4ª Parte: La inmigración como problema principal
Hemos visto hasta ahora, las claves del drama palestino: no es un
problema reciente, sino que lleva arrastrándose más de un siglo. España, en ese
tiempo, ha variado sus políticas:
- Entre 1897 y 1936: de ignorar la cuestión o
valorar el neosefarditismo (véase la serie publicada en Info-krisis
sobre el Antisemitismo
español y neosefarditismo) como un fenómeno propio de la cultura
española.
- Entre 1939 y 1975: a pesar de los roces con
Marruecos a partir de los años 50, la política de Franco en relación a Oriente
Medio puede resumirse en la tópica frase de “nuestra tradicional amistad con
los árabes” que no se vio afectada por la Guerra de Ifni, ni por los
primeros asesinatos de soldados españoles por parte del F.Polisario.
- A partir de 1976 y hasta 1996: los costes
cada vez mayores del desencuentro con Marruecos, las políticas internacionales
de reconocimiento del Estado de Israel, imprescindible para ingresar en las “Comunidades
Europeas”, generaron un equilibrio bastante estable y un eclecticismo político
entre las aspiraciones judías y las palestinas.
Pero a partir de 1996, a medida que se iba enrareciendo la
situación en Oriente Medio y el establecimiento de la Autoridad Nacional
Palestina en virtud de los acuerdos de Oslo y los incidentes en la Explanada de
las Mezquitas que dieron lugar a la “segunda intifada”, un nuevo elemento entró
en juego en la ecuación: la apertura de puertas en España, provocada por José
María Aznar a la inmigración extranjera.
Desde 1996 a 2003 entraron en España tres millones de inmigrantes,
de los que, aproximadamente la mitad procedían de países islámicos. Durante ese período, empeoraron las relaciones con Marruecos
(crisis de Isla Perejil, en 2002, chantaje permanente a España por el tema
migratorio, exportaciones masivas de haschisch y negativa a detener los flujos
migratorios). La política exterior de Aznar en relación al mundo árabe y al
conflicto de Oriente Medio no varió: eclecticismo y apoyo a las partes para
proseguir la vía de la negociación, con cierta tendencia favorable a una mayor colaboración
con el Estado de Israel.
El verdadero vuelco en las relaciones internacionales de España se
produjo con la llegada de Zapatero al poder, favorecido, precisamente por las
bombas islamistas del 11-M y por los errores de comunicación del ministerio del
interior de Aznar. A partir de ese momento se
produjeron tres fenómenos de gran importancia:
1) Una apertura de fronteras de par en par a la inmigración, iniciada con una primera “regularización masiva” en 2005 que debía legalizar la presencia en España de 500.000 inmigrantes, pero terminó regularizando a 600.000 según cifras oficiales), mientras que, desde el momento en el que se convocaba la regularización hasta el momento en el que terminaba el plazo, se produjo un “efecto llamada” sin precedentes que, en total trajo a España a otros 800.000 inmigrantes entre que se anunció la “regularización” hasta que se cerró. Vale la pena recordar que hoy se reconoce que buena parte de la documentación aportada por los aspirantes a la regularización era manifiestamente falsa y que ni siquiera se cumplieron las exigencias establecidas en el decreto.
2) La promoción de la Alianza de Civilizaciones por parte de Zapatero y avalada por las Naciones Unidas como un programa “buenista” más de cooperación y entendimiento internacional, que, en realidad, no fue -no es, pues todavía existe- una táctica más del proyecto “mundialista” promovido por la ONU. En la práctica este programa reforzaba el “efecto llamada” a la inmigración que era considerada como un “derecho”.
3) Las sucesivas leyes de inmigración que cada gobierno había reformado a su antojo (bajo Felipe González se nacionalizaron españoles 25.000 marroquíes) dejaron de aplicarse: el fenómeno de la inmigración adquirió un carácter masivo, reforzado por los sucesivos “efectos llamadas” cada uno de los cuales hacía imposible que pudieran cumplirse todos los preceptos establecidos leyes que habían sido aprobadas cuando se producía un goteo migratorio.
