Todo –o casi todo– en el
NSDAP gira en torno a Hitler. Si bien una de las características de todos los
fascismos es el “cesarismo”, quizás este rasgo esté todavía más acusado en la
variante germana. En efecto, ya en aquellos años estaba claro que en el
interior del NSDAP existían múltiples tendencias, que sólo permanecieron unidas
1945 gracias a la personalidad y al carisma de Hitler. Hitler era, en efecto,
una personalidad poco común. Lo afirman quienes lo conocieron en persona[1] y aquellos que lo vieron en directo
en sus discursos. Su portentosa aventura no puede ser considerada sólo como
resultado de correlaciones de fuerzas políticas o socio–económicas, sino que
deja intuir algo más.
Después de haber negado
que Hitler tuviera una particular atracción por la astrología o negar que
pudiera ser considerado como “ariósofo”, tras haber insistido en que no tuvo
ninguna relación directa con la Sociedad Thule y que en su libro Mi Lucha despreció y desconsideró a los
grupos que se reclamaban del ocultismo völkisch,
después de todo esto, sigue existiendo un “misterio” en el nacional–socialismo
y ese misterio es precisamente la figura de Adolf Hitler.
Los aspectos
irreductibles a una explicación racional del fenómeno nacional–socialista (los
distintos historiadores que han abordado el fenómeno de los fascismos han
elaborado hipótesis cuya multiplicidad indica precisamente la dificultad en
establecer un patrón que permita medir e interpretar el fenómeno y su origen).
Hay algo especialmente en el nacional–socialismo que es irreductible a la mera
racionalidad y que la trasciende con mucho. Ni siquiera se entiende cómo fue
posible que después de tres años de bombardeos ininterrumpidos, hasta abril de
1945 los frentes del Este y del Oeste consiguieran ofrecer una resistencia
numantina; no se entiende tampoco como hasta bien entrados los años 60 y a
pesar de la censura drástica, buena parte del pueblo alemán evitara
considerarse vencido; ni siquiera es comprensible porqué hoy la figura de
Hitler genera admiración entre algunos sectores de la juventud. El Horts Wessel Lied, himno del NSDAP, es
en 2015 una de las canciones más descargadas en las plataformas digitales. A
setenta años de la muerte de Hitler, aparecen en los medios de comunicación
frecuentes noticias sobre él, se estrenan películas sobre aquel período,
llueven reportajes y documentales y aparecen comparaciones entre Hitler y Bin
Laden o con cualquier otro “villano”. Setenta años después de la desaparición
de Napoleón, Francia e Inglaterra ya habían olvidado sus viejas querellas y
eran naciones aliadas. El recuerdo del “Gran Corso” se había redimensionado
como figura histórica al margen de los dimes y diretes de la propaganda
política que le afectó en su tiempo. Con Hitler no ocurre lo mismo: da la
sensación de que hoy, setenta años después de su desaparición estuviera vivo y
activo y su doctrina y el riesgo que entrañaba no hubieran desaparecido
todavía.
Incluso algunos de sus
partidarios se han forjado de él una idea que no tiene nada que ver con el
Hitler real que despreciaba los conventículos ariosóficos, el universo sectario
y las doctrinas ocultistas. A partir de la obra del chileno Miguel Serrano,
diplomático y neo–nazi recientemente fallecido, Hitler ha sido elevado a la
categoría de “último avatara”. No
importa que el Hitler real no tenga nada que ver con el creado por Miguel
Serrano[2] y que los datos de los que parte
para elaborar sus descabelladas teorías estén interpretados erróneamente o,
simplemente, sean producto, paradójicamente, de la propaganda antinazi, lo que
importa es destacar la fascinación que todavía, setenta años después de su
muerte, sigue representando la figura de Adolf Hitler.
Hitler no ha entrado
todavía en la historia para buena parte de la población, incluso los
historiadores. Está demasiado presente como para que haya sido encuadrado como
personaje histórico y sigue siendo objeto de filias y fobias. Pocos
historiadores han sido los que han realizado una aproximación objetiva al
personaje y en esos casos han debido de utilizar buena parte de su tiempo
seleccionando y cribando el material utilizado: no todas las fuentes que
estaban a su alcance eran igualmente creíbles, la propaganda de guerra había
filtrado fuentes espúreas. El Libro Pardo,
elaborado por los equipos de agit–prop del
Komintern después del incendio del
Reichstag era un amasijo de invenciones, falsedades, intuiciones, sospechas e
informaciones interesadas[3]. Hoy se sabe que Hitler me ha dicho, era un producto de
intoxicación y nada de lo que se dice puede ser tomado en serio. ¿Cómo era el
Hitler “inexplicable” despojado de todos estos atributos? ¿Queda en él algún “reducto
inexplicable”?
1. Hitler mítico
Imaginemos lo que
algunos libros de texto podrían enseñar dentro de 300 años sobre Adolf Hitler:
hubo un hombre en Alemania, un artista bohemio, que pocos sabían de dónde había
salido, ni siquiera era alemán, fue soldado en la guerra e inmediatamente
después del conflicto logró atraer a la juventud de su país llamándolos para
luchar contra el bolchevismo. La juventud le siguió y todos murieron. En cuando
a él, desapareció en medio de una ciudad incendiada y desde entonces y en los
setenta años siguientes, muchos creyeron haberlo visto en Argentina, Brasil,
los Polos. Nadie, nunca, vio su cadáver…
Una biografía de Hitler
así presentada responde perfectamente a buena parte de lo que se ha dicho de él
desde 1945. Nos presenta a un Hitler revestido de rasgos míticos habituales en
las tradiciones germánicas y que corresponden perfectamente al cuento del Flautista de Hamelín. Vale la pena
recordarlo: en la ciudad de Hamelín, los burgueses estaban aterrorizados por la
epidemia de ratas que asolaba la ciudad y, a la vista de que no podían
liberarse de los roedores, llamaron a un flautista que afirmaba poder
restablecer la normalidad. El flautista no hizo otra cosa que hacer sonar su
instrumento para que las ratas le siguieran y las condujera hasta el abismo.
Cuando intentó que los burgueses le pagaran lo prometido, estos se negaron. El
flautista, en represalia, volvió a hacer sonar su flauta y en esta ocasión fue
seguido por todos los jóvenes de Hamelín que nunca jamás retornaron a la
ciudad… Cámbiense las ratas por los revolucionarios bolcheviques, a los
burgueses que dirigían la ciudad, por los Hugenberg y Papen, los junkers y demás dirigentes de la
derecha nacional y liberal y se podrá interpretar sin dificultad la historia
alemana y la Segunda Guerra Mundial en clave mítica.
Como el “rey perdido”[4], como el emperador Barbarroja, que
no está muerto sino dormido, refugiado en una caverna o en el interior de una
montaña, en un lugar inaccesible, durante décadas se ha sostenido que Hitler
seguía vivo en los lugares más inverosímiles del planeta. Sobre él se han
descrito rasgos múltiples y contradictorios, como si fuera A y no–A al mismo
tiempo, el Uno y su contrario, de él se ha dicho que tenía un comportamiento
ascético, que se desinteresaba por el sexo, pero también que tenía una
sexualidad extrávica y provisto de una ambición desmedida. Se le ha visto
fotografiado junto a niños y feliz entre un pueblo feliz y, al mismo tiempo se
han reproducido fotos de campos de concentración.
Si en el siglo XX ha
existido un personaje revestido con caracteres míticos, situados más allá de lo
humano y no reductible a una dimensión humana, ese ha sido precisamente Adolf
Hitler. Su historia parece, ciertamente, la traslación a la modernidad del mito
germánico del flautista de Hamelín. Para colmo, la propaganda difundida por
Goebbels presentaba a Hitler como identificado con Alemania, un hombre que
había renunciado a sí mismo, a su patrimonio, a su propiedad personal, a su
vida, haciéndose uno con Alemania[5]. El mito está servido.
2. ¿Médium, personalidad racional, iniciado?
