¿PUEDE APLICARSE EL MISMO ESQUEMA
A LA ESPAÑA DE
LA TRANSICIÓN?
Ahora bien, la cuestión es la siguiente: este
esquema ¿era aplicable solamente a una sociedad hiperpolitizada como era la que
estaba presente en Alemania durante los años de la República de Weimar o podría
aplicarse a cualquier otro país? A España, por ejemplo. Y a la España de la transición,
concretamente. La respuesta es afirmativa, a condición de que tengamos en
cuenta algunas consideraciones.
Durante el tardofranquismo y, especialmente, entre
1973 y 1979, la sociedad española, que preveía el cambio que se produciría tras
el fallecimiento de Jefe del Estado, se politizó enormemente. Era la sensación
de que estaba terminando un ciclo y empezaba otro y que, ante eso, había que
tomar partido. En ambos casos, tanto en la Alemania weimariana como en la
España de la transición posterior a la muerte de Franco, la población, que
había vivido durante unas décadas profesando valores rígidos, conservadores, afrontó
un progreso económico sin precedentes que generó un desfase entre los criterios
predominantes hasta ese momento y la nueva fase de bienestar y consumo que se
vivía. A esto se unión, naturalmente, los cambios sociales y culturales que
acompañaron a dos fases de la Segunda Revolución Industrial: en España fueron
más tardíos y aparecieron solamente a finales de los años 50, mientras que
Alemania, los había vivido desde principios del siglo XX. Ese desfase entre
valores y velocidad del progreso material, hizo que, cuando se produjo la
realidad o la sensación de un fin de ciclo (en Alemania con la caída del
régimen guillermino en noviembre de 1918 y en España con el período que se
inició con el asesinato de Carrero Blanco y que terminó con la muerte de Franco),
diera la sensación de que se liberaba presión contenido, que se rompieran
diques y que las aguas, a partir de ahora ya en completa libertad, tiñeran a la
sociedad con la pátina de una politización extrema que en el caso alemán fue
mucho más profunda que en el caso español. Pero, ya sea, por convencimiento
(Alemania) o por moda (España), lo cierto es que esta politización se dio. La
diferencia estriba en que la brevedad con la que esta oleada sacudió a España
(hasta que se produjo “el desencanto” a principios de los 80) no dio
oportunidad a que se produjeran los tránsitos dentro de los extremos del arco
político, tal como se dieron en los veinte años que duró la efervescencia en la
Alemania weimariana.
Ahora bien, si trasladamos este el esquema
elaborado por JP Faye para Weimar y tratamos de adaptarlo al esquema de
organizaciones políticas que aparecieron en el período 1973-79 en España,
podremos ver que se adapta sin hacer excesivos esfuerzos. Y también aquí se
explican algunas “tránsitos” personales que adoptaron algunos militantes de
todos estos grupos.
Hay que
reconocer que Catalán Deus en su primera serie de libros sobre la historia
política de España, desde el FRAP hasta Podemos, la titulada La chispa y la
pradera, ha realizado un seguimiento que merece ser tenido en cuenta, de la
evolución de las posiciones de las distintas fuerzas políticas en la transición.
El problema es que solamente esa primera parte tiene está próxima a las 5.000
páginas en las que se incluyen testimonios personales del autor, recuerdos de
sus compañeros de partido, a caballo de los acontecimientos que en aquellos
mismos momentos estaban sacudiendo a nuestro país. Uno corre el riesgo de
perderse, salvo que no recurra a un esquema, más o menos rígido, que, como
mínimo responda de manera objetiva a lo que ocurrió en aquellos años y pueda encajarse
con la realidad sin necesidad de forzarla.
Este es el esquema que proponemos:
Toca ahora explicarlo. Obviamente, no tendremos
en cuenta los tiempos de evolución (que modifican algo las siglas que
protagonizaron los acontecimientos, ni atenderemos tampoco a la mayor o menor
importancia de estos grupos, solamente intentaremos situarlos en el esquema para
que, en función del mismo, sea posible situar a todos los personajes y episodios
que aparecieron en un momento u otro en la transición.
