NACIONALISMO CONTRA SOCIALISMO
(O LA HISTORIA DEL
SIGLO XX, SEGÚN TAMBS)
Si me he detenido un poco en la figura de Lewis
A. Tambs (estoy seguro de que, en la tarjeta de visita que me dejó su nombre
era “Lewis Abraham Tambs – Profesor de historia de la Universidad de Waco –
Texas”, sin embargo en los documentos que he encontrado aparece siempre como “Lewis
Arthur Tambs”, pero la foto corresponde sin sombra de dudas con el Tambs que
conocimos en Madrid; es muy posible que la desfiguración del nombre tuviera como
objeto borrar huellas sobre sus actividades: pero la foto es incuestionable) es
porque, como he dicho, me dio la primera lección de geopolítica. Tambs
interpretaba la historia del siglo XX como una permanente contradicción entre “nacionalismo”
y “socialismo”. Incluso, la lucha entre Stalin y Trotksy la interpretaba en la
misma clava: nacionalismo estalinista y socialismo trotskysta. Por supuesto, consideraba
la lucha entre el Tercer Reich, nacionalista, y la URSS, socialista, como una
más de las confirmaciones a su teoría. En la única vez que aludió al libro
escrito sobre la División Azul, los definió como “nacionalistas” que iban a luchas
contra el ”socialismo”. No era una tesis particularmente convincente, pero
servía a su propósito: el mantenimiento de la hegemonía mundial de los EEUU. Él,
por su parte, se había especializado en Iberoamérica. Entró en el ambiente de
extrema-derecha, a través de Antonio Izquierdo y del diario El Alcázar. De ahí
pasó a la Confederación de Combatientes. La excusa, siempre, era el libro. Vale
la pena para qué nos había convocado la Confederación en Madrid: uno de sus
funcionarios y un militar entonces en activo, estaban promoviendo un grupo cívico
que debía servir de soporte para un golpe militar. Era agosto de 1978. Los que
allí acudimos -de los barceloneses creo que fuimos cinco (tres por el Frente Nacional
de la Juventud y dos por el Círculo Eugenio d’Ors) creo que vivimos todos.
La tesis de Tambs sobre la oposición “nacionalismo
– socialismo” era imposible de mantener, pero, en su ayuda, recurría a las
tesis geopolíticas. Yo, en 1978, era un pipiolo que había oído campanas sobre “la
geopolítica”. Alain de Benoist le había dedicado un ensayo que luego incluyó en
su libro Vû de Droite y que un amigo portugués tradujo en 1979. Yo hice
la traducción del portugués, pero en ensayo era muy generalista y Tambs fue más
a lo concreto. Así que, tras su exposición en aquel cursillo, le pregunté
porqué Zbignew Brzezinsky y la Trilateral parecían apoyar a los sandinistas, estaban
abandonando al Sha y habían hecho otro tanto con las guerrillas anticomunistas
que operaban en las antiguas provincias portuguesas. Me contestó con hostilidad:
venía preparado para contestar otro tipo de cuestiones, pero no para discutir
sobre las orientaciones políticas de la “era Carter”: ese período, en el que, la
URSS estuvo más cerca de hacerse con la hegemonía mundial. Era un funcionario
fiel a su administración.
ANTORCHAS, LO QUE SE DICE “ANTORCHAS” HUBO MUCHAS
Tambs se quedó a comer con nosotros, así que
aproveché para pasarle algunas publicaciones del Frente Nacional de la
Juventud. Entre ellas, La Antorcha, revista teórica de la que apareció
un solo número (luego, opté por publicar Cuadernos de la Antorcha, más
breves y monotemáticos). Lo que yo no sabía en ese momento es que La
Antorcha había sido el nombre del primer periódico del Partido Comunista de
España, y que, posteriormente, fue el dominio de internet que contrató el
PCE(r), padre de los GRAPO, para expresarse a través de la red. También creo
recordar que hubo algún boletín del FRAP o del PCE(m-l) que llevaba este
nombre. Lo que, en otros países, a
partir del muy leninista Iskra, se tradujo como “La Chispa” (L’Etincelle,
L’scintilla, Der Funke), dando nombre a las revistas comunistas de aquella
y de las generaciones siguientes, en España, por aquello de la exageración,
tuvo su equivalente en La Antorcha que era más que una “chispa”, o si se
prefiere, el instrumento más útil si se pretende ejercer de pirómano e
incendiar una pradera (como proponía Mao en una de sus sentencias casi confucianas)
La antorcha siempre ha tenido cierto pedigrí en
la extrema-derecha. Un millón de antorchas marcharon en la tarde del 1 de enero
de 1933 ante la ventana de la cancillería poco después de conocerse el
nombramiento de Hitler como canciller del Reich y fueron antorchas las que
acompañaron en las noches el féretro de José Antonio en su último viaje desde
Alicante hasta el Escorial en 1939. Pero si esta similitud entre el título de
una revista de extrema-izquierda y otra de extrema-derecha era, significativa,
pero inconsciente, existieron otros detalles bastante más conscientes.
