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jueves, 19 de septiembre de 2024

El “Gran Reemplazo”, la realidad convertida en teoría conspirativa (4 de 4)

Ahora bien, ¿podemos afirmar que la teoría del “gran reemplazo” es correcta? ¿Cuál es su punto débil? Es aquí en donde reside la auténtica polémica: no en el hecho incontrovertible de que Europa se ha convertido en un caos multicultural al que las proyecciones demográficas ofrecen un futuro “africanizado” e “islamizado”, sobre el que podrá discutirse la velocidad mayor o menor del proceso, pero no sobre el hecho en sí de que el resultado de las políticas migratorias de los últimos 30–50 años va a generar, está generando, un vuelco étnico, religioso y cultural en Europa Occidental.

El hecho de que se mencione a George Soros en el centro de la “conspiración” y como su factótum no es asumible. Es cierto que Soros juega a favor de mantener y aumentar los flujos masivos, es cierto que tiene peso económico y que, por tanto, tiene influencia política y mediática. Pero Soros no es hijo de una dinastía económica (a diferencia de los Rothschild, los Rockefeller o los Vanderbilt). Su padre era un discreto abogado y su madre tenía un pequeño comercio de ropa. No estamos hablando, por tanto, de generaciones y generaciones de tiburones de las finanzas, sino de un “self made man”. En la lista de “hombres más ricos del mundo” no aparece entre los 10 primeros (la mayoría de los cuales proceden del sector de nuevas tecnologías). No hay, por tanto, que mitificar a George Soros y a su papel en la escena mundial. Es cierto que su papel ha sido influyente en la pequeña República de Georgia y en el desarrollo de los conflictos balcánicos en los años 80 y 90. También es cierto que sus “fundaciones” han recibido entre 30 y 35.000 millones de dólares para sus tareas “humanitarias” y que buena parte de este dinero se ha invertido en la integración del pueblo gitano en Europa, en soporte a ONGs de carácter pro–inmigracionista. Pero el fenómeno de la inmigración masiva es mucha mayor que la figura de George Soros.

Por otra parte, Soros es un “negociante”, el típico especulador financiero. ¿Qué beneficios podría extraer George Soros de impulsar un “gran reemplazo”? Los hechos demuestran que cuanta más inmigración llega a Europa Occidental, los estados afectados se debilitan más y más, crecen los problemas, aumenta la inestabilidad, disminuye la seguridad y, en general, se crea el marco más inadecuado para los negocios. ¿Qué inversor podría estar interesado en alcanzar una situación en la que Europa Occidental fuera perdiendo más y valor económico? Por otra parte, a pesar de que se han ofrecido a los inmigrantes en todos los países de Europa Occidental, medidas de discriminación positiva, que les favorecían en el acceso a estudios superiores, lo cierto es que los resultados han sido muy discretos. La educación ofrecida a jóvenes y adolescentes procedentes del mundo islámico y del África subsahariana no se ha traducido en una elevación del nivel de vida de sus comunidades que siguen autoguetizadas, sin mostrar interés por la integración, ni mucho menos por la asimilación. A esto se une el hecho de que la inseguridad y la inestabilidad creciente de muchos países, especialmente España, induce a “jóvenes suficientemente preparados”, recién licenciados de carreras universitarias, a desplazarse a otros países en busca de mejores ofertas económicas, más estabilidad socio–política y menores cargas fiscales. Así pues, es cierto que se están produciendo cambios de migraciones: se van jóvenes autóctonos preparados, pero llegan jóvenes sin interés por esa misma preparación y atraído por el “efecto llamada” de los subsidios desde el minuto uno de su desembarco de la patera y, en el peor de los casos, por la permisividad de las autoridades ante la delincuencia organizada. En este terreno el panorama es muy desolador y nadie medianamente inteligente y con una mínima capacidad crítica puede llamarse a engaño: estamos asistiendo a un empobrecimiento cultural, económico y social en Europa Occidental (y en la Europa Nórdica) del que todas las partes implicadas –incluidas las finanzas– terminarán lamentando (un régimen de subsidios es viable solamente mientras existe un volumen de población a la que Hacienda puede “muñir” literalmente. Pero esto también tiene un límite, más allá del cual, resulta inviable. Interrumpir bruscamente el flujo de subsidios a la inmigración supondría un estallido étnico y social inmediato.

