Así pues,
a lo largo de este ensayo vamos a intentar ofrecer un repaso de la panorámica
ocultista existente en el momento en el que nació el Partido Obrero Alemán,
precedente del NSDAP. En la primera parte, nos preocuparemos por desvelar dos
lugares habituales de toda la marejada de errores derivados de El Retorno de los Brujos. Veremos que
los caminos de Hitler no pasaron jamás por el ocultismo ni por la astrología.
Esto nos llevará por las revistas, los personajes y las organizaciones
ariosóficas, hasta llegar a la Sociedad Thule. Analizaremos detenidamente a
esta estructura y sus relaciones con Hitler, así como la opinión de éste sobre
los grupos ariosóficos. Veremos, a continuación, todo lo relativo a la
problemática religiosa del Tercer Reich y a cómo vivieron aquel régimen las
agrupaciones ocultistas y ariosóficas. Nos veremos obligados a aludir al
presunto o real “ocultismo” que apareció en las SS y en otras estructuras del
Estado alemán como la Anhenerbe.
Al
terminar estas páginas, creemos que será posible establecer nuestra tesis que
podemos enunciar así ahora mismo: “No
existió ninguna relación apreciable entre el NSDAP, Hitler y el Tercer Reich y
los movimientos esotéricos, mágicos u ocultistas”…
Tras
definir lo que fue la “ariosofía” y las organizaciones ariosóficas será preciso
encuadrarla dentro del espacio que le corresponde. Solamente con este paso
previo estaremos en condiciones de entender la posición de Hitler en relación a
este sector. Y esto nos permitirá movernos con más facilidad a la hora de
valorar los documentos históricos sobre las relaciones del fundador del NSDAP
con la ariosofía.
Sobre el
encuadre histórico. La ariosofía era una de las tendencias del movimiento “völkisch”, el cual, a su vez, era una
de las cinco corrientes que concurrían en el fenómeno que se ha dado en llamar “la
revolución conservadora” (siendo las otras cuatro, el movimiento bündisch o “movimiento de juventud”, el
movimiento de los jóvenes conservadores, los nacional–revolucionarios y el Landvolkbewegung o “movimiento campesino”). Así pues, la ariosofía es una subdivisión de
uno de los estos grupos: el movimiento völkisch.
Se entiende por “revolución
conservadora”, aquella tendencia político–intelectual que cristaliza en los
años posteriores a la Primera Guerra Mundial en forma de una nueva forma de
nacionalismo y de conservadurismo que ya no están ligados al período
guillermino ni al Segundo Reich. No cristalizaron nunca en un movimiento único
sino en una galaxia de organizaciones, revistas, círculos, corrientes de
opinión muy diversas con unas pocas características comunes:
1) Valoración de la
calidad sobre la cantidad, rechazo por tanto el igualitarismo.
2) Rechazo de la
concepción democrática de la vida y de la política.
3) Rechazo del marxismo
en tanto que forma de materialismo.
4) Valoración de la “comunidad
del pueblo”, frente a la lucha de clases.
5) Rechazo a la
civilización industrial y tendencia al “retorno a la naturaleza”.
6) Propuesta de un
Tercer Reich para superar el burguesismo del Segundo Reich.
7) Rechazo a los grandes
partidos burgueses y a sus opciones.
8) Interpretación de aquel
momento histórico como una fase de decadencia.
9) Espíritu activista y
voluntarista y rechazo del conservadurismo burgués.
Se suele confundir el “nacional–
socialismo” con la “revolución conservadora”, tratándose de fenómenos
diferentes. El nacional–socialismo fue un movimiento político de masas (las
distintas corrientes de la Revolución Conservadora nunca pasaron de ser
grupúsculos y jamás tuvieron vocación ni interés por arrastrar a las masas) que
se benefició del clima de la época y que incorporó algunos elementos
procedentes de estas corrientes, reformulando otros y poniéndolos al servicio
de un pragmatismo político. Lo que sí hicieron algunos intelectuales de la
Revolución Conservadora fue preparar el clima intelectual que luego favorecería
la ascensión del nacional–socialismo. Hubo tránsitos de militantes en todas
direcciones. Algunos miembros de la Revolución Conservadora acabaron en el
NSDAP, otros en el KDP, y los mismos tránsitos se realizaron en dirección
opuesta. . Sin olvidar, por supuesto, que algunos grupos de la Revolución
Conservadora estaban más próximos que otros al NSDAP. Los völkischen, por ejemplo.
En efecto, para los völkischen el factor esencial que
imprime carácter a un pueblo es la raza. Para ellos, la raza no es solamente la
forma, sino también el espíritu, los valores. Hablar de raza, pues, implica
también hablar de “orígenes”. Para unos raza será equivalente a “germanidad”,
para otros la “raza nórdica”, otros aludirán a la “raza de la luz clara que se
enfrenta a la raza de las tinieblas” y en otras se utilizará el concepto “raza”
para definir algo que, en realidad, es historia, la historia del “volk”, del
pueblo que ha visto como el paso de los siglos, modelaba sus características. Y
de entre todos estos grupos, habrá algunos que pondrán especial relieve en los “orígenes”.
