INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Hitlerismo y ocultismo (2 de 7) – EL MITO: HITLER Y SU PRESUNTA IDENTIFICACIÓN CON LA ARIOSOFÍA.


Así pues, a lo largo de este ensayo vamos a intentar ofrecer un repaso de la panorámica ocultista existente en el momento en el que nació el Partido Obrero Alemán, precedente del NSDAP. En la primera parte, nos preocuparemos por desvelar dos lugares habituales de toda la marejada de errores derivados de El Retorno de los Brujos. Veremos que los caminos de Hitler no pasaron jamás por el ocultismo ni por la astrología. Esto nos llevará por las revistas, los personajes y las organizaciones ariosóficas, hasta llegar a la Sociedad Thule. Analizaremos detenidamente a esta estructura y sus relaciones con Hitler, así como la opinión de éste sobre los grupos ariosóficos. Veremos, a continuación, todo lo relativo a la problemática religiosa del Tercer Reich y a cómo vivieron aquel régimen las agrupaciones ocultistas y ariosóficas. Nos veremos obligados a aludir al presunto o real “ocultismo” que apareció en las SS y en otras estructuras del Estado alemán como la Anhenerbe.

Al terminar estas páginas, creemos que será posible establecer nuestra tesis que podemos enunciar así ahora mismo: “No existió ninguna relación apreciable entre el NSDAP, Hitler y el Tercer Reich y los movimientos esotéricos, mágicos u ocultistas”…

Tras definir lo que fue la “ariosofía” y las organizaciones ariosóficas será preciso encuadrarla dentro del espacio que le corresponde. Solamente con este paso previo estaremos en condiciones de entender la posición de Hitler en relación a este sector. Y esto nos permitirá movernos con más facilidad a la hora de valorar los documentos históricos sobre las relaciones del fundador del NSDAP con la ariosofía.

Sobre el encuadre histórico. La ariosofía era una de las tendencias del movimiento “völkisch”, el cual, a su vez, era una de las cinco corrientes que concurrían en el fenómeno que se ha dado en llamar “la revolución conservadora” (siendo las otras cuatro, el movimiento bündisch o “movimiento de juventud”, el movimiento de los jóvenes conservadores, los nacional–revolucionarios y el Landvolkbewegung o “movimiento campesino”). Así pues, la ariosofía es una subdivisión de uno de los estos grupos: el movimiento völkisch.

Se entiende por “revolución conservadora”, aquella tendencia político–intelectual que cristaliza en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial en forma de una nueva forma de nacionalismo y de conservadurismo que ya no están ligados al período guillermino ni al Segundo Reich. No cristalizaron nunca en un movimiento único sino en una galaxia de organizaciones, revistas, círculos, corrientes de opinión muy diversas con unas pocas características comunes:

1) Valoración de la calidad sobre la cantidad, rechazo por tanto el igualitarismo.

2) Rechazo de la concepción democrática de la vida y de la política.

3) Rechazo del marxismo en tanto que forma de materialismo.

4) Valoración de la “comunidad del pueblo”, frente a la lucha de clases.

5) Rechazo a la civilización industrial y tendencia al “retorno a la naturaleza”.

6) Propuesta de un Tercer Reich para superar el burguesismo del Segundo Reich.

7) Rechazo a los grandes partidos burgueses y a sus opciones.

8) Interpretación de aquel momento histórico como una fase de decadencia.

9) Espíritu activista y voluntarista y rechazo del conservadurismo burgués.

Se suele confundir el “nacional– socialismo” con la “revolución conservadora”, tratándose de fenómenos diferentes. El nacional–socialismo fue un movimiento político de masas (las distintas corrientes de la Revolución Conservadora nunca pasaron de ser grupúsculos y jamás tuvieron vocación ni interés por arrastrar a las masas) que se benefició del clima de la época y que incorporó algunos elementos procedentes de estas corrientes, reformulando otros y poniéndolos al servicio de un pragmatismo político. Lo que sí hicieron algunos intelectuales de la Revolución Conservadora fue preparar el clima intelectual que luego favorecería la ascensión del nacional–socialismo. Hubo tránsitos de militantes en todas direcciones. Algunos miembros de la Revolución Conservadora acabaron en el NSDAP, otros en el KDP, y los mismos tránsitos se realizaron en dirección opuesta. . Sin olvidar, por supuesto, que algunos grupos de la Revolución Conservadora estaban más próximos que otros al NSDAP. Los völkischen, por ejemplo.

