de los que creían en la posibilidad de estructurar una “izquierda nacional”. Precisamente, estos medios de prensa mantenían un vínculo con el régimen a través de Solís. No era por casualidad: antes de ser Ministro Secretario General del Movimiento había sido Delegado Nacional de Sindicatos, y se le consideraba como representante en el gobierno de la vertiente social del antiguo falangismo[10].

Es difícil establecer quien fue el “autor intelectual” del concepto de “izquierda nacional”, pero la primera referencia pública que hemos encontrado procede, precisamente, de la Revista SP, donde Luis Ángel de la Viuda publicó un artículo con ese mismo título[11]. Catorce meses después, esta vez en el Diario SP, cuando ya se precipitaba hacia su final, el propio Rodrigo Royo, en su editorial con el título de Buenos Días, expresaba idéntico concepto. Pedía en esa ocasión que la “izquierda nacional” se pronunciara, junto a “la Falange y al Ejército” en relación a la sucesión de Franco por un monarca[12]. Antes, había escrito que prefería la implantación de una República al restablecimiento de la monarquía cuando Franco muriese[13]. En esto puede verse la diferencia entre la posición de Rodrigo Royo y la de Cantarero: mientras éste se abstenía de aludir a la monarquía, el primero no tenía inconveniente en exteriorizar su rechazo. Lo que nos permite situar a Royo en un entorno próximo a los falangistas “disidentes” del Movimiento y, concretamente, en el ámbito de los Círculos Doctrinales José Antonio, como mínimo desde 1972. Ese año se constituyó la “Junta Promotora de Falange Española de las JONS” en Madrid y la “Junta Nacional de Mando de los Círculos”. Royo quedó entonces encargado de la prensa y propaganda de esta formación[14]. Ese mismo año viajó a Crevillente (Alicante) para dar una charla sobre El pensamiento de José Antonio en el Círculo Doctrinal de esa localidad[15].

Pero esa integración ocurría cuando Rodrigo Royo había rectificado sensiblemente sus posiciones. Los Círculos José Antonio siempre se declararon “ni de derechas, ni de izquierdas” y en su propaganda no recogieron la idea de formar una “izquierda nacional” o de participar en un espacio así definido[16]. Sin embargo, durante la existencia de SP y en la década anterior, no conocemos rastros documentales de la implicación de Rodrigo Royo en proyectos falangistas “disidentes”, aunque era frecuente que, en la sección de Cartas al Director, aparecieran envíos realizados por falangistas de todas las edades y de distintas ubicaciones políticas.

En realidad, los distintos grupos de falangistas “disidentes” del Movimiento se caracterizaban por tener unos proyectos poco claros: “Pero en el caso de este grupo de falangistas independientes, no son outsiders ni hedillistas testimoniales, sino que buscan incidir en la marcha real del régimen y en su diseño futuro. No se trata sólo de enarbolar viejas banderas, sino de buscar nuevas bases entre los insatisfechos (…) ante una evolución económica que había promovido el crecimiento económico, pero había olvidado a su parecer las injusticias sociales. Era una vía de conectar ideas y personas forjadas en la tradición falangista con una apelación directa a un cambio social y político ya no sólo en España, sino en el mundo” [17]. Este grupo no estaba pues dedicado al “trabajo de base”, que dejaban para grupúsculos como el FES, o a outsiders como Narciso Perales, sino, más bien, a elaborar un proyecto de “izquierda nacional” que tuviera eco en la evolución del régimen y –en esto coincidían con el resto de fracciones falangistas– que bloqueara el irresistible ascenso del Opus Dei.

La línea editorial de SP demostraba que, para Royo, el 18 de julio había sido una “revolución frustrada”, pero lo que quedaba de ella era la única “pulsión viva” dentro del régimen que anhelaba justicia social. Si el proyecto fracasó fue porque una sociedad anónima que pudiera hacer viable un proyecto periodístico como el que tenía Royo en mente, precisaba del concurso y la ayuda de la banca y ésta no estaba muy dispuesta a apoyar a algo que, en realidad, apuntaba contra ella.