La entrada masiva de inmigrantes, a partir de ese momento durante
los años del zapaterismo (una media de 300.000 al año, con picos de 500.000) hizo
que cuando se cerró este período en 2011, el número de inmigrantes hubiera
ascendido a algo más de 6.000.000. En los cinco
años siguientes, durante el gobierno Rajoy, a pesar de que se mantenía un alto
nivel de inmigración ilegal, tampoco se hizo nada para contener el fenómeno
para evitar nuevos focos de tensión (eran los tiempos del “Welcome refugies”
que habían sustituido a las primeras consignas del progresismo, “ningún ser
humano es ilegal” [pero infringir la ley de inmigración si era ilegal] y “no
pueden ponerse puertas al campo” [pero sí pueden garantizarse la integridad
e invulnerabilidad de las fronteras).
Con todo, la política exterior española en relación al mundo árabe
no cambió: se basaba en buenas relaciones con las dos partes en el conflicto de
Oriente Medio y con evitar enfrentamientos con Marruecos (F. González había creado un gaseoducto que trasladaba gas
argelino a través de Marruecos, soslayando la peligrosa tensión entre ambos
países; Aznar creó otra vía directa para que el gas argelino llegara a España
evitando el tránsito por Marruecos). Las líneas de la política española eran
presentar a nuestro país como puente entre Europa y el mundo árabe,
fortalecimiento de la cooperación y estabilidad mediterránea, respeto a los
derechos humanos, etc. Se seguía, oficialmente, manteniendo una política de
equilibrio y promoción de negociaciones entre árabes y judíos.
La política errática del sanchismo en materia internacional
Pero al subir al poder Pedro Sánchez todo esto saltó,
finalmente, por los aires. De manera inexplicable, el nuevo presidente
cambió radicalmente la política española en relación al problema del Sáhara: de
una postura favorable a la resolución 3458 de la ONU que instala a España, como
“potencia administradora” a convocar un referéndum sobre el futuro del
territorio, revalidada en resoluciones posteriores, Sánchez pasó a una
política favorable a Marruecos considerando el territorio del Sáhara Occidental
como exclusivamente marroquí. La actitud era todavía más inexplicable, teniendo
en cuenta que eso suponía congelar las relaciones con Argelia, nuestro
principal proveedor gasístico.
Al mismo tiempo, el nuevo gobierno hizo la vista gorda ante la inmigración
procedente de Marruecos que ya había dado muestras de generar “molestias” en
las zonas donde se había asentado por su escasa y demostrada capacidad de
integración. Argelia, que hasta ese momento había contenido la inmigración africana
hacia España, simplemente, en represalia, dejó de hacerlo. Poco después
empezó a producirse un aumento desmesurado en el número de delitos, especialmente
de carácter sexual. La prensa tardó poco en advertir que los sucesivos indultos
que estaba concediendo Mohamed VI, tenían como consecuencia el facilitar la “exportación”
de delincuentes habituales a España. El problema de los MENAs se agudizó.
Todo esto habría sido suficiente como para advertir seriamente a
Marruecos que, o cesaba de exportar delincuencia a España o se tomarían medidas
ante la UE vetando acuerdos preferenciales. Pero, no solamente no se hizo nada,
sino que el gobierno Sánchez siguió tendiendo la mano a Marruecos en todos los
terrenos: permiso a que sus camioneros trabajen en empresas españolas sin
exámenes previos, nuevos préstamos a fondo perdido a Marruecos, subsidios y
ayudas desmesuradas a la inmigración, entrega de vehículos al ministerio del
interior marroquí, medidas para el aprendizaje de la lengua árabe en escuelas,
disolución de unidades de eficiencia demostrada de la Guardia Civil en la lucha
contra el narcotráfico en el Estrecho, permisividad ante la okupación ilegal,
falseamiento de cifras sobre la delincuencia, etc, etc, etc, etc.
Lo peor es que el gobierno permanecía sin dar explicaciones sobre un
giro tan absoluto en nuestra política exterior. Eso hizo sospechar que
Marruecos disponía de información sobre las actividades de Pedro Sánchez y de
su entorno que resultaban “sensibles” y que habría utilizado como chantaje.
Nada se ha demostrado, pero el giro sigue sin explicación racional.