En efecto, para los völkischen el factor esencial que imprime carácter a un pueblo es la raza. Para ellos, la raza no es solamente la forma, sino también el espíritu, los valores. Hablar de raza, pues, implica también hablar de “orígenes”. Para unos raza será equivalente a “germanidad”, para otros la “raza nórdica”, otros aludirán a la “raza de la luz clara que se enfrenta a la raza de las tinieblas” y en otras se utilizará el concepto “raza” para definir algo que, en realidad, es historia, la historia del “volk”, del pueblo que ha visto como el paso de los siglos, modelaba sus características. Y de entre todos estos grupos, habrá algunos que pondrán especial relieve en los “orígenes”. Éstos se preguntarán de dónde procede el “volk” y las respuestas dependerán del filtro: los habrá que harán un análisis filológico (para estos, la lengua del pueblo será el factor esencial que indicará el origen), otros se fijarán en la biología (y enfatizarán el concepto de raza), y otros, finalmente, apelarán al ocultismo. Estos últimos, serán los ariósofos.

Ya hemos aludido a los fundadores de la ariosofía y a sus ideas centrales. Así pues, los völkischen tienen un su interior una tendencia ocultista a la que pertenecen la publicación Ostara, y movimientos como la Orden de los Germanos o la Orden del Nuevo Templo. Y dentro del grupo de los völkischen tampoco existe unidad sino una multiplicidad de círculos y tendencias. Ni siquiera, como se suele pensar, existió unanimidad de los völkischen en relación al antisemitismo: existieron incluso grupos de estos de carácter filosemita.

En general, puede decirse que sólo una parte de los völkischen compartían las tesis ocultistas en sus distintas ramas: los ariósofos. El resto se mantenían distantes de ellos y los jóvenes conservadores, los nacional–revolucionarios, o los movimientos estudiantil y campesino, albergaban los mayores recelos. Para Ernst Jünger (joven conservador), las teorías de los ariósofos eran “los temas más trillados por los profesores de pueblo de hace cincuenta años”[1]. Los nacional–revolucionarios como de los nacional–conservadores: “estos dos grupos toman distancias respecto a los Völkischen, en los que ven parientes lejanos algo fastidiosos. Para los jóvenes–conservadores y los nacional–revolucionarios, por diversas que sean también sus posiciones, los Völkischen son una masa confusa, con divisiones poco claras, que no es digna de ser tomada en serio incluso cuyo aspecto resulta cómico”.

¿Cuál es el problema? El problema es que Hitler se consideraba völkisch y él mismo se presenta como tal en Mi Lucha en donde la palabra völkisch aparece en numerosas ocasiones; no así la palabra “ariosofía” que en absoluto es mencionada. Hitler fue un militante völkisch, pero ¿tuvo alguna relación con la ariosofía? No desde luego después de la Primera Guerra Mundial. No existe absolutamente ninguna fuente histórica que aluda a ningún tipo de relación, ni directa, ni indirecta, con esta corriente. ¿Y antes de la guerra o durante su estancia en Viena, ciudad en la que existían distintos círculos ariosóficos? Vale la pena dar unas pinceladas sobre esta cuestión.

Se sabe que Hitler permaneció en Linz entre 1900 y 1905, una ciudad en la que estudió en el instituto de segunda enseñanza Fadingergymnasium. Sus padres están enterrados en Leonding, cerca de Linz. Tenía en esa época entre 11 y 16 años. Un profesor, el Doctor Leopold Pötsch, le descubrió el nacionalismo y el pangermanismo. A partir de entonces “Hitler manifestó mucho entusiasmo por las lecciones de historia y su fe en una “Alemania” símbolo romántico del Volk y encarnación viviente de la idea imperial puede remontarse a estas experiencias escolares en Linz”[2]. Goodrick–Clarke cita la obra de Heer quien se preocupó de recoger testimonios de compañeros y conocidos de Hitler en aquella época. A partir de estos testimonios puede constatarse que desde la temprana edad de 16 años, Hitler ya estaba impregnado de ideas sobre la importancia de la raza ya distinguía entre “alemanes” y “no alemanes”.