El 24 de agosto de 1969, el Diario SP y la Revista SP pidieron en portada la dimisión de los ministros de Economía y Hacienda, ambos tecnócratas, por el escándalo MATESA[18]. Cinco días después, el diario mostraba en primera página un significativo “Morituri”. Era el fin de la aventura. El Instituto Nacional de Industria había retirado la línea de crédito que mantenía con vida al diario. Las presiones habían sido insoportables y a Royo no le quedó más que escribir una novela, El Establishment [19], en la que narraba la peripecia. El libro estaba dedicado a “Los periodistas presionados por el Establishment, que se han negado a someterse” y terminaba: “Así mataba el establishment, pensó Ibrahím, cuando un viejo amigo suyo le hubo contado toda la historia”[20].

Faltaban medios económicos y/o faltaba base popular organizada. Que Royo despertaba simpatías entre ciertos sectores de la opinión pública, especialmente falangistas, está suficientemente acreditado por los apoyos públicos que se movilizaron cuando fue condenado por un artículo escrito sobre Gil Robles[21]. José Antonio Girón de Velasco envió una carta abierta en la que proponía la “apertura de una suscripción popular destinada a reunir los fondos necesarios para hacer frente al pago de la indemnización al Sr. Gil Robles” [22]. La suscripción popular tuvo gran éxito no solamente en ambientes falangistas. Pero detrás de Royo no había un movimiento organizado, tan sólo contactos, reuniones, nombres significativos: nada más. El mismo lanzamiento de la revista se había realizado apelando a la suscripción popular de acciones, siendo un caso inédito en la España de la época.

El “falangismo crítico” que apareció en la década de los sesenta, fue incapaz de cristalizar orgánicamente en una asociación que representara a la “izquierda nacional” tal como tenían en mente Rodrigo Royo y otros. Había “críticos” en el SEU, en el Frente de Juventudes y, por supuesto, entre los grupos “disidentes”. De todas formas, no se entienda esta “crítica” como una crítica a Franco o a la sublevación del 18 de julio y a lo que siguió: era una crítica a la deriva que había tomado el Estado a partir de la irrupción de los tecnócratas. Ellos –como Cantarero o como el diario Pueblo y su director Emilio Romero[23], como la revista Índice– eran “críticos”, pero no hasta el extremo de la Falange Auténtica o del FSR. Aspiraban, en su conjunto, a la aparición de una “oposición leal” en el interior del franquismo y que ésta, aun no llamándose explícitamente falangista, recogiera el mensaje patriótico y social de la Falange joseantoniana. Para Royo, ese carácter social (pero también el tema antiimperialista al que era muy sensible por haber permanecido durante mucho tiempo como corresponsal en América– era lo que daba sentido al concepto de “izquierda nacional”. Optaron por no hablar mucho de la Guerra Civil para evitar que salieran a la superficie agravios mutuos de otros tiempos, se trataba solamente de mirar hacia delante y dar como hecho consumado la existencia del franquismo y procurar que, cuando desapareciera el Jefe del Estado, subsistiera una fuerza política y social capaz de impedir lo que intuían que ocurriría: que el capital, la banca y los EEUU, se coaligarían para traer el mismo régimen que existía en el resto de Europa Occidental desde 1945.