Éstos se preguntarán de dónde procede el “volk” y las respuestas dependerán del
filtro: los habrá que harán un análisis filológico (para estos, la lengua del
pueblo será el factor esencial que indicará el origen), otros se fijarán en la
biología (y enfatizarán el concepto de raza), y otros, finalmente, apelarán al
ocultismo. Estos últimos, serán los ariósofos.
Ya hemos aludido a los
fundadores de la ariosofía y a sus ideas centrales. Así pues, los völkischen tienen un su interior una
tendencia ocultista a la que pertenecen la publicación Ostara, y movimientos
como la Orden de los Germanos o la Orden del Nuevo Templo. Y dentro del grupo
de los völkischen tampoco existe
unidad sino una multiplicidad de círculos y tendencias. Ni siquiera, como se
suele pensar, existió unanimidad de los völkischen
en relación al antisemitismo: existieron incluso grupos de estos de carácter
filosemita.
En general, puede
decirse que sólo una parte de los völkischen
compartían las tesis ocultistas en sus distintas ramas: los ariósofos. El resto
se mantenían distantes de ellos y los jóvenes conservadores, los
nacional–revolucionarios, o los movimientos estudiantil y campesino, albergaban
los mayores recelos. Para Ernst Jünger (joven conservador), las teorías de los
ariósofos eran “los temas más trillados por los profesores de pueblo de hace
cincuenta años”[1]. Los nacional–revolucionarios como
de los nacional–conservadores: “estos dos grupos toman distancias respecto a
los Völkischen, en los que ven
parientes lejanos algo fastidiosos. Para los jóvenes–conservadores y los
nacional–revolucionarios, por diversas que sean también sus posiciones, los Völkischen son una masa confusa, con
divisiones poco claras, que no es digna de ser tomada en serio incluso cuyo
aspecto resulta cómico”.
¿Cuál es el problema? El
problema es que Hitler se consideraba
völkisch y él mismo se presenta como tal en Mi Lucha en donde la palabra völkisch
aparece en numerosas ocasiones; no así la palabra “ariosofía” que en absoluto
es mencionada. Hitler fue un militante völkisch, pero ¿tuvo alguna relación con
la ariosofía? No desde luego después de la Primera Guerra Mundial. No existe
absolutamente ninguna fuente histórica que aluda a ningún tipo de relación, ni
directa, ni indirecta, con esta corriente. ¿Y antes de la guerra o durante su
estancia en Viena, ciudad en la que existían distintos círculos ariosóficos?
Vale la pena dar unas pinceladas sobre esta cuestión.
Se sabe que Hitler
permaneció en Linz entre 1900 y 1905, una ciudad en la que estudió en el
instituto de segunda enseñanza Fadingergymnasium. Sus padres están enterrados
en Leonding, cerca de Linz. Tenía en esa época entre 11 y 16 años. Un profesor,
el Doctor Leopold Pötsch, le descubrió el nacionalismo y el pangermanismo. A
partir de entonces “Hitler manifestó mucho entusiasmo por las lecciones de
historia y su fe en una “Alemania” símbolo romántico del Volk y encarnación viviente de la idea imperial puede remontarse a
estas experiencias escolares en Linz”[2].
Goodrick–Clarke cita la obra de Heer quien se preocupó de recoger testimonios
de compañeros y conocidos de Hitler en aquella época. A partir de estos
testimonios puede constatarse que desde la temprana edad de 16 años, Hitler ya
estaba impregnado de ideas sobre la importancia de la raza ya distinguía entre “alemanes”
y “no alemanes”.
Cuando Hitler se
trasladó a Viena para iniciar su carrera como artista, est se vio
prematuramente truncada por su fracaso en la prueba de acceso a la Academia de
Bellas Artes. Su madre murió en 1907 y él volvió a Viena en febrero de 1908.
Vive con August Kubizek, su amigo de infancia, al que había conocido en Linz.
Ambos jóvenes frecuentan exposiciones artísticas, óperas de Wagner, dan paseos
por la ciudad. En noviembre, a causa de su escasez de fondos para sobrevivir,
se traslada a una pensión muy modesta y vive en plena indigencia. Algunas de
estas experiencias son narradas por el propio Hitler en Mein Kampf y otras por su amigo August Kubizek. No hay en ellas
absolutamente ninguna referencia a la ariosofía. Es en esa época en la que
comienza a ser antisemita. En Mi Lucha,
Hitler reconoce que fue en aquel período en el que leyó algunas publicaciones
racistas que le permitieron anclar su ideología en esta concepción. ¿A qué
publicaciones se refería?