Cuando Hitler se trasladó a Viena para iniciar su carrera como artista, est se vio prematuramente truncada por su fracaso en la prueba de acceso a la Academia de Bellas Artes. Su madre murió en 1907 y él volvió a Viena en febrero de 1908. Vive con August Kubizek, su amigo de infancia, al que había conocido en Linz. Ambos jóvenes frecuentan exposiciones artísticas, óperas de Wagner, dan paseos por la ciudad. En noviembre, a causa de su escasez de fondos para sobrevivir, se traslada a una pensión muy modesta y vive en plena indigencia. Algunas de estas experiencias son narradas por el propio Hitler en Mein Kampf y otras por su amigo August Kubizek. No hay en ellas absolutamente ninguna referencia a la ariosofía. Es en esa época en la que comienza a ser antisemita. En Mi Lucha, Hitler reconoce que fue en aquel período en el que leyó algunas publicaciones racistas que le permitieron anclar su ideología en esta concepción. ¿A qué publicaciones se refería?

Desde antes de que se produjera el Anchluss (la anexión de Austria por Alemania), era frecuente que os círculo antinazis vieneses intentaran ridiculizar al nacional–socialismo asimilándolo a los grupos más excéntricos que en esos momentos utilizaban la esvástica. Ahí procede la leyenda de la relación entre Hitler y la revista Ostara[3]. Para Daim el nazismo no era más que un sistema religioso “perverso” y, como todo sistema religioso, existía la necesidad de definir a un “profeta inspirado”. Para Daim, la revista Ostara contenía una cantidad de temas suficientemente similares a los que manejó la propaganda hitleriana (antisemitismo, nacionalismo racial, vitalismo, utilización de la esvástica…), por tanto, ese “profeta inspirado” no podía ser otro de Jörg Lanz von Liebensfeld, su fundador y director. Pero para poder demostrar esta tesis era preciso que existiera, al menos, un dato histórico constatable que demostrara que Hitler conocía los contenidos de la revista Ostara. Un problema, porque, la fuente de datos más fiable y completa sobre aquella época de Hitler en Viena es August Kubizek y no alude en lugar alguno ni a von Liebensfeld, ni a la revista, ni a nada parecido a las tesis ariosóficas.

El 11 de mayo de 1951, Daim visitó a Lanz que residía en un barrio próximo a Viena cuando tenía 76 años (murió cuatro años después) y lo entrevistó sobre sus relaciones con Hitler. El anciano le confirmó que en 1932 había escrito una carta a un discípulo en la que decía: “Hitler era uno de nuestro”. A partir de aquí, sus partidarios no dejaron de repetir que el NSDAP y el nacional–socialismo no eran más que “desarrollo secundarios de la revista Ostara”. Lanz comentó a Daim que Hitler había visitado la redacción de Ostara en Rodaun en 1909. Y que le había dado como dirección la Felberstrasse. Según le dijo, compraba la revista de Lanz en un kiosco próximo a su miserable pensión. Le comentó estar muy interesado por sus tesis raciales y quería tener un mejor conocimiento de las mismas por lo que deseaba adquirir los números que la faltaban de la colección de Ostara. Dado que, por su aspecto, era evidente que Hitler en esos momentos carecía de recursos económicos, Lanz le regaló los números atrasados, así como dos coronas para que pudiera pagar su billete de autobús para regresar a su pensión[4]. Hasta aquí lo que Daim pudo recabar y que publicó en su libro Der Mann, der Hitler die Ideen gab. Jörg Lanz von Liebenfels[5].

Efectivamente, los investigadores que trabajaron sobre el libro de Daim pudieron constatar, algo que ya se sabía, que Hitler había residido entre el 18 de noviembre de 1908 y el 20 de agosto de 1902 en el 22 de la Felberstrasse. Y se sabía gracias al testimonio de August Kubizek, cuyo libro había gozado de una extraordinaria difusión en la postguerra[6]. Gracias a esta obra, tampoco era un secreto que Hitler atravesó un período de extrema pobreza[7] y que en Viena se sintió siempre como un inadaptado[8]. Daim también dijo haber ubicado el kiosco en el que Hitler adquiriría mensualmente Ostara… Por tanto, asunto resuelto, Lanz conocía a Hitler, indiscutiblemente. Pero había algún punto oscuro…

