Explicaré el título de este capítulo. No tiene
nada que ver ni con el noble arte de la herrería (en Francia aquel que pone
herraduras a los caballos se le llama “le Marechal”, sí, el mariscal), ni con
la masonería inglesa (uno de cuyos grados es el de “arco real”, si no recuerdo
mal, del Rito de York). Hay “dos Fayes”, Pierre y Guillaume, que han formulado
la “teoría de la herradura”. Armin Mohler, un poco antes que Jean Pierre Faye,
ya había aludido a la “teoría de la herradura” unos años antes en su estudio
sobre La Revolución Conservadora. Giorgio Fredda, un neofascista italiano,
aun ignorándola, trató de hacerla realidad; y no se contentó con escribir La
desintegración del sistema, sino que, además, fue el primero, entre los
neofascistas, que se atrevió a intentar llevarla a la práctica.
El primer Faye, Jean Pierre, planteó la teoría en
el arranque de la segunda parte de su voluminosa obra Los lenguajes
totalitarios (Ed. Taurus, Madrid, 1974). El capítulo titulado “La
herradura de los partidos”, viene precedido por tres frases. La primera,
destacada de las otras dos, que sirve como introducción a esta segunda parte,
es de Hitler: “Soy el revolucionario más conservador del mundo”. La
segunda frase es de Hermann Rauschning, cuando todavía no había pasado al “lado
oscuro”: “El partido nacionalista extremista con sus peligrosas tendencias
revolucionarias, que podía pasar a cada instante del ala de la extrema-derecha
a la de la extrema-izquierda” y, finalmente, la tercera frase es de Helmuth
von Mücke, el heroico marino en la Primera Guerra Mundial, aventurero, miembros
del NSDAP y parlamentario por el land de Sajonia: “La distancia entre
un polo y otro es ya menor que la distancia de los polos al centro. ¿Cuándo
saltará la chispa?”. La frase se encuentra en uno de sus escritos de 1931
cuando ya era disidente del NSDAP.
Para entender lo que esta teoría plantea es preciso aplicar a la política la “imaginación espacial”, entendiendo por tal aquella facultad del cerebro que nos permite situarnos a nosotros mismos en relación a otros y especialmente frente a aspectos de la realidad. Define el espacio propio y el de otros y, a partir de ahí, permite elaborar políticas de alianzas, estrategias de desgaste, campañas de captación en ambientes favorables, en donde puede lograrse la máxima rentabilidad con el mínimo esfuerzo, etc. De hecho, la primera condición para poder actuar en política es precisamente definir a qué “espacio político” se pertenece y cuál es la relación de ese “espacio” en relación a otros. Ignorarlo, supone estar más “perdido” que un daltónico armando el cubo de Rubik.
La primera ley de la política consiste en tener
claro cuál a qué “espacio político” pertenece. La misma palabra “espacio”
implica que se trata de un modelo laxo de clasificación. Ahora bien… El
“espacio” es, por definición, algo ambiguo; existe el “espacio interestelar”,
prácticamente ilimitado, y también el “espacio escénico”, resuelto en apenas
unos metros cuadrados. Depende del ámbito al que queramos ceñirnos el espacio a
considerar tendrá unas dimensiones concretas. En términos políticos suele
reducirse el “espacio político” en términos de “arco parlamentario”. Es de buen
tono para tertulianos amantes de lo convencional, pero no es lo que procede, si
se pretende ir más allá. En primer lugar. porque no todas las fuerzas políticas
están presentes en el parlamento y, en segundo lugar, porque la composición de
éste está sometido a las oscilaciones electorales, de tal forma que algo que
está situado en el centro hoy, mañana puede desaparecer… lo que no implica que
esa fuerza política haya desaparecido, sino simplemente que ha dejado de ser
una “fuerza parlamentaria”. Y es que, aunque los políticos profesionales no se
lo crean, existe vida fuera del parlamento. O bien que se haya desplazado a otro
espacio en un ejercicio de transfuguismo.
