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martes, 17 de septiembre de 2024

El “Gran Reemplazo”, la realidad convertida en teoría conspirativa (3 de 4)


Este problema resulta particularmente desagradable para los miembros del stablishment político. Los argumentos en contra se acumulan, mientras que, a medida que pasa el tiempo, la oposición crece. Estamos lejos ya de los tiempos en los que solamente Oriana Fallaci, entre la intelectualidad progresista, dio el grito de alarma, y la época descrita en 1973 por Jean Raspail en su novela Le Camp des Saints, de una Europa colapsado por la llegada masiva de inmigración tercermundista. De hecho, en la actualidad, solamente los intelectuales que tienen algún compromiso e intereses con los partidos hasta ahora mayoritarios, miembros de la Iglesia Católica, pero, sobre todo políticos de izquierdas, siguen defendiendo la idea de una Europa “tierra de acogida y refugio de menesterosos” a la que cualquier llegado de no importa dónde tiene la posibilidad de asentarse. Los efectos negativos de la inmigración masiva, sobre los índices de pobreza, los grupos subsidiados, la delincuencia, las prisiones, el orden público, es tal, que la mayoría de notables prefieren callar antes que manifestar una opinión en contra.

En cuanto a la “integración” es cosa del ayer: hace medio siglo, se pensaba que los inmigrantes que llegarían a Europa, volverían a sus países de origen al cabo de unos años o bien se “asimilarían” a los nacionales, con alguna especificidad propia, pero sin diferencias abismales con las costumbres de cada país. Luego, a la vista de que esto no se dio en la realidad, se creó la teoría de la “integración”: el inmigrante, conserva sus peculiaridades propias, su lengua, su religión, su forma de vestir, sus costumbres, pero acepta convivir en paz con el país de acogida. Esta teoría tampoco dio buenos resultados: a medida que los gobiernos occidentales inyectaban más y más fondos para la “integración”, apenas se producían avances reales. Fue entonces, cuando se pasó a la tercera posibilidad: el “multiculturalismo”. Se daba por sentado que los Estados receptores de inmigración que, hasta ese momento, eran “uniculturales”, debían aceptar en plano de igualdad cualquier otra aportación cultural que trajeran los inmigrantes. Desde este punto de vista, Beethoven era tan digno de atención como el tam–tam o los bongos. Y, por supuesto, en el plano religioso, si se trataba de musulmanes tenían todo el derecho a edificar sus lugares de cultos y a practicar en ellos su religión… lo que suponía una ignorancia completa de lo que es el islam. Los independentistas catalanes, por ejemplo, desde principios del milenio, hablaban con una seriedad pasmosa del ”islam catalán” y, para ellos, el que un musulmán aprendiera catalán era un victoria indescriptible de la que había que regocijarse… salvo por el hecho de que, el musulmán seguía considerando el árabe como la lengua sagrada en la que Mahoma recibió el Corán del mismísimo Alá y la única noción de “nacionalidad” que contempla el islam es la “umma”, la comunidad mundial de todos los “creyentes en el islam”. En otros casos, muy notables, agnósticos y ateos recibían con los brazos abiertos a los islamistas recién llegados, mientras manifestaban una hostilidad manifiesta hacia el catolicismo que, a fin de cuentas, había sido la fe de sus padres y abuelos. El resultado de la multiculturalidad no ha sido mejor que el de las dos opciones anteriores. Dos vasijas, un cántaro de barro y un cántaro de hierro nunca pueden viajar juntas: el roce hará que, antes o después, una de las dos se rompa, tal será, sin duda, el destino de la más frágil. Y, en este momento, la más frágil es el cristianismo y, por extensión, los restos de la cultura clásica greco–latina y de la cristiandad.

Todos estos argumentos culturales, demográficos y las conclusiones desalentadoras que hemos apuntado, fueron enunciados por Renaud Camus en un libro titulado precisamente Le Grand Reemplacement publicado en 2011. Camus ha tenido desde 1968 un largo recorrido político que le ha llevado desde ser un animador de la causa homosexual en la década de los 70 (lo que le valió ser desheredado por sus padres), hasta el Partido Socialista en la década de los 80 y fundar el Partido de la In–nocencia, aproximarse luego al Front National y más tarde al periodista Eric Zemmour y coquetear con los grupos identitarios. Se la ha acusado de todo lo acusable: desde antisemitismo y racismo hasta exaltar la pedofilia en su juventud. Camus, en Le Gran Reemplacement (uno de los 140 libros que ha escrito) y luego en Le changement du peuple (2013), presenta con abundancia de datos, una tesis tan simple que se puede reducir en menos de una línea: “el Gran Reemplazo consiste en que te acuestas en un país y te despiertas en otro"[1].

