“Hacer política” quiere decir asumir las circunstancias que ofrece
una situación política concreta y, a partir de ahí, establecer una estrategia y
una táctica. Claro está, se supone que antes existen unos principios y unos
valores que merecen ser asumidos y defendidos. Y estos, hoy por hoy, solamente
son de dos tipos: o “conservadores” o “progresistas”. Y en sus formas más
radicales. Como hemos dicho: ya no hay “tercerismos”, ni “centrismos”, ni lo de
“ni derechas, ni izquierdas”. Ya no hay más “revolución” que la “revolución
conservadora” o la “revolución progresista”. La
derecha -Feijóo en concreto- no será presidente hasta que no lo entienda y probablemente
nunca lo entenderá. El electorado podrá seguir engañado durante un tiempo, pero
no eternamente.
Las circunstancias son lo que los marxistas llamaban “condiciones
objetivas”. Lo que sí pueden modificarse son las formas de enfrentarse a ellas.
Esto es, las tácticas. Decía Carl Schmidt que hacer política diferenciar entre
“amigo” y “enemigo”. Tenía razón. Pero cada momento político define y obliga
a considerar un “amigo” y un “enemigo”. Si somos conscientes de los
problemas, si sabemos lo que queremos, si hemos sido capaces de establecer un
orden de prioridades, seremos también capaces de distinguir entre “enemigo
principal” y “enemigo secundario”. Hoy, no cabe la menor duda que el
“enemigo principal”, tanto en España como en Europa es el “progresismo”. Y el
progresismo, en cada país, tiene un rostro: en Canadá es Justin Trudeau, en
EEUU, es Joe Biden, en España es Sánchez, en Francia es Macron, en Italia es
Draghi, en Alemania es Scholz, y así sucesivamente. Ese es el “enemigo
principal”: contra él deben apuntar todas las baterías. A él es al que todos
los que nos oponemos a la Agenda 2030 y a lo que viaja en sus alforjas, debemos
atacar y denunciar sin cesar.
Luego está el “enemigo secundario”, aquel sector que no
coincide con nuestros puntos de vista completamente, pero con el cual estaremos
de acuerdo en atacar al “enemigo principal”. Pues bien, la eficacia de
una lucha política radica en concentrar oposición y esfuerzos contra el
“enemigo principal”, olvidándose de reproches, ataques colaterales a los
“enemigos secundarios”. Y este esquema puede variar según las elecciones:
en las catalanas, por ejemplo, el enemigo principal era el PSC, rama catalana
del PSOE, sin el cual, los nacionalistas e independentistas no serían nada,
salvo los que han empobrecido a Cataluña. Así pues, era de rigor concentrarse
en los ataques contra el PSC y olvidarse de la media docena de partidos y
partidillos indepes que sin TV3 y sin la gencat no son nada más que tristes y
esperpénticos actores de un pasado que desde Maciá no ha cosechado nada más que
ridículo y vergüenza, empobrecimiento y desertización industrial para Cataluña.
¿Y el “amigo”? En las elecciones catalanas eran las fuerzas que criticaban a la
izquierda, al nacionalismo, al independentismo y se sentían solidarias con la
idea de España. El “enemigo secundario”, por lo mismo, era la galaxia
nacionalista.
Pero este esquema varía en las elecciones europeas: Hay un
“amigo” (los que proponen una respuesta a la Agenda 2030, a la islamización de
Europa, a la destrucción sistemática de nuestra soberanía alimentaria, a la
degradación cultural del continente, a su irrelevancia política, a la
exaltación del feminismo radical y del complejo LGTBIQ+), y un “enemigo”… Pero,
a la hora de definir a este “enemigo” nos encontramos que PP y PSOE han sido y
son solidarios en Europa. Ambos juegan la carta “progresista” en Europa y,
por tanto, ambos son “enemigos” dado que no hay ninguna duda de que votan
solidariamente en el parlamento europeo. Los “amigos” serán los que se
“oponen” a este frente “progresista”. Y, de entre ellos, se trata de apoyar la
“opción más segura” contra el “progresismo”. Y, hoy por hoy, esa opción es Vox.
No hay otra salida, se mire por donde se mire.
Alegar que Vox son “liberales” (hoy de todo, liberales, menos
liberales, ultraliberales, anarcocapitalistas, libertarianos y antiliberales),
alegar que en su interior operan distintas sectas católicas, o que su líder ha
dado la mano a Netanyahu, son argumentos de muy escaso calado. Lo que cuenta es
lo que dicen y hacen algunos de sus líderes. Y Buxadé figura entre los que
mantienen principios morales, éticos y claridad de ideas, de discurso y de
actuación parlamentaria.
El 9 de junio tendremos “elecciones europeas”. Espero y deseo
que en toda Europa avancen las fuerzas de la “derecha conservadora y
tradicional”. Y espero que avancen lo suficiente como para rebasar y desbordar
los estrechos márgenes de la “derecha progresista”, la que pacta con Von der
Leyen. Porque, como el avance de la “derecha conservadora y tradicional”
no sea suficientemente amplia y decisivo, lo más probable es que en 2029,
Europa sea una prolongación de África y los europeos estemos marginados en
nuestro propio continente, como ocurre ya en algunas ciudades inglesas con
alcaldes musulmanes partidarios de imponer la sharia.
Pensadlo antes de ir a votar el domingo: o “identidad europea” o
ir preparando las maletas para el exilio forzoso, o empezar a matricular a
vuestros hijos en una escuela coránica y vosotros a aceptar vivir bajo el islam
y a financiar con vuestros impuestos a las legiones africanas instaladas en
Europa. Solo eso y nada más que eso.
ELECCIONES EUROPEAS (PRIMERA PARTE)
ELECCIONES EUROPEAS (SEGUNDA PARTE)
ELECCIONES EUROPEAS (TERCERA PARTE)