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miércoles, 24 de mayo de 2023

PORTUGAL: BILDELBERG EN PORTUGAL Y EL RESTO DE “SOCIEDADES DE PODER MUNDIAL” (2ª parte) - Nuevas “Asociaciones de poder mundial” en la Tercera Revolución Industrial

 

Las reuniones del Club Bildelberg llaman la atención mediática a causa de su secretismo y, por eso mismo, constituyen uno de los focos de las doctrinas conspiranoicas; la hora de la Comisión Trilateral parece haber pasado y sus reuniones ya no generan interés en los medios. Por otra parte, a pesar de que el CFR y el RIIA siguen vivos, operativos e, incluso mantienen niveles de actividad propios de sus mejores años y surten de cuadros a las administraciones británica y norteamericana, están completamente olvidados por los medios. Ahora se habla de Bildelberg y se especula con lo que pueden haber deliberado real o fantasiosamente sus miembros, y el interés se centra en las reuniones realizadas a la luz pública del Foro Económico Mundial, también llamado el Foro de Davos.

Lo sorprendente es que en los patronatos de ambas organizaciones se encuentran algunos nombres comunes: Larry Fink, por ejemplo, el todopoderoso seños de “Black Rock”, el mayor fondo de inversiones mundial o David Rubenstein, big-boss de Carlyle Group, el mayor gestor mundial de activos. Y, sin embargo, los objetivos de Bildelberg y los del Foro Económico Mundial son bien diferentes.

1. El Foro Económico Mundial

Ya hemos hablado de Bildelberg, queda ahora establecer la diferencia con el Foro de Davos y resumir cuál es la novedad de esta organización de “poder mundial”.

Fundado en 1971, inicialmente no era nada más que una iniciativa personal de su fundador, Klaus Martin Schwab, quien ese año convocó a 450 ejecutivos de empresas de Europa Occidental en el “Primer Simposio de Gestión Europeo”. Schwab había logrado que la Comisión Europea patrocinara el encuentro (y lo financiara) con la excusa de trasladar a Europa las técnicas de gestión de las empresas de EEUU. A partir de ese momento, cada año, siempre en Davos (Suiza) se fueron organizando encuentros y en 1974, por primera vez, se invitó a dirigentes políticos. Por entonces, Europa vivía las consecuencias de la crisis económica que puso fin a los “30 años gloriosos” de la economía mundial, a causa de la guerra árabe-israelí de 1973, a la que siguió el embargo petrolero decretado por los países de la OPEP. Es evidente que la primera idea de Schwab era proveerse de una red de contactos personales que favorecieran sus negocios e inversiones, pero también convertir aquel encuentro en un “big bussines” (lo que, desde luego consiguió: en la actualidad el Foro Económico Mundial factura 5.000.000.000 de dólares anuales).

A medida que la organización se fue fortaleciendo y cada vez conseguía la presencia de personajes de mayor envergadura, fue ampliando su ámbito de estudios y trató de facilitar la mediación en distintas crisis políticas: en el final del “apartheid” en Sudáfrica, en las negociaciones entre Shimon Peres y Yaser Arafat, incluso en rebajar la tensión con Corea del Norte y con la República Popular China.

A diferencia del resto de asociaciones del “poder mundial” que hemos visto, la asistencia al Foro Económico Mundial está abierta a todos los que estén dispuestos a pagar lo exigido por la organización (que depende del número y del nivel de conferencias a los que quieran asistir, estando en 2020 el precio de la “entrada” en como mínimo 19.000 US$). Suelen asistir unos 3.000 participantes que pagan esa cantidad, con derecho a asistir a parte de las conferencias. Sin embargo, una cosa es la asistencia a las conferencias del foro y otra la “membresía”. Existen distintos grados de miembros: cualquier individuo puede “afiliarse” a cambio de 52.000 US$ anuales, existe también un segundo nivel de “socio industrial” reservado a CEOs de empresas que pagan 263.000 US$ anuales y, finalmente, “socios estratégicos” con una cuota anual de 527.000 US$. Ahora veremos qué ofrece el Foro de Davos a cambio de estas abultadas cantidades.