Recuerdo que, en 1970, acabábamos de robar una
ciclostil en un colegio privado y empezamos a lanzar los primeros panfletos
firmados como “PENS”. Pronto caímos en la cuenta de que, si íbamos a ser un “partido”,
o algo parecido, debíamos de realizar un programa. El mayor de nosotros no
tendría ni 19 años, así que nos faltaba capacidad y experiencia. Quedaba leer programas
de otras organizaciones y encontrar motivos de inspiración. El primero de
todos, naturalmente, fueron los 27 puntos de Falange Española, redactados en
1935 pero, la verdad es que no encontramos nada que pudiera considerarse muy “actual”.
Otro tanto, nos ocurrió con el programa histórico del NSDAP. Cero. De ahí
íbamos a poder sacar poca cosa que “sintonizara” con los problemas de la España
de 1970. Abandonado en un banco del patio de letras de la Universidad Central
de Barcelona encontramos un programa del PCE(m-l). Esta formación -a la que pertenecía
Catalán Deus y que a nosotros, por algún motivo, nos llamaba la atención
(seguramente porque tenían una militante -la “chica del FRAP de ciencias”- que
nos llamaba causaba cierta curiosidad por su aspectos -de burguesa media,
siempre con traje chaqueta y falda-, rubia y con gafas, e incluso nos
preocupaba cuando aparecía por clase, no fuera que la hubieran detenido. El
caso es que en aquel programa de un partido situado 180º de nosotros, encontré
ideas aceptables, en materia de economía, de liberación nacional, de
emancipación nacional, etc. Si se comparan los dos programas se comprobarán las
similitudes.
Claro está que esto ocurría en 1970. No había
Internet, para los falangistas disidentes no existía más programa que las obras
completas de José Antonio y para los falangistas del régimen el programa no
podían ser sino las Leyes Fundamentales y los discursos de Franco en las Cortes
o en el Consejo Nacional del Movimiento. En otras palabras: para nosotros era
muy difícil encontrar fuentes de inspiración. De hecho, no existían editoriales
que publicasen trabajos doctrinales ni apenas obras históricas que no fueran
meras elegías a héroes de otra época y trabajos hagiográficos. Tuvimos que espabilar.
Los maestros que tuvimos -y me precio de haberlos tenido muy buenos- nos
ilustraban con su estilo y su ejemplo. Fueron héroes de la guerra, ejemplos en
la paz. Pero su ejemplo tenía que ver con el “estilo”, no con los contenidos
políticos que pretendíamos dar al PENS. Tuvimos que buscar y esa búsqueda, nos
situaba en el esquema propuesto por Jean Pierre Faye en un lugar en el que
puede verse (en la sigla “NR”). Separados, irreconciliablemente enemigos, pero
más próximos que otros.
DE DÓNDE VINO AQUEL INTERÉS NUESTRO POR LA “LUCHA
ARMADA”
Además, en aquella época, nosotros sosteníamos
que era preciso “armarse para combatir”. Combatir ¿contra quién? Contra la
izquierda, por supuesto, pero también contra las fuerzas que impedían que
nuestra nación y toda Europa fueran naciones libres.
¿De dónde nos venía ese regusto por la “lucha
armada”? Procedía de distintas influencias: por un lado, el clima de la época, los
resabios sesenteros que todavía proyectaron su sombra a lo largo de la década
siguiente. Se nos presentaba como héroes al Ché Guevara y los que les
acompañaron antes en Sierra Maestra o después en Ñancahuazu. Claro está que
nosotros teníamos a nuestros héroes: algunos de ellos vivían todavía; no solo
eran “mejores”, no solo habían protagonizado episodios en los que
verdaderamente “se la jugaron”, sino que además eran “nuestros héroes”: el
comandante Borghese, el coronel Skorzeny, los viejos combatientes de la
División Azul… Nuestro problema era que ya no teníamos guerras santas en las
que luchar. Me reconocía en una frase de Ionesco: “Contempladlos,
escuchadlos, no matan, se defienden y la defensa es legítima. No odian, no
persiguen, hacen justicia. No quieren conquistar ni dominar, quieren organizar
el mundo. No arrojan a los tirados para ocupar su lugar, quieren establecer el
verdadero orden. Sólo quieren guerras santas”. Estos éramos nosotros. Buscábamos
razones para empuñar las armas y demostrar lo que en la Castilla medieval era
el “más valer”; la “prueba” de nuestro valor. El “más valer” justificaba por sí
mismo la aventura de Lope de Aguirre y, en su modestia, también iba a
justificar la que algunos emprendidos en esa misma década que entonces
comenzaba.
