La cuestión es quién saldrá vencedor de la “guerra de aranceles”
que se perfila en el horizonte inmediato. Y las cosas, como siempre, distan
mucho de estar claras, pero, en cualquier caso, dejan presagiar un cambio
notable de alianzas.
A partir de principios del milenio, cuando se comprobó que la
globalización generaba, por una parte, deslocalización industrial en Occidente y
por otro, invasión de los productos chinos en todo el mundo, unido al hecho de
que el aumento de ingresos de la República Popular China, iniciado desde
principios de los años 90, se invirtió, por una parte en compra de deuda, oro,
bonos e inversiones en distintos países (entre ellos en EEUU, dado que el
gobierno chino estimaba que esta actitud retrasaría o evitaría el choque entre
ambos países), pero también en I+D. Como resultado de todo lo cual, se
produjo el portentoso despegue chino que ha situado a este país como futura
potencia hegemónica mundial. Una situación que no satisface plenamente a la
nueva administración norteamericana.
En tanto que empresario norteamericano, pero también como
patriota, el razonamiento de Donald Trump es extremadamente realista: “American
First”, esto es, EEUU no puede seguir dependiente de manufacturas, bienes
alimentarios y de consumo, importados. Proseguir con esa dependencia le
condenaría a los EEUU:
1º a la pobreza y al paro a buena parte de su sociedad,
2º a ser una nación de servicios,
3º a un estado de dependencia creciente de los suministros exteriores.
Y el proyecto trumpista tiene otros objetivos:
1º reindustrializar el país
2º hacerlo lo menos dependiente del extranjero
3º generar puestos de trabajo de calidad en la industria norteamericana
4º mantener la hegemonía tecnológica norteamericana
Estos objetivos parecen mucho más razonables que la creencia
-desmentida continuamente- de que la eliminación de aranceles generaría
crecimiento económico. Sí, es probable que
algunas cifras macroeconómicas crecieran, pero lo que es seguro es que deuda,
desindustrialización y dependencia del exterior, han crecido a mayor velocidad
aún. Y no solo en EEUU, sino en todos los países del mundo… salvo en China,
convertida en la “factoría mundial”. Porque, cuando se gestó la globalización,
el “relato” oficial contaba que, en un marco libre de aranceles, las economías
de todo el mundo prosperarían dado que cada país se especializaría en algún
tipo de industria. En la práctica, se ha demostrado que, libres de
fronteras, las industrias han migrado allí donde resulta más barato producir
(hoy en China, mañana en Vietnam y en un futuro hipotético, en África
subsahariana). La lógica más elemental exige nuevas pautas de trabajo para
la Organización Mundial del Comercio y la sustitución del Acuerdo Mundial sobre
Aranceles, por una regulación mucho más realista en la que solamente la libre
competencia -que implica, necesariamente, igualdad entre las partes- se someta
al contrapeso arancelario.
La locura globalista ha llevado hasta un punto absurdo: pensar que
conduciría a la prosperidad, allí donde, de partida, existían países más
atractivos para la producción (China, Vietnam, África) y otros menos atractivos
(EEUU, la UE, transformados en países “consumidores”) y para la
deslocalización. Esto implica, al final, que existen unos máximos
beneficiarios (el capital financiero, las industrias multinacionales, los
prestamistas, esto es, “el dinero viejo”) y unos perjudicados por la
globalización (los trabajadores de EEUU y de Europa, las clases medias,
especialmente).
Con el dramatismo habitual en la prensa “progresista”, se insiste
en la idea de que se está desatando una “guerra arancelaria” de la que todos
vamos a salir perjudicados y que acarreará inflación y parón en la actividad
económica. Y sí, es posible que aumente la inflación, pero de lo que no cabe
la menor duda es que habrá más trabajo, tanto en EEUU como en el territorio de
la UE, siempre y cuando, las autoridades europeas, sean conscientes de lo que
está en juego: la protección del trabajo en Europa y de la industria europea.
Ahora bien (y esto es lo que aterroriza a muchos miembros de la
“élite” europea y lo que ha desplazado al stablishment demócratas del
poder en EEUU): ante esta perspectiva, habrá que contener el gasto público,
racionalizarlo, disminuir la presión fiscal, derivando recursos para el
achicamiento de la deuda. Porque, lo que evidente es que el camino seguido en
los últimos treinta años es insostenible, no solo para EEUU, sino para todos
los países del mundo. Salvo para China…
Que la UE se sume a las negociaciones arancelarias o se obstine en
su postura de “cero aranceles”, será la garantía de que Europa pueda recuperar
algún día un papel -por pequeño que sea- en el concierto de las naciones o que,
además de ser el “islote woke mundial”, sea también protagonista de un ciclo de
retroceso civilizacional generado por el islamismo y la tercermundizacion étno-cultural,
va a depender de las políticas que se adopten en los próximos años.