A esto hay que añadir que, entre los países musulmanes, Marruecos
fue el primero que, en 2020, estableció un “Acuerdo de normalización de
las relaciones entre Israel y Marruecos”: no en vano, Marruecos se
muestra como el primer y gran aliado de EEUU en África, hasta el punto de ser
considerado por el Pentágono como el “aeropuerto” que le permitiría realizar un
rápido despliegue en el continente negro. Pero esto genera dudas sobre el
futuro de las relaciones entre España y EEUU: en caso de conflicto
hispano-marroquí, España no podría utilizar el armamento de origen
norteamericano…
Puestas así las cosas, la lógica de la política internacional,
obligaría a Sánchez a mantener la prudencia en la actual fase de conflicto de
Gaza: sin embargo, ha tomado partido, descaradamente, por Hamás, dando alas a
Podemos y a los bilduetarras para boicotear la vuelta ciclista. Forzado por
algunos de sus socios (especialmente Bildu, ERC, Sumar), ha decretado el “boicot
a Eurovisión”; con estas decisiones pretende cultivar los votos de los
inmigrantes marroquíes nacionalizados y, especialmente, para tapar sus
corruptelas. Pero, Sánchez parece haber perdido toda lógica política, y ha
convertido sus políticas, en todos los terrenos, en erráticas, excéntricas e
incomprensibles. Solamente puede entenderse como un deseo absolutamente
irracional de mantenerse en el poder, hasta que se produzca su enjuiciamiento
por los tribunales y su presumible exilio en Marruecos (siguiendo la
tradición iniciada por Craxi de exiliarse a un país magrebí para huir de la
justicia de su país)
El problema de la “solidaridad con Gaza”
Lo “evidente” es que cualquier conflicto que afecta a la población
civil, debería solventarse mediante la negociación. El problema es que, para el
Estado de Israel, quien controla la franja de Gaza es una organización terrorista,
Hamás y la política de cualquier Estado moderno debería ser no negociar con el
terrorismo, sino acabar con él. Y esa es la
política que está llevando a cabo Netanyahu con sus “ataques selectivos” (que,
como ya dijimos, han eliminado a las distintas direcciones de Hamás, mostrando
su efectividad). Así pues, desde el punto de vista diplomático, la postura más
acertada sería estimular la negociación entre Israel y la Autoridad Nacional
Palestina. Pero, dado que esta es inexistente en Gaza -ha sido barrida y
expulsada por Hamás-, la negociación es imposible. De ahí que, fuera de las
habituales exhortaciones de evitar daños a la población civil, recomendar
negociaciones entre actores “significativos”, el restablecimiento de la Autoridad
Nacional Palestina en Gaza… poco más puede hacerse desde Europa.
Es más: el problema de Oriente Medio, no es un problema
europeo, ni siquiera un problema en el que la UE pueda extraer algún beneficio.
Es un conflicto que compete a dos actores principales, el gobierno del Estado
de Israel y los Países Árabes. Son ellos los que tienen que negociar, en lugar
de arrastrar más de un siglo de conflicto.
Nosotros europeos, no tenemos la culpa de los errores constantes
que han cometido los grupos palestinos desde 1948.
No tenemos argumentos suficientes para denunciar a Israel por “genocidio”,
cuando, en realidad, ha respondido a ataques previos contra los kibutz fronterizos
y contra población civil en el interior del país. No podemos condenar la “eliminación
selectiva” de dirigentes de Hamás que han planificado tales ataques. Ni tampoco
podemos aprobar la operación de “limpieza étnica” que está realizando Israel en
la Franja de Gaza actualmente. Y todo eso porque, Europa y, concretamente, España,
no gana ni pierde nada en esta cuestión que, para nosotros, no es más que un
conflicto muy alejado de nuestras fronteras.
Hoy, para un ciudadano español, tomar partido por Hamás (Hamás es
quien gobierna en la franja de Gaza, y el verdadero responsable de esta fase del
conflicto con los ataques de octubre de 2023) es hacer causa común, no con los “derechos
humanos” (justificarlo así, sin recordar las vulneraciones a los derechos
humanos realizados por Hamás, es una actitud “mentalmente hemipléjica”), sino
con una organización terrorista. Supone, para colmo, seguir la política del
gobierno-escoria de Pedro Sánchez, el gobierno de la corrupción, de la no-España,
del nepotismo y la mentira permanente convertida en “relato”. Supone aceptar el
juego del sanchismo para tapar los casos de corrupción. Supone, también, estar
al lado de las “chicas loquitas” y de los “hombres deconstruidos” de Podemos,
de los bilduetarras y de la progresía más snob (que se ha dado cita en la “flotilla”
turística de Tumberg, Colau y el mantero africano… Y, para colmo, hacer causa común
con la inmigración musulmana.