Royo parecía contradictorio en algunos de sus planteamientos. Cuando estalló la revolución de mayo de 1968 escribió un editorial en el que elogiaba a los “nuevos fascistas”[24], los estudiantes contestatarios. El editorial dio mucho que hablar, no solamente en otros medios de comunicación y entre la opinión pública, sino incluso dentro de la misma redacción del Diario SP [25]. Sin embargo, en sus opiniones mantenía una coherencia de hierro. Era antiimperialista en tanto que patriota y antinorteamericano, no por moda o por un rechazo superficial, sino porque conocía la historia de la civilización estadounidense y cómo habían forjado su imperio. Se decía “de izquierda nacional” como rechazo a la “derecha” (que identificaba especialmente con la tecnocracia opusdeista a la que detestaba por su carencia absoluta de sentido social). Defendía la construcción franquista en tanto que había puesto fin a un caos. Consideraba que el régimen podía avanzar hacia el desarrollismo puro y duro y esto implicaría regresar a la política de partidos o bien conjugando la fórmula de bienestar–orden–justicia que era por la que se decantaba. Dentro del aparato del régimen podía considerarse, en rigor, como un “hombre de izquierda” (de “izquierda nacional” frente a la “izquierda marxista”). Pero fuera del régimen, era, simplemente “un fascista”. Lo era para la oposición democrática, lo era para sus propios redactores (a pesar de que se sorprendieran y alabaran su liberalidad). Y lo era, incluso, para él mismo que, como escribió en muchas ocasiones, se sentía y se había declarado públicamente “fascista” (como en el editorial sobre mayo del 68).

Experimentos como los que proponía Rodrigo Royo solamente pueden realizarse cuando se dan una serie de circunstancias objetivas: la primera de todas es que exista una situación de tranquilidad social, con crecimiento y sin crisis económica: los años sesenta fueron eso, la gran década del franquismo, el tiempo en el que nuestro PIB se disparó a un ritmo del 7% anual (e incluso más). La oposición democrática estaba tenía todavía muy poca influencia, fuera de las universidades. Fueron los “años tranquilos” en los que el régimen podía asumir e integrar una crítica que procediera de sectores “leales”.

Pero el régimen estaba compuesto por ingredientes muy distintos que se reconocían como irreconciliables entre sí: la Falange y el Opus Dei. La moral del guerrero y la moral jesuítica reformulada por Escrivá de Balaguer. Unos se querían defensores de las capas más desfavorecidas de la sociedad mediante el sindicalismo; los otros solamente estaban interesados por el desarrollo y los beneficios que podían aportar a su secta. Y luego, extramuros del sistema, estaba la oposición democrática que despuntó por primera vez con las protestas contra el Proceso de Burgos (diciembre de 1970) en el que estaban encausados los miembros de ETA que habían cometido distintos atentados y asesinatos. A partir de ese momento, la oposición, capitaneada por el PCE y la izquierda radical, pudo abandonar los recintos universitarios.

Al producirse la crisis del petróleo y la recesión económica internacional en 1973, a raíz de la Tercera Guerra Árabe–Israelí, el desarrollismo español entró en vía muerta: esto coincidió con la percepción de que Franco no iba a durar mucho al frente del Estado. En 1973, cuando el nombre de Royo aparece reiteradamente en las actividades de los Círculos José Antonio, ya no es el mismo que ocho años antes clamaba por la creación de una “izquierda nacional”. Muchas cosas habían cambiado y su fino instinto de analista político le llevó a pensar que había que defender al régimen del asalto final que se avecinaba. No es que se moderase, es que comprendió perfectamente los riesgos que se avecinaban y creyó que de los Círculos podía surgir ese “partido patriótico y social” que pudiera garantizar la viabilidad y continuidad del régimen. ¿Fue un hombre de izquierdas más allá de su concepto de “izquierda nacional”? Sólo en la medida en que lo fue el fascismo...



[1]           Se trató del primer diario impreso a offset en Europa y que utilizó fotocomposición para elaborar las galeradas. 

[2]           Manuel Molares do Val, Crónicas Bárbaras, Rodrigo Royo y la Revista SP, http://cronicasbarbaras.blogs.com/crnicas_brbaras/2012/01/vio-lencia–de–persecuci%C3%B3n–salas–rodrigo–royo.html 

[3]           Rodrigo Royo (1922–1982), nacido en Ayora, voluntario de la División Azul en 1941, participó en los combates del Volchow siendo repatriado en el verano de 1942. Graduado en 1944 en la Escuela Oficial de Periodismo, estudió Derecho y Ciencias Políticas en Madrid. Corresponsal de Arriba en EEUU. En 1964 fue recibido por Franco en audiencia. Fundador y director de la Editorial SP. Elegido procurador en Cortes por el Tercio Familiar en Valencia en 1971. Agregado de prensa en las embajadas de México, Venezuela y Colombia. Desde México intentó relanzar el Semanario SP, fracasando en el intento. En agosto de 1980 fue director de Informaciones, sustituyendo a Emilio Romero. 

