Parece una pregunta ingenua, especialmente después de 80 años de
propaganda machacona antifascista. Es cierto que los fascismos llegaron al
poder gracias al rechazo generado por la primera embestida bolchevique de los
años 1919-1923 y luego por la crisis del liberalismo evidenciada con la crisis
de 1929. Es mucho menos cierto que los fascismos fueran responsables de la
Segunda Guerra Mundial a causa de su “imperialismo” (como queda muy claro y
suficientemente demostrado en el libro de Michele Rallo Europa
1939 o en el de Udo Walendy, Verdad
por Alemania, en el que la paternidad del conflicto -y, por tanto,
de todas las masacres que ocurrieron después- se debió a la obstinación del “partido
de la guerra” anglosajón), algo que la historiografía, antes o después, se verá
obligada a reconocer.
Pero lo que suele ignorarse es que los fascismos fueron un último
intento de forjar un “hombre nuevo”, con una nueva ética y una nueva moral capaz
de responder a la dureza de los tiempos que se preveían. Ese intento, aunque
frustrado por las circunstancias políticas, no debe hacer olvidar que, derrotados
los fascismos, el riesgo del advenimiento de una época caótica y terminal, no
quedaba descartado, sino que aumentaba su velocidad. Hoy, es difícil no
convenir que vivimos tiempos mucho más difíciles que en los años 50 y que los
riesgos que pesan sobre nuestra civilización y nuestra cultura no son menores
que entonces.
Eso implica que el “hombre nuevo” sigue siendo necesario, sino imprescindible, para afrontar los desafíos del tiempo nuevo. Estas reflexiones, realizadas sobre el vaivén de una hamaca ante el Océano Pacífico, me han surgido a raíz de la lectura de un pequeño texto elaborado por Arnaldo Mussolini, hermano menor del Duce, director de Il Popolo d’Italia y de la Escuela de Mística Fascista. Se titula “Decálogo del nuevo italiano” y creemos que hasta ahora no se había traducido al castellano. Lo reproducimos a continuación. Se trata de un código ético y la descripción de unos valores cívicos y humanos que deberían constituir el núcleo más profundo de la personalidad del “hombre nuevo”, el único capaz de soportar las desintegraciones que están teniendo lugar y las que se avecinan. Cámbiese el término “italiano”, por “europeo” o “blanco” y se podrá asumir en cualquier latitud y frontera.
DECÁLOGO DEL NUEVO ITALIANO
1. No existen más privilegios que el de realizar la propia tarea y el propio deber.
2. Aceptar todas las responsabilidades, comprender todos los heroísmos, sentir, en tanto que jóvenes italianos y jóvenes fascistas, la poesía como la máscara de la aventura y el riesgo.
3. Ser intransigentes y dominicos. Rectos allí donde el deber y el trabajo deben ser realizados, sin importar su naturaleza. Capaces tanto de mandar como de obedecer.
4. Disponemos de un testigo del que en ninguna circunstancia podremos liberarnos: nuestra conciencia. Debe constituir nuestra guía más severa e inexorable.
5. Tener fe, creer con firmeza en la virtud del deber realizado, negar el escepticismo, querer el bien y realizarlo en silencio.
6. No olvidar jamás que la riqueza constituye solamente un medio, ciertamente necesario, pero que no es suficiente para crear una verdadera civilización en tanto que no se afirmen los grandes ideales que constituyen la esencia y la razón profunda de la vida humana.
7. No perdonar la mala moral de los tratos mezquinos y las luchas codiciosas emprendidas por el deseo de triunfar. Es preciso considerarse siempre como soldados dispuestos a acudir a la llamada y, en ningún caso, como arribistas o vanidosos.
8. Aproximarse a los humildes con un espíritu de amor, actuar continuamente para elevarlos hacia una visión moral de la vida cada vez más alta. Pero, para llegar a esto, es preciso dar ejemplo de probidad.
9. Actuar sobre uno mismo y sobre la propia alma antes de predicar a nadie. Los actos y los hechos son más elocuentes que los discursos.
10. Rechazar los actos mediocres, no caer jamás en la vulgaridad, creer en el bien con firmeza. Estar constantemente en contacto con la verdad y tener la bondad generosa como confidente.
Arnaldo Mussolini
(Doctrina Fascista, año IV, nº 2, diciembre-enero XVIII [1940],
pág. 466)
¿A que éste no es el fascismo que combaten los antifascistas? Seguro que no es este, tampoco, el fascismo del que hablan los historiadores. Ni siquiera es el "fascismo" en el que dicen creer muchos que se tienen por fascistas. Si
fuere este, habría que convenir que el antifascismo debería de girar sus armas
contra toda una escuela de pensamiento presente en la historia desde el
estoicismo y que ha persistido en los mejores momentos de la civilización.