La lucha política no es esencialmente diferente de las concepciones
militares. Si un jefe guerrero para afrontar una campaña debe de plantearse
objetivos, estrategia y táctica, así mismo un jefe político debe de plantearse
esos mismos conceptos. De hecho, “dirigir” en política, supone elegir entre
distintas concepciones estratégicas para alcanzar los objetivos propuestos
previamente. Un “movimiento político”, en la práctica no es más que la suma de
seis factores: una doctrina (cristalizada en una declaración de principios),
una clase política dirigente (el grupo de cuadros políticos que encarnan y
asumen la doctrina y están decididos a llevarla a la práctica), unos objetivos
políticos (allí a dónde se quiere llegar), una estrategia (el plan general de
operaciones para alcanzar el objetivo político propuesto), unas tácticas (cada
una de las fases de ejecución del plan estratégico) y, finalmente, un criterio
organizativo (los principios de organización para estructurar todo el conjunto
de afiliados, militantes, simpatizantes y cuadros).
Podemos decir, para aclarar un poco más estos conceptos, que si el
viajero pretende ir de Madrid a Barcelona (equivalente al objetivo político),
tendrá varias rutas a seguir (estrategia). O bien irá por la autopista que pasa
por Zaragoza, o bien podrá optar por alcanzar Valencia y luego, por la
autopista mediterránea dirigirse allí a la capital catalana. Ahora bien, una
vez elegida la ruta, quedará elegir el medio de transporte concreto para
cubrirla (táctica): se podrá viajar en avión, en coche, en tren, incluso a pie…
Por supuesto, podemos hablar de un objetivo político final (que no
puede ser otro más que la conquista del poder) y de objetivos políticos
intermedios, fraccionando el camino a recorrer en etapas pues, no en vano, la
lucha política se compone de distintas etapas y el movimiento político está
obligado a desarrollar su acción sobre un panorama política siempre cambiante.
Es cierto que los partidos políticos parlamentarios suelen tener como único
objetivo la victoria electoral en cada convocatoria, pero esto no es aplicable
a los partidos de masas de los años 30, tanto a los fascistas como a los
comunistas. En ambos casos, estas formaciones políticas pretendían un cambio en
profundidad de las estructuras de poder de sus respectivos países. Querían
hacer –y lo proclamaban- una “revolución” que sustituyera al régimen hasta ese
momento existente por otro inspirado en sus propios principios doctrinales. Por
eso, es habitual que unos y otros consideraran que su objetivo político final
era la conquista del poder”, no como un fin en sí mismo sino como un medio para
alcanzar un fin: la transformación de la sociedad.
Estos conceptos valen igualmente para el fascismo español, el
entorno en el que Ramiro Ledesma desarrolló su andadura política. Y es de aquí
de donde vamos a partir.
Curzio Malaparte y el
fascismo español
Es fácil intuir cuáles fueron los principales inspiradores de las
concepciones estratégicas de Ramiro Ledesma: las propias de su tiempo; eran
elementos diversos que bullían en el clima de finales de los años 20 y la
primera mitad de los 30. Ledesma fue muy permeable a todas estas corrientes del
pensamiento europeo, especialmente a dos: Georges Sorel y Curzio Malaparte. La
influencia leninista, si existe, es mínima. Es posible que Ledesma hubiera
leído el ¿Qué hacer? de Lenin y
aunque no es indudable que conociera otras obras del “técnico” del marxismo, es
evidente que la influencia de la izquierda comunista fue mínima en las
concepciones estratégicas de Ledesma (1).