Estos ingresos abultados, así como subvenciones procedentes de la UE, de organismo internacionales e ingresos procedentes de inversiones realizados por el propio Foro, se utilizan para realizar informes empresariales, políticos, estratégicos, estudios antropológicos y culturales, informes de prospectiva, etc, que son servidos a sus miembros y que pueden utilizar para orientar sus negocios o prever “macrotendencias”. Casi nada en estos encuentros es “secreto”: las reuniones del Foro son cubiertas por medio millar de periodistas que tienen libre acceso a los pasillos del congreso y libertad para entrevistar a los asistentes y a los especialistas que imparten las charlas. Esto favorece el que las tesis del Foro de Davos tengan mucha más repercusión que las de cualquier otra asociación del “poder mundial”.

Por supuesto, lo que Schwab pretendía inicialmente era constituir un “espacio de socialización” entre las élites económicas occidentales. Luego amplio está perspectiva a las élites económicas y políticas. Más tarde, tras caer el Muro de Berlín, Schwab se centró en promover la globalización. Y hasta aquí, nada esencial diferenciaba al Foro Económico Mundial de las asociaciones de “poder mundial” descritas en la entrega anterior y propias de la Segunda Revolución Industrial.

Poco a poco Schwab se fue dando cuenta de que se estaba configurando un “nuevo orden mundial” en el que lo importante no era sólo quien había hasta ese momento detentado el poder político-económico, sino quién lo ostentaría en el futuro. Percibía un fenómeno que había escapado a todos los analistas internacionales y estrategias: el valor de la técnica y lo percibió simplemente mirando las listad Forbes de las principales fortunas de todo el mundo. Es cierto que la fortuna de las grandes dinastías económicas acumuladas durante siglos, no figuraban en esta lista y que eran conscientes de que la discreción y el secreto eran la mejor garantía para dejar fluir sus negocios. Pero, Schwab percibió, en apenas 15 años, que había aparecido una nueva generación de “milmillonarios” que debían sus ingresos a las “nuevas tecnologías”. Tras la primera gran crisis de la globalización, el fenómeno por el que había apostado sin restricciones, se dio cuenta de que los niveles de capitalización en bolsa de las “big-tech” (Amazon, Facebook, Google, Apple y Microsoft) era extraordinariamente superior al de las multinacionales convencionales que protagonizaron las últimas fases de la Segunda Revolución Industrial. Y, además, su extraordinario “valor añadido” y sus niveles de beneficios se obtenían con un número entre 10 y 20 veces menor de trabajadores. Además, estas empresas eran las que pagaban salarios más altos a sus empleados, eran absolutamente independientes del crédito bancario, cuando se decidían a cotizar en bolsa eran capaces de ofrecer los mayores beneficios y, para colmo, invertían sus beneficios en otras empresas que tenían que ver, siempre, con “nuevas tecnologías”.

Observando este fenómeno y, sobre todo, extrayendo consecuencias del análisis histórico e informándose sobre las posibles evoluciones de estas tecnologías, sorprendido además por la brutalidad de la crisis de 2007-2012, extrajo algunas conclusiones. En 2015 publicó en Foreig Affairs un primer artículo sobre la “Cuarta Revolución Industrial” que pocos leyeron, pero el tema saltó a la primera plana de la actualidad en la siguiente reunión del Foro de Davos en 2016. Celebrado entre el 20 y el 23 de enero de ese año, el tema repercutió en todos los medios de comunicación y, a partir de ese momento, hablar sobre la “Carta Revolución Industrial” se convirtió en algo obligado.