Así pues, si en Hitler
no hay nada de “mágico” (en el sentido en que se entiende magia, esto es, como “capacidad
de operar efectos contrarios a las leyes físicas de la naturaleza, adquirida
mediante el conocimiento de las fuerzas sutiles”), si en cambio hay mucho de
mítico (entendido en el sentido soreliano como “ideas movilizadoras para las
masas”). Y esto mismo podemos extenderlo a su movimiento: no hay en él nada de “mágico”
(ya hemos visto cuál era la relación con la Sociedad Thule y la ariosofía, una
de cuyas derivaciones era la “magia rúnica”), pero recurrió frecuentemente al “mito”
(mito de la raza y de la sangre, mito del führer
carismático y del “Reich de los mil años”, mito de la juventud, entre otros).
Quedaría una posibilidad intermedia, la de que Hitler fuera un médium[6] (individuo pasivo que, ya sea por
una sensibilidad innata o bien inducido por algún técnica se convierte en canal
de influencias paranormales poco o mal identificadas que pueden proceder
incluso de las capas más profundas de su propio psiquismo).
Julius Evola, profundo
conocedor del esoterismo que estuvo relacionado en Alemania desde 1930 hasta
1945 con los sectores de la Revolución Conservadora y, posteriormente, con las
SS para las que trabajó en Viena, sostiene que la condición de médium es
contradictoria con la de “iniciado”. El “iniciado” en una comunidad esotérica
tradicional, explica Evola, tiene iniciativa sobre los procesos y las fuerzas
que ha desencadenado a partir del instante de la iniciación, a diferencia del
médium que es un sujeto pasivo, receptor de unas influencias que es incapaz de
controlar e incluso de conocer su origen. Resulta contradictorio, por tanto,
que determinados autores consideren (como Pauwels y Bergier y otros, incluido
Miguel Serrano) consideren a Hitler como “un iniciado” para luego destacar sus
cualidades como médium.
Hay que decir que la
primera mención al Hitler–médium aparece en la obra de Hermann Rausching Hitler me ha dicho y, a través suyo,
llega a El retorno de los brujos[7]. Rauschning es citado en 18
ocasiones en la obra de Pauwels y Bergier, en donde se incluyen algo más de
diez fragmentos de su obra[8]. Todos ellos tienden a presentar a
Hitler como un médium iluminado que, de tanto en tanto, es objeto de “posesiones
extáticas”. Hay que decir que en aquellos años este tipo de fenomenología
aparecía de manera mucho más habitual en los medios de comunicación que en
nuestros días. Generalmente se relacionaba con estados de trance o de posesión
demoníaca. Eran, además tiempos, en los que estaban muy próximos las
apariciones marianas de Fátima o Lourdes y en España, incluso, se vivía un
clima de excitación religiosa derivada de las seudo–apariciones de Esquioza (en
el País Vasco) o del caso de Teresa Neumann (estigmatizada y que durante 30
años solamente se alimentó con la comunión diaria, coincidiendo en el tiempo
con el Tercer Reich). El caso de Khrisnamurti estaba apenas separado diez años
del ascenso de Hitler al poder y los delirios teosóficos y contacto con “mahatmas” eran el pan de cada día, al
igual que las sesiones espiritas. Weimar fue un caldo de cultivo
particularmente denso en este tipo de fenomenología, ligada tanto al
catolicismo, como al ocultismo de matriz teosófica. Lo que no era tan normal (y
de ahí el motivo por el que Rauschning lo incorporó a su libelo anti–hitleriano
era que un dirigente político asumiera alguna de estas corrientes irracionales.
La cuestión es: si
Hitler no era un “iniciado” (es decir, no había pasado por ninguna ceremonia
ritual de introducción en una fraternidad esotérica, lo cual está más que
demostrado) ¿era, al menos, un médium? Y aquí, aun siendo la respuesta negativa
desde el principio, hay que hacer alguna matización.
En la vida de Hitler hay
dos líneas paralelas: una racionalidad absoluta que incluso en política le
lleva utilizar el método “Ensayo – error” para rectificar (de ahí que,
inicialmente asumiera una estrategia golpista, hasta que tras el fracaso de
noviembre de 1923 no vuelve nunca a cometer el mismo error), junto a una
sensibilidad particular que parece dotarle de una intuición especial. No hay
que olvidar que Hitler, desde muy joven estaba atraído por la pintura y por la
música wagneriana. Hoy se conocen algunas de sus acuarelas y en ellas se
percibe, no genialidad, pero si un dominio de la perspectiva y una limpieza del
trazo. Esas acuarelas demuestran, además, que se interesaba especialmente por
la arquitectura (tal como luego demostró la relación privilegiada que tuvo con
Albert Speer una vez llegado al poder). En cuanto a la música, la lectura de
los recuerdos de August Kubizek, indican que ambos amigos, eran melómanos empedernidos y Hitler, ya por
entonces, vivía las óperas wagnerianas[9], incluso las de segunda fila, de
manera particularmente intensa.
Más que hablar de la
mediúmnidad de Hitler, habría que aludir a su sensibilidad ante determinadas
manifestaciones artísticas. Así hay que interpretar la reacción de Hitler
cuando se bajó el telón tras finalizar la representación del Rienzi de Wagner. El fragmento de la
obra de Kubizek es suficientemente conocido pero vale la pena recordarlo en
todos sus párrafos[10]:
“Conmovidos
presenciamos la caída de Rienzi. En silencio abandonamos los dos el teatro. Era
ya medianoche pero mi amigo caminaba por las calles, serio y encerrado en sí
mismo, las manos profundamente hundidas en los bolsillos del abrigo, hacia las
afueras de la ciudad.
Aun
cuando, por lo general, después de una emoción artística como la que acababa de
agitarle, solía empezar a hablar inmediatamente y juzgar agudamente la
representación para liberarse a sí mismo de las opresoras impresiones, después
de ésta de Rienzi
guardó silencio
durante largo tiempo. Esto me asombró. Le preguntó su parecer sobre la obra.
Adolfo me miró extrañado, casi con hostilidad.
—
¡ Calla! — me gritó hoscamente.
Era
una sombría y desapacible noche de noviembre. La húmeda y helada niebla se
extendía densa sobre las estrechas y desiertas callejuelas. Nuestros pasos
resonaban extrañamente sobre el adoquinado. Adolfo tomo un camino que pasaba
por delante de las pequeñas casitas de los arrabales de la ciudad, aplastadas
casi sobre el terreno, y que lleva hasta las alturas del Freinberg.
Ensimismado, mi amigo caminaba delante mí. Todo esto me parecía casi
inquietante.
Adolfo
estaba más pálido que de costumbre. El cuello del abrigo levantado reforzaba
aún más esta impresión. El camino seguía por entre diminutos y míseros jardines
y pequeños prados. La niebla quedaba atrás. Como una masa pesada y hosca
gravitaba sobre la ciudad y substraía las casas de los hombres a nuestras
miradas.
—¿Adónde
quieres ir?—
quise preguntar a mí amigo. Pero su delgado y pálido
rostro parecía tan distante, que contuve la pregunta. No había ya nadie a
nuestro alrededor. La ciudad estaba sumida en la niebla.
Como
impulsado por un poder invisible, Adolfo ascendió hasta la cumbre del Freinberg
Y ahora pude ver que no estábamos
en la ciudad y la obscuridad, pues sobre nuestras cabezas brillaban las
estrellas. Adolfo estaba frente a mí. Tomó mis dos manos y las sostuvo firmemente. Era éste un
gesto que no había conocido basta entonces en él. En la presión de sus manos pude darme cuenta de lo
profundo de su emoción Sus ojos resplandecían de excitación Las palabras no
salían con la fluidez acostumbrada de su boca, sino que sonaban rudas y roncas
En su voz pude percibir cuán profundamente le había afectado esta vivencia.
Lentamente
fue expresando lo que le oprimía. Las palabras fluyen más fácilmente. Nunca
hasta entonces, ni tampoco después, oí hablar a Adolfo Hitler como en esta
hora, en la que estábamos tan solos bajo las estrellas, como si fuéramos las
únicas criaturas de este mundo. Me es imposible reproducir exactamente las
palabras que me dijo mi amigo en esta hora.