La influencia de Sorel fue
sobre todo ideológica y contribuyó a perfilar algunas ideas (el papel del
sindicalismo como posibilidad revolucionaria y la idea de “nacionalizar” a las
masas obreras), pero la influencia de Curzio Malaparte sería muchísimo más
decisiva. No es por casualidad que el título de la primera revista de Ledesma, La Conquista del Estado, remite a la
revista quincenal que publicó Malaparte a partir de 1924, La Conquista dello Stato (2). Lo reconoce, entre otros, el que fuera próximo colaborador de
Ledesma en aquella época, Juan Aparición quien en el curso de una conferencia
pronunciada en el Ateneo de Madrid en el aniversario de la aparición del primer
número del semanario explica: “El título de nuestro semanario traducía una
cabecera utilizada ya por Curzio Malaparte en una revista suya –“La Conquista
dello Stato”- en los albores del fascismo. Era un rótulo tal vez pretencioso e
insolente como toda la retórica malapartiana, pero significando la necesidad de
una lucha, de una férrea batalla, cuyo botín final sería el predominio de la
minoría victoriosa encima del Estado” (3)
Justo cuando aparece La
Conquista del Estado, Malaparte acaba de publicar su obra Técnica del Golpe de Estado. A pesar de
que no hay referencias a que Ledesma hubiera leído la obra, todo induce a
pensar que así fue. La obra de Malaparte es un inteligente resumen de distintas
estrategias de acceso al poder. Analiza los “golpes de Estado”, revolucionarios
y reaccionarios, que se habían producido en los 13 años anteriores a 1931
(fecha de la primera edición). En los dos primeros capítulos analiza los
sucesos revolucionarios en Rusia: la estrategia leninista, las concepciones
revolucionarias de Trotsky y la lucha de este contra Stalin. Analiza luego el
golpe de Kapp y los distintos golpes de Estado que tuvieron lugar en Polonia a
lo largo de los años 20. Dedica unas cuantas páginas al golpe de Primo de
Rivera y, por supuesto, a la Marcha sobre Roma y a los episodios de la
Revolución Fascista. El último capítulo está dedicado a Hitler hacia quien
Malaparte no alberga excesivas simpatías, sin duda, a causa de su origen judío.
Sí, porque el verdadero nombre de “Curzio Malaparte Falconi” era Kurt Erich
Suckert, uno de los mejores escritores italianos del siglo XX.
Fascista de primera hora, Malaparte-Suckert había participado en la
Marcha sobre Roma y dos años después lanzaba su publicación La Conquista dello Stato. Cuando un
comando fascista incontrolado asesinó al dirigente socialista Matteoti,
Malaparte apoyó al sector más intransigente y realizó una campaña de extrema
violencia contra los sectores opuestos al régimen (4). Sin embargo, en los años siguientes, Malaparte se sintió
“decepcionado” con el régimen fascista al que le reprochaba que no hiciera la
“revolución social”. Lo que primero fue una polémica entre una revista y el
régimen, se convirtió en una crítica cada vez más agria que terminó con una
razonada hostilidad hacia el fascismo en el capítulo VII de Técnica del Golpe
de Estado. El régimen no estaba dispuesto a tolerar una crítica interior así
que lo desterró a la isla de Lípari de 1933 a 1938 después de expulsarlo del
Partido Nacional Fascista. Italo Balbo se preocupó de que permaneciera en la
isla y no pudiera publicar artículos. La intervención del propio Mussolini y de
su yerno y ministro de exteriores, Galeazzo Ciano, sirvió para que recuperara
la libertad. Sin embargo, sufrió nuevos arrestos en 1939, 1941 y 1943 siendo
encarcelado en la cárcel romana de Regina Coeli (5). Fue enviado al frente ruso como corresponsal de guerra para el Corriere della Sera. Algunas de sus
crónicas fueron censuradas, pero al acabar el conflicto se publicaron con el
nombre de El Volga nace en Europa (6) Al producirse la capitulación de Badoglio,
Malaparte tomó partido contra Mussolini y colaboró como enlace con los aliados.
Fruto de sus experiencias posteriores a la capitulación italiana fueron sus dos
obras más famosas, Kaputt (7) y La
piel (8). Tras el
conflicto simpatizó con el comunismo afiliándose al PCI. Viajó a China y se
identificó por el maoísmo hacia donde seguramente hubiera evolucionado de no
ser porque durante su estancia en aquel país salió a la superficie un cáncer
que, finalmente, se lo llevaría a la tumba en 1956.
La publicación en Francia de Thecnique
du coup d’Etat y el primer número de La
Conquista del Estado en España, aparecen casi simultáneamente a principios
de 1931. La obra de Malaparte había causado impacto al ser publicada en Francia
y no en Italia y acarrear sobre el autor las iras de los fieles a Mussolini. En
aquel momento, Malaparte era el símbolo del fascismo disidente, inconformista,
fiel a sus orígenes y contrario a los aspectos del culto a la personalidad que
se manifestaron a mediados del Ventennio. Era el viejo fascismo revolucionario
de los orígenes el que parecía hablar por boca de Malaparte. El antimarxismo
estaba atenuado y el bolchevismo quedaba analizado como fenómeno revolucionario
a la misma altura que el nazismo o el fascismo. Es más, la inclusión de los
episodios históricos de Pildsudsky y Primo de Rivera, permitía hablar de los
movimientos autoritarios como “fenómeno europeo”, una idea que recuperará
inmediatamente Ramiro Ledesma el cual elije, repetimos, como título de su
revista, La Conquista del Estado
intentando establecer una similitud y un paralelismo entre lo que quiere
construir y lo que se está moviendo en torno a Malaparte.
