1. Justificaciones doctrinales
Servidor se considera tradicionalista evoliano, ante todo y sobre
todo. Julius Evola, como es bien sabido, envió tres o cuatro artículos a
revistas publicadas por jóvenes neofascistas. Una embarcada, porque terminó en
la cárcel y sentado en el banquillo de los acusados. Durante esos mismos meses
envió decenas de artículos semanales a distintos medios monárquicos y siguió
haciéndolo hasta su muerte. Solía colaborar con revistas monárquicas y se
negaba a entrar en pleitos dinásticos, le interesaban solo “valores” y, en
tanto que, tradicionalista, no podía ser sino monárquico
En el siglo XX hubo otro doctrinario monárquico que actualizó la
temática que se había quedado atascada en las querellas dinásticas del XIX. Se
trataba de Charles Maurras. En el primer tercio del siglo XX, la influencia
intelectual de Maurras en los medios de la derecha nacionalista fue apabullante,
incluso en España, tanto en los medios alfonsinos, como en el tradicionalismo
carlista, como en el pensamiento joseantoniano e, incluso en el de la Lliga
Regionalista de Cambó y pudo prolongar su influencia hasta el franquismo de los
años 60.
Hoy mismo, he tenido ocasión de recordar con un investigador que
está preparando el doctorado, que José Antonio Primo de Rivera y su círculo más
inmediato (la llamada “corte literaria”) procedían todos de los medios
monárquicos y todos, sin excepción, habían bebido de las fuentes maurrasianas. Ítem
más: toda aquella corte intelectual madrileña trabajaba, tanto antes como
después de la fundación de Falange Española, en medios de prensa monárquicos.
Y, finalmente, reto de nuevo a alguien para que me cite una sola frase -una
sola- en la que José Antonio se declarase antimonárquico o realizara alguna
crítica a la monarquía. Y que nadie me venga con aquello de que la “monarquía
feneció gloriosamente”, porque la frase, en sí misma, es tanto un elogio a
la monarquía, como la constatación de un hecho histórico: no una crítica. La
monarquía alfonsina no “feneció gloriosamente”: se ausentó sin dejar señas.
José Antonio, simplemente, se dio cuenta en su gira como Secretario General de
la Unión Monárquica Nacional, que el ideal monárquico en 1930 no atraía a los
jóvenes. Eso es todo. Había -como se dice hoy- que cambiar el chip. Y lo
cambió. Pero no abandonó el ideal monárquico exigiendo al secretario judicial
que le tomaba declaración unos días antes de su fusilamiento “respeto para
el que fue Rey de España”, cuando el funcionario se refirió a Alfonso XIII
como “el Borbón”… Simplemente, consideró que había otras formas más
atractivas para la juventud y propuestas más atractivas. De hecho, fue lo
mismo que ocurrió en Francia, cuando, a partir de finales de los años 20, la
Acción Francesa de Maurras empezó a tener disidencias a partir de las cuales se
organizaron los grupos fascistas franceses, por los mismos motivos.
Harina de otro costal es el hecho de que los falangistas, a partir
del incidente de Begoña y de encontronazos similares con antiguos
“fascistizados” alfonsinos de Renovación Española (que, antes del inicio de la
Segunda Guerra Mundial, trabajados convenientemente por la Embajada Británica,
se “desfascistizaran” y optaran por el bando aliado). De aquel rebote
surgió el antimonarquismo falangista que todavía dura y que, desde luego,
carece de apoyo doctrinal en las Obras Completas. La rivalidad entre falangistas y carlistas,
en cambio, era de otro talante, tanto antes como después de la guerra: habían
colaborado con el SEU, incluso se habló de formar un “Frente Universitario” con
los estudiantes católicos y las milicias falangistas y el Requeté, si
rivalizaban en algo, fue en bravura, heroísmo y combatividad una vez estallada
la guerra. La polémica antimonárquica entre falangistas, estalló
inicialmente contra el sector alfonsino y juanista y por su actitud abiertamente
aliadófila.