En
estos momentos me llamó la atención algo extraordinario que no había observado
jamás en él, cuando me hablaba lleno de excitación: parecía como si fuera otro Yo
el que hablara por su boca, que le conmoviera a él mismo tanto como a mi. Pero no era, como suele decirse, que un orador es arrastrado por sus
propias palabras. ¡Por el contrario! Y tenía más bien la sensación como si él
mismo viviera con asombro con emoción incluso, lo que con fuerza elemental
surgía su interior. No me atrevo a ofrecer ningún juicio sobre esta obsesión
pero era como un estado de éxtasis, un estado de total arrobamiento en el que
lo que había vivido
en “Rienzi”,
sin citar directamente este ejemplo y modelo, lo situaba en una genial escena,
más adecuada a él, aun cuando en modo alguno como una simple copia del
«Ríenzi». Lo más probable es que la impresión recibida de esta obra no fuera
más que el impulso externo que le hubiera obligado a hablar. Como el agua
embalsada que rompe los diques que la contienen salían ahora las palabras de su
interior. En imágenes geniales. arrebatadoras, desarrolló ante mí su futuro y
el de su pueblo.
Hasta
entonces había estado yo convencido de que mi amigo quería llegar a ser artista, pintor, para más
exactitud, o tal vez también maestro de obras o arquitecto. Pero en esta hora
no se habló ya más de ello. Se trataba de algo mucho más elevado para él, pero
que yo no podía acabar de comprender. Por ello fue mucho mayor mi asombro,
porque pensaba que la carrera del artista era para él la meta más alta y
anhelada. Ahora, sin embargo, hablaba de una misión, que recibiría un día del
pueblo, para liberarlo de su servidumbre y llevarlo hasta las alturas de la
libertad.
Un
joven completamente desconocido todavía para los hombres habló para mí en
aquella hora extraordinaria. Habló de una especial misión que algún día le
sería confiada. Yo, el único que le escuchaba en esta hora, no entendía apenas
lo que quería decir con todo ello. Habrían de pasar muchos años antes de
comprender lo que esta hora vivida bajo las estrellas y alejado de todo lo
terreno había significado para mi amigo. El silencio siguió a sus palabras.
Descendimos
de nuevo hacia la ciudad. De las torres llegó hasta nosotros la hora tercera de la mañana.
Nos
separamos delante de nuestra casa. Adolfo me estrechó la mano en señal de
despedida. Vi, asombrado, que no se dirigía en dirección a la ciudad, camino de
su casa, sino de nuevo hacia la montaña.
–¿Adónde
quieres ir? — le pregunté, asombrado.
Brevemente
replicó:
–¿Quiero
estar solo!
Le
seguí aún largo tiempo con la mirada, mientras él, envuelto en su obscuro
abrigo, descendía solo las calles nocturnas y desiertas. Durante los días que
siguieron y también en las próximas semanas Adolfo no volvió jamás a hablarme
de esta hora vivida en el Freinberg. En un principio me sentí asombrado por
ello y no podía realmente explicarme esta extraña conducta; me era imposible
creer que hubiera podido olvidar esta extraordinaria visión. Como pude
comprobar treinta y tres años más tarde, no la olvidó jamás en su vida. Pero
guardó silencio, pues quería conservar esta hora para sí solo. Comprendí y
respeté su pensamiento. Después de todo, ésta había sido su hora, no la mía. Yo
no había jugado en ella más que el modesto papel de un amigo adicto y fiel.
Cuando
en el año 1939, poco antes de que estallara la guerra, visité por vez primera
Bayreuth como invitado del canciller del Reich, creí dar una alegría a mi
amigo, si le recordaba lo sucedido en aquella hora en el silencio de la noche
en lo alto del Freinberg. Así, pues, referí a Adolfo Hitler lo que de ello
había quedado grabado en mi recuerdo, porque suponía que la ingente plenitud de
impresiones y recuerdos que en el curso de estos decenios se habrían
concentrado sobre él habrían desplazado por entero aquélla del muchacho de
diecisiete años. Pero ya a las primeras palabras pude comprender que se
acordaba todavía exactamente de aquella hora, y que sus detalles se habían
conservado fielmente en su recuerdo. No cabía la menor duda de que le causó una
especial alegría ver confirmados sus propios recuerdos por mi relato. Yo estaba
también presente, cuando Adolfo Hitler refirió a la señora Wagner, en cuya casa
habíamos sido invitados, la escena que había tenido lugar después de la
representación del «Rienzi» en Linz. Así, pues, yo vi confirmados mis propios
recuerdos de manera inequívoca. De manera inolvidable han quedado también
grabadas en mí las palabras con que Hitler concluyó su relato a la señora
Wagner. Dijo, gravemente:
—En
aquella hora empezó”.
No es un estado de
mediúmnidad lo que está describiendo Kubizek, sino algo que hoy se conoce
perfectamente y que se denomina Síndrome
de Stendhal[11] o Síndrome de Florencia, un estado de ánimo caracterizado por una
alteración del carácter, depresión, incluso alucinaciones, temblores, etc.
Aparece cuando el sujeto se sitúa ante una obra de arte particularmente bella
que causa un impacto intenso en su espíritu. Se considera una reacción
psicosomática ante una acumulación de belleza y un estado de amplia
receptividad.
Sin embargo, hay algo en
Hitler que va más allá del Síndrome de
Stendhal. En ocasiones daba muestras de disponer de una intuición que
incluso le salvó la vida de manera inexplicable en alguna ocasión ante
atentados de los que fue objeto[12]. Uno de los más famosos, sin duda,
fue el que tuvo lugar el 8 de noviembre de 1939 en la Bürgerbräukeller durante la conmemoración del golpe frustrado de
Munich. Sorprendentemente, Hitler se presentó hora y media antes de la hora en
la que debía tener lugar el mitin, terminando el mitin antes que estallar la
bomba que había colocado un carpintero anti–nazi. Siempre se ha insinuado que
la intuición de Hitler le advirtió del riesgo que corría, burlando así a la
muerte[13]. Igualmente, en la primera fase de
la Segunda Guerra Mundial, las intuiciones de Hitler se revelaron geniales y a
lo largo de todo el conflicto su conducción de la guerra, contrariamente a lo
que se ha insinuado, eran fruto de la racionalidad… si bien tendía a
sobrevalorar el papel de la voluntad incluso en situaciones más allá de lo
humano a partir, especialmente, de la derrota de Stalingrado[14].
La intuición, en
cualquier caso, no tiene nada que ver ni con la mediumnidad ni con el Síndrome de Stendhal. Es otra cosa
completamente diferente. La intuición es un conocimiento directo e inmediato,
sin intervención del razonamiento o de un proceso lógico que hace que el sujeto
que la experimente considere evidente algo que en otras condiciones o a otras
personas les costaría bastante más reconocer[15]. ¿De dónde surge la intuición? De
la obsesión. Todo induce a pensar que cuando alguien se obsesiona con una idea,
una actividad, una persona, una situación, y lo hace de manera objetiva,
teniéndola siempre presente en su mente, “sintiéndola”, incorporando a su
personalidad, bruscamente, aparece la intuición entre las brumas y las
incertidumbres del futuro. La obsesión de Hitler, indiscutiblemente, era
Alemania. Mucho más que el antisemitismo (que aparece en 242 ocasiones en Mi Lucha), la raza (que aparece en 160
ocasiones), Alemania (que aparece en ¡341 ocasiones!). Puede entenderse por qué
Hess y otros muchos como él y la misma propaganda de Goebbels, proclamaron
machaconamente lo que para ellos era una tautología: “Hitler es Alemania y
Alemania es Hitler”. Pero hay algo que todavía los historiadores o los
analistas del fenómeno nacional–socialista no han señalado y que nos
atreveremos a apuntar a continuación.
3. ¿Una apertura espontánea a la trascendencia?