En todo esto hay una confusión. Si el futuro de Europa Occidental se tambalea a causa de la llegada masiva de inmigrantes y del vuelco demográfico que esto supone, habría que valorar ¿a quién beneficia el hundimiento de Europa Occidental? Rusia es consciente de la debilidad de Europa y de que las propias políticas de los últimos gobiernos de la UE conducen directamente a una inestabilidad creciente de los distintos países que la componen. Por lo demás, no ha existido ninguna prueba de responsabilidad rusa en las riadas de inmigración. Washington y el Pentágono tampoco son sospechosos de animar tales oleadas migratorias: todo lo contrario, en un momento en el que, a través de Donald Trump resucita la idea del “decoupling” (desvinculación de los EEUU de la defensa de Europa), la instigación norteamericana es todavía más increíble. ¿Marruecos? Efectivamente está interesada en deshacerse del lastre que supone su crecimiento demográfico y aliviar la presión que generan los desplazamientos de miles de a subsaharianos a Europa a través de su territorio. No hay que olvidar tampoco, que Marruecos lleva a cabo una guerra de “baja cota” contra España y reivindica parte de nuestro territorio nacional (Ceuta, Melilla, las Islas Adyacentes y Canarias) para realizar un proyecto geopolítico del Gran Marruecos. Además, este país juega sus cartas como históricamente ha hecho: chantajeando constantemente a la UE y a España u obteniendo jugosos beneficios por ello[1]. Pero Marruecos no es la única plataforma utilizada para llegar a Europa: Argelia, Libia, Turquía, son “corredores” habituales de la inmigración en dirección a Europa y, por tanto, el papel de Rabat es menor al que se suele creer en España.

 No hay que olvidar, además, que hay oleadas masivas de inmigración ilegal a Europa porque la propia UE lo tolera. No hay problema más fácil de resolver que el de la inmigración: basta desincentivarla mediante repatriaciones masivas o bien, situando a la Armada de los países mediterráneos (especialmente de España, Francia, Italia, Malta, Chipre y Grecia) interceptando pateras y remitiéndolas al puerto más próximo según la ley del mar (esto es, al puerto del que han salido). En apenas un mes de esta práctica, el flujo se cortaría en saco. La no admisión de “refugiados” sin documentación y las repatriaciones de ilegales que han llegado, harían el resto.

Y esta es la cuestión: no hay que buscar intervenciones externas, ni siquiera conspiraciones para establecer porqué se produce un flujo masivo de inmigración con el riesgo de generar un “gran reemplazo”. Porque si la conclusión del “gran reemplazo” es inapelable, lo que no lo es tanto es la explicación. Hay inmigración, porque los gobiernos europeos de centro–izquierda y de izquierdas, fundamentalmente, lo han permitido por unos motivos y gobiernos de centro–derecha por otros, relativamente diferentes. No hay que buscar “fuera” la causa del problema, sino “dentro”. Sobre todo, teniendo en cuenta que la UE ha estado gobernada por coaliciones de centro y centro–izquierda. Este es el principal elemento a tener en cuenta.

Nadie ha obligado a los gobiernos de la UE a suscribir la Agenda 2030 (como hizo Rajoy en 2015, sin haber leído bien sus cláusulas y lo que implicaban, entre otras medidas, aceptación de los flujos migratorios que quisieran asentarse en España). Nadie obligó a José Luis Rodríguez Zapatero a suscribir en 2008 el Pacto Europeo sobre Migración y Asilo, otro de los documentos en los que se asientan las oleadas migratorias. Nadie obligó a Pedro Sánchez firmar el Pacto de Marrakech en 2018 que impone a los Estados de la UE “cuotas de inmigrantes”.