Camus, a pesar de su historial y de sus condenas, es un individuo dialogante, bien relacionado con el mundo cultural francés, ingenioso y que, en principio, no parece tener el historial de un “supremacista blanco”. No se resigna a los cambios que están ocurriendo en Francia. En el fondo, su revuelta es una revuelta cultural. Su “iluminación” llegó el día en que vio a un grupo de mujeres musulmanas con sus velos y sus carritos con recién nacidos, delante de las viejas piedras de una Iglesia. Para que este “gran reemplazo” haya sido posible, se ha debido producir una fase previa de lo que él mismo llamó “la gran aculturización”, esto es, la anulación progresiva de la historia, de la cultura y de la identidad francesa para evitar generar resentimientos y rechazo en las minorías (cada vez menos minoritarias) que vienen de otros horizontes étnicos, religiosos y políticos. Camus sostiene que sin ese trabajo previo de aculturización hubiera sido imposible practicar el “gran reemplazo”.

Su trayectoria política en los últimos años ha sido algo sinuosa. En 2017 creó el Consejo Nacional de la Resistencia Europea (CNRE) con el objetivo de reunir a “todos los que se oponen a la islamización y a la conquista africana”. Los fundadores, Renaud Camus y Karim Ouchikh (un antiguo miembro del Partido Socialista que abandono en 2005, para simpatizar con el Front National del que fue “asesor cultural del presidente”, apoyando la candidatura de Marine Le Pen para las presidenciales de 2017. De origen musulmán. Convertido al catolicismo fundó en 2016 la asociación SOS Iglesias de Francia[2]. La organización aspira a “reunir a personalidades cualificadas francesas y europeas que aspiran a trabajar por la defensa de la civilización europea, oponiéndose al Gran Reemplazo”[3]. A la asociación pertenecen notables de la política europea, en activo o jubilados: el ex presidente de la República Checa Václav Klaus, varios miembros del parlamento europeo de diversos países, el historiador africanista Bernard Lugan. En las elecciones presidenciales de 2022, apoyaron la candidatura de Eric Zemmour y luego, en la segunda vuelta, la de Marine Le Pen. En su llamamiento inicial Renaud Camus se expresó así: Todas las naciones europeas están invitadas a liderar a nuestro lado la lucha por la salvación de nuestra civilización común, celta, eslava, grecolatina, judeocristiana y librepensadora”.

En los primeros años de circulación de este libro, apenas fue leído por grupos anti–inmigracionistas e identitarios, pero en 2015, la “crisis de los refugiados” (más de un millón de no–europeos lograron entrar ilegalmente en el territorio de la UE solicitando “asilo político”[4] en apenas unas semanas) revitalizó la difusión de esta obra y, lo más importante, le dio credibilidad, introduciéndose un nuevo elemento: la figura del financiero George Soros como el auténtico promotor del “gran reemplazo”. De origen judío–húngaro, Soros es particularmente odiado en su tierra natal. El propio gobierno de Viktor Orban, antes de iniciarse la campaña electoral de 2018, colocó grandes paneles con la imagen de Soros sobre la frase: “Soros quiere que millones de inmigrantes vivan en Hungría”. Posteriormente, tras la pandemia, Elon Musk se sumó a la denuncia contra Soros por su defensa de la inmigración masiva[5] y por su voluntad de “querer destruir la civilización occidental”. Lo cierto es que Soros, a través de sus fundaciones, ha realizado innumerables esfuerzos para facilitar los tránsitos de población a Europa y, en sus actividades filantrópicas siempre ha tenido la obsesión de convertir Europa en un territorio multicultural. Se ignora el motivo real, a pesar de que pueden realizarse especulaciones de todo tipo (el más razonable de los cuales sostiene que Soros apoya las causas “progresistas” y “de izquierdas” en Europa y en EEUU simplemente porque se identifica con esta opción entre cuyos dogmas figura prestar ayuda humanitaria a todo el mundo y acoger a cualquiera que afirme ser “refugiado político”[6]). El perfil político de Soros no es muy diferente al de otros “notables liberales americanos”: multimillonario, formado en la Escuela de Economía de Londres[7] (de obediencia fabiana, esto es, socialista gradualista), liberal en sus concepciones económicas y miembro de la élite económica mundial. Los fundadores de la Comisión Trilateral y de otras organizaciones mundialistas pertenecieron a los mismos círculos y recibieron la misma formación en la misma escuela “fabiana”[8].