Antes de abordar este parágrafo hará falta explicar algo sobre los procesos iniciáticos y las prácticas esotéricas. Resumimos: todos los esoterismos parten de la existencia de dos “mundos”, el mundo físico y el mundo metafísico, el mundo de la materia y el mundo del espíritu y sostienen que es posible realizar el tránsito del primero al segundo. El puente entre ambos “mundos” es la “iniciación”: ceremonia ritual en la que el candidato recibe por parte de los oficiantes una “fuerza” hasta ese momento ajena a él, que incorpora a partir de entonces y que le permitirá establecer puentes con la trascendencia (esto es, con el mundo suprasensible). La iniciación está reputada de ser tan eficiente como un fenómeno físico en el que, cuando se dan las condiciones de presión y temperatura, se produce el efecto esperado. De ahí que sea imprescindible que en la ceremonia de iniciación se cumplan rigurosamente la liturgia y el ritual. A partir de la recepción de la fuerza injertada en la iniciación, corresponderá al sujeto ampliar su fuerza, experimentarla y desplazar hacia ella el eje de su personalidad. Las prácticas para esto son las mismas en todas las tradiciones esotéricas:
- Vivir el aquí y el ahora (las prohibiciones que imponen todas las religiones son excusas para permanecer atento y vigilante en todo momento).
- Técnicas de meditación (meditación: estado de arrobamiento y abandono del yo consciente para permitir la salida a la superficie de estratos más profundos de la personalidad).
- Técnicas de ascesis (todas intentan debilitar al cuerpo físico, a la materia, para que se eleve el espíritu: ayunos, renuncia a determinados alimentos, repetición de mantras y jaculatorias, incluso castigos físicos autoimpestos como autoflagelación o uso de cilicios, aislamiento)
- Técnicas ligadas a la sexualidad (teniendo en cuenta que se ha definido al sexo como la “fuerza más grande de la naturaleza”, su control, mediante la castidad o las técnicas tántricas, reorienta tal fuerza en dirección al espíritu).
Estos elementos están, en
medidas variables, integrados en todos los sistemas religiosos. Ahora bien,
¿qué ocurre cuando alguien ha adoptado un estilo de vida que incorpora algunas
de estas prácticas pero desvinculadas de cualquier sistema religioso o
esotérico? El resultado es que el sujeto pasa a tener una personalidad “chocante”,
excéntrica, poco habitual, domina algunas de las cualidades que acompañan a los
“iniciados”, de la misma forma que tienen otras tantas carencias y, en
cualquier caso, ejerce una trayectoria personal extraña e inexplicable para la “normalidad
social”. Consideramos que esto es lo que ocurrió con Hitler, cuya personalidad,
como la de cualquier otro personaje nietzscheano (el propio Nietzsche obedecía
a esta tipología), no puede ser medida en función del patrón “bueno–malo”, sino
más bien con el de “grande–pequeño”.
Hitler era vegetariano[16] y aunque se dan distintas explicaciones
e intensidades para este hábito alimentario, lo cierto es que esta práctica –al
igual que otras restricciones alimentarias– es muy habitual en las escuelas
iniciáticas[17]. Hitler se desinteresaba
completamente por la sexualidad: se casó justamente el último día de su vida,
pocas horas antes de suicidarse, con la imposibilidad material, por tanto, de
consumar el matrimonio. A pesar de que existen multiplicidad de libros y
artículos de muy diferente calidad e intenciones, lo que parece indudable es
que Hitler no tenía el más mínimo interés –por las razones que fueran– por la
sexualidad. Las relaciones que se le conocen son fundamentalmente con mujeres
concretas, que responden a determinado perfil físico, pero no parece que haya
en ellas interés sexual o erótico, sino que eran más bien da la sensación de
que apenas son una proyección de su interés por la belleza y de su sensibilidad
particular.
Del abundantísimo
material sobre este tema no hay nada que pueda asumirse sin algún tipo de
reserva sobre su origen. No creemos equivocarnos si definimos a Hitler como “asexual”.
Se trata de una categoría con la que se indica a las personas con bajo o nulo
interés por la actividad sexual. Así pues, junto a la heterosexualidad, la
bisexualidad, la homosexualidad, la asexualidad[18] sería la cuarta “orientación
sexual”. Algunos estudios indican que entre el 1 y el 3% de la población no
muestra ningún interés por el coito. Creo que no hace falta traer a colación
una amplia relación de citas y referencias biográficas para demostrar que
Hitler se encontraba, justamente, en este porcentaje de población y poco
importa cuál era el origen de esta tendencia, incluso si estaba presente en él
desde el momento de su nacimiento o de debió a un accidente adquirido o a una
merma física. Así mismo, a efectos de nuestro estudio, es igualmente
indiferente si se trabada de celibato voluntario o de asexualidad (el celibato
sería un rasgo adquirido, la asexualidad dependería de la particular constitución
psicológica del sujeto).
Además, Hitler había
experimentado la experiencia de la guerra. Hace falta leer a Ernst Jünger para
comprobar que un soldado puede reaccionar ante la posibilidad de ser destruido
en cualquier momento, mediante una ruptura interior, una renuncia a sí mismo y
una predisposición para la anulación completa del Ego y, por tanto, a
protagonizar situaciones de heroísmo o en cualquier caso de asumir e incorporar
la experiencia bélica como una etapa en la destrucción del ego y, por tanto,
facilitando, nuevamente, la exteriorización de capas más profundas de la
personalidad. Hitler fue condecorado con la Cruz de Hierro de Segunda y Primera
Clase, mostrando ésta cuando vestía uniforme[19]. El traumatismo bélico y los
hábitos adquiridos durante cuatro años de trincheras, acompañan al sujeto
durante toda la vida y, en cualquier caso, le han enseñado (igual que la
disciplina militar) a renunciar a su propio ego en beneficio del “espíritu de
cuerpo”[20], de una identificación con su
unidad comunitaria de combate. Así puede entenderse que cuando Hess problamaba
que “Hitler era Alemania”, estaba aludiendo a algo que era más que una consigna
propagandística.
Finalmente, todos los
testimonios y las noticias publicadas por los medios afirman que Hitler tenía
un ritmo de trabajo endiablado. Era capaz de hablar en cuatro mítines al día
durante las campañas electorales, se trasladaba en avión (algo inusual en los
años 20 y 30) para poder abarcar más y más poblaciones. En los primeros tiempos
del NSDAP cuando su radio de acción se limitaba a Munich había llegado a hablar
en cinco reuniones distintas el mismo día. Para todos los que le rodeaban era
difícil seguir su ritmo. Al carecer de vida personal, estuvo en condiciones de
comprar un Mercedes Compresor con el
producto del dinero obtenido por sus artículos y libros y no fue por afán de
lujo, ni de ocio, sino para poder trasladarse más rápidamente de un lugar a
otro de la capital bávara. De reunión en reunión, de mitin en mitin, de
manifestación en manifestación, de ciudad en ciudad, su ritmo de actividad no
descendió a partir del 30 de enero de 1933 cuando fue nombrado jefe de gobierno
por Hindenburg. Primero las necesidades de la reorganización del país, luego la
Segunda Guerra Mundial hicieron que redoblara sus esfuerzos. Ciertamente,
llegado al límite, se retiraba a los Alpes Bávaros en donde había adquirido un
chalet. Era allí donde meditada durante horas, semanas incluso, durante ese
tiempo no recibía a nadie, desconectaba completamente del partido y de sus
camaradas. Tal era la vida de Adolf Hitler.
Asexualidad o castidad, vegetarianismo, jornadas agotadoras de trabajo, seguidas de períodos de meditación, experiencia bélica, identificación con Alemania: todo esto lleva a un debilitamiento del cuerpo, a una anulación del ego y a vivir exactamente las mismas situaciones que prescriben las religiones para obtener la experiencia mística y desarrollar la fuerza interior adquirida durante la iniciación… pero Hitler era un relativista religioso (aludía a la Providencia, pero evitaba la cuestión religiosa y, desde luego, no se le conoce práctica religiosa alguna, de la misma forma que siempre había permanecido fuera y al margen de cualquier sistema iniciático tradicional y, por supuesto, de cualquier círculo ocultista o ariosófico. Eso, unido a la particular sensibilidad de Hitler (el Síndrome de Stendhal) explican buena parte de la extraña personalidad del führer. Incluso explican su innegable magnetismo personal, el hecho de que cuando se dirigía a una masa, incluso con abundante presencia de neutrales u hostiles, consiguiera atraerlos (algo que fue reconocido por todos, incluso por sus propios compañeros de partido que no coincidían completamente con sus puntos de vista pero que eran perfectamente conscientes de que el mayor activo del NSDAP era precisamente la personalidad de Hitler y sus dotes como orador), era en esos momentos, cuando daba la sensación de que algo emergía dentro de él: aquel hombre que hasta antes de comenzar su discurso a las masas aparecía como alguien normal que en otras condiciones no hubiera llamado la atención, extraía fuerzas y recursos de su interior, y se transfiguraba. Julius Evola, cuya opinión es suficientemente autorizada en la medida en que vivió aquellos años con intensidad y es un observador poco predispuesto a dejarse impresionar, escribió, valorando la personalidad del führer:
Cuando
arengaba a las masas hacia el fanatismo, uno tenía la impresión de que otra
fuerza lo dirigía como un médium, aun cuando él era un hombre de un tipo
extraordinario y extraordinariamente dotado. Nadie que escuchara cómo se
dirigía a las arrobadas masas podría tener otra impresión. Puesto que hemos
expresado nuestras reservas acerca de que los supuestos "superiores
desconocidos" estuvieran involucrados, no es fácil definir la naturaleza de esa fuerza suprapersonal.