El parlamento no es la única posibilidad para
situarse políticamente; hace falta también atender a los grupos sociales a los
que va dirigido un programa político, cómo se encuadra dentro de la sociedad
civil, cuál es el universo cultural en el que pueden encuadrarse sus propuestas,
etc. De hecho, los únicos interesados en reducir las posibilidades de clasificación
política al arco parlamentario son los partidos que están en su interior y a
los que les horroriza desaparecer de ese escenario.
El modelo de clasificación que nos propuso Armin
Mohler en su estudio sobre La Revolución Conservadora alemana, el que
describe Jean Pierre Faye en las páginas 589-604 de su libro y que luego
recuperó Guillaume Faye en El Arqueofuturismo, cincuenta años después,
es la “herradura”, en la que los extremos están más cerca de sí mismos que del
centro. Por tanto, según este modelo, sería más fácil realizar un tránsito de
la extrema-derecha a la extrema-izquierda (y viceversa), en la medida en que
hay menos distancia entre ellos que en relación al centro.
Este modelo puede aceptarse a condición de
realizar algunas consideraciones. La primera de todas es que fenómenos como el
calor o el sonido se transmiten perfectamente con convección, es decir, a
través de materiales, y mucho menos en el vacío. Y lo que existe entre los dos
extremos de la herradura es, precisamente, el vacío. Habitualmente, es más
frecuente que entre dos polos opuestos salten chispas cuando a través de ellos
pasan corrientes de signo opuesto (como, habitualmente se acepta que son las
ideologías de extrema-izquierda y de extrema-derecha).
Por tanto, siendo atractivo el modelo de la
herradura (que permite explicar los tránsitos masivos entre la
extrema-izquierda francesa que votó al Partido Comunista, en dirección al
Frente Nacional, pero no mucho más…) parece claro que tampoco es el más
adecuado para poder situar a fuerzas y partidos políticos. A fin de cuentas,
una herradura el algo plano y existen elementos políticos, especialmente en la
relación entre política y sociedad, que son, más bien, volumétricos.
Como todo en la modernidad, los mecanismos de
clasificación se complican progresivamente, así que vamos a tratar de
establecer tres elementos que ayudarán a definir cualquier posición política.
Así pues, cuando alguien tenga la intención de votar a un partido, de adherirse
a él o, simplemente, de considerarlo, le bastará con situarlo en un “espacio
político”.
Un “espacio político” es una amplia zona del
espectro político en el que se comparten principios comunes. No hay muchos
“espacios políticos”. De hecho, solamente existen tres: derecha, centro,
izquierda, con sus tonos intermedios (centro-derecha y centro-izquierda,
básicamente) y sus extremos (extrema-derecha y extrema-izquierda). No hace
falta estar en el parlamento para situarse en uno de esos tres espacios.
Básicamente, los valores de la derecha son de tipo de nacional, conservadores,
habitualmente católicos, existe cierta predisposición a considerar las virtudes
del orden público, el poder del Estado y a su unidad; cuando aparece un
“sentido social”, por lo general es de tipo paternalista. El espacio de centro
estaría definido por la moderación, el diálogo, cierto oportunismo, la
tendencia al equilibrio y al término medio al que obliga la propia posición en
cuanto a los valores, al Estado y a las instituciones. Finalmente, el espacio
político de la izquierda estaría definido, ayer por el sentido social, y hoy
por el progresismo, el laicismo como modelo, y un humanismo universalista
modulación del viejo internacionalismo propio de la izquierda de toda la vida
al que, en los últimos tiempos, se han añadido lo que, literalmente, podemos
considerar “pegotes ideológicos” (los “estudios de género”, la “corrección
política” y la “ideología woke”), más o
menos directamente derivados del pensamiento post-moderno de Foucault, Lyotard
y Vattimo y de Simone de Beauvoir en lo que se refiere a la sexualidad.