Si queríamos tomar las armas era en defensa de
una causa justa que, desde luego, no era la del proletariado, ni por supuesto
la del régimen franquista; ahora bien, cuando la lucha contra los separatismos
era una de esas causas justas por las que siempre -mejor dicho, casi siempre-
que se nos proponía estábamos dispuestos a dar el paso adelante. Y la lucha
contra el separatismo era, en los 70, la lucha contra ETA.
Así mismo, a principios de 1970, leímos algunas
revistas que nos habían enviado miembros de la última generación del Movimiento
Nacionalista Revolucionario “Tacuara”. Concretamente, la fracción disidente -en
aquel momento, ignorábamos los problemas internos que habían fraccionado
interiormente a este movimiento argentino- que, luego, dirigida por Joe Baxter,
tras el asalto al Policlínico de Buenos Aires, se fue escorando hacia la
izquierda. La aventura de Baxter, iniciado en el nacionalismo argentino,
neonazi, terminaría en un accidente aéreo cuando volaba a Europa para asistir,
creo recordar, a una reunión del secretariado internacional de la IV
Internacional trotskysta. Baxter, alias “Rafael”, había sido uno de los creadores
de la Tacuara argentina en 1957. Católicos, nacionalistas, pero también y sobre
todo neonazis. Por la táctica elegida, pueden considerarse -y, de hecho, son muchos quienes lo consideran así, incluido el que suscribe- la "primera guerrilla urbana de Iberoamérica". Inicialmente, no eran peronistas, pero luego, la fracción de
Baxter se fue acercando al peronismo y adoptó actitudes cada vez más obreristas.
Fue así como se aproximó a la izquierda peronista protagonizada en aquel
momento por John William Cooke que, por entonces, mantenía relaciones con el recién
ascendido al poder gobierno de Fidel Castro.
Se cuenta que, cuando Baxter, tuvo que huir a
Uruguay, la policía encontró en su habitación decorada con posters de Hitler.
Mussolini y Fidel Castro. Me lo creo. En Uruguay, él y sus camaradas, participaron en la formación de los primeros núcleos Tupamaros. En 1965, Baxter, junto con otros antiguos
tacuaras, José Luis Nell entre otros, recibió adiestramiento militar en la
República Popular China. Unos meses antes, había viajado a varios países árabes
y a Vietnam siendo recibido -y condecorado, pues, no en vano estuvo combatiendo
unas semanas con la guerrilla- por el mismísimo Ho Chi Minh. Fue a partir del
68 cuando abandonó definitivamente el nacionalismo-revolucionario y se instaló
en el trotskismo. Por suerte o por desgracia aterrizó en París en mayo del 68 y
no se perdió los acontecimientos. Aquello le fascinó. Le entendí perfectamente.
Era la causa de la juventud luchando contra el “viejo orden”. Allí conoció a
Roberto Santucho que no introdujo en el Partido Revolucionario de los Trabajadores,
núcleo originario del Ejército Revolucionario del Pueblo, que arraigaría sobre
todo en la provincia de Tucumán. Baxter se separó pronto de esta formación y,
al parecer, en el último tramo de su vida estaba colaborando en la formación
del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Nell, por su parte, pasó a los
montoneros, tras una etapa en las Fuerzas Armadas Peronistas, también tras un
paso por la China de Mao. Se suicidaría a mediados de los 70.
Algunos antiguos miembros del MNR Tacuara, nos
enviaron a finales de los años 60, sus publicaciones y programas. En la revista
Tacuara conocida como “la Tacuara del manchón”, porque tenía una mancha
roja en la portada que la distinguía de la otra tendencia de la que se había
escindido. Leímos aquellas publicaciones y, reconozco que aprendimos muchas
cosas: el lugar de la “lucha armada”, la subordinación de la “lucha armada” a
la “dirección política”. Los conceptos de estrategia y táctica. Y el estilo
militante, agresivo, combatiente. Eso fue lo que introdujo en nuestro círculo
el fermento de una violencia puesta al servicio de una causa política.