Desde antes de que se
produjera el Anchluss (la anexión de
Austria por Alemania), era frecuente que os círculo antinazis vieneses
intentaran ridiculizar al nacional–socialismo asimilándolo a los grupos más
excéntricos que en esos momentos utilizaban la esvástica. Ahí procede la
leyenda de la relación entre Hitler y la revista Ostara[3].
Para Daim el nazismo no era más que un sistema religioso “perverso” y, como
todo sistema religioso, existía la necesidad de definir a un “profeta
inspirado”. Para Daim, la revista Ostara
contenía una cantidad de temas suficientemente similares a los que manejó la
propaganda hitleriana (antisemitismo, nacionalismo racial, vitalismo,
utilización de la esvástica…), por tanto, ese “profeta inspirado” no podía ser
otro de Jörg Lanz von Liebensfeld, su fundador y director. Pero para poder
demostrar esta tesis era preciso que existiera, al menos, un dato histórico
constatable que demostrara que Hitler conocía los contenidos de la revista Ostara. Un problema, porque, la fuente
de datos más fiable y completa sobre aquella época de Hitler en Viena es August
Kubizek y no alude en lugar alguno ni a von Liebensfeld, ni a la revista, ni a
nada parecido a las tesis ariosóficas.
El 11 de mayo de 1951,
Daim visitó a Lanz que residía en un barrio próximo a Viena cuando tenía 76
años (murió cuatro años después) y lo entrevistó sobre sus relaciones con
Hitler. El anciano le confirmó que en 1932 había escrito una carta a un
discípulo en la que decía: “Hitler era uno de nuestro”. A partir de aquí, sus
partidarios no dejaron de repetir que el NSDAP y el nacional–socialismo no eran
más que “desarrollo secundarios de la revista Ostara”. Lanz comentó a Daim que
Hitler había visitado la redacción de Ostara en Rodaun en 1909. Y que le había
dado como dirección la Felberstrasse. Según le dijo, compraba la revista de
Lanz en un kiosco próximo a su miserable pensión. Le comentó estar muy
interesado por sus tesis raciales y quería tener un mejor conocimiento de las
mismas por lo que deseaba adquirir los números que la faltaban de la colección
de Ostara. Dado que, por su aspecto,
era evidente que Hitler en esos momentos carecía de recursos económicos, Lanz
le regaló los números atrasados, así como dos coronas para que pudiera pagar su
billete de autobús para regresar a su pensión[4].
Hasta aquí lo que Daim pudo recabar y que publicó en su libro Der Mann, der Hitler die Ideen gab. Jörg Lanz von Liebenfels[5].
Efectivamente, los investigadores
que trabajaron sobre el libro de Daim pudieron constatar, algo que ya se sabía,
que Hitler había residido entre el 18 de noviembre de 1908 y el 20 de agosto de
1902 en el 22 de la Felberstrasse. Y se sabía gracias al testimonio de August
Kubizek, cuyo libro había gozado de una extraordinaria difusión en la
postguerra[6]. Gracias a esta obra, tampoco era
un secreto que Hitler atravesó un período de extrema pobreza[7] y que en Viena se sintió siempre
como un inadaptado[8]. Daim también dijo haber ubicado
el kiosco en el que Hitler adquiriría mensualmente Ostara… Por tanto,
asunto resuelto, Lanz conocía a Hitler, indiscutiblemente. Pero había algún
punto oscuro…
El libro de Daim fue publicado dos
años después de la muerte de Lanz, cuando éste ya no podía desmentirle. Dado
que en historiografía, como en derecho, “testimonio único, testimonio nulo”,
Daim, para hacer creíble su tesis, se vio obligado a buscar un testigo que la
reforzara y lo encontró en Joseph Greiner. Éste acababa de publicar su obra Das
Ende des Hitler–Mythos[9] y era considerado como un “testigo
principal” de los años que Hitler había pasado en Viena (en esa época no se
había publicado aún el libro de Kubizek, un verdadero tributo a su amistad que
el autor solamente se decidió a publicar ante la inflación de obras que
presentaban los años de Hitler en Viena de una manera muy diferente a cómo él
los recordaba). Greiner confirmó las relaciones de Hitler con Lanz y afirmó que
había mantenido con él una relativa amistad en la pensión de Maldemannstrasse,
en Viena, donde Hitler vivió a partir de febrero de 1910 y hasta su marcha a
Munich en mayo de 1913. Entre las declaraciones que Greiner realizó a Daim
figuraba el que Hitler poseía en su habitación una importante colección de
Ostara. Luego conocía la revista y estaba familiarizado con las tesis
ariosóficas... Tal era la conclusión que podía deducirse de la declaración del
oportuno compañero de pensión que había reconocido una cincuentena de revistas
apiladas en un montón de unos 25 cm de altura. Daim le mostró las portadas de
algunos números de Ostara y Greiner dijo reconocer los de la primera
época. Añadió, además, el nombre de un nuevo testigo, un tal Grill que vivía
con ellos en la pensión y que habría intercambiado ideas con Hitler sobre las
ideas de Lanz von Liebensfeld, recordando incluso que ambos –Grill y Hitler–
estaban decididos a visitar a Lanz y habían viajado a la abadía de
Heiligenkreuz a pedir su dirección[10]. Así pues, Daim, el antiguo
activista católica antinazi, convertido en parapsicólogo, podía atar su tesis
según la cual las ideas de Ostara habían inspirado al “primer Hitler”.