No existen otros “espacios políticos”. Cuando se
pregunta a un movimiento político a qué espacio pertenece, lo que se espera es
que responda con una de estas tres palabras: derecha, centro o izquierda, o con
sus matices intermedios o extremos. Por otra parte, resulta imposible irse por
las ramas. Es cierto que se pueden articular respuestas artificiosas, más o
menos brillantes, pero lo único que se logra es fomentar cierta confusión en
relación al lenguaje político en vigor. Por ejemplo, cuando Armand Dandieu y
Robert Aron explica que “si es preciso situarlos en términos parlamentarios,
están a medio camino entre la extrema-derecha y la extrema-izquierda, por
detrás del presidente y dando la espalda a la asamblea” (La
Révolution Necésaire), la respuesta
es, intelectualmente brillante, pero conduce directamente a la indefinición
sobre ese espacio. Es decir, a una imposibilidad de situarse. De ahí la
esterilidad del pensamiento de aquel territorio “no conformista” en el que se
situaron quienes compartían esas ideas (ver el texto de Loubet del Bayle sobre estos
grupos de las entreguerras o nuestro José Antonio y nos no-conformistas,
porque, a fin de cuentas, este también ha sido el problema de algunos
falangistas agarrados con uñas y dientes al “ni derechas, ni izquierdas”…)
Se suele afirmar que los términos “derecha”,
“centro” e “izquierda” están en crisis y que, por tanto, se trata de una
clasificación obsoleta. No lo es. Lo que se ha desgastado son las siglas de los
partidos que en algún momento han sido hegemónicas en esos espacios. La
reaparición de un espacio de centro, representada por Ciudadanos, tan
oportunista como fue la antigua UCD de Suárez evidencia que, aun estando
ausente una larga temporada, ese espacio sigue existiendo. Cuando desaparezca,
antes o después, alguien volverá a suscitar su enésima resurrección. Otro tanto
ocurre con las recomposiciones a la izquierda: el hecho de que estemos en los
funerales de la socialdemocracia europea, no quiere decir que el espacio de
izquierda haya desaparecido, sino que está sufriendo reconversiones muy
profundas (a raíz del hundimiento de todas las temáticas defendidas por la
socialdemocracia alemana entre el Congreso de Bad Godesberg (1959) y la primera
gran crisis económica de la globalización (2008-2011).
Por otra parte, lo que se ha ido perdiendo es el
liderazgo y la condición de estadistas de los políticos europeos. Ganar unas
elecciones, hoy, no supone abordar reformas, sino conseguir para los rectores
de la sigla vencedora y sus amigos, una póliza de seguros que les garantizará
prebendas, beneficios y retiros dorados. Nada más. Ha sido inevitable, por
tanto, que los programas de todos los partidos se vayan desdibujando y que
todos, en su búsqueda de nuevos electores y a la vista de lo poco exigentes que
son los votantes con el incumplimiento de esos programas (creados solamente con
el fin de atraer su voto y, a sabiendas de que la memoria del elector es corta),
tiendan a homogeneizarse. A eso se le ha llamado “pensamiento único” y/o “corrección
política”. Es un signo de los tiempos. Pero, aun así, siguen existiendo
claramente definidos, diferencias entre “conservadores” y “progresistas” y
entre estos y los que ocupan un espacio intermedio.
Ahora bien, los “espacios políticos” no son
homogéneos. Dentro de cada cual existen sectores diferenciados y con
personalidad propia. Dentro de la derecha, por ejemplo, existen monárquicos,
conservadores, liberales de derechas, nacionalistas, radicales, autoritarios,
sociales, etc, etc. Y otro tanto ocurre con las izquierdas fraccionadas a su
vez en socialdemócratas, socialistas, izquierda alternativa, altermundialistas,
anarquistas, eco-socialistas, y así sucesivamente. Cuando aludimos a “espacio
político” no nos estamos refiriendo a siglas concretas, sino a ideas.