Schwab se dio cuenta de que esta nueva “revolución” no era una extensión y una ampliación de la “tercera” (que sería la revolución de la microinformática y de los microchips y la aparición de las redes mundiales de comunicación vía internet). Lo que veía era algo mucho más profundo y peligroso para gentes como él, habituadas a invertir y desarrollar sus negocios en el marco de la Segunda Revolución Industrial en su fase multinacional, primero, y globalizadora, después. Advertía que estaba apareciendo una nueva clase de “emprendedores”, cuyos productos generaban grandes excedentes de capital en un tiempo récord y que, esta tendencia, se iría ampliando en el futuro.

En efecto, Schwab identificó dos fenómenos: lo que llamó “tecnologías convergentes” y las “megatendencias”.

- Por lo primero entendía tres ramas de las “nuevas tecnologías” que habían nacido independientes, pero que, necesaria y automáticamente tenderían a converger: la ingeniería genérica, la Inteligencia Artificial y la nanotecnología.

- Por megatendencias entendía tres ramas: la Física (robótica, 3D, tecnología del grafeno, exoesqueletos, etc), la Digital (Inteligencia Artificial, blockchain, internet de las cosas, tecnología 5G, etc) y la Biológica (ingeniería genética, medicina personalizada, criogenia, nanotecnología, prolongación de la vida, etc.).

El resultado de todo esto sería que nos encontramos en el camino de un mundo nuevo que no va a tener nada que ver con el anterior, una propia y verdadera “revolución industrial” similar a la que supuso la introducción del vapor, o del motor de combustión interna o de la electricidad y que va a marcar a la humanidad entre 2020 y 2050. Y será mucho más profunda que las revoluciones industriales anteriores, porque la técnica estará integrada en lo humano y formará parte de lo humano

Pero decir esto era decir poco: lo esencial, no era esto, sino que, en cada revolución industrial, los propietarios de las nuevas tecnologías eran los que marcan las reglas del juego político, económico y social. Y no resultaba difícil prever que se iba a producir un desplazamiento desde el capitalismo clásico, industrial y financiero, que había sido hegemónico en las tres primeras revoluciones industriales y que podemos llamar “el dinero viejo”, producto de las acumulaciones de capital logradas por las dinastías capitalistas y por los CEOs de las multinacionales, hacia el “dinero nuevo” acumulado por las big-tech.

De ahí la gran diferencia entre el Foro Económico Mundial y el resto de asociaciones del “poder mundial”: mientras que estas -Bildelberg, la Comisión Trilateral, el CFR, la RIIIA- habían nacido en el seno de la segunda revolución industrial, el grupo de Schwab quería tender una mano e integrar a las “big-tech” y evitar que estallara una lucha entre “dinero nuevo” y “dinero viejo”. De momento, el proyecto dista mucho de haber tenido éxito. Las “jóvenes big-tech” permanecen de espaldas a este conjunto de “ancianos”, inversores de bajo valor añadido, especuladores bursátiles, multinacionales que cada vez dependen más de las “big tech” y “faraones” caducos del viejo capitalismo. Los “cables” lanzados por Schwab a estos sectores, asumiendo, en la reunión de enero de 2023, del Foro de Davos, los presupuestos de la “doctrina transhumanista” o dando cabida a una conferencia telemática de Elon Musk (que se permitió criticar todo lo criticable del “dinero viejo”), no parecen haber tenido éxito.

El hecho de que Schwab haya insistido en la creación de un “capitalismo con rostro humano”, insistiendo en las ideas de “economía de las partes interesadas” que lanzó en 2020, va en la misma dirección: se trata de un capitalismo cuyo objetivo ya no sería el marcado por Milton Friedman de maximizar beneficios que, luego, beneficiarían a toda la sociedad. Este planteamiento, cínico, falsario y erróneo. Schwab rectifica esta posición afirmando que los capitalistas deberán, a partir de ahora, tener en cuenta los intereses de otros grupos sociales -sus empleados, por ejemplo-, y los del “medio ambiente”. ¿Cómo hacerlo? Aumentando la cooperación entre las empresas y los Estados, considerados como cristalización política de las sociedades. Schwab trata de matar con esta idea dos pájaros de un tiro: de un lado lanzar una mano tendida a los sectores más progresistas, lanzando esa idea de “capitalismo social”, y de otro confirmando el viejo sueño liberal de un mundo empresarial que domine sobre la política y marque la agenda a la política que es, a fin de cuentas, lo que implica esa “colaboración”. Tales son las ideas para “reformar” el capitalismo, hacerlo agradable a los sectores más progresistas y tender un puente hacia un futuro dominado por las “big-tech”.