Pero las cosas distaban mucho de estar tan claras y hoy, todas estas fuentes,
están desechadas.
Las revelaciones de Greiner
contenidas en su libro eran tan clamorosas que llamaron poderosamente la
atención de los historiadores. Alguno realizó un análisis crítico de los datos
contenidos en su obra[11]. El resultado fue que todo el
testimonio de Greiner se disolvió como un azucarillo. Los errores contenidos de
su obra eran de tal calibre y las ambigüedades tan amplias, que era lícito
preguntarse incluso si Greiner había convivido con Hitler y si lo conoció
realmente. Las fechas que Greiner da sobre su estancia en la pensión
(1907–1909) no coinciden con las reales (Hitler llegó a la pensión en 1910). Y,
sobre todo, el dato del viaje a la abadía de Heiligenkreuz no podía ser en modo
alguno real… porque la dirección de Lanz figuraba en la mancheta de todos los
números de Ostara, sin excepción. Redimensionando estos datos en el
contexto del libro de Greiner, vemos que pierde credibilidad.
Si Hitler hubiera sido influencia
por Lanz o por cualquier otro autor ariosófico, se puede pensar que hubiera
reconocido el tributo que le debía, como hizo con otros muchos intelectuales y
artistas que influyeron en su vida (Wagner, Nitzsche, Goethe, etc.). Sin
embargo, esto no ocurrió jamás: no hay constancia, en ningún documento, en
ninguna conversación privada, en ningún artículo, ni discurso, en ningún
reconocimiento oficial, de la más mínima referencia a la ariosofía o a
Lanz.
Ahora bien, el único punto en el
que podría subsistir la duda es a partir de determinadas similitudes entre la
doctrina de Lanz y la de Hitler. Pero estas similitudes son muy relativas. Los
motivos por los que Hitler se convierte en antisemita son muy distintos a los
defendidos por Lanz para hacer otro tanto. Es cierto que ambos alardean de un
pensamiento dualista y maniqueo: arios contra judíos… pero en la visión de
Hitler hay otros muchos elementos y su antisemitismo no procede de una visión
cósmico providencialista, sino del rechazo social que experimentó hacia los
judíos que vio en Viena[12], lo que finalmente le lleva a
decir: “El antípoda del
ario es el judío. Ningún otro pueblo del mundo posee un instinto de
conservación más poderoso que el del llamado "pueblo elegido". Ya el
simple hecho de la existencia de esta raza podría servir de prueba cierta para
esta verdad. ¿Qué pueblo, en los últimos dos milenios, sufrió menos
alteraciones en su disposición intrínseca, en su carácter, etcétera, que el
pueblo judío? ¿Qué pueblo, en fin, sufrió mayores trastornos que éste,
saliendo, sin embargo, siempre librado en medio de las más violentas
catástrofes de la Humanidad? ¡La voluntad de vivir, de una resistencia infinita
para la conservación de la especie, habla a través de estos hechos!”[13]. Pero en las páginas anterior,
Hitler explica qué le llevó a esta conclusión y si bien la frase “el antípoda
del ario es el judío” implica una auténtica forma maniquea y dualista de
considerar la cuestión ¡ni llega a ese punto por el mismo razonamiento que Lanz
y los ariósofos, ni siquiera tiene las mismas implicaciones cosmogónicas que le
da Lanz, ni por supuesto da la razón en un solo punto al que éste manifestó en
su obra La Theozoologia, o los simios de
Sodoma y el electrón de los dioses, cuyo título es toda una declaración
sobre lo que el lector va a encontrar… Ninguna, absolutamente ninguna de las
ideas contenidas en esta obra (a la que ya hemos hecho referencia al hablar de
la ariosofía) coincide ni de cerca ni de lejos con Hitler. Sin olvidar –y esto
es esencial– que Lanz, como Guido von List y más tarde como Karl María
Willigut– afirmarán haber obtenido lo esencial de sus orientaciones a través de
canales paranormales, de la misma forma que la Blavatsky aludía a la “escritura
automática” inducida por los “mahatmas” o Alice Ann Bailey aludía a “clariaudiencia”.
