En el gráfico generado por JP Faye que he adaptado a la situación política de la transición, se verá que existen dos organizaciones trotskistas: la LCR y la LC, la Liga Comunista Revolucionaria y la Liga Comunista, una a la izquierda de su “esfera” y la otra a la derecha de la misma. Hay que explicar algo sobre estos posicionamientos.
Hacia mediados de los años 60 se produjo una escisión
entre los estudiantes falangistas de la Universidad de Barcelona. No
terminarían de romper con el ambiente hasta finales de la década, cuando ya
habían pasado por el Front Obrer Catalá (rama catalana del Frente de Liberación
Nacional fundado por Julio Cerón). Cuando esta organización se descompuso, uno
de los numerosos grupúsculos que se constituyeron fue el grupo “Proletario”
(que no tiene nada que ver con otro grupo del mismo nombre que, como he leído
en el trabajo de Catalán Deus, estaría en la fundación del PCE(m-l); este grupo
“Proletario” tuvo su origen en Cataluña en 1968-69). Joan Colomar (“Carapalo”) y
Juanjo Espada (“el Facha”) participaron participaron en primera fila en sus
actividades. Eran muy conocidos dentro de la Falange barcelonesa y
concretamente en los ambientes del sindicalismo vertical. Colomar y otro
miembro del grupo Proletario fueron a París para entrevistarse con Alain
Krivinne y con la dirección de la Ligue Communiste francesa. Toda la
preocupación de Colomar era demostrar que tenía detrás una “organización seria”.
Mientras duraron las reuniones, la prensa francesa publicó la noticia de que la
extrema-izquierda había arrasado la calle Tuset de Barcelona. En esta calle, en
efecto, se había concentrado los lugares de reunión de la “gauche divine”
(lo que hoy se conoce como “izquierda caviar”), pijerío progre, en una palabra.
Aprovechando que los responsables del grupo Proletario estaban en París, sus
alegres muchachos aprovecharon para dar rienda suelta a su hybris
destructiva, emprendiéndola contra los escaparates de la progresía catalana,
habitualmente vinculada al PSUC.
De regreso de su estancia parisina, Colomar pasó
a ser uno de los puntales de la Liga Comunista Revolucionaria (para algunos era
el ideólogo) de la que sería cofundador. De la gente que militaba en la
extrema-derecha barcelonesa en la época, algunos terminaron en la LCR. Recuero,
por ejemplo, a “Curro”, Francisco Javier Collado Ventura, fue un caso especial.
Lo capté en el entorno de Fuerza Joven. Era un tipo de recursos, buen militante.
Me presentó, por cierto, a la que sería mi esposa. La policía lo detuvo en el
curso de una pintada, hacia 1971 y, ahí, ya le preguntaron por mí, señal
inequívoca de que, por algún motivo, la policía ya me seguía la pista. Luego se
desvinculó por motivos que no me fue posible conocer, al menos inmediatamente.
La siguiente vez que lo vi fue en un corredor del metro de Urquinaona vendiendo
el Combate, órgano de la Liga Comunista Revolucionaria. La verdad es que
me alegré de verlo. Luego resultó que se había alejado de nosotros por ser gay
(de hecho, sería, uno de los fundadores del Movimiento Español de Liberación
Homosexual que se transformó, tras la muerte de Franco, en el Front d’Alliberament
Gay de Cataluña).
En aquella época habíamos expulsado a otro
militante del PENS, homosexual. No solo eso, sino que, le entregamos una
pistola de 7,65 mm. para que hiciera “lo que correspondía”. Es decir, pegarse
un tiro. Él, sin embargo, hizo lo que desde su punto de vista, era mucho más
razonable: quedarse la pistola y alistarse en el ejército en donde llegó a
dirigir la policía militar del campamento de San Clemente de Sasebas, hasta que
se mató en accidente. A fecha de hoy no estoy muy seguro de si la expulsión de
este militante se debió a su homosexualidad, o más bien fue una excusa para
quitarnos de encima a un “militarista”, poco europeísta, y con el que apenas
coincidíamos en puntos de vista. Me ha llamado la atención a este respecto, que
en el otro extremo del arco político, en el PCE(m-l), también apareció un
problema parecido con una saga de tres hermanos que ocupaban puestos de
dirección en el comité de Madrid y que, tenían sus preferencias, sus fijaciones
y un estilo particular que chocaba con el de otros militantes hasta el punto de
crear fricciones y problemas en el interior de la comuna maoísta de la prisión
de Carabanchel.