El libro de Daim fue publicado dos años después de la muerte de Lanz, cuando éste ya no podía desmentirle. Dado que en historiografía, como en derecho, “testimonio único, testimonio nulo”, Daim, para hacer creíble su tesis, se vio obligado a buscar un testigo que la reforzara y lo encontró en Joseph Greiner. Éste acababa de publicar su obra Das Ende des Hitler–Mythos[9] y era considerado como un “testigo principal” de los años que Hitler había pasado en Viena (en esa época no se había publicado aún el libro de Kubizek, un verdadero tributo a su amistad que el autor solamente se decidió a publicar ante la inflación de obras que presentaban los años de Hitler en Viena de una manera muy diferente a cómo él los recordaba). Greiner confirmó las relaciones de Hitler con Lanz y afirmó que había mantenido con él una relativa amistad en la pensión de Maldemannstrasse, en Viena, donde Hitler vivió a partir de febrero de 1910 y hasta su marcha a Munich en mayo de 1913. Entre las declaraciones que Greiner realizó a Daim figuraba el que Hitler poseía en su habitación una importante colección de Ostara. Luego conocía la revista y estaba familiarizado con las tesis ariosóficas... Tal era la conclusión que podía deducirse de la declaración del oportuno compañero de pensión que había reconocido una cincuentena de revistas apiladas en un montón de unos 25 cm de altura. Daim le mostró las portadas de algunos números de Ostara y Greiner dijo reconocer los de la primera época. Añadió, además, el nombre de un nuevo testigo, un tal Grill que vivía con ellos en la pensión y que habría intercambiado ideas con Hitler sobre las ideas de Lanz von Liebensfeld, recordando incluso que ambos –Grill y Hitler– estaban decididos a visitar a Lanz y habían viajado a la abadía de Heiligenkreuz a pedir su dirección[10]. Así pues, Daim, el antiguo activista católica antinazi, convertido en parapsicólogo, podía atar su tesis según la cual las ideas de Ostara habían inspirado al “primer Hitler”. Pero las cosas distaban mucho de estar tan claras y hoy, todas estas fuentes, están desechadas.

Las revelaciones de Greiner contenidas en su libro eran tan clamorosas que llamaron poderosamente la atención de los historiadores. Alguno realizó un análisis crítico de los datos contenidos en su obra[11]. El resultado fue que todo el testimonio de Greiner se disolvió como un azucarillo. Los errores contenidos de su obra eran de tal calibre y las ambigüedades tan amplias, que era lícito preguntarse incluso si Greiner había convivido con Hitler y si lo conoció realmente. Las fechas que Greiner da sobre su estancia en la pensión (1907–1909) no coinciden con las reales (Hitler llegó a la pensión en 1910). Y, sobre todo, el dato del viaje a la abadía de Heiligenkreuz no podía ser en modo alguno real… porque la dirección de Lanz figuraba en la mancheta de todos los números de Ostara, sin excepción. Redimensionando estos datos en el contexto del libro de Greiner, vemos que pierde credibilidad.

Si Hitler hubiera sido influencia por Lanz o por cualquier otro autor ariosófico, se puede pensar que hubiera reconocido el tributo que le debía, como hizo con otros muchos intelectuales y artistas que influyeron en su vida (Wagner, Nitzsche, Goethe, etc.). Sin embargo, esto no ocurrió jamás: no hay constancia, en ningún documento, en ninguna conversación privada, en ningún artículo, ni discurso, en ningún reconocimiento oficial, de la más mínima referencia a la ariosofía o a Lanz. 