Porque hay un elemento más en la ecuación que no puede olvidarse.


Aquí y ahora el “gran problema”, no es Gaza sino la inmigración islámica
En el capítulo sobre el sionismo hemos visto cómo un territorio
originariamente árabe, empezó a ser colonizado por sionistas. Setenta y cinco
años bastaron para que aquellos primeros colonos judíos fueran desplazando
sistemáticamente a las grandes comunidades árabes y reemplazándolas. Ese mismo
proceso es el que están siguiendo los musulmanes en Europa Occidental y,
especialmente en España.
Basta acercarse a la puerta de un colegio en cualquier ciudad del
Mediterráneo e incluso del interior, para darse cuenta del vuelco demográfico
que está teniendo lugar en nuestro país. Son ya muchos los colegios en los que
los alumnos de origen español son minoría. Los responsables de esta
situación, vale la pena recordar y maldecir sus siglas, son el PSOE y el PP,
tal para cual en casi todo.
El Islam, lo hemos demostrado en esta web en varias ocasiones no
puede ser considerada como una religión en plano de igualdad con cualquier
otra: es la única religión en nombre de la cual se mata y se muere y que premia
a los “mártires” con una recompensa sensualista en el más allá. El “sexto pilar”
del islam, mejor no olvidarlo nunca, es la “guerra santa” y la “guerra santa”
tal como la definió Mahoma en el Corán; no es una
guerra “espiritual” contra el “enemigo interior”, sino una guerra de conquista física
para convertir territorios “impíos” en territorios islámicos (para ampliar esta
información véase: Importante
documento sobre el yihadismo, en Info-krisis).
Hará unos 20 años, un amigo que acababa de asistir a una manifestación
de solidaridad con la “segunda intifada” (2000-2005) me comentó el clima: “la
mayoría eran inmigrantes magrebíes”. Esa misma persona había estado presente en
manifestaciones de solidaridad durante la “primera intifada” (1987-1993):
apenas había musulmanes presentes, casi todos los manifestantes eran de origen
español. Y este dato es significativo y plantea una disyuntiva a los “solidarios
con Gaza”:
- O manifestarse junto a miles de musulmanes (y algunos “progres”) en solidaridad con Gaza,
- O reconocer que, aquí y ahora, existen problemas mucho más graves, como la islamización del país, la inmigración masiva y la sustitución de población.
Porque no se pueden combinar las dos actitudes (solidaridad con
Gaza y lucha contra la inmigración masiva y la islamización de España), salvo
para Pedro Sánchez y para aquellos bonzos que quieran ser linchados por la "progresía solidaria " o lapidados por los islamistas radicales".
Es más, intuimos cómo puede acabar la actual situación: con un
Sánchez a punto de ser procesado, lanzando balones fuera y asumiendo que España
admitirá a ¿100.000, 200.000, a la totalidad de la población de Gaza?, acogida en
nuestro país (como hizo Angela Merkel en 2015 admitiendo a casi un millón de
refugiados sirios, e inaugurando su política de “Willkommenskutur”, “cultura
de la bienvenida”). Si un gobierno se muestra tan solidario con una causa,
parece lógico que lleve esta solidaridad hasta el final. Fue a partir de 2015 cuando
Alemania reaccionó al disparate generado por la Merkel: la reacción tiene un
nombre, Acción por Alemania.
La concusión que, cuidado con asumir de manera apresura la
solidaridad con unos o con otros, especialmente, si el problema no nos afecta
directamente. En donde hay que comprometerse, en donde hay que asumir
posiciones de ataque, decididas y firmes, es en la cuestión de la islamización
de España. Y esto implica cortar de forma absoluta, total y para siempre los
estímulos a la inmigración procedente de países musulmanes. Ni es la inmigración
que puede interesar, y hoy nadie puede dudar que es un tipo de inmigración que
genera “problemas” y que exige mucho más de lo que aporta.
