Pere Aragonés, el “noi de Pineda” (cuyo padre fue antiguo Jefe
Local del Movimiento en esa misma localidad), ha nombrado nuevo “gobierno” para
gestionar la gencat en los meses precios a las elecciones autonómicas.
Paradójicamente, su gesto -elegir a restos de serie de anteriores opciones
políticas- augura la proximidad de elecciones regionales. Para ERC, el nuevo
ciclo de la política española, la firma de un nuevo “pacto del Tinell”, como el
de 2003, que auspiciaba el “todos contra Aznar”, sería su escenario ideal.
Pero la situación no es la misma. La historia -Marx dixit- se repite como
farsa. Y es eso estamos.
CATALUÑA Y EL NUEVO “GOBIERNO” DE LA gencat
Para resumir: los nuevos “consellers” de la gencat no pasan de
ser una muestra de la fauna progre catalana desubicada de todos los partidos o
excéntricos: un Nadal que ya no tiene sitio en el PSC de Illa, un Campuzano sin
partido tras abandonar el PDCat y dejar muy atrás su radicalismo en CDC, la
Meritxell (en los gobiernos de la gencat la presencia de una “Meritxell” es
casi una exigencia antropológica), que estuvo al lado de Puigdemont hasta darse
cuenta de que el “ex onorable” caído no volvería a levantarse, y pasó a ERC;
Balcells, especialista en “sanidad” de ERC y aviso a Illa, recuerdo, además del
triste papel del secretario general del PSC durante la pandemia; Julio
Fernández, incorporado con la idea de que un “Fernández” suscite la confianza
del cinturón industrial (hijo de manchego y murciana), una especie de sustituto
in pectore de Rufián, un tontorrón del que se recuerda que aparece con las uñas
pintadas en mítines y miembro de la ejecutiva de ERC; Gemma Ubasant, ex de
podemos-cat que estuvo en su sector soberanista. Como se dice en Cataluña:
“tot plegat, res de res” (en conjunto, nada de nada).
El nuevo “gobierno” está formado en clave pre-electoral. ERC sabe
perfectamente que tendrá que convocar elecciones anticipadas. Solamente
después, podrá pactar con el PSC, pero, antes, claro, tiene que demostrar que
es el “partido mayoritario” y que, de la misma forma que necesitará a los
socialistas catalanes para gobernar, el socialismo del Estado precisará su
concurso para afrontar la próxima etapa post-electoral, incluso para esta.
¿Y el PDCat? El PDCat es una olla de grillos en la que
encontramos cinco o seis sensibilidades diferentes: los corruptos, los
irresponsables, los ciegos que no han percibido todavía que el “procés” no
solamente es cosa del pasado, sino que resulta muy difícil que vuelva a
encontrar una vía unitaria, la independentistas por encima de todo, los restos
del “nacionalismo moderado” del pujolismo, y los nostálgicos de Puigdemont,
figuran bajo la misma sigla, cuando, en realidad, son un batiburrillo de
tendencias.
Lo sorprendente es que hace 20 años, CDC era el “partido
moderado” y ERC “los radicales”, pero solamente los saltos al vacío con doble
pirueta y sin más red que los socialistas, han operado una inversión de
polaridades: ahora, los de ERC aparecen como “moderados” y los restos de CDC, reconvertida
por los procesos judiciales que hacían la vida de este partido, ahora llamado
PDCat, figuran como “radicales”. Es el radicalismo de los perdedores:
de los que no quieren aceptar que la partida en el terreno indepe la ha ganado
ERC.
ERC tiene necesidad de confirmar su primacía electoral. Y para
ello precisa un PDCat reducido a la mínima expresión, con un Puigdemont lejano,
remoto y al que basta enviarle unos miles de euros al mes extraídos del
presupuesto de la gencat, para mostrar “solidaridad”. Pero, que nadie se
engañe, ERC quiere a Puigdemont, lejos, muy lejos, permanentemente en
Waterloo.
ERC con este nuevo “gobierno” está preparando las elecciones: en
su infantilismo político, Aragonés muestra de dónde pretende rebañar votos: del PDCat (para eso está Campuzano), del
PSC (de ahí que Nadal, que todavía tiene cierto peso en Gerona, figure,
como una especie de Ernest Maragall renovado), de Podemos (la Ubasant
tiene esa función) y, finalmente, algunos colegios profesionales (como
el de médicos, papel de Balcells). También se trata de atraer los votos de
los “raritos” y de la inmigración española (rol atribuido a Fernández). Se
ha olvidado de colocar algún conseller de origen marroquí o subsahariano, pero,
tranquilos, ya habilitará alguna subsecretaría para ello.