El antisemitismo de Hitler está perfectamente explicado en Mi Lucha, se le puede achacar el que a partir de una divagación
personal, se sitúa en un rechazo universal, pero en absoluto que su
antisemitismo parta de un universo mágico, irracional y paranormal.
Así cuando Hitler alude
a que en Viena había leído los primeros panfletos antisemitas[14], determinados autores
malintencionados quieran ver una alusión a la lectura de Ostara, olvidando, no sólo que cuando alude a esas publicaciones,
lo hace de manera crítica (véase la nota 34), sino que, en aquel momento, por
Viena circulaban infinidad de panfletos antisemitas que no tenían nada que ver
con la ariosofía, ni con Ostara[15]. Se basaba en una selección de
datos que priorizaba la percepción de judías en la dirección de las actividades
estratégicas, económicas y sociales, de Alemania y Austria. Era rigurosamente
cierto que, en la época, la mayoría de dirigentes de la socialdemocracia
alemana, por ejemplo, tenían apellidos judíos[16]. Por eso Hitler escribe: “Sentí
escalofríos cuando por primera vez descubrí así en el judío al negociante
desalmado, calculador, venal y desvergonzado de ese tráfico irritante de
vicios, en la escoria de la gran urbe. No pude más, y desde entonces nunca
eludí la cuestión judía. Por el contrario, me impuse ocuparme en adelante de
ella. De este modo, siguiendo las huellas del elemento judío a través de todas
las manifestaciones de la vida cultural y artística, tropecé con ellos
inesperadamente donde menos lo hubiera podido suponer: ¡Judíos eran también los
dirigentes del Partido Socialdemócrata Ahora que me había asegurado que los
judíos eran los líderes de la Socialdemocracia, comencé a ver todo claro. La
larga lucha que mantuve conmigo mismo había llegado a su punto final”.
Cuando se compara
algunas medidas adoptadas por Hitler una vez en el poder, con las ideas
raciales de Lanz (por ejemplo el programa de natalidad Lebensborn asumido por las SS o las opiniones de Lanz y de Hitler
sobre el matrimonio, las Leyes Raciales de Nuremberg) y, demasiado
apresuradamente algunos autores convienen en que son “similares”, haría falta
que explicasen en donde ven tal similitud. Pensar que la promulgación de leyes
que impide la mezcla racial, implicaría aceptar que las leyes sudafricanas que
hasta principios de los años 90 favorecían el apartheid o la legislación
norteamericana que se prolongó hasta principios de los años 60 que impedía el
acceso de los negros a la enseñanza superior o a los asientos delanteros de los
transportes públicos, tenían su origen de la ariosofía. No puede confundirse el
pensamiento “racista” con la “ariosofía”. Como máximo puede aceptarse que una
parte del racismo alemán del primer tercio de siglo era de naturaleza
ariosófica… pero no el practicado por el NSDAP que se basaba, fundamentalmente,
en la fisiología y en la biología, no en “verdades reveladas” a través de
videntes.
Y luego están aquellos
puntos en los que el pensamiento ariosófico y el pensamiento de Hitler son
manifiestamente opuestos. Lanz, por ejemplo, era monárquico a la antigua
usanza, partidario de la dinastía de los Habsburg. Hitler nunca albergó la más
mínima simpatía por esta idea. Lanz aceptaba los rituales católicos,
adaptándolos a su particular (y más que excéntrico) visión del cristianismo.
Hitler, en cambio, a pesar de que hizo siempre vagas alusiones a la “providencia”,
no tenía confesiones religiosas particularmente arraigadas.
Pero hay un elemento
definitivo que demuestra que Hitler no albergó nunca la menor simpatía, el más
mínimo interés, ni consideración por la ariosofía ni por cualquiera de sus
representantes: todas sus organizaciones y revistas fueron prohibidas durante
el Tercer Reich. El régimen practicó –al menos, inicialmente– una política de
mano tendida hacia la Iglesia y procuró en todo momento atenuar las diferencias
y discrepancias entre la Iglesia Católica y las iglesias protestantes. Si las
relaciones con la Iglesia no fueron todo lo óptimas que podían haber sido se
debió a que el Vaticano no admitió jamás que el Reich, a través de las
Juventudes Hitlerianas, le hubiera sustituido como educador de la juventud.
Y luego, además de Lanz,
estaba von List. Daim también investigó en esa dirección. Y también contó con
el “testigo clave”. En esta ocasión se trataba de una dama, Elsa Schmidt–Falk
cuyo hogar en Munich, según decía, había sido visitado por Hitler con cierta
frecuencia. El matrimonio anfitrión había sabido por el propio Hitler que
estaba, no solamente bien informado sobre las ideas de List, sino que las
compartía “con entusiasmo”[17]. Añadió que la Sociedad List de
Viena le había extendido una carta de recomendación para el presidente de la
Sociedad homóloga de Munich. Elsa Schmidt–Falk estaba integrada en el NSDAP de
Munich en los años 20 y, según declaró, conocía el interés de Hitler por varios
libros de List que conocía bien y que utilizaba para discutir con ella sobre
dioses germánicos y mitologías nórdicas. Además, sostenía que Hitler había
impulsado a List a emprender las excavaciones en la Catedral de San Esteban y
que había quedado impresionado por los relatos sobre folklore alemán y el
origen de la esvástica. Añadía, finalmente, que Hitler le comentó que no sólo
él entre la cúpula del NSDAP compartía las tesis de List, sino que también
Hess, Ludendorf o Dietrich Eckart se situaban en las mismas posiciones[18].