¿A qué viene todo esto? Respuesta: a que cada vez me siento más
monárquico. Y explicaré los motivos. Si he recordado, en primer lugar, la
opinión de Evola, el valor de las obras de Maurras o la falsedad del
antimonarquismo de la Falange histórica, es para protegerme las espaldas de las
incomprensiones que vendrán de mi propio ambiente político. Mi monarquismo no
es una excentricidad, ni una opción extemporánea, sino la necesidad de
volver a las fuentes y de asumir planteamientos políticamente válidos en la España
de 2023. Está respaldado por el espíritu y por la letra de doctrinarios y
referencias históricas.
2. Catolicismo, monarquía y el que suscribe
De la lectura de Maurras y de los clásicos del tradicionalismo
español puede retenerse una primera idea a defender: el catolicismo y la
monarquía han hecho a la nación española. Lo lamento por los
antimonárquicos y por los paganos. España, desde la conversión de Recaredo
hasta la muerte de Franco ha tenido al catolicismo y a la monarquía como
constantes. ¿La república? De momento solo dos, la primera fugaz y caótica y la
segunda algo más dilatada y también mucho mas caótica. Aunque el millón de
muertos no fuera un millón, sino algo menos de la mitad, ahí están para
recordarnos lo que fue aquel régimen. ¡Como para volver a intentarlo!
Y aquí quiero hacer un inciso. Soy agnóstico. Lo lamento, pero la
fe, cuando se pierde es como la virginidad, que ya nada puede reconstruirla. He
de añadir que los escolapios en los que estudié me hicieron así: estaban más
interesados en difundir el programa del PSUC que en transmitirnos una visión
católica de la vida. Ciertamente, mi paso por aquella malhadada escuela se
produjo durante el Vaticano II cuando empezó la confusión litúrgica y el
“cristianismo de izquierdas”.
Maurras, por cierto, era, también de concepción agnóstico, pero
tuvo la suficiente honestidad intelectual como para reconocer el papel del
catolicismo en la formación de Francia. El
Vaticano, por cierto, colocó su obra durante unos años en el índice de obras
prohibidas, para congraciarse con la Tercera República. Fue sin duda el golpe
más duro que recibió el catolicismo francés en el siglo XX. No se recuperaría
jamás.
Se puede ser agnóstico y objetivo. Por eso siempre he repetido
que, aunque soy agnóstico, también reconozco el papel de la Iglesia en la
formación de España. Además, tengo en cuenta que el catolicismo fue la religión
de mis padres y de mis abuelos, cuya memoria he podido reconstruir hasta el
1500. Y, lo lamento, pero yo no puedo traicionar a mi sangre, ni voy a lanzar
ninguna piedra contra el edificio de la Iglesia.
3. El “representante” y “los principios”
¿Y la monarquía? Con frecuencia he oído decir: “la monarquía de
los Reyes Católicos, no es la misma que la de los Borbones”. O aquello otro
del himno de las JONS: “no más reyes de estirpe extranjera”… olvidando
que los Austrias eran tan extranjeros como los Borbones (y olvidando también,
por cierto, que fueron los monárquicos alfonsinos los que pagaron todas las
empresas periodísticas de Ramiro Ledesma). Sí, ciertamente los Reyes Católicos
fueron los últimos “reyes españoles”, pero se trata de un falso argumento. Si
Isabel II fue una catástrofe nacional y Fernando VII traicionó a todos los que
podía traicionar, su padre un apático interesado solo por la caza y poco amigo
de las tareas de gobierno, Alfonso XII fue un tipo melancólico y Alfonso XIII
quiso intervenir en política, pero no lo hizo con suficiente lucidez… más vale
no hablar de Don Juan Conde de Barcelona o de su hijo, Juan Carlos I. No fueron
ejemplos de nada, ni siquiera de simple liderazgo. Pero -como siempre
advierten todos los defensores de la monarquía- no hay que confundir el
principio con sus representantes, la institución con sus representantes
temporales.