En la medida en que se trata de sub-espacios de un
conjunto mayor, llamaremos a estas fracciones “áreas”: la pertenencia a un área
queda definida por un número de coincidencias mucho mayores que las que se
encuentra en un “espacio político”. Por ejemplo, un liberal de derechas,
nacionalista, conservador y católico pertenece a un sector diferente que un
liberal de derechas, independentista… Lo que separó en su tiempo a un Fraga
Iribarne de un Jordi Pujol no fue nada más (y nada menos) que su actitud ante
el nacionalismo español o ante el nacionalismo catalán. Cuando hablamos de
“áreas políticas” ya están presentes las siglas de los partidos políticos.
Dentro de un mismo “espacio” existen distintas
“áreas” y, en tanto que variedades del mismo fenómeno, se pueden establecer
entre estas relaciones de contigüidad: es decir, quién está más cerca de quién
y por qué razón. Esto se vio perfectamente en los años ochenta en el interior
de Alianza Popular que, inicialmente, aspiraba a ser una federación de partidos
que ocupara todo el espacio de centro y de derecha (a pesar de que luego se
quedara a medio camino). No todas las fracciones que se integraron en Alianza
Popular pensaban lo mismo: existieron liberales, democristianos, conservadores,
e incluso derecha radical, cada uno con sus señas de identidad (que solamente
el tiempo, el roce con el poder y las conveniencias, hicieron olvidar). Partido
Democrático Español, Partido Liberal, Derecha Democrática Española, Unión
Nacional Española, Reforma Social, etc, fueron algunas de las siglas que
revolotearon en torno a las siglas AP (baile que terminó con la creación del PP
al reconocerse el fracaso de la anterior iniciativa).
Pertenecer a un “área” implica, ser capaz de
definir una propuesta doctrinal y sus contornos y ver si tales contornos
coinciden con un “espacio político” concreto. Luego habrá que establecer
relaciones de proximidad entre las “áreas” pertenecientes a ese “espacio”. Lo
que nos queda entonces, es un “espacio político” ordenado interiormente por
relaciones de contigüidad, esto es, de proximidad. En ocasiones puede ocurrir,
especialmente en las partes extremas de cada “espacio” están más cerca de los
“espacios” limítrofes que de otros sectores del suyo propio.
Finalmente, dentro de cada “área política”,
cuando ya estamos hablando de siglas concretas, podemos aludir a distintas
“sensibilidades”. Una “sensibilidad” es un matiz en el que se reconocen los
miembros de un “área política”. Por ejemplo, el un partido como el PSOE puede
existir una “sensibilidad” ecologista, de la misma forma que puede existir una
“sensibilidad” fabiana (cubrir la marcha hacia una sociedad socialista mediante
fases graduales de aproximación).
En partidos que han elegido ser “de síntesis”,
como, por ejemplo, Falange Española, los habrá de “sensibilidad” más
sindicalista que nacional y, justamente, lo contrario. Cualquier situación de
equilibrio absoluto es imposible de mantener en el tiempo como y, siempre,
muestra, antes o después, un alto grado de inestabilidad. Otro ejemplo
histórico: durante la Segunda República existieron dos “sensibilidades”
monárquicas: alfonsinos en Renovación Española y carlistas en la Comunión
Tradicionalista. Cabe incluir a ambas opciones dentro del “área de la derecha
radical”, a la que, por lo demás, pertenecían también el Partido Nacionalista
Española de Albiñana, la publicación Acción Española de Maeztu o el Bloque
Nacional de Calvo Sotelo. Organizaciones que, junto con la Confederación Española
de Derechas Autónomas, se situaban en el “espacio político de derecha”.
Así pues, cuando alguien pertenece a un partido
político debe tener la respuesta adecuada a la pregunta de “en dónde sitúas
tu partido, en qué espacio, en que área y qué sensibilidades tiene en su
interior”. Si esta pregunta no ha sido contestada, si no existe el valor de
contestarla por la creencia que, al hacerlo, se perderá afiliación, lo que se
está es agravando un problema que estallará antes o después en las manos de
quien no ha tenido la posibilidad de responder.