Aragonés dirá que este gobierno es para “durar”. Miente, como
cualquier otro político que conozca su oficio, miente porque se trata de un
gobierno para ampliar el caudal electoral de ERC. Pero este “gobierno” no va a
hacer que ERC supere su minoría parlamentaria, así que más vale, que el
electorado catalán se vaya haciendo a la idea de que, en un año, le tocará
perder el tiempo votando de nuevo.
EN LA CRISIS DEL PEDROSANCHISMO
Recientemente, un periodista se preguntaba por el interés del
pedrosanchismo por controlar RTVE, cuando, en realidad, el “ente” está en las
horas más bajas de su historia, con una caída de audiencias sin precedentes y
con muy poco peso en la conformación de la opinión pública. El hecho de que, en
Cataluña, cada vez más, franjas horarias enteras pasen a ser emitidas en
catalán (en el primer canal, el TV2 y en el Canal 24 horas), puede ser
considerado un éxito por ERC, pero, en realidad, para lo único que está
sirviendo es para hundir cada vez más en los índices de audiencia a los tres
canales. A pesar de haber hoy más horas de programación de televisión en
catalán, las audiencias globales van disminuyendo, lo que indica la debilidad
de la lengua catalana en relación a la castellana. Pero, para ERC, es una
cuestión de principios.
En el interior del PSC, por mucho que la mayoría de sus miembros
no lo digan, se da a Sánchez por amortizado. Es rigurosamente cierto que los
“barones”, incluso los alcaldables, tienen reservas a aparecer en fotografías
junto a Sánchez, esa verdadera máquina de perder votos y contagiar con su lepra
a quien se sitúa cerca. De ahí que tienda, cada vez más, a apoyarse en Podemos,
en ERC y en Bildu. Se ha dicho en muchas ocasiones que lo paradójico de
estos momentos es que España está gobernado por la “no España”. Si fuera así,
no sería incluso tan nefasto. El problema es que, además de la “no España”,
algunos ministros, simplemente, son meros perturbados psíquicos. Y no
solamente, la pobre Irene Montero, representante de un extraño furor ideológico
cogido por los pelos y que generaría sólo una incontenible hilaridad por sus
concepciones genérico-gramaticales, de no ser por el presupuesto de su
ministerio (que Feijóo debería garantizar que 24 horas después de hacer cargo
del gobierno -como máximo- sería liquidado y sus cuentas revisadas al dedillo)
maneja todavía fondos restados de educación, sanidad o defensa.
Sánchez está preparando también las elecciones. Pero sus apoyos
interiores están a mínimos. El PSOE mantendrá su “unidad estalinista de
criterio” en público, pero en privado, todos agradecerían que el psicópata de
la Moncloa diera un paso atrás y abriera un período para elegir otro candidato
menos comprometido con este gobierno de la “no-España”. Pero Sánchez -y
este es uno de los rasgos de su psicopatía- no cederá: él “nunca se equivoca”.
Su tendencia actual se basa en tres orientaciones:
- Confirmar y ampliar los pactos con ERC y Bildu para garantizar apoyos parlamentarios al gobierno. Estos partidos están bajo presión por la certidumbre de que, en el próximo ciclo electoral, el PP obtendrá un resultado que sentará a Feijóo en La Moncloa. A partir de ese momento, saben que se han acabado indultos, perdones a los pagos de indemnizaciones judiciales, y que sus posibilidades de poner en práctica ideas de “referéndums” autonómicos se reducen a cero. Condicionando al PSOE pueden obtener algo; con el PP no obtendrán nada. De ahí que
- Romper los restos de Podemos -ya virtualmente roto- ganando e integrando a Yolanda Díaz y al Partido Comunista de España. De hecho, no sería la primera vez que el PSOE crece a costa del PCE. Lo que ocurre ahora es que ya no estamos en tiempos de Carrillo, ni de Gerardo Iglesias, ahora ya “queda poco” del PCE y lo que logre atraer, no compensará las pérdidas sufridas por el PSOE.
- Mantener atado a Podemos manteniéndolo dentro del gobierno, a sabiendas de que cada declaración de sus representantes (especialmente de Irene Montero y de Alberto Garzón) se convertirán en polémicas y generarán sangrías de votos para la coalición de extrema-izquierda. Podemos, está viendo, impotente y alarmado, como Sánchez corteja a Yolanda Díaz, pero se ve incapaz de abandonar ministerios y de renunciar, aunque sea por unos meses, a las prebendas y ventajas económicas, de mantenerse dentro de un gobierno. Podemos sabe que, en las próximas elecciones, puede quedar reducido a la mínima expresión: fuera del gobierno le espera la marginalidad, la irrelevancia y la “muerte lenta en el Hades” que diría un clásico.