Pues bien, “Curro”, optó por hacer mutis por el
foro tras la expulsión de este militante homosexual. Aterrizó en la LCR y en
los incipientes movimientos de liberación gay de mediados de los 70. Me lo
volví a encontrar en una charcutería del barrio unos años después. Aquel
negocio no tuvo mucho éxito y la siguiente noticia fue la de su fallecimiento a
principios del milenio.
En cuanto a Colomar y a Espada, cumplirían como los mejores, dentro del campo trotskista. Colomar entró en clandestinidad, dio cursos de marxismo, se mostró incansable en la organización de la LCR, mientras trabajaba en la cocina del Club Náutico de Barcelona (de donde le acompañó la idea de no pedir nunca un bullabesa en ningún restaurante, ni siquiera de categoría. A Colomar y a servidor, nos unía, especialmente, el olor a fritanga, el colesterol en forma de morcilla castellana y morcón de Ávila). Finalmente, resultó finalmente detenido. La detención de Espada fue todavía más rocambolesca. Guardaba en su casa las armas de la LCR con la que realizaban atracos. Su piso fue desvalijado por un caco que, al ser detenido y ocupársele las armas, señaló de dónde las había sustraído. Circula la leyenda urbana de que Espada llegó a amenazar con un revólver al mismísimo Ernest Mandel, el secretario del Secretariado Internacional de la IVª Internacional. Cuando se lo comenté, sonrió, sin negarlo ni afirmarlo. A Espada no le gustaba rememorar sus pasadas hazañas.
Ni la LCR francesa de Krivinne, ni la LCR española de Jaime Pastor,
Colomar, Roures, etc, iban en broma: estaban "preparando la revolución". Y para ello era
necesario realizar “gimnasia revolucionaria”. En Francia lo realizaron
hostigando las manifestaciones de Ordre Nouveau y del incipiente Front National.
Con estos enfrentamientos justificaban el mantenimiento de “grupos de choque”, “milicias”
y entrenamientos paramilitares (lo curioso es que Alain Robert y Ordre Nouveau,
justificaban, igualmente, el mantenimiento de un “servicio de orden” con esas
mismas características a causa de los ataques trotksystas).
Debió ser en 1972 o 1973 cuando se produjo un “debate
interno” en la LCR que condujo a una escisión -ya se sabe el chiste de “dos trostkistas
un partido; tres, una escisión”- que dio lugar a la Liga Comunista. Colomar
había leído por esas fechas a Kornelius Castoriadis, de ahí su ruptura práctica con el trotskismo.
Por entonces “Carapalo” ya había pasado a ser “Roberto” y “el Facha” seguía
siéndolo. Colomar todavía creía entonces en la posibilidad de una “revolución”,
pero sostenía que entre el franquismo y el desencadenamiento de la misma, se
produciría un interregno en el que el PSOE gobernaría: de ahí que había que
estar presente en la UGT y en la CNT, mucho más que en CCOO, como sostenía la
línea mayoritaria. Fue excluido del comité central de la LCR y quedó en
minoría. La Liga Comunista salió de ahí. En la práctica, para Colocar, Espada y
algún otro, el primer paso para desandar lo andado.
Las dos fracciones, la LCR y la LC, se reunificarían tardíamente -ya en plena transición- pero ninguno de los dos estaba ya en las filas del trotskismo. Poco a poco se habían ido distanciando. Ambos estaban en plena efervescencia ideológica y su instinto les indicaba que lo que estaba viviendo España en esos momentos ya no se adaptaba al esquema trotskysta; unos años más, y lo que empezó a resquebrajarse fue su fe marxista. Hacia 1986 seguían en la brecha, pero muy alejados de la izquierda, telefoneando a antiguos falangistas o a nuestros y conocidos ultras. No es que hubieran regresado a las posiciones de partida: es que eran consciente de que algunos “nacional-revolucionarios” estábamos más próximos a las posiciones que en esos momentos mantenían que a la izquierda marxista.