[4]           Artículo 1. Libertad de expresión por medio de impresos. 1. El derecho a la libertad de expresión de las ideas reconocido a los españoles en el artículo 12 de su Fuero se ejercitará cuando aquéllas se difundan a través de impresos, conforme a lo dispuesto en dicho Fuero y en la presente Ley. 2. Asimismo se ajustará a lo establecido en esta Ley el ejercicio del derecho a la difusión de cualesquiera informaciones por medio de impresos. 

[5]           Artículo 3. De la censura. La Administración no podrá dictar la censura previa ni exigir la consulta obligatoria, salvo en los estados de excepción y de guerra expresamente previstos en las leyes. 

[6]           Se trataba de unas Cortes “orgánicas”, es decir, corporativas, formadas no por representantes de partidos políticos sino integrada por los Consejeros Nacionales del Movimiento Nacional, dos representantes de los municipios de cada provincia, el “Tercio Sindical” formado por representantes de todos los sindicatos de la CNS, los procuradores nombrados por el “Tercio Asociativo” (universidades, Ejército, Iglesia, asociaciones, cámaras de comercio) y el “Tercio Familiar” (elegidos en votación directa en cada provincia). 

[7]           En realidad, esta separación no se aplicó hasta 1972 cuando las Cortes eligieron como Presidente del Gobierno a Luis Carrero Blanco. Así mismo, los reglamentos que debían desarrollar algunos aspectos de eta Ley se retrasaron o, simplemente, no se produjeron hasta la muerte de Franco (como lo relativo al asociacionismo político). 

[8]           “Llorens tenía buenos contactos con Otto Skorzeny, Horia Sima y otros fascistas exiliados, a los que publicará, y fundó también la revista Juanpérez, que sale en 1965 dirigida por su cuñado Narciso Perales y en la que colaboraba también Mauricio Carlavilla (…) En la Revista SP, el viejo ledesmista y censor Juan Aparicio atribuía “audacia racista” a los judíos”  (El antisemitismo en España: la imagen del judío, 1812–2002, Gonzalo Álvarez Chillida, Editorial Marcial Pons, Madrid, 2002, pág. 436). 

[9]           José Solís Ruiz (1913–1990), antiguo militante de la Falange histórica sevillana, voluntario en la Guerra Civil y Alférez Provisional, era, por tanto, un hombre inequívocamente azul que, a partir de 1946 fue procurador en Cortes prácticamente hasta la transición. Ese mismo año organizó en primer Congreso Nacional de Trabajadores y en 1951 fue nombrado Delegado Nacional de Sindicatos. En 1957 escaló hasta la Secretaría General del Movimiento, con el rango de Ministro, cargo en el que permaneció hasta 1969 (a causa del escándalo MATESA y de los ataques que prodigó a los tecnócratas del Opus Dei considerados como responsables del mismo). Era conocido como “la sonrisa del régimen”. Volvió al cargo en el último gobierno de Franco sustituyendo a Herrero Tejedor, muerto en accidente (Datos extraídos de Historia de la literatura fascista española. Volumen 2, Julio Rodríguez–Puértolas, Ediciones Akal, Madrid, 2008, pág. 1012; Gobiernos y ministros españoles en la edad contemporánea, José Ramón de Urquijo y Goitia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 2008, págs. 138, 141, 339, 417, 425, 443, y Los excombatientes franquistas, Ángel Alcalde, Prensas de la Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 2014, págs. 286, 301, 303). 