El objetivo político del pedrosanchismo, coincide con el de
ERC: suscribir un nuevo Pacto del Tinell con ERC, Bildu, la extrema-izquierda y
con algún partido “de la España vacía”. Pero la situación es muy diferente a la
de 2003.
En realidad, en 2003, aquel pacto hubiera sido algo inútil sin
las bombas del 11-M. Fue gracias al 11-M que, entre dos y tres millones de
votos, se decantaron pocos días antes de las elecciones hacia el PSOE,
cuando el día antes, era indiscutible que el PP iba a ganarlas y todo el problema
era sabir si renovaría mayoría absoluta o precisaría el concurso de CiU.
Ahora todo ha variado y el “todos contra el PP” ya no funciona:
- En primer lugar, porque la derecha ya no es “una”. La aparición de Vox, más que cualquier otra cosa o que la desaparición de Ciudadanos, ha trastocado todo el panorama político. De ahí la importancia que está teniendo en estas semanas, la ofensiva contra este partido.
- En segundo lugar, por la bisoñez, el infantilismo y la falta de experiencia de sus interlocutores en ERC. En 2003, Zapatero tenía como interlocutor a Pujol que todavía pesaba en la gencat: un viejo zorro corrupto… pero con experiencia sobre lo que se “podía hacer” y lo que “no se podía hacer”. La ERC se hoy, en cambio, es un amasijo de ambiciosos sin experiencia (Aragonés), dogmáticos independentistas y viejas glorias que ni siquiera se atreven a confesar el ridículo del 1-O y la imposibilidad de repetir el “procés” (Junqueras). Y todo este amasijo quiere ofrecer “apoyo” a cambio de “referéndum” (por aquello de que, en su masoquismo, son adictos al “jugar y perder”).
- En tercer lugar, porque no habrá nuevas bombas providenciales que decanten votos in extremis en favor del PSOE. Bush ya no gobierna en EEUU y resulta muy difícil organizar “extraños atentados” ni por parte de la Al Qaeda de entonces, ni del Isil de ahora.
- En cuarto lugar, porque la derecha ya no está dirigida por un “antisocialista” como Aznar, sino por una persona que ha repetido, por activa y por pasiva, desde que fue elegido secretario general del PP, que, si necesita pactar, lo hará con el PSOE antes que con Vox. Y Feijóo tiene en mente obtener mayoría, claro, pero si no la obtiene, su planteamiento ideal sería pactar con un PSOE liderado por Page o por algún otro barón socialista desvinculado de los pactos con la “no España” y con Podemos. No es un planteamiento absurdo, si tenemos en cuenta que el día después de las elecciones, se acaba el pedrosanchismo, o dimite o, simplemente, sus pares, lo echan a patadas.
ANTE LAS PRÓXIMAS ELECCIONES Y CONTEMPLANDO LAS SIGUIENTES
Ejerzamos de futurólogos. Las próximas elecciones (para
después de las municipales y autonómicas del año que viene, en las que el PSOE
recibirá un “palo” notable y que seguramente se convocarán para septiembre u
octubre de 2023) registrarán un ascenso sin precedentes del PP y una merma
de votos del PSOE. Ninguna de las dos formaciones revelará sus cartas -como
viene siendo tradición en la democracia española: ocultar al electorado lo que
se hará el día después con el voto depositado por el ciudadano-; es muy
difícil que el PP alcance la mayoría absoluta. Vox haría mal en “apoyar
exteriormente” al gobierno. Y Feijóo, se sentirá libre, especialmente
después de que el PSOE haya jubilado a Sánchez, lanzar un llamamiento para una
“gran coalición” (la fórmula reclamada por la socialdemocracia alemana
desde los años 90 y, hoy por hoy, por toda la Unión Europea).
Por entonces, la situación económica del país estará muy
deteriorada: lo insoportable de la deuda pública
y el hecho de que el Banco Central Europeo hayan dejado de comprar las
emisiones de deuda del Estado, generará el que las primas de los seguros se
disparen. Feijóo realizará un esfuerzo en la única dirección que ha
prometido hacer: tratar -como hizo Rajoy al asumir el poder- tratar de
reconducir la situación económica. ¿Reducir impuestos? Hay un camino más
simple que no dudamos adoptará: reducir el gasto público, ahorrar unas decenas
de miles de millones en ministerios absurdos, reducir las subvenciones a los
chiringuitos “humanitarios”. Todo lo demás quedará exactamente igual que
ahora: es cierto que no se adoctrinará en la misma medida que ahora y que
se recortará los efectos más chuscos de algunas leyes emitidos por los sectores
más perturbados y enloquecidos del gobierno. Pero, salvo la economía y acallar
el runrún de las autonomías y de los sindicatos (que solo chistan cuando les
reducen el pienso), serán las consecuencias de este pacto de gobierno (ya sea
una “gran coalición” formal, con representantes de los dos partidos en el
gobierno, o disimulada, como es más probable, con pactos de apoyo parlamentario
entre PP y PSOE). Esta hipótesis es la más querida por Feijóo.
