OCCIDENTALISMO
El presente artículo fue publicado en el nº 1 de La
Fleche, subtitulado "Órgano de Acción Mágica",
correspondiente al 15 de octubre de 1931, págs. 3 y 4. Fue el único artículo
publicado por Evola en esta revista editada en París por María de Naglowska.
Evola conocía a Naglowska desde mediados de los años 20. El artículo es
interesante porque aparece en un momento en el que habían cesado las
actividades del Grupo de Ur y Evola estaba ya trabajando en la redacción de Revuelta
Contra el Mundo Moderno y había elaborado una visión muy completa sobre el
"espiritualismo contemporáneo" que luego plasmará en su libro Rostro
y Máscara. Los contenidos de este artículo, precisamente, responden al
desarrollo de ambas obras. No era, precisamente, la doctrina que María de
Naglowska quería dar a sus "Caballeros de la Flecha de Oro",
el grupo ocultista que creó en Montparnasse (y, de ahí la nota final, redactada
por la propia Naglowska). Creemos que es la primera vez que este artículo se
traduce a otro idioma.
Quienes tengan ante sí un sentido claro de su propia identidad y
la firme determinación de mantenerla viva y sin adulteraciones verán, junto al
materialismo, un peligro nuevo y más sutil: el peligro del espiritualismo.
En efecto, Occidente nunca ha tenido tantas dificultades como hoy
para encontrar una orientación precisa, conforme a sus tradiciones, y ello se
debe sobre todo a las condiciones singulares que el mismo Occidente ha generado.
Por un lado, vemos ahora en Occidente un mundo de afirmación, de
individualidad, de realización, de visión clara (ciencia) y de acción precisa
(tecnología), pero este mundo no conoce la luz, su ley es la fiebre y la
agitación, su límite es la Materia, la voz de la materia, el pensamiento
abstracto aplicado a la materia... Por otra parte, hay un impulso creciente
hacia algo superior, hacia un "no eso"[1],
pero este impulso ignora la ley de la afirmación, el valor de la individualidad
y de la realidad, y se pierde en formas indefinidas y místicas de universalismo
abstracto, de creencias religiosas divagantes.
Allí donde Occidente afirma el principio activo, guerrero y
realista de su tradición, se priva de espíritu; y allí donde aspira a la
espiritualidad, ya no tiene ante sí este principio fundamental de la
occidentalidad, y da paso a su contrario; la niebla del neo-espiritismo invade,
con sus fugas estetizantes, orientalizantes, teosófico-espiritistas,
cristianizantes, moralizantes y budistas, todo lo cual contradice, como una
nueva barbarie exótica, el espíritu viril del occidentalismo.
Este estado de cosas ha dado lugar a una especie de falso dilema,
que es una de las raíces profundas de la crisis del Occidente moderno.
Comprenderlo es el primer paso. Resolver la alternativa es la condición para la
salvación.
La reacción espiritualista frente al realismo del mundo moderno
tiene ciertamente su razón de ser, pero deja de tenerla cuando engloba cosas
diversas en una misma negación, perdiendo el sentido y el espíritu que, a
través de la experiencia del realismo, han sido realizados por Occidente como
un estado de conciencia casi general. El mundo realista moderno, como espíritu,
es intensamente occidental. Se realiza en el reino arhimánico de la máquina,
del oro, de los números, de las metrópolis de acero y cemento, donde muere todo
contacto con lo metafísico, o se extingue todo sentido de las fuerzas
invisibles y vivas de las cosas; pero a través de todo ello, el alma occidental
se ha confirmado y fortalecido en un "estilo" que es un valor, y
frente al cual pueden verse el plan y las formas de la realización puramente
material, que son las únicas inmediatamente visibles, como una envoltura
contingente que puede ser despreciada, atacada y derribada sin que sufra en
modo alguno. Esta es la actitud de la ciencia, como conocimiento experimental,
positivo y metódico, en lugar de todo intuicionismo instintivo, de toda
clarividencia confusa y supersticiosa, de todo interés por lo indeterminado, lo
inefable y lo "místico". Es la actitud de la técnica, como
conocimiento exacto de las leyes de la necesidad al servicio de la acción, en
virtud de las cuales, planteadas ciertas causas, se siguen efectos previsibles
y determinados, sin intrusión de elementos morales, sentimentales o religiosos,
en lugar de la oración, el miedo y la aspiración a la "gracia" y la
"salvación", así como de todo fatalismo asiático y mesianismo
semítico. Es la actitud del individualismo como verdadero sentido de la
autonomía, del sano orgullo guerrero, de la libre iniciativa, en lugar de la
promiscuidad comunista y fraterna de la dependencia tradicional, del
universalismo sin personalidad, donde la contemplación prevalece sobre la
acción y el mundo pluralista de las formas se sufre como la muerte del
"Uno".