Ahora bien, el único punto en el que podría subsistir la duda es a partir de determinadas similitudes entre la doctrina de Lanz y la de Hitler. Pero estas similitudes son muy relativas. Los motivos por los que Hitler se convierte en antisemita son muy distintos a los defendidos por Lanz para hacer otro tanto. Es cierto que ambos alardean de un pensamiento dualista y maniqueo: arios contra judíos… pero en la visión de Hitler hay otros muchos elementos y su antisemitismo no procede de una visión cósmico providencialista, sino del rechazo social que experimentó hacia los judíos que vio en Viena[12], lo que finalmente le lleva a decir: “El antípoda del ario es el judío. Ningún otro pueblo del mundo posee un instinto de conservación más poderoso que el del llamado "pueblo elegido". Ya el simple hecho de la existencia de esta raza podría servir de prueba cierta para esta verdad. ¿Qué pueblo, en los últimos dos milenios, sufrió menos alteraciones en su disposición intrínseca, en su carácter, etcétera, que el pueblo judío? ¿Qué pueblo, en fin, sufrió mayores trastornos que éste, saliendo, sin embargo, siempre librado en medio de las más violentas catástrofes de la Humanidad? ¡La voluntad de vivir, de una resistencia infinita para la conservación de la especie, habla a través de estos hechos!”[13]. Pero en las páginas anterior, Hitler explica qué le llevó a esta conclusión y si bien la frase “el antípoda del ario es el judío” implica una auténtica forma maniquea y dualista de considerar la cuestión ¡ni llega a ese punto por el mismo razonamiento que Lanz y los ariósofos, ni siquiera tiene las mismas implicaciones cosmogónicas que le da Lanz, ni por supuesto da la razón en un solo punto al que éste manifestó en su obra La Theozoologia, o los simios de Sodoma y el electrón de los dioses, cuyo título es toda una declaración sobre lo que el lector va a encontrar… Ninguna, absolutamente ninguna de las ideas contenidas en esta obra (a la que ya hemos hecho referencia al hablar de la ariosofía) coincide ni de cerca ni de lejos con Hitler. Sin olvidar –y esto es esencial– que Lanz, como Guido von List y más tarde como Karl María Willigut– afirmarán haber obtenido lo esencial de sus orientaciones a través de canales paranormales, de la misma forma que la Blavatsky aludía a la “escritura automática” inducida por los “mahatmas” o Alice Ann Bailey aludía a “clariaudiencia”. El antisemitismo de Hitler está perfectamente explicado en Mi Lucha, se le puede achacar el que a partir de una divagación personal, se sitúa en un rechazo universal, pero en absoluto que su antisemitismo parta de un universo mágico, irracional y paranormal.

Así cuando Hitler alude a que en Viena había leído los primeros panfletos antisemitas[14], determinados autores malintencionados quieran ver una alusión a la lectura de Ostara, olvidando, no sólo que cuando alude a esas publicaciones, lo hace de manera crítica (véase la nota 34), sino que, en aquel momento, por Viena circulaban infinidad de panfletos antisemitas que no tenían nada que ver con la ariosofía, ni con Ostara[15]. Se basaba en una selección de datos que priorizaba la percepción de judías en la dirección de las actividades estratégicas, económicas y sociales, de Alemania y Austria. Era rigurosamente cierto que, en la época, la mayoría de dirigentes de la socialdemocracia alemana, por ejemplo, tenían apellidos judíos[16]. Por eso Hitler escribe: “Sentí escalofríos cuando por primera vez descubrí así en el judío al negociante desalmado, calculador, venal y desvergonzado de ese tráfico irritante de vicios, en la escoria de la gran urbe. No pude más, y desde entonces nunca eludí la cuestión judía. Por el contrario, me impuse ocuparme en adelante de ella. De este modo, siguiendo las huellas del elemento judío a través de todas las manifestaciones de la vida cultural y artística, tropecé con ellos inesperadamente donde menos lo hubiera podido suponer: ¡Judíos eran también los dirigentes del Partido Socialdemócrata Ahora que me había asegurado que los judíos eran los líderes de la Socialdemocracia, comencé a ver todo claro. La larga lucha que mantuve conmigo mismo había llegado a su punto final”.

Cuando se compara algunas medidas adoptadas por Hitler una vez en el poder, con las ideas raciales de Lanz (por ejemplo el programa de natalidad Lebensborn asumido por las SS o las opiniones de Lanz y de Hitler sobre el matrimonio, las Leyes Raciales de Nuremberg) y, demasiado apresuradamente algunos autores convienen en que son “similares”, haría falta que explicasen en donde ven tal similitud. Pensar que la promulgación de leyes que impide la mezcla racial, implicaría aceptar que las leyes sudafricanas que hasta principios de los años 90 favorecían el apartheid o la legislación norteamericana que se prolongó hasta principios de los años 60 que impedía el acceso de los negros a la enseñanza superior o a los asientos delanteros de los transportes públicos, tenían su origen de la ariosofía. No puede confundirse el pensamiento “racista” con la “ariosofía”. Como máximo puede aceptarse que una parte del racismo alemán del primer tercio de siglo era de naturaleza ariosófica… pero no el practicado por el NSDAP que se basaba, fundamentalmente, en la fisiología y en la biología, no en “verdades reveladas” a través de videntes.