La política es algo complejo. No basta solamente
con definir espacialmente las relaciones entre la propia opción y otras
opciones políticas: es que también hay que establecer estos distingos en la
sociedad. Será el análisis sociológico el que permitirá identificar los grupos
sociales a los que puede interesar más el propio programa político. Y esto
implicará que, una vez identificados estos, se diseñe una propaganda y unas
estrategias de comunicación adaptadas a la captación en esas bolsas (al igual
que implicará olvidar a otros grupos sociales por diversas razones: o bien
porque ya están “colonizados” por otras fuerzas políticas, o simplemente porque
las propias propuestas lesionan a sus intereses de clase).
¿A qué viene todo esto?: a que es preciso
definirse. Y no solamente mediante el propio programa político, sino en
relación a otras fuerzas políticas: definirse de manera clara y lineal, sin
subterfugios, medias tintas, vacilaciones o simplemente, escapismos
dialécticos.
Esa ha sido una de las cualidades del Front
National francés que no ha dudado desde el primer momento en definirse como “de
derechas” (espacio político), en el área de la “derecha nacional” y con
distintas “sensibilidades” (católica, monárquica, social, nacional-liberal,
identitaria). Y eso ha sido lo que le ha permitido ocupar todo el espacio de la
derecha a la extrema-derecha y generar tránsitos electorales en momentos de
crisis entre el área política de la izquierda comunista y la propia área. Esa
claridad es lo que hace que, hoy, en Francia, ya no se dude de si Marina Le Pen
será o no presidenta del país, sino que la única cuestión es cuándo ocurrirá.
En el caso del PCE(m-l)-FRAP parece claro que el “espacio” al que pertenecían era la izquierda; el “área” sería la “comunista” y la “sensibilidad” la “marxista-leninista”. Y, nosotros estábamos en aquellos años, nos gustara o no, en el “espacio” de la derecha, en el área “del neofascismo” y en la sensibilidad “nacional-revolucionaria”. Pero, para poder ubicar mejor, tantos estas dos, como cualquier otra opción política es preciso atender a otro tipo de clasificación. Y es aquí donde volvemos a la herradura, tal como la presentaron los dos Fayes, Jean Pierre y Guillaume, y Armin Mohler.
LA HERRADURA EN WEIMAR DE LOS AÑOS 20
Y EN LA ESPAÑA DEL TARDOFRANQUISMO
Y DE LA TRANSICION
La teoría de la herradura que explica los
tránsitos de la extrema-derecha a la extrema-izquierda es válida solamente si
se aplica atendiendo a las “sensibilidades”. Jean Pierre Faye lo explica con un
gráfico en la página 596. Si uno entiende ese gráfico, se ahorra buena parte de
la lectura de las 955 página de la obra. Está claro que, JP Faye se ha
beneficiado del clima extraordinariamente atomizado de los partidos durante la
República de Weimar. Allí se produjo una extraña eclosión de ideas políticas procedentes
de todas las áreas, las sensibilidades y lo espacios políticos. Fueron decenas,
casi cientos, de pequeñas revistas, movimientos marginales, ligas con millones
de afiliados, movimientos efímeros y otros que tocaron poder, tránsitos de unos
a otros, que era posible establecer el esquema habilitado por JP Faye:
aplicarlo en otras circunstancias resultaría mucho más dificultoso, incluso,
imposible.
Para entender completamente el gráfico 1 (que
hemos reconstruido, a partir del impreso en el libro de JP Faye) sería preciso
estar familiarizado con los partidos y movimientos que existieron durante la
República de Weimar. Trataremos de explicarlo someramente.
El arco que va desde la izquierda (KPD) a la
derecha (NSDAP) sitúa a los partidos parlamentarios, tal como se situaban en el
“arco político” weimariano: con un Zentrum ejerciendo de partido más
distante de los dos extremos. La tendencia de ese arco es a que los tránsitos
discurran “por contigüidad”, es decir, de un partido al que está situado
inmediatamente antes o después suyo. Por ejemplo, los tránsitos desde el DVNP al
NSDAP fueron extraordinariamente frecuentes a partir de 1929. Así mismo, los
trasvases de votos del Zentrum al Partido Democrático Alemán, fueron
igualmente significativos, como lo fueron, así mismo, los que se produjeron del
USPD al KPD y, en las dos direcciones, entre USPD y SPD.