Esto no implica que el Foro Económico Mundial no siga siendo el espacio de socialización de las élites económicas, políticas y mediáticas -uno más entre otros muchos- y una iniciativa rentable para las arcas del propio Schwab. Lo que sí parece claro es que este grupo trata de adecuar el viejo capitalismo a la nueva sociedad hipertecnologizada que se dibuja para el futuro inmediato y en el que las “big-tech” (no solo las “five big” occidentales, sino las empresas tecnológicas chinas e indias) serán los dueños de la situación y quienes, presumiblemente, dicten las reglas.

El Foro de Davos y el trabajo personal de Schwab se ha trasladado -como no podía ser de otra forma- al resto de asociaciones del “poder mundial”. La sensación que da es que, en la actualidad, el panorama está marcado por dos contradicciones:

- la existente en Occidente entre el “dinero viejo” y el “dinero nuevo”, es decir, entre el capitalismo industrial y financiero clásico y las acumulaciones de capital procedentes de las tecnológicas;

- y, por otra parte, la contradicción entre las empresas tecnológicas occidentales y las empresas tecnológicas chinas.

Estas contradicciones hay que enmarcarlas dentro de la ruptura de la globalización que empezó con la crisis de 2007-2012 y que demostró que las cadenas de suministro se habían extendido demasiado y eran inviables, lo que quedó demostrado al aumentar los precios de la energía y, por tanto, del transporte, y quedó sellado con las sanciones impuestas por “Occidente” bajo presión de la administración Biden, contra Rusia a raíz del conflicto ucraniano. Este conflicto, por lo demás, demostró una nueva contradicción internacional: la existente entre “Occidente” (la UE + el mundo anglosajón) y “Eurasia” (Rusia y China).

Lo cierto es que, en el informe presentado por Klaus Martin Schwab en la última reunión del Foro de Davos, ya no estaba presente, ni el optimismo económico mostrado en anteriores ediciones en las que lanzó la idea del “gran reset” como plataforma para nuevas iniciativas, ni siquiera alternativas claras en ningún terreno, sino tópicos buenistas y manos tendidas, de un lado hacia la Agenda 2030 y de otro hacia las corrientes Transhumanistas. En cuanto a la Asociación de Jóvenes Líderes, vinculada al Foro que, en teoría, debería de formar jóvenes llamamos a gobernar sus países en el futuro, solamente ha conseguido situar en el poder a Elliot Trudeau, posiblemente, el político más nefasto de Canadá desde la fundación del país. No parece un resultado particularmente brillante.

Tal es la situación en 2023 del Foro Económico Mundial.

2. El club de Roma

Así como el Foro Económico Mundial puede ser definida como una organización nacida durante la última fase de la Segunda Revolución Industrial que tiende a adaptarse a la Cuarta, el Club de Roma es otra organización nacida, más o menos en la misma época, durante las convulsiones de 1968 y que tuvo su momento estelar al entrar en la Tercera Revolución Industrial, pero que no ha estado en condiciones de adecuarse a los presupuestos de la siguiente. No es raro, por tanto, que algunos se pregunten hoy si el Club de Roma sigue existiendo o ha desaparecido: existe, pero todos sus presupuestos, uno tras otro, que dieron lugar a esta organización han terminado por hundirse o desaparecer, de tal manera que los estudios que regularmente sigue publicando no son más que informes de muy escaso valor que se sitúan en la estela de las resoluciones de los funcionarios de la ONU sobre la Agenda 2030 o de los funcionarios de la UNESCO. El hecho de que siga existiendo nos induce a dedicarle algunas líneas, especialmente porque es un ejemplo de “grupo de eminencias grises” que han proliferado especialmente en el ámbito anglosajón desde el siglo XIX.