[10]         Lo que no le evitaba de ser objeto de agrias críticas por parte de los falangistas “disidentes del Movimiento” que lo tenían como quintaesencia del populismo más artificial. Hacia 1966, se lanzaron panfletos con el nombre de Falange Nueva en los que se atacaba a Solís: “Delegado Nacional de Sindicatos que no son sindicatos” (El Frente de Estudiantes Sindicalistas. Una manifestación de la oposición falangista al régimen de Franco, Francisco Blanco Moral, Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, Hª Contem., t. 3, 1990, págs. pág. 203). Estos núcleos “disidentes” preferían como referente a Adolfo Rincón de Arellano (1910–2006) que dimitió como alcalde de Valencia en 1969, en desacuerdo con el gobierno monocolor con preponderancia de miembros del Opus Dei, recién constituido. Rincón era considerado como “referente ético y político para los falangistas” (Fascistas de izquierdas en los años sesenta. La búsqueda de las bases populares para el proyecto de una izquierda nacional en la España de Franco, Miguel Ángel Ruiz Carnicer, Rúbrica Contemporánea, Vol. 3, nº 5, 2014, pág. 75). Rincón de Arellano había militado primero en las Juventudes Socialistas y luego en la Juventud Monárquica Valenciana, afiliándose a las JONS e ingresando luego en Falange Española. Voluntario durante la Guerra Civil, fue luego Jefe Provincial de FET–JONS por Valencia. En 1943 fue presidente de la Diputación de Valencia (repuso a los funcionarios que habían servido al régimen republicano) y luego procurador en Cortes. 

[11]         La izquierda nacional, Luis Ángel de la Viuda, Revista SP nº 325 (18 de diciembre de 1966), pág. 2. 

[12]         Rodrigo Royo Un ´BandWagon´ llamado deseo, Diario SP, 9 de marzo de 1968. 

[13]         Rodrigo Royo, Revista SP, nº 294, 1 de mayo de 1966. Decía: “Desgraciadamente, la Monarquía, como sistema de gobierno, está muy desacreditado. La gente ya no cree en la monarquía. O, más bien, la gente no siente la Monarquía. Se ha perdido el carisma de la realeza (…) El ciudadano medio no encuentra diferencia entre llamarse Borbón o llamarse López, a pesar de que los antepasados de los actuales Borbones dejaron a España en camiseta (…). La República tiene el inconveniente de que su antecedente histórico es casi tan nefasto como la Monarquía de los Borbones. Pero hay que decir en su favor que la República, como sistema de gobierno para gente seria y civilizada, no ha sido todavía experimentado en España”. En el mismo número se incluía un debate sobre la monarquía, la república y la regencia que suscitó una respuesta inmediata de los sectores monárquicos a través de la pluma de Bernardo de Salazar en ABC (05 de mayo de 1966) 

[14]         Dato extraído de Círculos José Antonio, Diego Márquez Horrillo, Editorial Albia, 1977. Edición digital, pág. 19. 

[15]         Partidos, sindicatos y organizaciones ciudadanas en la provincia de Alicante durante la transición (1974–1982), Francisco Moreno Sáez, Universidad de Alicante, Archivo de la Democracia, http://www.archivodemocracia.ua.es/db/articulos/27.pdf 

[16]         “Estamos igualmente alejados de la derecha como de la izquierda, que nos parecen posturas incompletas, parciales y defensoras de intereses de grupos. El centro no lo entendemos.” (Ídem, Ideas y principios, puntos doctrinales, pág. 34). 

[17]         M.A. Ruiz Carnicer, op. cit., pág. 76. 

[18]         “El affaire MATESA promete ser el fraude más voluminoso de la historia industrial–financiera de España. Pero la opinión pública, con su clásica ingenuidad, no ha caído todavía en cuenta de un segundo “affaire” todavía más voluminoso que el de MATESA. Se trata de aprovechar el caluroso escándalo para hacer leña de la Banca oficial retrotrayendo el manejo del crédito a las manos de la Banca privada. Queremos dejar sentada aquí la doctrina de José Antonio Primo de Rivera no superada ni desfasada: “Los embalses de capital han de ser como los embalses de agua: no se hicieron para que unos cuantos organicen regatas, sino para regularizar el curso de los ríos” (Diario SP, editorial del 13 de agosto de 1969). En la edición del día 24 siguiente, se peía la dimisión de los dos ministros, García y Espinosa, miembros del Opus. 

