Siento náuseas por lo que la clase política está haciendo a
España. Por eso procuro no hablar nunca de corrupción: ni lo hice cuando el PP
monopolizaba el poder, ni ahora, cuando cada día que pasa tenemos más
conciencia de que el poder está en manos de una banda de mangantes de la peor
especie. Podemos decir que la corrupción ha ido creciendo, a medida que la constitución
española ha ido envejeciendo. De hecho, yo incluso diría que la
corrupción es hija directa de la constitución. ¿Cómo deberíamos considerar,
pues, el que los nacionalistas “nacionalistas” de 1978, entre los que se
encontraban varios “padres de la constitución”, diez años después de su
aprobación ya se habían trocado en “independentistas”? ¿Es que en 1978 no
existía “memoria histórica” para saber que los que practicaban el culto necrófilo
a José Antonio Aguirre o a Francesc Macià, apostaron por “estatutos de
autonomía” no como un fin en sí mismos, sino como un paso al frente en su
camino hacia la independencia? ¿Cómo debemos considerar hoy la concepción “ultragarantista”
de la justicia que evita que prácticamente no haya ni un solo político
encarcelado? Era como si en 1978 se desataran las amarras de la impunidad y del
“todo está permitido… mientras no te pillen in fraganti”.
Hablar de la corrupción es hablar sobre la constitución de 1978.
LOS RASGOS DE LA TORMENTA PERFECTA DE NUESTRO TIEMPO
De la misma forma que el caciquismo fue el rasgo de la
Restauración (1876-1923: 47 años), la corrupción es la dominante en este
período constitucional (1978-2025: 47 años). Casi medio siglo: demasiado tiempo
perdido en el que se han ido acumulando elementos que nos llevan a la “tormenta
perfecta” en la que ya nada tiene solución porque ni existe voluntad política,
ni siquiera inteligencia suficiente para elaborar salidas y todo el tiempo en
el que un gobierno dispone de los resortes del poder lo emplea en favorecerse a
sí mismo y evitar salir muy malparado en las siguientes elecciones.
En el año 2000 el problema de la inmigración masiva podía
solucionarse fácilmente. Hoy no.
Hacia la última década del milenio anterior, el problema de la
vivienda tenía solución: hoy no.
La deuda del Estado no fue un problema real hasta la llegada de
Zapatero con el que pasamos de 20.000 millones de euros de superávit a 500.000
de déficit. Hoy vamos camino de los dos billones y ninguno de los dos partidos
mayoritarios habla de “reducción del gasto público”, ni de “apretarse el
cinturón”: se sigue derrochando dinero a espuertas y la deuda aumenta casi
25.000 millones cada trimestre.
La educación se ha caído en pedazos: ni forma, ni informa, ni
educa, sino que, más bien deforma, genera ignorancia y almacena alumnos.
La sanidad pública es responsable de dilaciones que cuestan la
vida a personas, los transportes, se están paralizando.
Los entes creados por el Estado, empezando por el CIS y terminando
por las decenas de “observatorios” dependientes de ministerios, sirven solo
informaciones sesgadas, cuando no falsas, para allanar el camino y construir excusas
a quienes los han creado.
Miles de “chiringuitos” y ONGs, sin ningún control, viven del
dinero público, mientras la clase media tiene que pagar un IRPF desmesurado y
bandidesco del 45%.
Se cede cada día más terreno a la delincuencia, los “juicios
rápidos” son una broma: el robo al descuido de un frasco de perfume en unos
grandes almacenes puede demorarse meses, con demasiada frecuencia, el
delincuente es ilocalizable, incluso en casos graves de asesinatos en los que
se ha puesto al sospechoso pillado in fraganti, a la espera de juicio, las
cárceles están saturadas, y todo el problema del ministerio del interior es
tratar de demostrar lo indemostrable, a saber, que hay más españoles que
inmigrantes encarcelados.