Y, ya que estamos en esto: el Rey de España, aquí y ahora,
Felipe VI, no es Juan Carlos I. De la misma sangre, pero no de la misma
“pasta”. No hay sombras de corrupción en su entorno, ni rastro de aquellos amigotes
de Juan Carlos I que componían entramados corruptos que, una vez desvelados, el
amigo del alma que creían les iba a cubrir, los dejaba en la estacada; no hay
ejemplos catastróficos de vida familiar, correrías locuelas con putones
desorejados, abandono de tareas de Estado para arrojarse en brazos de una
periodista suiza mientras un ploter firmaba leyes, el humillante papel
que soportó estoicamente y con una dignidad difícilmente igualable la Reina
Sofía, etc., etc., etc. Llevamos casi 10 años de monarquía con Felipe VI y
justo es recordar que los peores hábitos de su padre no se han reproducido en
el hijo.
Debo de agradecer al Rey Felipe VI que, en lo peor de la payasada
soberanista de Puigdemont, recordara la importancia de la unidad del Estado, de
la Sociedad y de la Nación, mientras Mariano Rajoy se limitada a judicializar
el “procés”. ¿Podía haber hecho más? No según el Título II de la Constitución. Protestas a los “padres” de la constitución que
relegaron la monarquía a mero símbolo sin poderes reales y sin margen alguno de
actuación.
El cinismo de los “padres de la constitución” fue tal que, lo
importante no eran las atribuciones que figuran en el texto constitucional,
sino que cada atribución nominal tenía una restricción real para su ejercicio.
El resultado es que la función a la que quedaba reducida la monarquía
española era a refrendar automática y mecánicamente las leyes y los decretos
emanados del gobierno, además de “símbolo de unidad”.
No se establece en lugar alguno de la constitución la posibilidad
de que el Rey pueda ejercer un veto, precisamente
porque ese era el pacto al que llegaron en 1978 los miembros de la “oposición
democrática” con los “franquistas evolucionistas”: que no hubiera vencedores
ni vencidos, aparentemente, que existiera una constitución como quería la
“oposición democrática”, pero también una monarquía como defendían los
“franquistas evolucionistas”… pero sin funciones reales y con un mero papel
representativo.
Estaba implícito que si el Rey se salía del papel protocolario se rompían los pactos de la transición y la “oposición democrática” exigía referéndum sobre la república… Así de simple. Juan Carlos I, poco interesado en las tareas de gobierno, aceptó reducirse a “símbolo”. Y así ha quedado.
4. Lo que representa en 2023 estar a favor o en contra de la
monarquía
Pero estamos en 2023, en uno de los momentos más negros de la
historia de España. Al Rey es Felipe VI, nada puede reprochársele. A diferencia
de Sánchez, al que se le puede reprochar todo y más, sumando cada día que pasa
nuevos fracasos y cavando un poco más profunda su tumba política. La situación
de España promete ser dramática en 2024 [ver los artículos sobre EL
VERDADERO ESTADO DE LA NACIÓN en este mismo blog]. Como ha quedado
demostrado sobradamente, Sánchez siempre termina cargando a otros con sus
propios errores.
Felipe VI debe sentir ya en el cogote el aliento de Sánchez. Como
todo presunto psicópata, Sánchez no tolera que nadie esté por encima suyo: lo
suyo es lo primero, lo único, lo que debe colocarse ante todo y, sobre todo. Le
molesta un protocolo que lo relega a la segunda fila. Le resulta imposible
digerir que tantas y tantas veces, miles de españoles le hayan abucheado, para
aplaudir acto seguido al Rey de España, que ha ido acumulando odio,
resentimiento y deseos de venganza. Así es la tipología de todos los
aquejados por este problema psicológico incurable.