Por otra parte, no va a haber una “guerra arancelaria” tal como
nos la presentan los medios. Van a subir mutuamente los aranceles, se caminará
a un nuevo acuerdo mundial, mucho más razonable y racional que el actual. Lo
que sí resulta imparable y será nuestro destino es la “guerra tecnológica”.
Y en este caso, la ceguera de las “élites” políticas europeas, ralla en lo
suicida. A Pedro Sánchez le ha bastado calificar como “tecnocasta” al actual
gobierno de los EEUU, sin entrar -ni seguramente, conocer- el fondo de la
cuestión: estamos en la cuarta revolución industrial y los propietarios de las
nuevas tecnologías, como ha ocurrido en las anteriores revoluciones, son los
que establecen las reglas del juego, como ya hemos dicho en más de una ocasión.
Lo milagroso sería que esas “reglas” en el siglo XXI las dictaran banqueros
venecianos, los Medici o los fabricantes de tejidos británicos…
LAS CUATRO CONTRADICCIONES QUE MARCARÁN
EL FUTURO Y EL PAPEL DE
EUROPA
En el capítulo anterior, aludíamos a cuatro contradicciones que
se van a generar en los próximos años:
1) Contradicción en el, hasta ahora, “Primer mundo”, entre el “dinero viejo” y el “dinero nuevo”, es decir, entre la actividad económica y financiera clásica y las empresas tecnológicas.
2) Contradicción entre las empresas tecnológicas de EEUU y las empresas tecnológicas chinas.
3) Contradicción entre el conservadurismo clásico en EEUU y las empresas tecnológicas de EEUU que tienden a doctrinas transhumanistas.
4) Contradicción entre la filosofía del Partido Comunista de la República Popular China y las empresas tecnológicas chinas.
Estas cuatro contradicciones marcarán la política mundial en las próximas décadas. Cualquier otro elemento será secundario en relación a este. Y la UE tiene todas las de perder, tanto si, sintiéndose despechado por los EEUU fragua una “nueva alianza” con China manteniendo los principios de la globalización (que solo beneficia a China), como si trata de seguir asociado a los EEUU, pero aspirando a ser la “isla woke” mundial. Sea como fuere, Europa esta fuera y al margen de cualquier posibilidad de jugar un papel, incluso como actor secundario, en el futuro.
Para que la UE pudiera jugar un papel efectivo ante la actual
coyuntura histórica, haría falta:
1) Desmantelar la UE en sus formas actuales, refundarla, quedando claro, desde el principio lo que supone ser “ciudadano europeo”, liquidando al “enemigo interior”, reduciéndolo a la mínima expresión y anclándose en la cultura y la tradición europea para definir el “patrón de medida” en las relaciones internacionales.
2) Trazar en el tiempo más breve posible un plan energético europeo que tenga en cuenta, sobre todo, las necesidades de Europa en un momento en el que están próximos a dispararse los consumos energéticos especialmente por la IA y por las transacciones económicas en criptos.
3) Una renovación profunda y radical de la clase política europea (lo que implica también reformas constitucionales en cada país) y un asalto frontal a la “partidocracia” y una defensa de la “meritocracia”, con castigos de dureza suficiente como para desalentar especialmente la corrupción y los delitos de alta traición.
4) Una revolución en materia educativa, desde la educación preescolar hasta el posgrado, erradicando todas las lacras que han convertido la educación europea en un reducto woke y la han inhabilitado para formar profesionales y técnicos en ciencias, en humanidades y en nuevas tecnologías.
5) Creación de un “poder fuerte” en la cúpula de la UE que solamente puede ir ligado a claridad de objetivos, eficiencia en la gestión y bases constitucionales sólidas y acordes con la tradición y la cultura europeas.
¿Es todo esto posible? De momento, las dos conferencias de Vance
en Europa han servido para algo: en menos de una hora, el vicepresidente ha
transmitido a la “élite” europea un rapapolvo histórico y un baño de sentido
común. Menos de una semana después, el fracaso de la “cumbre” convocada por
Macron enviar un “ejército europeo” a Ucrania, ha demostrado que las palabras
de Vance eran correctas y que, de momento, solo hay un “plan de paz” posible:
el entendimiento entre Washington y Moscú. En las próximas elecciones alemanas
se demostrará hasta qué punto, una parte importante de la población europea, ha
asumido la nueva situación o permanece anclada en la visión de postguerra… Y,
la verdad es que no tenemos muchas esperanzas en que los gobiernos de la mayoría de países europeos aspiren a
algo más que a seguir defendiendo los intereses del “dinero viejo”…