La teoría del Gran Reemplazo se preocupa por explicar cómo se ha podido llegar hasta ahí. Camus explica que este tránsito se ha realizado gracias a tres fenómenos que la han precedido: el proceso de industrialización, lo que llama “la desespiritualización” y la aculturización. En realidad, los tres elementos son hijos de un mismo padre: el materialismo de las sociedades occidentales. En la óptica de Camus, estos tres elementos han contribuido a que el ciudadano europeo medio asistiera impasible y aceptara el globalismo y la mundialización y sus corolarios:

1) Todo ser humano es reemplazable por otro de su misma especie,

2) No existen identidades nacionales perennes, sino que pueden variar en la misma comunidad en el curso del tiempo, y

3) La cultura como “progreso” estaría hoy vinculada a hacer posible la globalización y el mundialismo: esto es, la consideración de que todos somos hijos de un mismo planeta y que, por tanto, nuestro destino es unirnos en un solo gobierno mundial, una sola cultura mundial, una sola religión mundial, una sola raza mundial y una sola economía mundial, regido, por supuesto, por organizaciones internacionales hoy representadas por la ONU y por sus agencias especializadas.

Los adversarios de la teoría del Gran Reemplazo han afilado todas sus armas, incluidas informaciones fake que minusvaloran el número de islamistas en países occidentales. Los argumentos son básicamente dos: en primer lugar, cifras de asistentes a las mezquitas muy inferiores a las que dan los defensores de la teoría del Gran Reemplazo (en algunos casos, las falsificaciones son groseras y se juega con el equívoco: la religión es uno de los muchos aspectos socio–culturales del “gran reemplazo”, en absoluto el único. Y, por lo demás, incluso en las cifras de los detractores de esta teoría, se percibe cierto alarmismo: en 2001 bastante más del 1% de la población francesa era musulmana y acudía a la mezquita. Pero, entonces, se sostenía que se trataba solamente de una cantidad minúscula (a pesar de que, en aquel momento, existían más de 2.000.000 de argelinos residentes en Francia, 1.000.000 de marroquíes y casi 500.000 tunecinos[9], sobre una población total de 61 millones de habitantes, lo que supondría un 5% del total. Ahora bien, estas cifras no contabilizan como “magrebíes” a los que han obtenido la nacionalidad francesa desde los años 60, ni siquiera los que vivieron en Francia desde principios del siglo XX. Cuando se tienen en cuenta estas cifras, el número de islamistas franceses ronda el 20%, lo que parece muy inferior al 52% de franceses que se declaran católicos… ¡pero solamente un 1% del total de la población acude regularmente a los oficios católicos![10]. Esto demuestra que el problema no es solo de religión: es, sobre todo, social y de integración. Los jóvenes de origen magrebí (incluso hijos de inmigrantes de tercera y cuarta generación) en grandísima medida, ni se consideran franceses, ni han asumido los valores republicanos, ni los valores europeos. Son “huérfanos” de cultura y de religión: muchos de ellos tampoco creen en el Islam. Su única doctrina es la de la destrucción, la supervivencia mediante actividades ilícitas en guetos (“zonas de non droit” o “zonas particularmente sensibles”, en donde el Estado y todas sus instituciones han desaparecido o no pueden actuar y que en Francia se elevaba a 2.000 barrios) y, de tanto en tanto, estallidos de cólera y violencia sin nexo alguno con mezquitas: por puro salvajismo.

El segundo argumento contra la teoría del Gran Reemplazo fue enunciado por el geógrafo Landis MacKellar. Para él, es obvio que los inmigrantes de tercera y cuarta generación “son franceses”, sino, ¿qué otra cosa pueden ser?  Muchos de ellos ni siquiera han viajado nunca al Magreb, lo ignoran todo de su país de origen y ni la cultura islámica, ni mucho menos la religión con su rigorismo, su formalismo, sus prescripciones diarias, sus prohibiciones, es algo que seduce mucho menos que el mundo de la delincuencia, el trapicheo, el cobro del subsidio y el vivir en un espacio propio –el gueto– sin restricciones, prohibiciones, ni autoridad de ningún tipo, ni siquiera religiosa. A esto se une el que en el África negra el modelo tradicional de organización no es la familia, sino la tribu. Al abandonar su espacio originario, el subsahariano ha abandonado la tribu y, por tanto, carece del apoyo institucional que esta le deparaba asumiendo tareas básicas como la educación. La teoría de los demógrafos y antropólogos progresistas consistía en afirmar que el paso del tiempo cambiaría estos comportamientos y que, finalmente, los subsaharianos terminarían por adoptar los mismos patrones de comportamiento y organización que los europeos. Pero olvidaban un dato importante: la familia está en crisis en Europa, por tanto, no hay modelo de referencia, ni mucho menos de sustitución. Esto genera que la mayoría de adolescentes subsaharianos que, suelen ir retrasados en los estudios al no lograr interesarse por ellos, ni ver en la formación un método para salir de la pobreza (recibir subsidios, genera cierta tranquilidad por el día a día, pero inhibe a muchos de luchar por la autonomía y por la autosuperación), terminen por habituarse a una vida sin objetivos en el interior del gueto y por eternizar su situación de subsidiados perpetuos y analfabetos estructurales.