Sánchez intuye que la próxima exigencia de los independentistas
catalanes, tras la amnistía, el referéndum por la independencia (al que seguirá
seguramente el indulto de Laporta por la cuestión de compra de árbitros a la
hora de negociar los presupuestos del Estado… ¿apostamos?), será el referéndum
por la monarquía… Es inevitable: el
nacionalismo siempre quiere más y Sánchez no tiene más objetivo que mantenerse
unos meses más en la Moncloa: así pues, deberá de ceder EN TODO. Su
malformación psicológica le obliga a sacrificar a cualquiera para que él siga
siendo el primero. (Recomendaría la lectura del post titulado PELIGRO:
PSICÓPATAS ENTRE NOSOTROS, en este mismo blog. Parece un retrato de Pedro
Sánchez a pesar de que fue escrito en los años 90…)
El problema que se plantea es muy claro: uno de los últimos
rastros de la identidad nacional que quedan vivos es la monarquía, reducida a
simple comparsa protocolaria y simbólica, sin poder político real… Y ahora
pregunto: ¿Qué preferís la monarquía de Felipe VI o la futura república de los
Puigdemont, de los Sánchez o de los etarras reciclados? No existe, en las
condiciones actuales una “tercera vía”. Es así de sencillo: poner en la balanza
una y otra posibilidad aquí y ahora y lo han representado ambas posibilidades
en la historia de España. Y decidir.
Me da la sensación de que, cada vez más, el pueblo español, ya ha
decidido: el 18 de noviembre las masas se dirigieron a la cueva de La Moncloa y
hubieran llegado hasta las estancias de Pedro Sánchez de no haber enviado
Marlaska a sus unidades antidisturbios más efectivas. Creo que la inmensa
mayoría de aquellos manifestantes que fueron interceptados en plena autopista,
no hubieran tenido inconveniente en vitorear al Rey Felipe VI sin que
necesitara escolta policial… Pedro Sánchez -cuya expresión facial va
cambiando a medida que pasan los días, cada vez más crispado, visiblemente
adelgazado, siempre tenso- es, en estos momentos el hombre más odiado de España.
No creo que nunca, en lo que le queda de vida, pueda pasearse por este país, ni
él ni su familia, sin una escolta armada hasta los dientes… No es el “precio
del poder”, es el “precio de la psicopatía”.
5. Una brizna de teoría “político-militar”
He empezado por un posicionamiento histórico y me gustaría acabar
con otro político-militar. En todas las academias militares se enseña que la
peor situación estratégica consiste en combatir en dos frente al mismo tiempo.
Nunca se sobrevive a ataques desde los dos lados. Es lo que se enseña en
las Academias Militares y lo que enseña la experiencia política.
El fascismo italiano fue, en un primer momento, la unión de
socialistas intervencionistas, nacionalistas y futuristas para combatir a la
izquierda anarquista, marxista y bolchevique. El nacional-socialismo alemán
llegó al poder priorizando el ataque frontal contra la izquierda. Las teorías
de los Strasser, cuando se aplicaron supusieron retrocesos en la lucha del
partido y retrasaron el triunfo de la Revolución Nacional Socialista. Los
fascismos históricos no esgrimieron nunca el “ni derechas, ni izquierdas”.
Falange Española, en cambio, sí lo hizo, a pesar de estar
financiada por Renovación Española hasta la formación del Bloque Nacional. ¿De
dónde procedía esa consigna? Es simple explicarlo: de los contactos que
habían tenido con los “no-conformistas” franceses y concretamente con el grupo L’Ordre
Nouveau que esgrimía esas consignas un par de años antes de que aparecieran
en España.
Y era una consigna errónea. Porque no era una consigna
“doctrinal”, formulada por teóricos que lo ignoraban todo sobre lo que es una estrategia
política óptima: la doctrina falangista, como todas las variedades nacionales
del fascismo genérico, incluía elementos procedentes de la derecha y de la
izquierda, era un “pensamiento aglutinante” que incluía ideas procedentes de
muy diversas fuentes. Pero esto es “doctrina”, no programa, ni mucho menos
estrategia política. La “doctrina” se plasma en el platónico “mundo de las
ideas”, pero, luego, al proyectarse sobre lo contingente se ve obligado a
traducirse en estrategias políticas y es aquí en donde “luchar en dos frentes”
es un error de bulto que ha fulminado a todas las formas de “tercerismo” antes
o después.