[19]         El Establishment, Rodrigo Royo, Organización Editorial Novaro, México, 1974. 

[20]         Ídem, pág. 312. 

[21]         En el número del 1 de mayo de 1964, la Revista SP acusó a Gil Robles de cobrar del dictador panameño Leónidas Trujillo. El artículo aparecía en portada: en el número 233 de la revista: “La fortuna de Trujillo al servicio de Gil Robles”. Royo fue condenado a cuatro meses de arresto mayor, 30.000 pesetas de multa, pago de costas y 200.000 de indemnización a Gil Robles por “injurias graves”. 

[22]         Carta de José Antonio Girón a Rodrigo Royo, Diario SP, 13 de julio de 1968. 

[23]         Emilio Romero se preguntaba en Pueblo el 5 de febrero de 1964: “¿Cómo han llegado tantos del Opus Dei a puestos importantes?”, compartiendo el mismo estado de ánimo que Royo. 

[24]         Comentario en torno al “nuevo fascismo” (Rodrigo Royo, Columna Buenos Días, Diario SP, 30 de mayo de 1968, pág. 4): “La revolución universitaria ha estallado en el mundo desarrollado y es el testimonio de la vitalidad de Occidente. Se pensaba que los automóviles, las vacaciones y la pornografía habían pervertido definitivamente a los jóvenes de Europa que, de ahora en adelante, serían cerdos sumisos y glotones, contentos con su pitanza y olvidados definitivamente de todo lo más noble que hay en un ser humano: la insatisfacción y el ansia de luz, de belleza, de honra, gloria, perfección y justicia. Y no. (…) Quieren algo que ningún fabricante, ningún tecnócrata, ningún gobierno capitalista les ofrece: una sociedad para seres humanos. Pero no la quieren bajo la patente de la Unión Soviética. La clave para entender y definir a estos jóvenes revolucionarios –dejando así las cosas claras y en su lugar– es que son fascistas sin saberlo (…) Aunque los burgueses se rasguen las vestiduras, nos honramos en proclamar desde este diario que las juventudes universitarias están rescatando la honra de Occidente”. 

[25]         El contenido del editorial ocasionó la protesta de 16 redactores. Royo les instó a que publicaran su opinión, algo inédito en la prensa de la época (e inconcebible en la actualidad, cuando los redactores siguen con fidelidad perruna las orientaciones de la empresa y el director casi ejerce, además de las funciones periodísticas que le son propias, las de comisario político). Los periodistas que protagonizaron esa carta, la mayoría de izquierda marxista, recuerdan ese episodio como una muestra de liberalidad de Royo: “a pesar de su ideología fascista, tenía una visión muy clara de la libertad de expresión de sus empleados” (http: //www.lahemerotecadelbuitre.com). En la Universidad de Madrid, los estudiantes de izquierda marxista, quemaron ejemplares del Diario SP. 


HISTORIAS DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (1 de 8) – Introducción

HISTORIAS DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (2 de 8) – Las coartadas ideológicas del izquierdismo falangista

HISTORIAS DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (3 de 8) – El arranque extraño de “la Auténtica”

HISTORIAS DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (4 de 8) – El Manifiesto por la Legitimidad Falangista

HISTORIAS DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (5 de 8) – FNAL, FSR y distintos experimentos frustrados

HISTORIAS DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (6 de 8) – La imposible falange socialdemócratas de Cantarero del Castillo

HISTORIAS DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (7 de 8) – La “falange de izquierdas” de Rodrigo Royo

HISTORIAS DE LA FALANGE DE IZQUIERDAS (8 de 8) – Conclusión – El cementerio de las buenas intenciones