Tribunales saturados, población penal estabilizada, con cierta
tendencia inexplicable a la baja, en un momento en el que la percepción general
de la calle es que la delincuencia está creciendo, barrios enteros controlados
por mafias, zonas del país que están viviendo del narcotráfico y del cultivo in
door de marihuana.
Unidades de eficiencia demostrada de la Guardia Civil disueltas
hacen sospechar de pactos secretos con Marruecos para dar salida a sus
excedentes de haschisch y de inmigración.
Y en política internacional un sometimiento absoluto y sin
principios a las directrices de la UE: de una UE que, desde el principio,
arrojó a España a la periferia a cambio de migajas. Después desintegrar nuestra
industria pesada en un proceso que paradójicamente se llamó de “reconversión
industrial”, ahora es nuestra agricultura y ganadería (la nuestra y la de toda
Europa) la que se ve amenazada por “acuerdos preferenciales” con países extraeuropeos.
Sin política exterior (las recientes declaraciones de Albares
sobre la Conquista de México, no solo son bochornosas, sino propias de un
ignorante que no merecería ni recoger la basura del ministerio).
Sin política de defensa (desde el nombramiento de Narcís Serra el
frente del Ministerio de la defensa en 1983, la característica, casi habitual
de este departamento ha sido colocar a su frente a alguien que careciera por
completo de conocimientos en materia militar y de defensa), sin previsiones de
conflictos futuros, sin tener la confianza de los que oficialmente son nuestros
aliados.
Hoy España es una chalupa a la deriva cuyo capitán ni siquiera
sabe a qué puerto llevarnos: lo único que le interesa es la comisión que le
puede reportar la compra de gasolina o de equipos de navegación, incluidos salvavidas
de plomo.
Para colmo, todo lo anterior ha generado una desconfianza en el
futuro que impide que las parejas jóvenes tengan hijos; para colmo, los “estudios
de género” y el “feminismo radical” han hecho casi imposibles las relaciones
hombre-mujer, en beneficio de cualquier relación estéril, incluso hasta la
caricatura.
Todo esto no son exageraciones: son los rasgos de nuestro tiempo,
las características de la “tormenta perfecta” que tenemos ante la vista y que
estallará entre 2030 y 2050, el período decisivo en nuestra historia (y en la
de Europa). Si todo sigue como hasta ahora: Europa Occidental, simplemente,
desaparecerá anegada por la inmigración masiva islámica, por la falta de
nacimientos y por las políticas fiscales erróneas y suicidas.
UNAS SIMPLES ELECCIONES ¿CAMBIARÍAN ALGO?
Contra los que opinan que un simple cambio de gobierno bastaría
para enderezar la situación, nosotros les decimos que esto podía creerse en
1983, en 1996, incluso en 2011, pero hoy ya es imposible esperar nada de las
dos columnas sobre las que se mantiene el sistema político constitucional: el
centro-derecha y el centro-izquierda, PP y PSOE. Todo lo que podían dar de sí,
ya lo han dado. Esperar algo más de ellos es favorecer el que la “tormenta
perfecta” amplíe la intensidad de su devastación.
¿Piensa Feijóo que el problema de la okupación que afecta a casi
medio millón de personas puede resolverse con una ley que declare “ilegal” la
okupación de cualquier edificio público o privado?
¿Ha hallado Feijóo la cuadratura del círculo para bajar impuestos y
pagar la deuda pública?
De los 9.000.000 de inmigrantes, sobran como mínimo, entre 5 y
6.000.000 ¿cómo se va a deshacer Feijóo de ellos y repatriarlos? ¿va a tener
redaños suficientes para abordar esta medida que, por sí misma, nos quitaría de
encima una losa y generaría una bajada inmediata del precio de la vivienda, una
mejora radical en las cifras de delincuencia, en el gasto en prisiones, en
policías y en juzgados? ¡Si ni siquiera está claro que Feijóo entienda el
problema de la inmigración y sea capaz de detener el flujo de entre 300 y
600.000 inmigrantes que cada año vienen a España atraídos por que aquí se les
mantiene, pueden hacer lo que les apetezca y no les pasa nada!