En los 23 números de La
Conquista del Estado, Ledesma no alude ni una sola vez a Malaparte, ni a su
libro, ni a su revista. Como si Ledesma quisiera ocultar que su proyecto es,
ideológica y políticamente, tributario del capitaneado por el escritor
italiano. No hacía falta que lo afirmara explícitamente, muchos otros, en
realidad todos, los que se han preocupado por biografiar a Ledesma y a su obra
política, la han emparentado con la de Malaparte (9). Quien sí lo menciona es Giménez Caballero (10) en un artículo titulado Comprensión
de Lenin en donde hace referencia al libro de Malaparte Europa bárbara que preludia a Técnica del Golpe de Estado. En número 5
se publicó el artículo de Malaparte Inteligencia
de Lenin, traducido por Giménez Caballero (11). Las referencias a Malaparte cesarán poco después de la proclamación
de la II República cuando la redacción anuncie “Giménez Caballero ya no
pertenece a La Conquista del Estado” (12).
Pero Ledesma conocía, no sólo la obra de Malaparte, que le inspiró
el título de su semanario, sino también su Técnica del Golpe de Estado y, si
hemos de creer, a Juan Aparicio –que debía saberlo por figurar entre los
primeros colaboradores de Ledesma-, figuró entre sus primeros lectores.
Aludiendo a Malaparte, escribe Aparicio: “Al considerar bélicamente la
política, el florentino de Prato tenía que escribir después, como un tratadista
militar, su “Técnica del golpe del Estado”, cuyas primicias en España
publicamos nosotros, como asimismo varios capítulos de su otro libro:
“Comprensión de Lenin” (13).
Antes de la aparición de La
Conquista del Estado, las concepciones estratégicas de Ledesma no parecían
muy completas. No estaba claro, ni a qué grupo social se iba a dirigir, ni
siquiera cuál iba a ser la estrategia del movimiento. En realidad, en el
momento fundacional de la revista no estaba claro qué es lo que iban a hacer
los redactores, además de tener apunto la edición todas las semanas. Es posible
que Ledesma hubiera estudiado la historia del Partido Nacional Fascista y el
proceso de fundación de los Fascios di Combatimento (14) y hubiera concluido que el origen del movimiento había sido la
redacción del diario Il Popolo d’Italia.
Así mismo, en aquel momento era suficientemente conocido que Lenin había hecho
de la redacción de Iskra (15) (La Chispa), como núcleo “duro” del Partido
Bolchevique donde se forjó el equipo que alumbró la revolución de Octubre. Así
mismo, el núcleo del que partiría lo esencial del NSDAP-OP (Organización
Política, en contraste con el NSDAP-SA) se forjó en torno al Völkischer Beobachter (16). Ledesma, que había estudiado los orígenes
de todos estos movimientos de alternativa al liberal-capitalismo, debía, pues,
concluir, que la mejor forma de formar un “equipo revolucionario” era la
redacción de una revista. A partir de ahí, la observación atenta de los
acontecimientos políticos y la mera actividad periodística debía de garantizar
la creación de una línea política y de un equipo revolucionario. Y tal fue el
esquema que intentó trasladar a España. Y la revista se llamaría La Conquista del Estado… la misma que
fundara Curzio Malaparte.
En junio de 1924 había aparecido el primer número de la revista de
Malaparte. En aquel momento, el escritor italiano atravesaba su período de
“escuadrismo intransigente”. Al año siguiente su prestigio aumentó entre el
régimen cuando estampó su firma sobre el Manifiesto
de los Intelectuales (17).