El Club de Roma nació vinculado a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, cuyo presidente, Alexander King, cofundo el círculo junto a Aurelio Peccei, presidente de Olivetti y de Italconsult que asesoraba a las principales firmas italianas. Peccei se especializó en inversiones y desarrollo de Iberoamérica y su conocimiento del área le llevó a iniciar una estrecha cooperación con Dean Rusk, secretario de Estado USA con JFK y Jhonson.  También estableció contactos con medios de la URSS (con el yerno de Alexei Kosygin, primer ministro del país). King y Peccei, apoyados por medios empresariales europeos y en concreto por la Fundación Agnelli) y norteamericanos, convocaron distintos ciclos de conferencias abiertas al público, que tendían a analizar los cambios que estaban sucediendo en los años 60, situar los nuevos problemas y establecer soluciones a largo plazo. De estos ciclos nació el Club de Roma.

Con todo, hasta 1972, las actividades del Club pasaron casi desapercibidas para la opinión pública. Fue ese año cuando publicaron el estudio titulado Los límites del crecimiento (en el que, por primera vez alertaban sobre el futuro agotamiento de energías no renovables, los problemas de producción alimentaria y las implicaciones del crecimiento continuo de la producción), estableciendo que sería precisa una “cooperación global” para afrontar los nuevos desafíos. Ese mismo año, Peccei contribuyó a la fundación del Instituto Internacional para el Análisis de Sistemas Aplicados (IIASA) con sede en Austria, destinado a realizar estudios interdisciplinarios sobre problemas demasiado complejos para ser afrontados por un solo Estado o por una sola disciplina académica. Fue en ese entorno en el que nació la ideología del “cambio climático”, el concepto de “desarrollo sostenible” y formas de neomalthusianismo (enmascarado como estudios sobre “reproducción humana”, “política y planificación de la educación”, “salud y mortalidad”, “envejecimiento”, realizados a través del Centro Wittgenstein para la Demografía y el Capital Humano Global, constituido por la IIASA). En 2016, haciendo gala de ese malthusianismo, promovió la política del “hijo único” para los países industrializados (en el estudio titulado Reinventar la prosperidad)

Tanto en Club de Roma como el IIASA, apostaron por la globalización antes de que la caída del muro de Berlín la hiciera posible. De hecho, hasta el final de la URSS, ambas organizaciones, eran partidarias de una cooperación Este-Oeste que superara la Primera Guerra Fría. La muerte de Peccei en 1984, llevó a King a la presidencia que ostentó hasta 1990. Desde 1988 a 1990, el español Ricardo Diez-Hochleitner fue vicepresidente del Club y desde ese año hasta el 2000, su presidente.

El Club de Roma no es más que uno de tantos thing-tanks especializados que contratan especialistas para realizar estudios que aporten puntos de apoyo y base a las orientaciones que luego serán asumidas por gobiernos, organizaciones internacionales, ONGs y sociedades de “poder mundial”. Cuando se extinguieron los ecos de Los límites del crecimiento (cuyos datos y prospectiva se demostraron falsos) pareció como si el Club de Roma dejara de llamar la atención de los medios. Sin embargo, el Club sigue existiendo: aun hoy es uno de los puntales más destacados de las corrientes globalizadoras, insiste en tender puentes entre las dos partes confrontadas en la presente “segunda Guerra Fría” y ha conseguido que sus sugerencias fueran incorporadas a la Agenda 2030 y sirvieran, en gran medida, como su soporte “científico”.