Respecto a la teosofía nacionalsocialista (Gotteserkenntnis), esto es, a su supuesta dimensión mística y
metafísica, debemos considerarla como el único punto de contacto entre este
movimiento y el Tercer Reich con respecto a los aspectos místicos, iluministas
e incluso científicos. En Hitler uno puede encontrar muchos síntomas de un
típico punto de vista "moderno", fundamentalmente profano,
naturalista y materialista; aunque, por otra parte, él creía en la
Providencia, cuya herramienta creía ser, especialmente en relación con el destino
de la nación alemana (por ejemplo, él veía un signo de la
Providencia el que hubiera sobrevivido al intento de asesinato en su
jefatura de cuartel en la Prusia Oriental)[1].
Este es el verdadero misterio que hay en el fondo del
nacional–socialismo y por lo que el fenómeno se muestra inaprensible para los
historiadores convencionales. No hay “misterio” en el Tercer Reich, no hay más
delirios sobre la “tierra hueca”, la “doctrina Horbiger”, el “ocultismo nazi”,
el “esoterismo de Thule”, la “energía del Vril” o la asimilación de Hitler con
el Kalki Avatara, la última reencarnación del Visnhú… Las cosas son mucho más
simples, aunque para entenderlas haya hecho falta una excursión por un terreno
no particularmente simple. Hitler no era un “iniciado”, pero su estilo de vida
había incorporado prácticas que de manera natural tienen un efecto sobre la
personalidad del sujeto, reorientan una fuerza interior que de otra manera está
dispersa en otras actividades humanas (abstinencia sexual), atenúa los rasgos
de su ego (mediante el vegetarianismo, la actividad frenética, su
identificación con Alemania, la experiencia bélica), con el efecto directo de
aumentar su magnetismo personal y su carisma sobre las masas y sobre sus más
próximos colaboradores. Tal es nuestra hipótesis de trabajo. Hitler, por lo
demás, no era consciente de que su estilo de vida podía tener este tipo de
efectos colaterales.
Las concepciones religiosas de Hitler no eran en
absoluto ariosóficas. Despreciaba incluso todo lo que venía de esa dirección.
De niño se había educado como católico, pero pronto perdió la fe y, en
cualquier caso, no consta que nunca llevara una práctica religioso regular
dentro del catolicismo o de cualquier iglesia protestante. Sus concepciones
religiosas estaban influidas por el wagnerianismo, pero, sin duda, también por
la obra de Nietzsche y de Ibsen (de él recogió –y en especial de su pieza El enemigo del pueblo–[2]). No
era ateo, pero tampoco fue nunca partidario del restablecimiento del culto a
Wotan. Simplemente quería evitar que las polémicas religiosas desgarraran al
Reich. Aludía habitualmente a la “Providencia”[3] (en Mi Lucha aparecen 12 referencias de este
tipo que fueron habituales en sus discursos) y ninguna puede ser entendida como
una profesión de fe católica. Por supuesto no existe absolutamente ningún dato
que permita pensar que Hitler compartía ninguno de los puntos de vista
ariosóficos sobre la religión católica. Por no compartir, ni siquiera compartía
las tesis de Rosenberg[4] en
materia religiosa (en la medida en que contenía ataques al catolicismo que
podían repercutir negativamente en la cohesión del völk y del Reich). Después de haber intentado aclarar el “misterio
Adolf Hitler”, quizás sea el momento de preguntarse qué es exactamente la
ariosofía para reconocer definitivamente que no existe ninguna relación entre
esta doctrina y las que defendió el NSDAP, encuadrar la ariosofía como una
mixtura de teosofía anglosajona germanizada y de ideología völkisch pangermanista.
[1] Cf. El teatro de Ibsen y su influencia sobre la
crítica de Hitler a la democracia, E. Milá, Revista de Historia del
Fascismo, nº 1, Octubre/Noviembre 2010, pág. 6–19.
[2] “Las circunstancias me eran desde luego más propicias, y lo que entonces
me pareciera una jugada del Destino, lo considero hoy una sabiduría de la
Providencia.”(Mi Lucha, op. cit.,
pág. 17), “Cuánto agradezco hoy a la Providencia haberme hecho vivir esa
escuela” (op. cit., pág. 22); “Quien
no está dispuesto a luchar por su existencia o no se siente capaz de ello es
que ya está predestinado a desaparecer, y esto por la justicia eterna de la
Providencia. ¡El mundo no se ha hecho para los pueblos cobardes!” (op. cit., pág. 61); “El Estado tampoco
consiste (no debe consistir) en una reunión de gestores económicos
desarrollando una actividad con límites definidos, sino que es la organización
de una comunidad de seres moral y físicamente homogéneos, con el objeto de
mejorar las condiciones de conservación de su raza y así cumplir la misión que
a ésta le tiene señalada la Providencia” (op.
cit., pág. 93); “Más de una vez me atormentó la idea de que, si la
Providencia me hubiese colocado en el lugar de esos ignorantes o mal
intencionados, incompetentes y criminales de nuestro servicio de propaganda,
quizá otro hubiera sido el desenlace de la lucha (op. cit., pág. 115); “el valor y la significación de la idea
monárquica no radican en la persona del Monarca mismo, salvo en el caso de que
la Providencia quiera coronar a un héroe genial como Federico el Grande o a un
espíritu sabio como Guillermo II” (op.
cit., pág. 146); “Aquellos que se hacen bastardos, o que se dejan
contaminar, atentan contra la voluntad de la Providencia y su aniquilamiento no
es una injusticia, sino un restablecimiento del orden natural” (op. cit., pág. 199)… y así
sucesivamente.
[3] La idea central de
Rosenberg era el establecimiento de una “religión de la sangre” que sintonizase
con los impulsos más íntimos, profundos y arraigados de los pueblos del norte.
Esta “religión de la sangre” debía de ser el trampolín para cortar la
degeneración racial y la decadencia cultural. Reconocía sus formas en las tres
antiguas ramas religiosas indoeuropeas: doctrinas védicas, zoroástricas y
paganas greco–latinas. La universalidad del cristianismo le repugnaba y la idea
del pecado original la consideraba completamente ajena a los pueblos
indoeuropeos que se consideraban “nobles”. Veía en el cristianismo el producto
de la mentalidad judía y sostenía que era uno de los factores a través de los
cuales la decadencia había entrado en los pueblos del Norte. No compartía la
tesis de Jörg Lanz von Libensfeld y del resto de ariosofistas sobre la
adulteración de la antigua religión germánica por los predicadores judíos y la
existencia de un “Kristo nórdico”, pero sí creía que los galileos eran “arios”
(cf. Alfred Rosenberg, El Mito del Siglo
XX, Editorial Retorno, Barcelona 2006).