Resulta mucho más razonable optar por elegir entre “enemigo
principal” y “enemigo secundario”, esto es, entre el enemigo que constituye un
peligro mortal aquí y ahora, ante el cual es necesario unificar fuerzas y
orientar las baterías solamente hacia él. Destruido, ya habrá tiempo de ajustar
cuentas con otros sectores. Mussolini se vio
imposibilitado a hacerlo durante el Ventennio y solo rompió con la
monarquía durante la República Social. Hitler, primer aplastó a la izquierda
apoyándose en la derecha, para luego, en la “noche de los cuchillos largos”
liquidar a la oposición de derechas, una obra maestra del maniobrerismo
político.
Así pues, queridos amigos, os pregunta finalmente: ¿cuál creéis
que es hoy vuestro “enemigo principal”? ¿El predrosanchismo o la monarquía
española? Es más, incluso a la hora de definir a un “enemigo secundario”,
todo induce a señalar a la derecha liberal y progresista, a lo Casado, como
tal, no a la monarquía española cuyo margen de maniobra constitucional se
reduce prácticamente a cero: un mero símbolo.
De hecho, resulta imposible establecer un programa de
regeneración nacional sin exigir una profunda reforma constitucional que, entre
otras cosas, debería de reforzar los poderes de la monarquía, su derecho de
veto ante leyes y decretos aprobados por gobiernos que olvidan patriotismo,
razón de Estado, ética y moral.
Yo no quiero un Rey que “reine, pero no gobierne”: quiero un líder
que sea la conciencia nacional, habilitado por la constitución para decir a la
clase política “las verdades del barquero”, para llamar al “pan, pan y al vino,
vino”, un ejemplo para toda la nación, incluso para la clase política, que
medie y modere, pero también que llame al orden, al que se le reconozca el
derecho a tirar de las orejas a la clase política. Que una los tres poderes y
que “recupere España”.
Una vieja leyenda indoeuropea, extendida a todas las monarquías),
nos habla de un Rey apreciado por su pueblo (Arturo, Federico Barbarroja, el
propio Don Rodrigo, etc.; ver artículo en este mismo blog: EL
REY PERDIDO, UN MITO INDOEUROPEO. Amado por su pueblo, combatido por sus
enemigos, un día desaparece misteriosamente. El buen pueblo no cree en su
muerte, el buen pueblo proclama que está oculto, preparando a sus fieles para
reaparecer en el momento de la batalla final contra las fuerzas del mal y
ponerse al frente de sus leales. Yo quiero ese Rey. Quiero encontrar al Rey
perdido. Quiero que marque el camino de la reconstrucción. Quiero que, si tiene
que ser mujer, que sea como la Eowin, la princesa guerrera de Tolkien. No
quiero una influencer de tik-tok o una habitual de la prensa del
colorín…
* * *
Y por eso todo ello, defender a la monarquía española, hoy, supone
mantener posiciones. Declararse “republicano” es BAJAR un peldaño hasta las
mismísimas puertas del Hades mitológico, mientras que afirmar que se aspira a
que una reforma constitucional reafirme y concentre poderes en la figura del
Rey, supone SUBIR un peldaño hacia un modelo de gobierno estable que deje atrás
la dependencia de la tiranía de los políticos corruptos, incapaces o enfermos
mentales. Esa es la reforma constitucional que
algunos queremos y que tiene como segundo objetivo, restar poder a la
partidocracia (esa institución que ya no representa ideas sino intereses y
que, en la práctica, representa solamente a sus propios miembros).
Dicho está y dicho queda.