Colomar era un personaje de una capacidad intelectual asombrosa. En realidad, era uno de esas personas que "estaban en política", no por conseguir un cargo, ni por propocionarse, ni siquiera para liderar nada, sino por convicción ideológica. Quería conocer "la verdad", la "justa línea política", "las razones últimas de la lucha política". Él mismo era capaz de suscitar un debate y de entrar en contradicción consigo
mismo en el curso del mismo, para terminar abrazando posiciones radicalmente
opuestos a las que había partido. Yo creo que, si en lugar de haber militado
políticamente, se hubiera dedicado al análisis periodístico hubiera destacado
como “tertuliano”; de hecho, superaba a los rostros que se hicieron populares ejerciendo ese oficio y los superaba ampliamente. Terminó yéndose a Burgos tras formar un Partido Nacional Republicano
que sobrevivió a su muerte. Por entonces había pasado a ser "jacobino, nacionalista y republicano". Es decir, las posicione que había sostenido a principios de los 60... pero con 40 años de experiencia a la espalda.
También puedo dar fe de que, en el Frente Nacional de la Juventud, la formación de extrema-derecha mayoritaria entre 1977-78 en Barcelona, militaron antiguos miembros de la CNT y antiguos trotskistas, sin que su presencia fuera motivo ni de sorpresa, ni de escándalo.
Uno de los miembros del entorno de Colomar (antes de integrarse en el FOC), por lo demás, llegó a presidir Fuerza Nueva de Barcelona en el período 1979-80. Y, justo es reconocer que, en ese año y pico, el partido recuperó en Barcelona el protagonismo que había perdido tras la escisión del FNJ, llegando a organizar una manifestación desde la sede del partido hasta el monumento a José Antonio, en la que participaron, según cifras de la Guardia Urbana, unos 14.000 barceloneses; debió ser en mayo de 1980.
Allí, por cierto, en aquella manifestación de Fuerza Nueva, estuvimos los militantes del Frente de la Juventud. No seríamos más de veinte, pero, por aquello de hacernos notar, quemamos a Xavier Vinader "en efigie", pendiendo el monigote en uno de los bloques del antiguo -y ya destruido- monumento a José Antonio en la avenida de la Infanta Carolina Carlota, hoy avenida Josep Tarradellas; eran los tiempos en los que ETA había asesinado a dos personas a raíz de una entrevista fantasiosa -y pagada- con un antiguo "gris" que denuncio a gente que no tenía nada que ver, con grupos anti-ETA. Años después, cuando conocí a Vinader y le recordé este artículo, echó balones fuera afirmando que él ya había advertido a su jefe de redacción que el "gris" en cuestión era "fantasioso". Sin embargo, el artículo se publicó y ETA engrosó su lista de crímenes con dos personas que nunca habían tenido nada que ver ni con tramas anti-ETA, ni con la ultraderecha...
Una semana después, lanzamos unos cócteles molotov contra la sede barcelonesa del PCE(m-l). Yo vivía a menos de 50 metros. A la semana siguiente, se nos ocurrió la triste idea de tapar con cemento una inscripción medieval en caracteres hebreos en las inmediaciones de las Rambas, por aquello de demostrar nuestra opción "antisionista" (reconozco que es la acción de la que estoy más avergonzado, en realidad, abochornado). Y unos días después tuvimos un enfrentamiento en las Ramblas con grupos independentistas en el curso del cual lanzamos unos botes de humo hechos por nosotros, uno de los cuales, en lugar de la función que esperábamos, simplemente, estalló en el aire. Cundió el pánico entre los indepes, mientras nosotros -la verdad- quedamos fascinados por aquel invento (la ignición. seguramente por exceso de carbono, fundió en el acto el bote transformado en chispas en el aire).
Hubo más acciones en aquellos últimos meses. Parecía como si no pudiéramos poner el freno. O no quisiéramos. Era como jugar a la ruleta rusa. Antes o después, tenía que ocurrir lo que, finalmente, ocurrió. Una veintena de detenidos, y yo huyendo por un patio interior del Ensanche barcelonés. Cuando salté por el balcón, recuerdo mi primer pensamiento: "¡Por fin...!". Abochornado por el espectáculo diario que daba la clase política en mi país, por los cambios de chaqueta continuos, por los titulares de prensa diarios, el año anterior había pedido a la ONU el "pasaporte de apátrida". No me lo concedieron, por supuesto. Pero, al menos, desde el momento en que pasé a la clandestinidad, ya no había marcha atrás: conseguí irme de España, dejar atrás la locura de aquellos 10 años locos que mediaron entre el Proceso de Burgos y el establecimiento de las primeras taifas autonómicas.