[1] Es significativo
el testimonio sobre un orador del partido, Schirmer: “Schirmer había
permanecido en la URSS durante tres años y, por lo tanto, se encontraba
familiarizado con la tensión del ambiente que allí se respiraba. A su regreso a
Alemana se convirtió al nacionalsocialismo en cuerpo y alma, y puede decirse
que era de los que sabía llegar hasta lo más profundo de los tímidos burgueses,
inquietos ante el peligro del socialismo. ¡Un gran hombre! Un hombre al que podía uno confiar todo su
dinero con la seguridad de que antes moriría de hambre que tocar una sola
moneda. Se contaba de él que una vez fue presentado al Führer. El hombre alto y
rústico al que nunca se le había cortado la palabra, en aquella ocasión
permaneció de pie, atragantándose, parpadeando y sólo acertó a decir
finalmente: “Bien, Adolfo Hitler…” y, repentinamente, le estrechó las manos con
entusiasmo. Entonces volvió a sus cabales, enrojeció y ¡oh milagro!, se irguió,
saludó y diose media vuelta con la cara seria” (Relato del alboroto en una reunión, Kurt Massmann, Kampf: Lebensdokumente Deutscher Jugend von
1914–1934, Phillip Reclam jun., Verlag, 1934, pág. 228, recogido en La cultura nazi, George L. Mosse,
Ediciones Grijaldo, Barcelona 1973, pág. 61). Hitler era capaz de generar este
tipo de reacciones incluso en personas de carácter fuerte y poco impresionable.
[2] Diplomático de profesión y
escritor de vocación, prolongó su vida entre 1917 y 2009. Podría haber quedado
como un escritor interesado por la espiritualidad y de él se diría que tenía
una vocación de místico autodidacta, sino fuera por sus escritos de carácter
neo–nazi. Huérfano desde los siete años, se afilió al Movimiento Nacional
Socialista de Chile en un momento en el que esta opción atraía a buena parte de
la juventud de aquel país, dirigido por Gonzalo Van Maräes y Carlos Keller. En
1938, esta organización protagonizó un abortado intento de golpe de Estado que
costó la vida a 63 jóvenes de la organización, fusilados de manera
inmisericorde por el gobierno dirigido por Arturo Alessandri apoyado por la izquierda y el
centro–izquierda radical. La llamada “masacre del Seguro Obrero” tendría lugar
en el edificio de este nombre situado en un edificio próximo al Palacio de la
Moneda en donde 35 años después se suicidaría Salvador Allende ante el golpe de
Estado del General Pinochet. Serrano vivió de cerca este episodio en el que
fueron asesinados varios conocidos suyos. Viajará e 1947 como periodista a la
Antártida en el curso de una expedición internacional y luego, en 1951, viajará
a Europa donde conocerá a Hermann Hesse y Carl Gustav Jung. Dos años después
ingresará en el cuerpo diplomático siendo destinado a India, Yugoslavia y
Austria. Volvió a Chile durante el gobierno de Pinochet y sería a partir de
entonces cuando colaboraría, durante los años 80, con los medios juveniles
neo–nazis de aquel país, publicando sus libros sobre el ocultismo nazi y
manteniendo contactos con jóvenes de Europa y América que compartieron sus
ideas. No todos los neo–nazis chilenos aceptaron sus ideas, achacándole algunos
el que creara quimeras y falsas expectativas cosmogónicas que tenían como único
efecto retirar a militantes de la acción política para ponerlos en la vía
muerta del misticismo más vago. En 1977 escribió El cordón dorado, una visión
sobre el “ocultismo nazi” y a partir de ese momento publicó media docena de
libros que culminaron con Hitler, último avatara, en el que afirmaba que el
führer del Tercer Reich correspondía al Kalki Avatara de la tradición hindú
destinado a renovar el cosmos. Alegaba haber recibido todas estas informaciones
mediante comunicaciones astrales realizadas por su maestro, Carlos Rogat Salas,
fundador de una pequeña secta neoteosófica Sagrada Orden Brahmánica
Ti–U–Hin de la que, sin duda, Serrano estaba próximo.
[3] Cf. Arde el Reichstag. Del 30 de enero al 5 de
marzo de 1933, E. Milá, Revista de Historia del Fascismo, nº 26, noviembre
de 2013, págs. 6–83. Arthur Koestler había explicado cómo se concibió el Libro Pardo: “…se basaba en retazos de información aislados, deducciones,
especulaciones y descarados faroles. La única certeza que teníamos era que
algunos círculos nazis habían urdido de algún modo el incendio del Reichstag.
Todo lo demás eran disparos a ciegas. Sin embargo, dieron en el blanco. Al cabo
de pocas semanas, el Libro pardo se
había traducido a diecisiete idiomas y circulaban millones de copias. Se
convirtió en la Biblia de la cruzada antifascista…” (Arthur Koestler, Autobiografía, Vol. 3,
Euforia y Esperanza, Alianza Editorial,
Madrid, 1975 pág. 217 y sigs). Hoy se sabe que el autor de la falsificación había sido el brazo
derecho de Willi Münzenberg, Otto Katz (a) “André Simon” que acabaría siendo
ahorcado en la última purga de Stalin en 1952[3].
[4] En este contexto los pueblos
indo–europeos han tenido siempre muy arraigado en su estructura mental, el mito
del “Rey Perdido”: un rey querido por todos, justo, amado por su pueblo,
deseado, en un momento dado, desaparece;
su pueblo se niega a creer en su muerte; no es posible que los dioses hayan abandonado
a un ser tan noble y justo, se dicen, "no ha muerto, está vivo en algún
lugar, y un día regresará para ponerse al frente de sus fieles". Esta
estructura se repite una y otra vez en las viejas tradiciones de las distintas
ramas del tronco común indo–europeo. Podemos establecer que los últimos
reflejos en estado puro de tal mito terminan con Federico I Barbarroja y, ya en
una dimensión esotérica, con la marcha de los Rosacruces de Europa al inicio de
la Guerra de los Treinta Años. Pero el mito, ha reaparecido insistentemente en
la edad moderna e incluso contemporánea, mostrando la fuerza de su arraigo en
la mentalidad indo–europea: mito del Delfín de Francia que sobrevivió a su
cautividad en la Bastilla, mito de Don Sebastián de Portugal, etc.
[5] Rudolf Hess lo había expresado con claridad meridiana: “Hitler es Alemania
y Alemania es Hitler” (citado en El triunfo de la voluntad, una
visión simbólica, Martín García Hernández,
México 2008, pág. 4). O bien: “Este Estado popular alemán lleno de realidad no
descansa sobre apariencias ni sobre puntas de bayonetas, sino que radica en lo
más profundo del corazón del pueblo alemán. La personalidad de su creador es
para el pueblo esencia y contenido del nuevo Imperio. Hitler es Alemania, y
Alemania es Hitler. En Adolfo Hitler está hoy incorporado el pueblo alemán,
porque el pueblo se reconoce a sí mismo en su Personalidad” (Con Hitler en el poder.
Experiencias personales con mi Führer, Otto Dietricch, Ediciones
Sieghels, Argentina 2012, Introducción, pág. 18).
[6] Léase como
artículo significativo de toda una tendencia en esa dirección el publicado en
la revista Año Cero nº 242,
correspondiente a Septiembre de 2010, titulado Hitler: médium, poseso, mesías,
mago o el libro de título significativo Hitler
médium de Satán, Jean Prieur, Éditions Lanore 2004.
[7] “Puede entenderse
que Rauschning haya percibido a Hitler como un “poseso”: es la imagen que ha
transmitido en su libro y que Pauwels y Bergier han recogido” (Giorgio Galli, Hitler e il nazismo mágico, Rizzoli,
Milán 1989, pág. 35).
[8] Entre otros
fragmentos, destacamos estos, porque son los que se han ido repitiendo
insistentemente por todos los epígonos de Pauwels y Bergier (op. cit.):
“¡El
hombre nuevo vive entre nosotros! ¡Existe! –exclamó Hitler, con voz triunfal–.
¿Le basta con esto? Le confiaré un secreto. Yo he visto al hombre nuevo. Es
intrépido y cruel. Ante él, he tenido miedo. Al pronunciar estas palabras
–añade Rauschning–, Hitler temblaba con ardor extático”. (pág. 152)
“Una persona próxima a él, me dijo que Hitler se despierta
por las noches, lanzando gritos convulsivos. Pide socorro, sentado en el borde
de su cama, y está como paralizado. Es presa de un pánico que le hace temblar
hasta el punto de sacudir el lecho. Profiere voces confusas e incomprensibles.