El testimonio es más que
dudoso. Si bien hay datos que indican que Hess y Eckart se interesaron por el
ocultismo e incluso se tiene la seguridad de que fueron miembros de la Sociedad
Thule, no hay ninguna prueba de que Ludendorf manifestara el mismo interés por
la ariosofía. De hecho, lo suyo era una forma completamente diferente de
neo–paganismo, fuertemente influida por su segunda esposa. Incluso en los casos
de Hess y Eckart, cabe decir que, en sus biografías, como en la de Hitler, no
existe el menor dato que permita pensar que se interesaron en la obra de List.
En el caso de Hitler, el interés por la mitología nórdica no deriva de las
lecturas de List o Lanz, sino de las óperas de Wagner. Esto se sabe, porque lo
afirmó él mismo en muchas ocasiones[19]: no hace falta haber pasado por
List para conocer la mitología germánica y los conocimientos a los que alude
Kukizek demuestran que los que poseía Hitler derivaban de las óperas de Richard
Wagner y de los muchos textos de cultura wagneriana que había leído. Y Wagner
es cualquier cosa menos un ocultista o un ariósofo. Aquí sí que el testimonio
de Elsa Schmidt–Falk es “único”… y, por tanto, nulo. Ni lo que dice es creíble
en sí mismo, ni se apoya en otros testimonios convergentes.
Se han conservado los
archivos de la Orden de los Germanos y de la ONT, del Reichahmmerbund y de los
grupos ariosóficos de Munich. De haber tenido Hitler algún contacto con
cualquiera de estos círculos, habría quedado algún dato para la Historia, algún
documento que lo acreditase y que supusiera un aval para el testimonio de Elsa
Schmidt–Falk. Así pues, también aquí falta un soporte documental serio para
hacer creíble el conocimiento y la familiaridad de Hitler con la obra de Guido
von List.
Podría argumentarse que
la Gestapo o las SS habrían destruido los documentos que demostrarían estos
vínculos con posterioridad al 30 de enero de 1933, cuando Hitler fue nombrado
Canciller del Reich. Dejando aparte que hubieran quedado testimonios vivos, la
prueba definitiva de que no existió la más mínima relación entre la ariosofía y
el nacional–socialista es la propia trayectoria del partido. En efecto, como
han podido observar todos los que se han aproximado a la historia del NSDAP
desde el momento en el que Hitler entra en el partido, una parte de su esfuerzo
hasta el momento en el que es nombrado presidente es sustraer el, inicialmente,
Partido Alemán de los Trabajadores, de la órbita de la Sociedad Thule. Hitler: no
quiere un partido–secta, sino un partido de masas –lo cuenta en Mi Lucha, sin mencionar a esta
organización[20]. No quiere pequeñas minorías de
conspiradores surgidos de cenáculos sectarios, sino un gran partido de masas.
Desprecia, simplemente, lo que conoce de las pequeñas sectas. Dice, por
ejemplo, estas elocuentes palabras: “No menos peligrosos son los que
trafican como pseudoracistas forjando planes fantásticos y que no tienen otro
fundamento que alguna monomanía. En el mejor de los casos, estas gentes no
pasan de ser estériles teorizantes que, a menudo, creen poder disfrazar su
vacuidad espiritual con la presencia de una luenga barba y la aparatosidad de
un germanismo extravagante”[21].
No desea ser el primero
entre los grupos ariosóficos de Munich, sino dirigir un partido de masas capaz
de regenerar a toda la nación alemana, incluida Austria. Dice, por ejemplo: “Un
agitador capaz de difundir una idea en el seno de las masas será siempre un
psicólogo, aun cuando él no sea sino un demagogo. En todo caso, el agitador
podrá resultar un mejor líder que un teorizante abstraído del mundo y extraño a
los hombres. Porque guiar quiere decir saber mover muchedumbres[22].