En un extremo del arco político español de los
años 1973-1979 encontramos al Partido Comunista de España. Toda la oposición
estaba polarizada en torno a él, especialmente a partir de 1968 y hasta la
muerte de Franco. El PSOE, en realidad, apenas existía: poca militancia, poco o
nulo protagonismo en los distintos episodios que se fueron sucediendo hasta la
muerte de Franco. Y, para colmo, sumido en una polémica interna: por un lado,
el PSOE(h), absolutamente desconectado con la realidad interior del país, formado
por una vieja guardia en la que abundaban masones, ex ministros de la
república, viejas glorias de aquellos años, pero cuya estructura nunca estuvo
en condiciones de afrontar la clandestinidad, ni siquiera de realizar un
seguimiento objetivo de los cambios que se estaban dando en la sociedad
española de aquellos años. Cuando los comunistas les achacaron en 1979, al
celebrarse el centenario de la fundación del PSOE, que habían pasado “40 años
de vacaciones” decían verdad… El rigidismo de la dirección socialista histórico,
contribuyó a que los intentos de constituir una opción socialista en el
interior, debieran de realizarse, las más de las veces, fuera de las federaciones
del PSOE. El que se llamaría, inicialmente, “PSOE renovado”, que hasta 1973
cabía en el interior de un bus y seguramente sobraban plazas, fue una creación
ex profeso de la socialdemocracia alemana.
Cuando en 1981 escribimos la obra Los amos del
PSOE (sobre la base de la documentación que nos pasó un amigo y que luego
firmó el libro), ya nos hicimos eco de este origen: en la versión original de
dicha obra, la interpretación que dábamos era que el PSOE(h) era el residuo de
una época en la que la francmasonería era prácticamente dueña en solitario de
los partidos socialistas y socialdemócratas de todo el mundo. Sin embargo, con
el paso de las décadas, la masonería fue quedando arrinconada más y más, presa
de su ritualismo decimonónico, y rebasada por otros círculos de poder que
habían ido cobrando cada vez más importancia desde 1945. Esos círculos, básicamente
fundaciones vinculadas a las grandes corporaciones multinacionales, habían ido
adquiriendo más y más poder e influencia y transformado la Internacional
Socialista en una correa de transmisión en el centro-izquierda.
Lo sorprendente es que, desde su fundación, este “nuevo
PSOE”, parecía situarse “a la izquierda del PCE”, los pocos miembros que tenía
en el interior, y su boletín, El Socialista, hacían gala de un
radicalismo casi enfermizo y más próximo incluso a la extrema-izquierda que al
Partido Comunista. Como reconoce Catalán Deus, se trataba de una pose: desde el
momento mismo en el que se cerró el congreso de Suresnes y se formalizó la
nueva dirección socialista, el grupo dirigente ya disponía de una “hoja de ruta”
que no pasaba por ninguna forma de radicalismo. Antes bien, todo lo contrario.
Simplemente, el radicalismo parecía en 1973 que tenía más capacidad de
atracción y suscitaba más adhesiones y, el grupo socialista recién creado, trató
de aprovecharlo. Aquel fue el primer rasgo de oportunismo que luego se
convirtió en la imagen de marca de la sigla.
Es importante ver en el esquema cuál era la
situación socialista en relación a otros partidos: esto explica el porqué,
prácticamente a partir de conocerse los resultados de las elecciones de junio
de 1977 empezaron a producirse tránsitos de afiliados del PCE hacia el PSOE y
por qué este recibió también contingentes que se irían desgajando a partir de
1980 de la UCD, partido vocacionalmente centrista pero que, en realidad,
integraba a la mayor parte de lo que se llamó “franquismo sociológico”.
Así mismo, en el otro extremo del “arco”, inicialmente
se crearon en el período 1972-74, una serie de fundaciones (GODSA, FEDISA) que
deberían de haber sido el núcleo generador del gran partido de la derecha que
debía de estar presente en la transición coagulando políticamente a ese “franquismo
sociológico”. Inicialmente, el proyecto debería de haber tenido como sigla
capital la de la Unión del Pueblo Español (UDPE), pero después de sucesivas
crisis, reconversiones, dudas, lo que debía ser el “gran centro” se partió en
dos, apareciendo por un lado la Unión del Centro Democrático (amalgama de centristas
puros, ex burócratas del Movimiento franquista, liberales, socialdemócratas,
democristianos) y por otra parte Alianza Popular (con sus “Siete Magníficos”,
cada uno llevando su asociación y su sigla, antiguos ex ministros franquistas
que iban desde próximos al búnker hasta liberales).
EL FRAP Y LO “PATRIÓTICO”.
LAS LUCHAS DE “LIBERACIÓN
NACIONAL”
En torno al PCE se ubicaban una serie de grupos
de extrema-izquierda nacidos a lo largo de los años 70 en posiciones de
radicalismo que fueron atemperando a partir de 1976. Vale la pena analizar este
sector proteiforme. Hay que mirar de nuevo el esquema, para percibir al FRAP,
situado a la derecha. Esta ubicación tiene una explicación: en primer lugar, se
encuentra en la misma línea horizontal que el PCE: en realidad, el núcleo
promotor del FRAP, aspiraba a ser el “verdadero partido comunista” al que Santiago
Carrillo habría traicionado con su “revisionismo”. Creado el núcleo originario
de este partido en el primer tercio de los años 60, inicialmente con una
orientación maoísta y luego pro-albanesa, la inclusión de la partícula “patriota”
en su prolongación: “Frente Revolucionario Antifascista y Patriota”, lo situaba
muy próximo al patriotismo antiimperialista que se encontraba en los sectores
neofascistas y nacional-revolucionarios entonces en gestación en el otro lado del
arco político.