Jadea como si estuviera a punto de ahogarse. La misma persona me contó una de
estas crisis, con detalles que me negaría a creer si procedieran de una fuente
menos segura. Hitler estaba en pie en su habitación, tambaleándose y mirando a
su alrededor con aire extraviado. "¡Es él! ¡Es él! ¡Ha venido aquí!",
gemía. Sus labios estaban pálidos. Por su cara resbalaban gruesas gotas de sudor.
De pronto, pronunció unos números sin sentido, algunas palabras y trozos de
frases. Era algo espantoso. Empleaba palabras muy extrañas, uniéndolas de un
modo chocante. Después, volvió a quedar silencioso, pero siguió moviendo los
labios. Entonces le dieron masajes y le hicieron beber algo. Pero, de pronto,
rugió: "¡Allí! ¡Allí! ¡En el rincón! ¡Está allí!" Daba patadas en el
suelo y chillaba. Le tranquilizaron diciéndole que nada ocurría de
extraordinario, y se fue calmando poco a poco. Durmió muchas horas y volvió a
ser un hombre casi normal y soportable...” (pág. 153)
“No se pueden comprender los planes políticos de Hitler si
no se conocen sus segundas intenciones y su convicción de que el hombre está en
relación mágica con el Universo”. (pág. 170).
“Cuando Hitler se dirigía a mí –prosigue Rauschning–,
intentaba explicar su vocación de anunciador de una nueva Humanidad en términos
racionales y concretos. Decía: "La creación no ha terminado. El hombre
llega claramente a una fase de metamorfosis. La antigua especie humana ha
entrado ya en el estadio del agotamiento. La Humanidad sube un escalón cada
setecientos años, y lo que se juega en esta lucha, a plazo más largo, es el
advenimiento de los Hijos de Dios. Toda la fuerza creadora se concentrará en
una nueva especie. Las dos variedades evolucionarán rápidamente en sentido
divergente. Una de ellas desaparecerá, y la otra florecerá. Será infinitamente
superior al hombre actual... ¿Comprende ahora el sentido profundo de nuestro
movimiento nacionalsocialista? El que sólo comprende el nacionalsocialismo como
movimiento político, no sabe gran cosa de él...” (pág. 173)
“«Forzoso es pensar en los médiums. Casi siempre son seres
corrientes, insignificantes. Súbitamente, les caen como del cielo unos poderes
que les elevan muy por encima del nivel común. Estos poderes son exteriores a
su personalidad real. Son visitantes venidos de otros planetas. El médium es un
poseso. Una vez liberado, vuelve a caer en la mediocridad. Indudablemente
ciertas fuerzas llegan a Hitler de esta forma; fuerzas casi demoníacas de las
cuales el personaje llamado Hitler no es más que la vestidura momentánea. Esta
conjunción de lo vulgar y lo extraordinario constituye la insoportable dualidad
que uno advierte desde que se pone en contacto con él. Es un ser que se diría
inventado por Dostoievski. Tal es la impresión que da, en un rostro extraño, la
unión de un desorden enfermizo con un turbio vigor.» (pág. 186)
“Nuestra revolución es una etapa nueva, o más bien la
etapa definitiva de la evolución que conduce a la supresión de la historia...»
O bien: «Usted no sabe nada de mí; los camaradas del Partido no tienen la menor
idea de los sueños que me visitan a menudo ni del edificio grandioso cuyos
cimientos, al menos, se habrán consolidado cuando yo muera... El mundo emprende
un giro decisivo; estamos en el gozne de los tiempos... El planeta
experimentará una conmoción que ustedes, los no iniciados, no pueden
comprender... Lo que ocurre es más que el advenimiento de una nueva
religión...” (pág. 186)
“Voy a contarle un secreto –le dice Hitler a Rauschning– :
estoy fundando una orden.» Menciona los Burgs, donde se celebrará la primera
iniciación. Y añade: «De allí saldrá el segundo grado, el del hombre medida y
centro del mundo, el del hombre–dios. El hombre–dios, la figura espléndida del
Ser, será como una imagen del culto... Pero hay todavía otros grados de los que
no me está permitido hablar...” (pág. 193).
[9] Kubizek, amigo de juventud de Hitler, dedica un capítulo de su libro
precisamente a describir el entusiasmo que ambos sentían por la obra de Richard
Wagner (op. cit., pág. 58 y sigs.).
Dice, por ejemplo: “La relación de Adolfo Hitler con la personalidad y la obra
de Ricardo Wagner está henchida de aquella peculiar consecuencia que determina
toda su naturaleza. Desde su primera juventud hasta su muerte se mantiene fiel
al genio de Bayreuth” (pág. 58).
[10] A. Kubizek, op. cit., págs. 93–96.
[11] Se denomina así
por la reacción que el escritor Stendhal describió al visitar en 1817 la
Basílica de la Santa Cruz de Florencia y que publicó en su obra Nápoles y Florencia: un viaje de Milán a
Reggio (Editorial pre–textos, Madrid 1998). Fue descrito en 1979 por la
psiquiatra italiana Graziella Magherini que describió un centenar de casos en El síndrome de Stendhal, SLU Libros,
Madrid 1990).
[12] Aunque sea una
exageración, se ha dicho que Hitler fue objeto de 42 atentados, todas ellas
frustradas por distintos motivos. En realidad, los atentados reconocidos por
los historiadores apenas fueron seis.
[13] Objetivo: Matar a Hitler, Gabriel
Glassman, Nowtilus Pocket, Mdrid 2010,
págs. 129–132
[14] Blitzkrieg: la victoria alemana en la guerra
relámpago, Carlos Canales Torres y Miguel del Rey Vicente, Editorial EDAF,
Madrid 2012.
[15] Nicola Abagnano, Diccionario de Filosofía, Martins
Fontes, Sao Paolo 1998, entrada “intuición”, pág. 581
[16] No comía habitualmente carne, pero sí ingería algunos productos derivados de los animales: queso, leche, mantequilla, huevos. Sin embargo, ocasionalmente, ingería carne en forma de salchichas, carne de caza, jamón e hígado. Parece que tenía problemas intestinales desde muy joven. En 1911, al menos durante un tiempo, se había alimentado de verduras y frutas para resolver estas molestias. También se ha atribuido el vegetarianismo de Hitler a la estricta observancia de los consejos dados por Richard Wagner (cf. The Mind of Adolf Hitler, Walter C. Langer, Basic Books, Nueva York 1972, págs 54–55). La cuestión se ha complicado porque algunas organizaciones vegetarianas antinazis han intentado demostrar que Hitler “no era de los suyos” (cf. Rynn Berry, Why Hitler Was Not a Vegetarian, Pitagoras Pub, Londres 2004). De todas formas, testimonios como el de León Degrelle o de muchos de su entorno no dejan lugar a dudas: era vegetariano, no fumaba y no ingería alcohol. Se tiene la seguridad de que a partir de su encierro en la prisión de Ladsberg ya había asumido este estilo de vida, aunque hay que añadir también, que su vegetarianismo ni era radical, ni fundamentalista. León Degrelle escribió: "No soportaba comer carne, porque significaba la muerte de una criatura viva. Sólo toleraba los huevos, porque la puesta del huevo significaba que la gallina había sido conservada en vez de sacrificada". Goebbels en su diario también apunta en la misma dirección (J. Goebbels, Diario de Goebbels, La Esfera de los Libros, Mdrid 2007, pág. 382).
[17] Los pitagóricos
prohibían la ingesta de habas, los musulmanes, judíos y adventistas, de cerdo y
derivados, así como de alcohol, los hindúes de vacuno, los judíos la carne de
caballo, Moisés prohíbe el consumo de sangre debido a que es fuente de
vitalidad, prohibiciones presentes en el Corán y en la Torah. Véase Diccionario de Símbolos, Jean Chevalier
y Alain Gheerbrandt, Editorial Herder, Barcelona 1986).
[18] Antropología del género: Cultural, Mitos y
Estereotipos sexuales, Aurelia Martín Casares, Ediciones Cátedra, Madrid
2006, pág. 49 y 59–60.