En su revista, Malaparte y sus colaboradores se esforzaron por hacerse
portavoces del “fascismo revolucionario” de la primera hora, insistiendo
especialmente en una orientación antiburguesa. Hacia finales de la década
empezó a tomar distancias del régimen mussoliniano cuando percibió que sus
esperanzas de revolución social se estaban difuminando. Con ese ánimo abordó la
redacción de su obra Técnicas del golpe
de Estado.
En la primera etapa de La
Conquista del Estado, Giménez Caballero, amigo de Ledesma, cuyas
colaboraciones había publicado en La Gaceta Literaria, tuvo un papel destacado
en aquellos pasos tambaleantes del fascismo español. Giménez Caballero (que
solía utilizar el seudónimo de GeCé) mantenía relaciones personales y por
correspondencia con Curzio Malaparte, así que es fácil pensar que fue él quien
se lo recomendó a Ledesma (18).
Hacia 1928, GeCé había asumido las tesis del fascismo italiano y
llamaba a Malaparte “mi Virgilio en esta visita italiana”. Ese año, Gecé había
realizado un largo periplo por Europa que le llevó a dar conferencias en
Italia, Alemania, Holanda y Bélgica de las que dará cumplida cuenta en los
artículos que aparecieron en La Gaceta
Literaria entre julio y noviembre del mismo año (19). Giménez Caballero conoció a Malaparte en el curso de su viaje a
Italia. Se daba, además, la circunstancia de que “el escritor italiano había
vivido, desde la infancia, en el mismo inmueble de la ciudad de Prato donde
habitaba la futura mujer de GeCé, Edith Sironi, quien siempre le recordaría con
el aura del joven héroe que volvía condecorado de la guerra” (20). GeCé aspiraba desde entonces a que
apareciera en España un movimiento parecido al fascismo italiano y se preguntaba,
después de proponer que las ediciones de La
Gaceta Literaria publicaban la traducción del Italia contra Europa: “¿Cuándo tendremos nosotros una España contra
Europa?” (21).
El silogismo que realizamos es fácil de asumir: 1) premisa mayor:
Giménez Caballero es introductor de Curzio Malaparte en España, 2) premisa
menor: Ramiro Ledesma mantiene íntima amistad con Giménez Caballero, 3)
conclusión: luego, es Giménez Caballero quien sitúa a Ledesma en la senda de
las concepciones de Malaparte. Este silogismo queda reforzado por algunos datos
objetivos:
- Quienes financian los primeros números de La Conquista del Estado y los que han
financiado previamente la revista de GeCé, La
Gaceta Literaria, son los mismos (22).
- Los primeros colaboradores de La Conquista del Estado proceden, mayoritariamente de La Gaceta Literaria: Ledesma, Iglesias
Parga, Mateos, Giménez Caballero, Juan Aparicio.
Esto le permite afirmar a F. Gallego: “La Conquista del Estado es
inexplicable sin La Gaceta Literaria, como Ledesma lo es sin GeCé” (23). Así pues, estamos obligados a pensar que
cuando se publicó en París Técnicas del
golpe de Estado, tanto Ledesma como GeCé lo leyeron ávidamente (24). A fin de cuentas, se trataba de un libro
en el que se analizaban la estrategia de los distintos golpes de Estado que
habían tenido lugar en Europa desde el 18 Brumario de Napoleón Bonaparte, hasta
el golpe de Primo de Rivera, pasando por el golpe de Kapp, el de Pildsudsky, la
Marcha sobre Roma o el golpe de la cervecería de Múnich en 1923. Un saber
técnico y una guía de estrategia para los revolucionarios de los años 30. ¡Cómo
iba Ledesma a no leer esta obra y a no sentirse influenciado por ella! En
realidad, cuando se leen los entrefilets de La
Conquista o algunos juicios de Ledesma sobre el fascismo, su exaltación
unísona de comunismo, fascismo y nazismo, se creería que ha hecho una lectura
rápida de la obra de Malaparte y comparte su estado de ánimo en 1931: cuando
sigue fiel a los principios del fascismo revolucionario, del escuadrismo
juvenil, pero se siente decepcionado por algunas de las componendas que el
movimiento ha hecho con la monarquía y con el capital. A la luz de la rebeldía
de Malaparte en relación al Duce, puede entenderse también la frase de Ledesma
escrita a través de su alter ego “Roberto Lanzas” en la que afirmaba que al
fundador de La Conquista del Estado
le “convenía más la camisa roja de Garibaldi que la negra de Mussolini” (25).