En cada uno de los extremos de ese arco se
encuentran dos círculos que engloban a los partidos que, de una forma u otra
adoptan posturas radicales según distintos matices. En ambos extremos, todas
las fuerzas políticas que se ubican en cada uno de ellos, “giran” en torno a la
sigla central: KPD y NSDAP. Las correspondencias y los posicionamientos pueden
darse en función de muchos factores: “radicalismo”, por ejemplo. Y desde este
punto de vista, parece evidente que el KPO (Partido de Oposición Comunista), es
más extremista que el KPD, pero menos que los miembros del AAK (Nacional-Comunistas)
que durante un tiempo militaron en el KPD.
En cuanto al USPD es, “algo menos”, radical que
el KPD, pero existe una notable desviación entre sus principios y los del SPD.
De ahí que el USDP está situado en la vertical del KDP, y separado de la curva
que conduce, por contigüidad, al SPD. Análogamente, en el otro lado, los grupos
y las revistas nacional-revolucionarias estaban en una línea política similar
al NSDAP, y esto explica la frecuencia y la facilidad con la que miembros de
grupos NR pasaron al NSDAP, mientras que la JK (Juventud Conservadora), situada
más a la derecha del NSDAP solía perder efectivos en beneficios de este
partido. Por otra parte, los grupos “Völkisch” (folquistas) y el DVFP, eran más
conservadores y moderados que el NSDAP, pero no se situaban en las proximidades
del DNVP que no aceptaba las tesis folquistas, mientras que el NSDAP había
nacido en un contexto folquista del que pronto se emancipó orgánicamente, pero manteniendo
algunas conexiones doctrinales con este sector.
Finalmente, como se muestra en el gráfico,
algunas siglas están en el interior de estos dos círculos laterales y otras
fuera de los mismos. Obviamente, esto atañe al sentimiento de pertenencia que
ellos mismos tenían en relación al espacio ocupado. Por ejemplo, la mayor parte
del LV (Movimiento Campesino), inicialmente, no tenía conciencia de pertenecer
al mismo entorno del NSDAP e, igualmente, los NB (Nacional-bolcheviques) se
sentían ajenos a esta influencia. Eso mismo sostenía el círculo que formaba en
torno a la revista Die Tat, más radical en sus propuestas que el NSDAP
(si bien, después del 30 de enero de 1933, parte de la redacción se integró especialmente
en el Ministerio de Asuntos Exteriores del Reich desde donde siguió influyendo
en la política internacional alemana). En cuando a los NK, “nacional-comunistas”,
nacidos a la izquierda, estaban, indudablemente más próximos a los NB, “nacional-bolcheviques”,
nacidos en la derecha. Y, si nos fijamos en el esquema, veremos que la
distancia visual que separaba a NB de NR era menor que la que separaba a ambos
del Zentrum o de cualquier otro espacio político. De hecho, la ubicación que
separaba a los NC del KPD era, prácticamente la misma que la que los separaba
de los NB del NSDAP.
Finalmente, casi desgajados de la acción política,
muy desconectado de ellas, se encontraban, a un lado los grupos que realizaban
una crítica al sistema weimariano desde posiciones artísticas y culturales “expresionistas”
y quienes lo hacían desde el “movimiento de juventud” (bündish).
Jean Pierre Faye justifica con este esquema los
tránsitos que se dieron entre estas fuerzas políticas, su elección de grupos
afines con los que tratar preferentemente y de temas que trataban en sus
publicaciones. La moraleja que se extrae de este planteamiento es que, en
cierta forma, ciertos extremismos están más próximos a las formulaciones que
han nacido en el extremo opuesto del arco político que de formaciones “contiguas”.
Pues bien, eso es la “teoría de la herradura”. JP Faye, simplemente, aprovechó
las ideas que ya había apuntado en Alemania, Armin Mohler en su pormenorizado
estudio sobre la revolución conservadora.