[19] Las informaciones
que se han difundido a partir de la publicación del libro de Tomas Weber, La primera guerra de Hitler (Editorial
Taurus, Barcelona 2012) en la que se cuestiona la falta de valor de Hitler en
combate no es creíble. En primer lugar, se presentó voluntario, pero, sobre
todo, después de la Primera Guerra Mundial, todo su primer entorno estuvo
formado por excombatientes, algunos de los cuales como Rohem, Ritter von Epp,
el Capitán Mayer, el capitán Erdhardt y otros muchos representantes de los
Cuerpos Francos y de las SA, eran suficientemente “sensibles” al valor militar
como para que no estuvieran seguros de a quién seguían. Así mismo, es difícil
pensar cómo a la propaganda antinazi del KPD se le pudo escapar este dato
cuando existían supervivientes del regimiento en el que combatió Hitler y casi
¡cien años después! un profesor de Aberdeen descubre aquello que los más
próximos a Hitler (y a la propia Wehrmacht)
se le había escapado. Véase entrevista con Thomas Weber realizada por Víctor
Amela, La contra, La Vanguardia, 30
de agosto de 2012. Entre otros deslices, Weber afirma que el antisemitismo de
Hitler derivaba de un incidente que tuvo con un judío de su regimiento en
septiembre de 1919, cuando el mismo Hitler explica que su antisemitismo databa
de los tiempos en los que vivía en Viena…
[20] Cf. Milicia, Ernesto Milá, Ediciones
Identidad, Valencia, 2007, págs. 10–34.
[21] Hitler y las sociedades secretas, Julius
Evola, artículo publicado en Il
Conciliatore, octubre de 1971 (traducción completa del artículo en
Biblioteca Evoliana, E. Milá,
http://juliusevola.blogia.com/2006/100302–hitler–y–las–sociedades–secretas.–julius–evola.php
[22] Cf. El teatro de Ibsen y su influencia sobre la
crítica de Hitler a la democracia, E. Milá, Revista de Historia del
Fascismo, nº 1, Octubre/Noviembre 2010, pág. 6–19.
[23] “Las circunstancias me eran desde luego más propicias, y lo que entonces
me pareciera una jugada del Destino, lo considero hoy una sabiduría de la
Providencia.”(Mi Lucha, op. cit.,
pág. 17), “Cuánto agradezco hoy a la Providencia haberme hecho vivir esa
escuela” (op. cit., pág. 22); “Quien
no está dispuesto a luchar por su existencia o no se siente capaz de ello es
que ya está predestinado a desaparecer, y esto por la justicia eterna de la
Providencia. ¡El mundo no se ha hecho para los pueblos cobardes!” (op. cit., pág. 61); “El Estado tampoco
consiste (no debe consistir) en una reunión de gestores económicos
desarrollando una actividad con límites definidos, sino que es la organización
de una comunidad de seres moral y físicamente homogéneos, con el objeto de
mejorar las condiciones de conservación de su raza y así cumplir la misión que
a ésta le tiene señalada la Providencia” (op.
cit., pág. 93); “Más de una vez me atormentó la idea de que, si la
Providencia me hubiese colocado en el lugar de esos ignorantes o mal
intencionados, incompetentes y criminales de nuestro servicio de propaganda,
quizá otro hubiera sido el desenlace de la lucha (op. cit., pág. 115); “el valor y la significación de la idea
monárquica no radican en la persona del Monarca mismo, salvo en el caso de que
la Providencia quiera coronar a un héroe genial como Federico el Grande o a un
espíritu sabio como Guillermo II” (op.
cit., pág. 146); “Aquellos que se hacen bastardos, o que se dejan
contaminar, atentan contra la voluntad de la Providencia y su aniquilamiento no
es una injusticia, sino un restablecimiento del orden natural” (op. cit., pág. 199)… y así
sucesivamente.
[24] La idea central de
Rosenberg era el establecimiento de una “religión de la sangre” que sintonizase
con los impulsos más íntimos, profundos y arraigados de los pueblos del norte.
Esta “religión de la sangre” debía de ser el trampolín para cortar la
degeneración racial y la decadencia cultural. Reconocía sus formas en las tres
antiguas ramas religiosas indoeuropeas: doctrinas védicas, zoroástricas y
paganas greco–latinas. La universalidad del cristianismo le repugnaba y la idea
del pecado original la consideraba completamente ajena a los pueblos
indoeuropeos que se consideraban “nobles”. Veía en el cristianismo el producto
de la mentalidad judía y sostenía que era uno de los factores a través de los
cuales la decadencia había entrado en los pueblos del Norte. No compartía la
tesis de Jörg Lanz von Libensfeld y del resto de ariosofistas sobre la
adulteración de la antigua religión germánica por los predicadores judíos y la
existencia de un “Kristo nórdico”, pero sí creía que los galileos eran “arios”
(cf. Alfred Rosenberg, El Mito del Siglo
XX, Editorial Retorno, Barcelona 2006).
[25] Hitler y las sociedades secretas, Julius Evola, artículo publicado en Il Conciliatore, octubre de 1971 (traducción completa del artículo en Biblioteca Evoliana, E. Milá, http://juliusevola.blogia.com/2006/100302–hitler–y–las–sociedades–secretas.–julius–evola.php
[26] Cf. El teatro de Ibsen y su influencia sobre la crítica de Hitler a la democracia, E. Milá, Revista de Historia del Fascismo, nº 1, Octubre/Noviembre 2010, pág. 6–19.
[27] “Las circunstancias me eran desde luego más propicias, y lo que entonces me pareciera una jugada del Destino, lo considero hoy una sabiduría de la Providencia.”(Mi Lucha, op. cit., pág. 17), “Cuánto agradezco hoy a la Providencia haberme hecho vivir esa escuela” (op. cit., pág. 22); “Quien no está dispuesto a luchar por su existencia o no se siente capaz de ello es que ya está predestinado a desaparecer, y esto por la justicia eterna de la Providencia. ¡El mundo no se ha hecho para los pueblos cobardes!” (op. cit., pág. 61); “El Estado tampoco consiste (no debe consistir) en una reunión de gestores económicos desarrollando una actividad con límites definidos, sino que es la organización de una comunidad de seres moral y físicamente homogéneos, con el objeto de mejorar las condiciones de conservación de su raza y así cumplir la misión que a ésta le tiene señalada la Providencia” (op. cit., pág. 93); “Más de una vez me atormentó la idea de que, si la Providencia me hubiese colocado en el lugar de esos ignorantes o mal intencionados, incompetentes y criminales de nuestro servicio de propaganda, quizá otro hubiera sido el desenlace de la lucha (op. cit., pág. 115); “el valor y la significación de la idea monárquica no radican en la persona del Monarca mismo, salvo en el caso de que la Providencia quiera coronar a un héroe genial como Federico el Grande o a un espíritu sabio como Guillermo II” (op. cit., pág. 146); “Aquellos que se hacen bastardos, o que se dejan contaminar, atentan contra la voluntad de la Providencia y su aniquilamiento no es una injusticia, sino un restablecimiento del orden natural” (op. cit., pág. 199)… y así sucesivamente.
[28] La idea central de Rosenberg era el establecimiento de una “religión de la sangre” que sintonizase con los impulsos más íntimos, profundos y arraigados de los pueblos del norte. Esta “religión de la sangre” debía de ser el trampolín para cortar la degeneración racial y la decadencia cultural. Reconocía sus formas en las tres antiguas ramas religiosas indoeuropeas: doctrinas védicas, zoroástricas y paganas greco–latinas. La universalidad del cristianismo le repugnaba y la idea del pecado original la consideraba completamente ajena a los pueblos indoeuropeos que se consideraban “nobles”. Veía en el cristianismo el producto de la mentalidad judía y sostenía que era uno de los factores a través de los cuales la decadencia había entrado en los pueblos del Norte. No compartía la tesis de Jörg Lanz von Libensfeld y del resto de ariosofistas sobre la adulteración de la antigua religión germánica por los predicadores judíos y la existencia de un “Kristo nórdico”, pero sí creía que los galileos eran “arios” (cf. Alfred Rosenberg, El Mito del Siglo XX, Editorial Retorno, Barcelona 2006).
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