Si hemos elegido al Club de Roma como muestra de la proliferación de thing tanks creadas para definir las temáticas que luego serán sistemáticamente asumidas por otros foros más importantes e influyentes, es por que sus tesis se encuentran en el arranque de buena parte de las temáticas sistemáticamente asumidas por las asociaciones del “poder mundial”. Nacida durante la Segunda Revolución Industrial, intentó, en su primer estudio importante, describir -a su manera- cómo sería el mundo de la Tercera Revolución Industrial.

3. La coordinación entre las big-tech

Resulta significativo que ni en el Foro Económico Mundial ni en el submundo de los Thing-tanks, estén presentes de manera significativa los big-tech, ni siquiera puede decirse que exista una estructura que las coordine y que marque una agenda propia. Se diría que cada una de ellas actúa independientemente del resto y que excluyan cualquier forma de cooperación o renuncien a la defensa de los intereses comunes. Esta percepción es auténtica, pero es preciso realizar algunas precisiones.

En primer lugar, las “five bigs” occidentales son relativamente recientes y se han ido desarrollando a partir de los avances operados en microinformática y computación. El aumento de su poder e influencia seguirá dependiendo de la posibilidad tecnológica de construir cada vez microchips con mayores capacidades de procesamiento de datos. No dependen de sus alianzas, ni de sus proyectos comunes, sino de la profundización de las nuevas tecnologías. Los vientos soplan a su favor, no precisan estructuras comunes de colaboración, cabalgan con la época.

Por otra parte, también es cierto que sus gestores son conscientes de que, para ellos, el mayor peligro, no son las empresas nacidas y desarrolladas en las revoluciones industriales anteriores, sino las rivales tecnológicas que aparecen en “el otro lado” del mundo globalizado. El mayor enemigo de Facebook o de Microsoft, no es ni el sector de químicas, ni el metalmecánico, sino Tik-tok y los gigantes tecnológicos (incluso empresas de tamaño medio) nacidos en China. El adversario de Amazon no es Wallmart o El Corte Inglés: es Alibaba el gigante chino de la venta a través de Internet. El rival de Google no es la Enciclopedia Espada sino las distintas empresas que están hoy desarrollando IA, en buena medida chinas.

Todas estas empresas crecen a una velocidad que en apenas una o dos décadas conseguirá generar concentraciones de capital, como mínimo, tan importantes como las que están en manos de las dinastías capitalistas y de los grandes fondos de inversión o de gestión de activos. No precisan coordinarse entre sí, ni siquiera están en condiciones de hacerlo: el conflicto ucraniano ha roto la globalización, ha hecho entrar en la “segunda Guerra Fría” y lo que preocupan a las big-tech occidentales es que, bruscamente, a raíz de este nuevo conflicto, su campo de aplicación se ha reducido a la mitad de la población mundial y que, la “otra parte”, cuenta con el apoyo del Estado chino y, por tanto, se desarrolla a más velocidad aún que las tecnológicas occidentales.

Por lo demás, el hecho de que compartan sedes comunes (Silicon Valley) y que todas ellas dependan del desarrollo de tecnologías asociadas, el que sus ingenieros suelen rotar de empresa en empresa, las hacen, objetivamente, solidarias: son ellas y no el “dinero viejo” el que va a dominar el escenario internacional en las próximas décadas y que nadie dude que van a ser ellas las que modelen el futuro y las formas de poder. En realidad, estas empresas tecnológicas, en sí mismas, cada una de ellas por separado, pueden ser consideradas “organizaciones de poder mundial” en la medida en que, gracias al “big data” almacenan más información sobre cada uno de nosotros, élites incluidas, que el mejor servicio de inteligencia e información clásico.

 

CAPÍTULOS

1) Censo de “asociaciones de poder mundial” surgidas en la SegundaRevolución Industrial

2) Censo de “asociaciones de poder mundial” surgidas en la TerceraRevolución Industrial

3) Censo de “foros intergubernamentales”

4) Algunos nuevos y viejos “círculos de influencia”

5) Balance global y líneas surgidas de las reuniones del “poder mundial” en 2023.