Y luego estaba el clima de la época: era
imposible que nosotros, que teníamos amigos y compañeros de clase muy queridos
que militaban en la izquierda clandestina y que, por tanto, teníamos acceso a
sus publicaciones, no permaneciéramos completamente ajenos a lo que se estaba
cociendo entre la juventud politizada de aquella época. Existía una diferencia
entre nosotros y los miembros de otros grupos de extrema-derecha de finales de los
60 y principios de los 70: la mayoría de estos grupos procedían de la
Organización Juvenil Española, la estructura oficialista de encuadramiento de
la juventud. Los “hogares de la OJE” garantizaban que el afiliado podía desarrollar
actividades, amistades, vida social, excursionismo, aprender aficiones,
realizar fiestas y bailes, tener su propio marco juvenil de socialización, sin
necesidad de asomarse fuera del “hogar”. Y esto explica, hasta cierto punto,
porque los grupos falangistas, que procedían de estos “hogares”, sufrían cierta
desconexión con la realidad. Nosotros en cambio, éramos “fascistas” que
teníamos un origen extramuros del “fascismo oficialista” del Movimiento
franquista, de la OJE, de la Guardia de Franco y demás. Eso hacía que tuviéramos
más “permeabilidad” en relación a los movimientos clandestinos de izquierdas
(de hecho, algunos de nuestro círculo terminaron luego en la izquierda, incluso
en posiciones de cierta responsabilidad).
Yo mismo, incluso, entre 1973 y 1974, reconozco
que tuve momentos en los que no tenía muy claro en dónde estaba. El PENS en
esos años ya se había disuelto. Teníamos claro que el neonazismo no era la
carta más recomendable si queríamos hacer trabajo político. Además, en esos
años, habíamos conocido a los círculos de exiliados neofascistas que
completaron nuestra formación política y todo resultaba ya muy diferente que en
1970. Tenía entonces 21 años: notaba que algo ardía en mi interior. Buscaba el
choque, el enfrentamiento, la “acción heroica” y no me importaba ya en que
ámbito pudiera darse. En aquellos años participé en manifestaciones convocadas
por organizaciones de izquierda. Había acabado el peritaje y me dio por
estudiar periodismo, pero precisaba el “COU de letras”. Así que lo estudié en
Badalona. Fue un curso complicado en donde conocí a lo peor y a lo mejor de la
izquierda: a aquella izquierda del PSUC, cobarde y timorata, aquella izquierda
Bandera Roja que, a la hora de la verdad, abandonaba el radicalismo y terminaba
detrás del PSUC y, aquellos otros situados a la izquierda que querían siempre
ir más allá. Era el año en el que habían ejecutado a Puig Antich. A pesar de
que eran los meses en los que prácticamente mi único trabajo político era ir a
buscar a exiliados italianos a la frontera e introducirlos en España, participé
en actividades promovidas por grupos de izquierda. De todo aquello solamente ha
quedado alguna amistad y el rencor de un Enrique Juliana, que, entonces
militaba en el PSUC, con los mismos rasgos de carácter que hoy le adornan como
redactor del Boletín Oficial de la Generalitat de Catalunya, el diario La
Vanguardia. Juliana, en un artículo que debió publicar hacia 2006, me
mencionaba, recordando que yo “ligaba mucho” (tampoco había que exagerar,
francamente) y que proponía “acciones violentas” (menciona el corte de la
autopista del Maresme que, efectivamente creo recordar que si propuse para
llamar la atención, posiblemente, sobre las protestas contra la Ley General de
Educación, o algo parecido). De todo lo cual deducía que yo era una “provocador”,
un “infiltrado” y no recuerdo que lindezas más. En realidad, lo que Juliana no
podía conocer era que en algunos de nosotros algo ardía en nuestro interior. Y
ese “algo” le era imposible de concebir. Hay gente que nunca ha sido capaz
siquiera de encender sus propios gases intestinales. Acabado aquel curso, la
policía me detuvo por el increíble pretexto del atentado que sufrió en Cine
Balmes cuando proyectaba La Prima Angélica. Lo que pienso del cine de
Saura de aquella época ya lo he manifestado en la web sobre el cine español del
período franquista (2f-francofilms.blogspot.com) y no me extenderé aquí. Lo
cierto es que, cuando me detuvieron, ni siquiera había visto la película. Pasé
tres días en Vía Layetana y nunca fui procesado. Por supuesto, no tuve nada que
ver con aquel atentado. Si lo menciono es porque fue una chica que entonces militaba
en la Joven Guardia Roja (o que había sido expulsada poco antes, no recuerdo bien,
y un amigo anarquista) fueron a mi casa y sacaron todo aquello que podía
resultar comprometedor.