O bien: “en cada gran
Movimiento destinado a revolucionar el mundo, la propaganda primeramente tendrá
que divulgar la ideología del mismo. Inmediatamente tendrá que aclarar a las
masas las nuevas ideas, atraerlas a sus filas o, por lo menos, destruir las
creencias en boga”[23]. Toda la segunda parte de Mi Lucha
es un canto al “partido de masas”. De hecho, si los fascismos son diferentes a
las antiguas derechas conservadoras es, precisamente, porque han comprendido
que la humanidad ha entrado en el “período de las masas” y que, a partir de ese
momento, nada puede hacerse sin ellas. Hitler escribe: “Ningún sacrificio
social resultará demasiado grande, cuando se trate de ganar a las masas para la
obra del resurgimiento nacional. Cualesquiera que sean las concesiones
económicas hechas al obrero, nunca estarán de más, comparadas con el beneficio
que obtendrá la Nación en general cuando éstas contribuyan a restituir a su
pueblo la dignidad perdida”[24].
Es falsa la leyenda de “Hitler militante de la Sociedad Thule”. Ni en la relación de miembros de la entidad que Sebotendorff añade al final de su libro, ni en las actas que elaboró Joahannes Hering dando cuenta de los asistentes a sus reuniones entre 1919 y 1923, el nombre de Hitler aparece en lugar alguno[26]. No hay absolutamente ninguna prueba de que Hitler estuviera presente en acto alguno de Thule. Ni siquiera conoció a Sebotendorff: el primer contacto de Hitler con el Partido Alemán de los Trabajadores, el círculo creado por Sebotendorff como emanación del Círculo Político de los Trabajadores, data de septiembre de 1919, pero en ese momento, unas semanas antes, el fundador de Thule había abandonado Baviera cuando otros miembros de la Sociedad le reprocharon que su irresponsabilidad en la custodia de las lista de afiliado había costado la vida al grupo de rehenes fusilados durante el dominio bolchevique sobre Munich.
[1] Der Friede, Amsterdam, 1948, pág. 7 y
sigs.
[2] Les racines occultistes du Nazisme, op.
cit., pág. 270–271.
[3] “Desde los años
30, August M. Knoll ridiculizaba a los nazis ante sus estudiantes en la
Universidad de Viena, observando que el líder alemán había simplemente extraído
sus ideas de Ostara, una revista con
mala fama. Esta especulación, originariamente polémica fue primeramente
recuperada por Wilfried Daim después de la guerra”. Daim en su uventud había
participado en un pequeño grupo de jóvenes católicos que se opuso al régimen
nacional–socialista. En la postguerra se interesó por los experimentos
paranormales, hasta que en 1956 fundó el Instituto de Psicología Política. Su
tesis sobre las relaciones entre Jörg Lanz von Liebenfels y Hitler está hoy
completamente desechada. El propio Goodrick–Clarke (op. cit., pág. 272–274) realiza una crítica demoledora y otro tanto
hace Joachim Fest en Hitler, una
biografía, Editorial Planeta, Barcelona 2005, pág. 52.
[4] Goodrick–Clarke, op. cit.,
págs. 272–273.
[5] Editorial Isar, München 1958.
[6] Hitler, mi amigo de juventud, August
Kubizek, Edición digital, pág. 196. La
edición original austríaca es de 1951.
[7] Ídem, op. cit., pág. 32, 141 y 201.
[8] Ídem, op. cit., pág. 143.
[9] Goodrick–Clarke, op. cit.,
pág. 273. La obra de
Greiner se editó en Zürich–Leizig–Viena1947
[10] Ídem, op. cit. Pág. 272–273.
[11] The Psychopathic
God: Adof Hitler, Robert G.L. Wake, Dorset Press,
Nueva York 1973.
[12] “Me sería difícil, si no imposible, precisar en qué época de mi vida
la palabra `judío" fue para mí, por primera vez, motivo de reflexiones. En
el hogar paterno, cuando vivía aún mi padre, no recuerdo siquiera haberla oído.
Creo que el anciano habría visto un signo de retroceso cultural en la sola
pronunciación intencionada de aquel nombre. Durante el curso de mi vida, mi
padre había llegado a concepciones más o menos cosmopolitas, que conservó aún
en medio de un convencido nacionalismo, de modo que hasta en mí debieron tener
su influencia. Tampoco en la escuela se presentó motivo alguno que hubiese
podido determinar un cambio del criterio que formé en el seno de mi familia. Es
cierto que, en la Realschule, yo había conocido a un muchacho judío que era
tratado por nosotros con cierta prevención, pero esto solamente porque no
teníamos confianza en él, debido a su ser taciturno y a varios hechos que nos
habían alertado. Ni en los demás ni en mí mismo despertó esto ninguna
reflexión. Fue a la edad de catorce o quince años cuando debí oír a menudo la
palabra "judío", especialmente en conversaciones de tema político,
produciéndome cierta repulsión cuando me tocaba presenciar disputas de índole
confesional. La cuestión por entonces no tenía, pues, para mí otras connotaciones.