Todo esto ha sido lo que ha permitido poner a Marine Le Pen y a su Rassemblement National a las puertas del Elíseo y ser, en estos momentos, el partido más votado las elecciones legislativas francesas (más de 11.000.000 de votos, con más de 3.000.000 de votos sobre el segundo partido), aunque no en número de diputados. Las encuestas han demostrado que la “teoría del Gran Reemplazo” no era compartida solamente por reducidos conventículos conspiranoicos, sino que ha sido asumida por amplias masas populares: en 2018 el 25% de los franceses reconocían que el país estaba siendo colonizado por africanos y musulmanes; apenas tres años después, otra encuesta de Harris Interactive confirmaba que la mayoría de población autóctona “creía que el Gran Reemplazo ocurrirá en Francia” y se seriamente preocupados[11]. En otros países existe un corrimiento de la opinión pública hacia estas posiciones que ya cuentan en algunos países con gobiernos inspirados en ellas e incluso están presentes en el parlamento europeo en varios grupos parlamentarios opuestos a la inmigración masiva.

Los adversarios de esta teoría, habitualmente pro–inmigracionistas, la han tachado de “nueva forma del supremacismo blanco” y, frecuentemente, la han unido a acciones violentas protagonizadas por “supremacistas blancos” en EEUU. No es, desde luego, la mejor forma de combatir una teoría: ni la falsificación de estadísticas, ni las vinculaciones de una teoría con acciones extremistas, sirven para desmentirla. Como máximo pueden obstaculizar su crecimiento, pero antes o después, resulta imposible enmascarar la realidad. Lo cierto es que, la opinión ampliamente mayoritaria en las encuestas es que las inmigración ilegal y masiva en dirección a Europa Occidental ha superado con mucho las líneas rojas. Visiblemente esta temática se ha convertido en un factor de polarización política que, poco a poco, va desgastando a la derecha, al centro–derecha e, incluso, al centro–izquierda, afirmándose a medida que los problemas augurados por los defensores del “gran reemplazo” se van convirtiendo en cada vez más visibles. Los adversarios de esta teoría lo tienen muy difícil para demostrar que el paisaje de los barrios de Europa Occidental no ha cambiado en los últimos 30 años. De hecho, es imposible.



[1] Citado en “The French Origins of 'You Will Not Replace Us'”. The New Yorker. 4 de diciembre de 2017.

[2] Cf. diario Present, 4 de noviembre de 2016.

[3] Nota en Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Karim_Ouchikh

[4] BBC News https://www.bbc.com/news/world–europe–34131911

[5] Cf. https://www.youtube.com/watch?v=TWerXd8t4z4

[6] Otros han alegado que los “sufrimientos” de Soros, judío húngaro, durante la Segunda Guerra Mundial bastan para entender por qué se sitúa siempre en posiciones antifascistas y antirracistas. Pero lo cierto es que Soros no sufrió durante la guerra mucho más que cualquier ciudadano de Budapest, especialmente cuando la ciudad fue sitiada por el ejército soviético y varias unidades de las SS mantuvieron durante varios meses la defensa de la ciudad.

[7] Soros se graduó en filosofía en 1951 en la London Economic School, tres años después realizó el master en la misma especialidad y posteriormente alcanzó el doctorado en la Universidad de Londres (Glen Arnold, The Great Investors: Lessons on Investing from Master Traders, Pearson, United Kingdom, 2012, pág. 416.).

[8] Cf. “Introducción” de E. Milá a La conspiración franca (EMInves, Amazon, 20018), de H.G. Wells, para conocer el papel y las orientaciones de la Sociedad Fabiana.

[9] https://datosmacro.expansion.com/demografia/migracion/inmigracion/francia

[10] https://www.infocatolica.com/blog/coradcor.php/1001131216–apenas–un–uno–por–ciento–de–l