En la extrema-derecha llamaba mucho la atención
que una formación de extrema-izquierda incluyera “Patriota” en su nombre. Era
habitual pensar que, siendo la izquierda “internacionalista”, cualquier alusión
al “patriotismo” estaría condenada y desterrada. Obviamente, era una idea
errónea. Errónea, pero que se ha prolongado a lo largo de las décadas. No hará
ni diez años, cuando todavía mantenía relaciones con grupos de extrema-derecha,
tuve una polémica con no recuerdo quién a propósito del uso masivo de banderas
españolas como si se tratara de una “bandera política”. Afortunadamente, hay
millones de españoles que no militan en la extrema-derecha, que se identifican
con esa bandera nacional. Eso es, en realidad, lo que ha permitido que las
costuras de este país no quedaran completamente deshilachadas. En cualquier
caso, el FRAP utilizaba el término “patriota” como una especie de paradigma de
su programa antiimperialista. Por lo demás, había precedentes en su tradición
estalinista: la “Gran Guerra Patria”, proclamada por Stalin contra el Tercer
Reich (a pesar de que fuera Stalin quien albergaba el plan de golpear a
Alemania instigado por la posibilidad de dominar Europa y la Operación
Barbarroja se le anticipó para llevar la guerra al interior del territorio
soviético en lugar de a la Europa del Este) figuraba en el imaginario de los
maoístas del PCE(m-l)-FRAP, tanto como las “luchas antiimperialistas” en
Iberoamérica o la guerra del Vietnam contra el invasor norteamericano.
Todas estas luchas se proclamaban, no en defensa
del internacionalismo (esta idea solamente se “vendía” en función de la “solidaridad”
con luchas de liberación en otras latitudes), sino de la “liberación nacional”.
Eran ideas, además, que había sido manejadas, inicialmente, por la propaganda
del Tercer Reich cuando se trató de crear dificultades al Imperio Británico
durante la Segunda Guerra Mundial y que ya se pronunciaron en el Reichstag el
28 de abril de 1939 por Adolf Hitler en su discurso de respuesta a la cínica carta
abierta que envió el presidente Roosevelt: “…ha escapado a la atención del
Sr. Roosevelt, el hecho de que Palestina está ocupada, no por tropas alemanas,
sino por tropas británicas, y que el país está pasando por restricciones a su
libertad, porque en virtud del brutal uso de la fuerza, está siendo despojado
de su independencia y está sufriendo el más cruel maltrato en beneficio de los
intrusos judíos. Los árabes que viven en ese país, sin duda que no se han
quejado ante el señor Roosevelt por la agresión alemana, sino que están
expresando una constante apelación al mundo, que deplora los métodos bárbaros
con los que Inglaterra está tratando de suprimir un pueblo que ama su libertad
y que simplemente la está defendiendo. Esto, también, es tal vez un problema
que en opinión del presidente de Estados Unidos se debe resolver en la mesa de
conferencias, es decir, ante un juez justo, y no por la fuerza física o los
métodos militares, o por las ejecuciones en masa, la quema de aldeas, la
voladura de las casas y cosas como esas. Pero un hecho es sin duda cierto. En este caso, Inglaterra no se está
defendiendo contra una amenaza de ataque árabe, sino que, como un intruso, está
tratando de establecer su poder en un territorio extranjero que no le pertenece”.
A partir de aquí, la idea de “liberación nacional”, presente en el Tercer Mundo
contra el colonialismo europeo decadente, cobró nueva fuerza. En los meses
siguientes y hasta 1945, en los países árabes era frecuente oír cantar: “En
el cielo Alá y en la tierra Hitler”.
Después de la guerra, la idea de “liberación nacional” fue recuperada por la izquierda. Pero, incluso, tardíamente, cuando se produce la toma del poder por Fidel Castro en Cuba, no estaba muy claro si los “barbudos” que bajan de Sierra Maestra y los estudiantes que han llevado la lucha en las ciudades, son “nacionalistas y patriotas” o “comunistas”. Así mismo, cuando se produjeron movimientos de liberación nacional en Argelia o, antes, cuando tuvo lugar la crisis de Suéz, o incluso, mucho después, cuando fue secuestrado en Bolivia el capitán Klaus Barbie, su defensa jurídica fue asegurada por el abogado Jacques Bergés y la minuta pagada por el banquero François Genoud, que siempre habían militado en opciones favorables a la descolonización, las luchas de liberación nacional y el mundo árabe. Genoud, por lo demás, había manejado fondos del Tercer Reich y nunca olvidó quién era el “enemigo”: el imperialismo anglosajón.