¿Y Vox? Vox debe “aguantar el tirón”. Si Vox sabe gestionar la
inmensa virtud de la paciencia, tiene el terreno ganado en las elecciones
siguientes. Feijóo, habrá afrontado solamente el
problema económico, pero, a esas alturas, ya será de muy difícil resolución: la
deuda no puede estirarse mucho más. Y, por mucho que se baje el gasto público
o se gestione mejor, las bajadas de impuestos y el aumento de los intereses y
de lo seguros de la deuda, hace cuestionable una “recuperación” que sitúa los
niveles de inflación y de paro en la media europea. Pero, hay que excluir
marchas atrás en “memoria histórica”, “aborto”, “LGTBIQ+”, política
internacional, política magrebí, política de inmigración, la ruina del sistema educativo
y la alarmante situación en la que se encuentra el sistema sanitario, todo
esto seguirá exactamente como está hoy. Habrá que estar atentos a las
“reformas constitucionales” que se puedan pactar. Pero si el gobierno Feijóo
quiere alardear de algo más, sin duda, presentará batalle en materia de “orden
público” (la especialidad de la derecha… lo que implica una nueva política en
ruptura con la impuesta por Marlaska y sus “chuequistas”) y en aumento
del número de turistas… otro sector en el que la derecha, históricamente,
siempre se ha movido bien. En definitiva: casi nada o muy poco para la tarea de
reconstrucción nacional pendiente y que, desde luego, Feijóo no tiene interés
en asumir.
Pero, además, el riesgo de una “gran coalición” consiste en el
desgaste de los dos partidos, especialmente en un país en el que, por activa y
por pasiva, las dos partes, durante más de cuarenta años se ha negado a
negociar. Una coalición de este tipo se hubiera impuesto en varios momentos
en años anteriores, incluso para afrontar reformas constitucionales, poner fin
al terrorismo por la vía de su aplastamiento, en lugar de negociando perdones y
dando la espalda a las víctimas, resolver el problema de la centrifugación
independentista, resolver problemas sociales, tomar posturas unitarias ante la UE,
etc. En principio, es imprevisible la reacción que pueda tener el electorado
de ambos partidos. Pero, lo que está muy claro es que, si estas políticas
fracasan -y todo hace pensar que tienen un riesgo muy elevado de fracasar,
ambas formaciones pueden quedar heridas de muerte; y mucho más el PP que el
PSOE: el PP tiene, hoy por hoy, a su derecha al que es el “tercera partido”,
mientras que, a la izquierda del PSOE solo quedan despojos. Ya no estamos en
los tiempos en los que, con Rajoy o con Aznar hubiera podido zurcirse una “gran
coalición”, cuando todavía regía el “sin enemigos a mi derecha”, tan
obstinadamente defendido por Fraga. Ahora, hay un partido “a la derecha de
la derecha”. Sin olvidar que Feijóo
sigue teniendo dentro del partido sectores que parece estar mucho más cerca de
Vox que de su estrategia de buscar apoyos en el PSOE.
Por entonces, no hay que olvidar que, tanto en Francia como en
Alemania puede haber rectificaciones de los equilibrios tradicionales entre
partidos. En Francia, las olimpiadas a celebrar en París en el 2024 serán una
prueba de fuego que, no dudamos impactará a la sociedad francesa y europea y
escenificará, delante de todo el mundo, el fracaso de las políticas de
integración orientadas hacia la inmigración africana. Marina Le Pen espera ese
momento como agua de mayo. También será el momento de Vox, a condición de que
tenga paciencia, separa esperar sin convulsiones internas, insistir en las
políticas para seguir siendo un partido verdaderamente “populista” (patriotismo
+ justicia social), que sea el “partido de nuestra gente” e insista, como
condición previa para una “regeneración nacional”, en restar poder a la
partidocracia y entregarlo a la sociedad civil.
Falta hace, aunque solamente sea para cambiar de siglas. Porqué
las del PP y del PSOE llevan ya demasiado tiempo prolongando su existencia, y
los problemas del país no dejan de aumentar.