En España podemos establecer que el inicio de la inmigración masiva se produjo a partir de 1996 cuando José María Aznar (centro–derecha) estableció su modelo económico basado en salarios bajos, acceso fácil al crédito, la construcción como motor económico e inmigración para abaratar la mano de obra. Durante su gobierno entraron en España 3.000.000 de inmigrantes, que luego, durante el zapaterismo se duplicaron. Pero, hay que recordar que los motivos por los que el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero realizó una “regularización masiva” fueron simplemente engañosos: se dijo que era para regularizar a 400.000 en situación de ilegalidad, pero, en realidad, se aprobaron 600.000 regularización (buena parte de las cuales avaladas por documentación más que dudosa), generándose un efecto llamada inmediato de entre 500.000 y 600.000 inmigrantes más desde que se anunció la regularización hasta que concluyó. Se prometieron medidas para impedir que se repitieran acumulaciones de ilegales de este tipo y sanciones para las empresas que los contratasen. En realidad, no se hizo nada más que abrir las puertas de par en par. Cuando se cumplían diez años desde el inicio de la inmigración masiva (de 1996 a 2006) ya se habían instalado en España en torno a 6.000.000 de inmigrantes. A partir de aquí, empezaron las “naturalizaciones” y, aunque hoy el número de inmigrantes residentes en España, se estima entre 7.500.000 y 8.000.000 la cifra es engañosa, porque hay que sumar los “naturalizados” y los hijos de todos estos contingentes, nacidos en España y, por tanto, considerados legalmente como españoles[2]. El resultado final es que, hoy, entre en 22 y el 25% de la población residente en España, o bien es inmigrante, legal o ilegal, hijo de inmigrantes o bien antiguos inmigrantes “naturalizados”.

En el momento de escribir estas líneas, PP y PSOE han aprobado en el parlamento la vía abierta para regularizar a otros 500.000 irregulares… Pero los motivos, también ahora, son distintos. Para el PP es una cuestión “de humanidad” y “de economía”. La derecha liberal española considera que mantener la llegada de inmigración es “bueno para la economía”: y, en efecto, tiende a subir el PIB nacional (cuanta más población, más movimiento económico…), pero con la contrapartida de que esta cifra “macroeconómica” es engañosa.  Inmigrantes que llegan sin capacitación profesional, ni especialidades, solamente pueden colocarse en los niveles salariales más bajos o entre los grupos subsidiados: tal como explicó el profesor Jesús Fernández–Villaverde, catedrático en Economía de la Universidad de Pennsylvania, en su estudio La riqueza de las naciones trabajadoras:

“Vivimos en un estado del bienestar. Los estados del bienestar se basan en que el 10% de la población de más renta transfiere renta al 60% de menor (los que están entre el 61% y el 90% se quedan más o menos igual), bien directamente con transferencias o indirectamente con servicios públicos. Cada inmigrante que llega a una economía avanzada y se coloca en el 60% de menor renta (es decir, casi todos excepto los de muy alto nivel de capital humano) tiene un valor añadido negativo para el estado del bienestar. Sí, los inmigrantes te generan flujo de caja positivo hoy para la seguridad social (pagan cotizaciones), pero en el futuro hay que pagarles una pensión y una sanidad pública. En Dinamarca lo han contabilizado con detalle y, efectivamente, traer inmigrantes les sale a perder (…) La inmigración no parece ser la solución de casi nada; países como Canadá o España, que han traído muchos inmigrantes desde 1990, han crecido menos que Japón en términos de PIB por adulto en edad de trabajar. Simplemente, hay más trabajadores en Canadá y España, con lo cual el PIB total crece más, pero el PIB por adulto en edad de trabajar no crece más (…) Los japoneses, a pesar de los millones de artículos en la prensa occidental criticándoles por no permitir inmigrantes, lo han entendido mucho mejor que nosotros”[3].