En la ciudad de Linz vivían muy pocos judíos, los que en el curso de los siglos
se habían europeizado exteriormente, y yo hasta los tomaba por alemanes. Lo
absurdo de esta suposición me era poco claro, ya que por entonces veía en el
aspecto religioso la única diferencia peculiar. El que por eso se persiguiese a
los judíos, como creía yo, hacía que muchas veces mi desagrado frente a las
expresiones ofensivas para ellos se acrecentase. De la existencia de un odio
sistemático contra el judío no tenía yo todavía ninguna idea, en absoluto.
Después fui
a Viena. (…) No obstante existir en Viena alrededor de 200.000 judíos entre sus
dos millones de habitantes, yo no me había percatado de ellos. Durante las
primeras semanas, mis sentidos no pudieron abarcar el conjunto de tantos
valores e ideas nuevos. Sólo después que, poco a poco, la serenidad volvió y
las imágenes confusas de los primeros tiempos comenzaron a esclarecerse, fue
cuando más nítidamente pude ver en mi derredor el nuevo mundo que me envolvía
y, entonces, reparé en el problema judío. (…) Yo seguía viendo en el judío sólo
la cuestión confesional y, por eso, fundándome en razones de tolerancia humana,
mantuve aún entonces mi antipatía por la lucha religiosa. De ahí que
considerase indigno de la tradición cultural de este gran pueblo el tono de la
prensa antisemita de Viena. (…) Como esos periódicos carecían de prestigio (el
motivo no sabía yo explicármelo entonces) veía la campaña que hacían más como
un producto de exacerbada envidia que como resultado de un criterio de
principio, aunque éste fuese errado” (Mi
Lucha, op. cit., págs. 35–36). Obsérvese que el antisemitismo del que hace
gala Hitler en esos años, aparece sólo durante su estancia en Viena y no tiene
absolutamente nada que ver con el propagado por Lanz .
[13] Ídem., op. cit., pág. 183.
[14] “Como siempre en casos análogos, traté de desvanecer mis dudas
consultando libros. Con pocos céntimos adquirí por primera vez en mi vida
algunos folletos antisemitas. Todos, lamentablemente, partían de la hipótesis
de que el lector tenía ya un cierto conocimiento de causa, o que por lo menos
comprendía la cuestión; además, su tono era tal, debido a razonamientos superficiales
y extraordinariamente faltos de base científica, que me hizo volver a caer en
nuevas dudas” (Ídem, op. cit., pág.
38).
[15] Los autores que
reducen el antisemitismo a la ariosofía en la Viena del primer cuarto del siglo
XX, prefieren ignorar que el antisemitismo estaba hasta tal punto extendido que
el propio Karl Lueger durante ese período (1895–1910) había sido elegido en
tanto que fundador del Partido Social Cristiano, uno de cuyos principales
rasgos era… el antisemitismo. El propio Hitler calificó a Lueger como “el
alcalde alemán más grande de todos los tiempos” (cf. Hitler, 1889–1936, Ian Kershaw, Ediciones Península. Barcelona
1997, pág. 778.). El portavoz del partido era el Illustrierte
Wiener Volkszeitung, subtitulad "Órgano de los antisemitas". El
cardenal de Praga, Schönborn, pidió a León XIII que suspendiera el apoyo
vaticano al partido de Lueger. Fue un personaje popular en la Viena que conoció
Hitler y acometió diversas innovaciones en la ciudad (electrificó tranvías,
municipalizó el gas, etc.). El Emperador le mantuvo el veto durante dos años
impidiéndole acceder al poder efectivo en la alcaldía hasta 1897. El caso de
Lueger.
[16] Algo fácilmente
constatable (Berstein, Kautsky, Rosa Luxemburgo, Bauer, Hugo Haase, por
ejemplo, eran judíos). Obviamente es el hecho objetivo de la presencia de
judíos en la socialdemocracia alemana y otro la interpretación que se hace de este
fenómeno.
[17] Goodrick–Clarke, op. cit.,
pág. 277.
[18] Ídem, op. cit., pág. 278–279.
[19] Cf. A. Kubizek, op. cit., págs. 58 y sigs. Capítulo Entusiasmo por Richard Wagner.
[20] La palabra “masas”
es mencionada en 104 ocasiones en el Mi
Lucha. Denuncia –demostrando que ha leído la obra de Gustav Le Bon– el
carácter turbulento, manipulable e inorgánico de las masas, pero, al mismo
tiempo –especialmente cuando al nombre “masas”, añade el adjetivo “populares”–
reconoce que para realizar una tarea política, es preciso conquistarlas. Véase
el capítulo XI, Propaganda y Organización, págs. 343–352: “Guiar quiere decir
saber mover muchedumbres” (pág. 343).
[21] Hitler, op. cit., pág. 125.
[22] Ídem., pág. 344 y sigs.
[23] Ídem, pág. 345.
[24] Ídem, pág. 204.
[25] Godrick–Clarke, op. cit.
,pág. 281.
[26] Godrick–Clarke, op. cit. ,pág. 281
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