Aunque en formas muy distintas y en grados muy diferentes, en
todos los logros característicos del mundo moderno hay un impulso que se ajusta
a estas tres dimensiones fundamentales de la mente occidental. El error ha sido
confundirlas con el materialismo propio de los logros a los que se han
aplicado. Cualquier reacción al materialismo, cualquier deseo de ir más allá
del materialismo, se ha asociado a una incomprensión del espíritu occidental; el
despertar de la "espiritualidad" se ha traducido en una búsqueda de
tal o cual creencia exótica, con una evasión progresiva de las leyes
occidentales del realismo, de la acción y de la individualidad, dando lugar
precisamente a este neo-espiritualismo contemporáneo que, aunque conserve algo
de verdaderamente espiritual, sigue siendo para nosotros -lo declaramos sin
vacilar- una especie de peligro, así como un elemento de degeneración en
relación con lo que nuestra espiritualidad de occidentales.
Especialmente desde la Guerra Mundial (y esto confirma aún más su
raíz malsana y negativa), las formas de ese espiritualismo han adquirido un
desarrollo impresionante. Son las mil y una sectas que predican la doctrina del
superhombre en las asociaciones feministas y las de los infra-hombres en
tierras protestantes. Es el interés malsano por los problemas del
subconsciente, de la mediumnidad, del reencarnacionismo. Es la vía de los
"retornos" a formas religiosas superadas. Por último, es un
misticismo más o menos panteísta, vago, proselitista, sensuallista,
humantarizante, vegetariano. Cualquiera que sea la gran variedad de todas estas
formas, todas obedecen al mismo sentido, que no refleja otra cosa que un
sentimiento de evasión, de sufrimiento, de fatiga. Es el alma de Occidente la
que vacila, se disgrega, se vuelve anémica. El ojo sólo la ve subsistir en el
mundo cerrado y ciego de lo bajo: detrás de los fríos y lúcidos señores de las
álgebras que conducen las fuerzas de la materia, en el oro que dicta la ley a
los que gobiernan y a los que son gobernados, en las máquinas donde, día tras
día, los heroísmos desprovistos de luz surcan el cielo y los océanos.
La falta de impulso para liberar los valores que viven en este
plano, para reafirmarlos e integrarlos en un orden superior de espiritualidad
antimística, es el verdadero límite del mundo moderno, su factor de
cristalización y decadencia. La tradición
occidental sólo resucitará cuando una nueva cultura, no hechizada por la
alucinación de la realidad material y de la psicología humana, cree actitudes
sanas de acción e individualidad absolutas, más allá de la niebla del
"espiritualismo". Y no oyendo otra cosa en la palabra magia[2],
decimos: es por medio de una edad mágica que Occidente podrá salir de la
edad oscura y de la edad de hierro. Sin retorno, sin alteración. En una
época de realismo activo, trascendente e intensamente individual, nuestra
tradición occidental recuperará su propia raíz, que no tiene contacto con el
ascetismo y la contemplatividad universalizante del pasado. Redescubriremos así
la Luz que descendió del Norte al Sur (el espíritu ártico-atlántico) y
del Oeste al Este, dejando por doquier las mismas huellas de un simbolismo
cósmico y de las palabras en las que resonaba la "gran voz de las
cosas", así como sangre heroica, activa y conquistadora. Esta época, que
devolverá al mundo la ley de una visión clara y de una acción precisa en el
propio mundo espiritual, recuperará, evitando todo romanticismo y toda utopía,
la palabra viril de "voluntad de avanzar", que excluye toda nostalgia
y toda debilidad de las aspiraciones nirvánicas.
J. ÉVOLA:
[nota de la redacción]Los autores de los artículos que siguen no son discípulos de La Flèche. Son amigos y colaboradores que conservan toda su independencia y originalidad frente a nuestra doctrina. Queremos agradecerles sinceramente la ayuda que han tenido a bien prestar a nuestra revista.
María de Naglowska
[1] María de Naglowska, que
tradujo el artículo, utiliza el término “pas cela”, que hemos traducido como “no
eso”, una expresión inhabitual en castellano y que hay que entender como un
deseo de ir más allá del materialismo, aludiendo precisamente a las sectas “neo-espiritualistas”.
[NdT]
[2] Concesión de Evola al
subtítulo de la revista en la que apareció el artículo: “Órgano de Acción
Mágica” [NdT].