EL "HOMBRE DEL DEPARTAMENTO DE ESTADO"
QUE ME
ENSEÑÓ GEOPOLÍTICA
En agosto de 1978 asistí, junto con una
cuarentena de miembros de la extrema-derecha a un cursillo que se dio en el
Colegio Mayor Antonio Ribera de Madrid, entonces perteneciente a la Confederación
de Combatientes. El curso estaba, precisamente, organizado por esta entidad.
Era, simple y sencillamente, para preparar cuadros para un futuro movimiento
golpista. Menciono aquel curso porque asistió un personaje tan notable como
inesperado. Se trataba de Lewis A. Tambs. A él le debo las primeras nociones de
geopolítica. Sobre lo que hacía Tambs en aquel curso y sobre lo que hacía en
España no voy a entrar. A tenor de su historial, parece claro que trabajaba
para el Departamento de Estado. Supongo que en misión de “observación”. Le
debieron encargarle de informar sobre la situación de la extrema-derecha y la
excusa que encontró fue la de figurar como co-autor de un “libro-gancho” para este
ambiente: La División española de Hitler. El libro fue publicado por San
Martín y es significativo que, a pesar de que, en portada figure el nombre de
Tambs, el especialista en la materia era Gerald Kleinfeld (e, incluso, en
alguna ficha del libro el nombre de Tambs ni siquiera aparece).
Tambs estaba especializado en “cuestiones
iberoamericanas”. Me lo volví a encontrar en Bolivia como colaborador ocasional
de El Diario de La Paz (la hija del propietario estaba casada con un
personaje que trabajaba con nosotros entre 1980 y 1983; fue el que me explicó
que la costumbre del país era que, cuando alguien quedaba a las 12:00 horas,
eso había que interpretarlo como que, a partir de las 12:00 podía llegar a
cualquier hora…). Tambs, posteriormente, sería Embajador norteamericano en
Colombia. A él se debe la creación y explotación de la palabra “narcoterroristas”
que, inicialmente, nos aplicaron a nosotros cuando residíamos en Bolivia, luego a Carlos Ledher, más tarde,
apareció en el libro del extrotskysta norteamericano Lyndon Larouche, Narcotráfico
SA (que había pasado por Bolivia, presentándose como “asesor del presidente
Reagan” y fue invitado a una comida con el presidente García Meza en un
restaurante a orillas del lago Titicaca). Larouche, uno de los primeros
conspiranoicos, reunió todo tipo de informaciones fantasiosas de muy distintas
fuentes, algunas de las cuales les constaba que eran falsas, y trenzó su
terrible teoría de que la corona británica estaba tras el comercio mundial de
drogas… justo en los momentos en los que era precisamente la CIA la que
financiaba a la “contra” nicaragüense con alijos de cocaína y crack vendidos en
los guetos negros de los EEUU.
Por cierto, por aquello de las casualidades, Tambs,
pasó de ser embajador en Colombia a serlo en Costa Rica… justo en los años en
los que la “contra” nicaragüense inició su ofensiva contra el gobierno
sandinista: entre 1983 (ofensiva de primavera) y 1985. En 1986 estallaría el
caso “Irán-Contras”… “Contras” que, por cierto, actuaban desde Honduras (el
Frente Democrático Nicaragüense dirigido por los antiguos comandantes de la
Guardia Nacional, el comandante Bermúdez, y por Calero Portocarrero, en la
práctica, quien firmaba los cheques y administraba el dinero) y desde Costa
Rica (Edén Pastora con la Alianza Revolucionaria Democrática) y era financiada
con cocaína Colombiana llevada a EEUU… Tambs había pasado por todos estos
lugares, a pesar de que logró esquivar periodística y judicialmente los
problemas que se suscitaron tras el estallido del caso “Irán-Contras”. Es
curioso que su biografía en Wikipedia no recoja lo que él mismo nos contó en Madrid:
que estuvo en Uruguay en el período de la lucha contra los “tumamaros”, que
asistió a las acciones contra la guerrilla “montonera” en Argentina e, incluso,
podía describir algunos escenarios en los que el Ché Guevara llevó a cabo su desastrosa
experiencia en Bolivia y cuya veracidad pude confirmar con algunos testimonios
que recogí en el Estado Mayor del Ejército Boliviano. Pero la historia de Tambs
no termina con esta clase sobre geopolítica que nos dio en Madrid: fue uno de
los coautores de los “Documentos de Santa Fe – IV” que marcaban la línea
política de la administración Bush en Iberoamérica.