En los años siguientes, especialmente tras su confinamiento en la
isla de Lípari, Malaparte aumentará la hostilidad contra Mussolini. En el
momento en el que se produzca la defección de Italia, será oficial de enlace
del ejército de Badoglio con las tropas anglosajonas y con posterioridad a la
guerra se situará en las inmediaciones del Partido Comunista acaso para hacerse
personar aquellos años en los que su revista fue faro y guía del escuadrismo
fascista más radical. Pero cuando Ledesma lanzaba el primer número de La Conquista y aparecía casi
simultáneamente en París, Malatesta era todavía considerado como un “fascista
revolucionario” o bien un “fascista crítico”.
Ledesma seguía en la época de La
Conquista del Estado la trayectoria de Curzio Malaparte e incluso llega a
anunciar la publicación de la traducción de su libro Comprensión de Lenin del
que dice que está escrito “Por el gran pensador y polemista del fascismo” (26). Por entonces la andadura (y las
dificultades) del semanario ya estaba muy avanzada. El dato demuestra que
Ledesma seguía teniendo en muy alta consideración la obra de Malaparte cuando Técnica del Golpe de Estado ya se había
publicado y seguramente él lo había leído.
NOTAS
(1)
Había escrito en uno de sus más brillantes artículos publicados en La Conquista del Estado: “Teóricamente
no ha sido aún superada la civilización burguesa. Pero, de hecho, sí. Lenin,
contra la opinión socializante del mundo entero, imprimió al triunfo
bolchevique un magnífico sentido antiburgués y antiliberal. Disciplinado y
heroico. De lucha y de guerra. Mussolini, en Italia, hizo algo análogo,
logrando que un pueblo que en la gran guerra dio muestras de cobardía y de
vileza, adore hoy la bayoneta y los «fines de imperio». Hay que decir con
alegría y esperanza, como paso a las victorias que se avecinan: El individuo ha
muerto”. (Ramiro Ledesma. El individuo ha
muerto. La Conquista del Estado, Madrid, 23 de mayo de 1931. número 11 página 3).
Pero la lectura de este texto da la sensación de que a Ledesma le interesaba
mucho más el resultado del proceso revolucionario leninista que las ideas del
mismo Lenin a las que no alude, ni critica en lugar alguno de sus escritos o
artículos. En La Conquista del Estado,
Ledesma y Giménez Caballero aludieron a Lenin en varios artículos desde el
primer número de la revista. También escribió algunos elogios a
marxistas-revolucionarios como Joaquín Maurín (véase el comentario al libro de
este último Los hombres de la Dictadura,
publicada en La Conquista del Estado,
nº 4, 4 de abril de 1931, pág. 4). En otros números suele colocar a la misma
altura a Lenin, Hitler y Mussolini (véanse los entrefilets publicados desde el
primer número del semanario: “Viva la Rusia de Stalin, Viva la Alemania de
Hitler, Viva la Italia de Mussolini”). A pesar del sindicalismo de Ledesma,
éste fue siempre impermeable a las concepciones marxistas sobre la clase obrera
considerada como clase objetivamente revolucionaria. Con todo, las escasas
opiniones de Ledesma sobre Lenin dan la sensación de que no conoció
directamente su obra, sino que lo hizo a través de divulgadores y
comentaristas, analistas y exégetas de su obra, como Curzio Malaparte, a quien
aludiremos a continuación. El sindicalismo de Ledesma es deudor de la obra de
Georges Sorel y éste no podía sino ser denostado por Lenin que en ¿Qué hacer? cargó contra la “desviación
sindicalista”, considerando que el sindicato solamente podía ser la correa de
transmisión del partido, o de lo contrario se agotaría en meras
reivindicaciones laborales que jamás lograrían cambiar las relaciones de poder.
El sindicalismo-revolucionario, con la idea de “huelga general” intentaba
transformar lo que, en principio era meramente reivindicativo, en potencia
revolucionaria contra el Estado.
(2) Puede leerse una biografía de Malaparte y de sus colaboradores en La Conquista dello Stato, Historia
de la Literatura Italiana (II). Desde la unidad nacional hasta nuestros días,
Jesús Graciliano González Miguel, Publicaciones de la Universidad de Salamanca,
Salamanca 1993, pág. 293 y sigs.
, Roma-Bari, Laterza, 1975