España y Canadá, han alardeado de aumentos en el PIB, gracias a haber admitido millones de inmigrantes, sin embargo, no se ha traducido en generación de riqueza, ni en mejora del estado del bienestar. ¿Cómo podría ser de otra forma si de los 8.000.000 de inmigrantes que viven en España, solamente trabajan y cotizan a la seguridad social, casi siempre por las franjas salariales más bajas, apenas una 2.500.000? Lo peor –y lo que demuestra que, en España, el gobierno todavía actúa con frivolidad en materia de inmigración masiva– es que la ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz, fue la que ofreció estas cifras, reconociendo luego que ¡ignora a qué se dedican los 5.500.000 que están en España pero que no trabajan…! Así se entiende perfectamente porque el resto, o bien está obligado a vivir de subvenciones y subsidios, o bien se vincula a medios de vida ilegales, o bien además de subsidios genera trabajo negro y así se explica problemas tan diversos como la subida del precio de los alquileres en el mejor de los casos y la oleada de “okupaciones”, sin precedentes en la historia mundial o la oleada de violencia contra la mujer. Como para que luego el ex ministro José Luis Escrivá, hoy director del Banco de España afirme con una seriedad pasmosa que todavía España “necesita entre ocho y nueve millones de inmigrantes hasta el 2050” (¡!)[4].

Así pues, la pregunta sigue en pie: ¿por qué inmigración? La respuesta es mucho más sencilla de lo que imaginaba Camus y los teóricos del Gran Reemplazo. Si nos fijamos en el caso español (que no reproduce sino tardíamente lo que otros países de Europa Occidental ya había realizado con treinta años de anticipación), lo habitual es que la izquierda admita inmigración, cuanta más mejor, y que la derecha, por lo general, tienda a controlarla algo más. Esto da la respuesta al enigma: desde los años 80, la clase obrera europea –que aportaba el grueso del voto de izquierdas– o bien ha ido desapareciendo barrida por la globalización y las deslocalizaciones, o bien ha ido adoptando valores propios de la derecha, no solo porque su proceso de aburguesamiento y mejora en sus condiciones de vida era evidente, sino también porque, poco a poco, las propuestas de la izquierda en materia de “ingeniería social”, especialmente a partir del inicio del milenio, han ido chirriando cada vez más en sus oídos. Esto ha generado un retroceso electoral de las izquierdas y un cambio en su electorado: hoy, la clase obrera apenas vota a opciones de izquierdas; los huecos que ha dejado se han visto sustituidos por funcionarios de ONGs subsidiadas, por profesionales de orientación “progresista” y, especialmente, por “nuevos europeos”, esto es por inmigrantes naturalizados. En otras palabras: cuantos más inmigrantes lleguen a Europa, más posibilidades tiene la izquierda de sobrevivir a corto y medio plazo.

Por eso las izquierdas, mirando a su propio futuro electoral, han intentado encontrar un “nicho de sustitución” y lo han encontrado en las masas procedentes de África y del mundo islámico. Así pues, podemos hablar con más propiedad de un “gran reemplazo de electorado” que de un “gran reemplazo de población”: si este último es la consecuencia, la búsqueda de un electorado de sustitución ha sido el elemento justificativo y el desencadenante real. Algo fácil de demostrar sin recurrir a teorías conspirativas.

Hemos dicho que la izquierda ha encontrado una solución para sus carencias electorales a corto y medio plazo. A largo plazo, cuando, a partir del 2050, los grupos halógenos sean mayoría en muchos países, el problema habrá variado radicalmente: los “nuevos españoles” habrán organizado partidos propios, dispondrán de un programa propio y ya estarán en condiciones de obtener la mayoría e introducir reformas constitucionales (en el mejor de los casos) o imponerse mediante la yihad. A los dirigentes de la izquierda europea les quedará el dudoso orgullo de haberles abierto ese camino.



[1] Cf. León Klein (seudónimo de Ernesto Milá), Marruecos, el enemigo del Sur (Editorial PYRE, Barcelona, 2003) y León Klein, Marruecos, la amenaza (Editorial PYRE, Barcelona, 2004), en donde puede encontrarse suficiente información sobre la “guerra de baja cota” contra España.

[2] Datos extraídos de diversas fuentes, entre ellas: León Klein, El libro negro de la inmigración en España, PYRE, Barcelona, 2003, diversos artículos publicados en el blog info–krisis (http://info–krisis. Blogspot.com) y https://gaceta.es/espana/regularizacion–de–inmigrantes–una–vieja–costumbre–del–psoe–y–del–pp–que–hoy–es–patrocinada–por–la–agenda–2030–20240415–0600/

[3] Idem.