“SÓLO NOS QUEDA VOX”. SI, PERO…
Claro está que, como se está imponiendo en estos momentos “sólo
nos queda Vox”. Admitamos lo que parece seguro: que, en esta situación, Vox
es la única fórmula que no se ha ensayado, el único partido al que no se le
puede responsabilizar de la actual situación y el único que tiene ideas claras
sobre la mayoría de problemas. Así pues, dejándonos ya de zarandajas, sobre las
carencias reales o supuestas de este partido, la realidad es que “sólo nos
queda Vox”.
Pero el problema es que, si bien el crecimiento de Vox parece
asegurado en el próximo ciclo electoral, también hay que reconocer que la
política de la UE determina el que los dos grandes partidos, apliquen el
principio del “cinturón sanitario”. De hecho, hoy, en la UE, este principio es
el único que puede contener el avance de la “ultraderecha”. Se ha aplicado
en Alemania (que, a fin de cuentas, es quien dicta las reglas de la UE en este
momento), se está aplicando en Francia para evitar convocar nuevas elecciones
que den la mayoría al Rassemblement National y fuera de la UE, en el Reino
Unido, con un partido laborista en sus horas más bajas después de dos años de
gobierno Starmer y con un partido conservador dirigido por una africana de
nombre exótico, empequeñecido, Nigel Farage y su Reform UK, obtendrían una
cómoda mayoría absoluta sin prácticamente posibilidades de que se le aplicara
el famoso “cordón sanitario”.
Así pues, todo induce a pensar que, ante un crecimiento de Vox,
no será una coalición de centro-derecha la que pacte Feijóo, sino más bien una “gran
coalición” a la alemana. Eso, o la UE le reprocharía el haber hecho saltar por
los aires, la doctrina del “cinturón sanitario” y, por tanto, de desencadenar
una caída de piezas del dominó europeo a favor de la presencia de la “extrema-derecha”
en los gobiernos de Europa Occidental.
Y Feijóo prefiere la amistad con Ursula von der Leyen que con
Santiago Abascal.
Ni tiene carácter para otra cosa, ni imaginación para prever el
futuro de España de aquí a 20 años, ni colaboradores con valor suficiente como
para ser acusados de “facilitar el acceso al poder de la ultraderecha”.
Cuando toque ir a votar, el elector debe ser consciente de que, si
quiere erradicar la peste socialista de una vez y para siempre, votar al PP garantiza
justo lo contrario: que el PP y el PSOE son las dos columnas sobre las que se
mantiene el sistema político español y que pactarán antes entre ellos, que con
un recién llegado que suponga una alternativa, tanto en España como en Europa.
Vox seguirá creciendo y lo hará cada vez más rápidamente, pero vale
la pena no olvidar que en Francia, el Rassemblement National, lleva 20 años intentando
el “cinturón sanitario” y, a pesar de estar cerca, todavía no lo ha logrado. Es
de prever que en España se dé una situación muy parecida. El problema es que la
“tormenta perfecta” que hoy se cierne sobre España, es de una intensidad
demasiado grande y grave como para poder aguantar 20 años más.
Así pues ¿qué nos queda en el período inmediato? Porque en los próximos 5-10 años, todavía podría salvarse el país a condición de reconocer la situación real en la que nos encontramos, sin intereses electoralistas, sin falsas demagogias, ni "optimismos antropológicos" y, sobre todo, teniendo el valor de plantear alternativas radicales. Pero, más allá del 2030-2035, la situación se va a poner tan absolutamente cuesta arriba, que ya va a ser imposible remontar las consecuencias de la “tormenta perfecta” que se está gestando y cuyos elementos principales están TODOS presentes en este momento histórico.