Y luego están aquellos puntos en los que el pensamiento ariosófico y el pensamiento de Hitler son manifiestamente opuestos. Lanz, por ejemplo, era monárquico a la antigua usanza, partidario de la dinastía de los Habsburg. Hitler nunca albergó la más mínima simpatía por esta idea. Lanz aceptaba los rituales católicos, adaptándolos a su particular (y más que excéntrico) visión del cristianismo. Hitler, en cambio, a pesar de que hizo siempre vagas alusiones a la “providencia”, no tenía confesiones religiosas particularmente arraigadas.

Pero hay un elemento definitivo que demuestra que Hitler no albergó nunca la menor simpatía, el más mínimo interés, ni consideración por la ariosofía ni por cualquiera de sus representantes: todas sus organizaciones y revistas fueron prohibidas durante el Tercer Reich. El régimen practicó –al menos, inicialmente– una política de mano tendida hacia la Iglesia y procuró en todo momento atenuar las diferencias y discrepancias entre la Iglesia Católica y las iglesias protestantes. Si las relaciones con la Iglesia no fueron todo lo óptimas que podían haber sido se debió a que el Vaticano no admitió jamás que el Reich, a través de las Juventudes Hitlerianas, le hubiera sustituido como educador de la juventud.

Y luego, además de Lanz, estaba von List. Daim también investigó en esa dirección. Y también contó con el “testigo clave”. En esta ocasión se trataba de una dama, Elsa Schmidt–Falk cuyo hogar en Munich, según decía, había sido visitado por Hitler con cierta frecuencia. El matrimonio anfitrión había sabido por el propio Hitler que estaba, no solamente bien informado sobre las ideas de List, sino que las compartía “con entusiasmo”[17]. Añadió que la Sociedad List de Viena le había extendido una carta de recomendación para el presidente de la Sociedad homóloga de Munich. Elsa Schmidt–Falk estaba integrada en el NSDAP de Munich en los años 20 y, según declaró, conocía el interés de Hitler por varios libros de List que conocía bien y que utilizaba para discutir con ella sobre dioses germánicos y mitologías nórdicas. Además, sostenía que Hitler había impulsado a List a emprender las excavaciones en la Catedral de San Esteban y que había quedado impresionado por los relatos sobre folklore alemán y el origen de la esvástica. Añadía, finalmente, que Hitler le comentó que no sólo él entre la cúpula del NSDAP compartía las tesis de List, sino que también Hess, Ludendorf o Dietrich Eckart se situaban en las mismas posiciones[18].

El testimonio es más que dudoso. Si bien hay datos que indican que Hess y Eckart se interesaron por el ocultismo e incluso se tiene la seguridad de que fueron miembros de la Sociedad Thule, no hay ninguna prueba de que Ludendorf manifestara el mismo interés por la ariosofía. De hecho, lo suyo era una forma completamente diferente de neo–paganismo, fuertemente influida por su segunda esposa. Incluso en los casos de Hess y Eckart, cabe decir que, en sus biografías, como en la de Hitler, no existe el menor dato que permita pensar que se interesaron en la obra de List. En el caso de Hitler, el interés por la mitología nórdica no deriva de las lecturas de List o Lanz, sino de las óperas de Wagner. Esto se sabe, porque lo afirmó él mismo en muchas ocasiones[19]: no hace falta haber pasado por List para conocer la mitología germánica y los conocimientos a los que alude Kukizek demuestran que los que poseía Hitler derivaban de las óperas de Richard Wagner y de los muchos textos de cultura wagneriana que había leído. Y Wagner es cualquier cosa menos un ocultista o un ariósofo. Aquí sí que el testimonio de Elsa Schmidt–Falk es “único”… y, por tanto, nulo. Ni lo que dice es creíble en sí mismo, ni se apoya en otros testimonios convergentes.

Se han conservado los archivos de la Orden de los Germanos y de la ONT, del Reichahmmerbund y de los grupos ariosóficos de Munich. De haber tenido Hitler algún contacto con cualquiera de estos círculos, habría quedado algún dato para la Historia, algún documento que lo acreditase y que supusiera un aval para el testimonio de Elsa Schmidt–Falk. Así pues, también aquí falta un soporte documental serio para hacer creíble el conocimiento y la familiaridad de Hitler con la obra de Guido von List.

Podría argumentarse que la Gestapo o las SS habrían destruido los documentos que demostrarían estos vínculos con posterioridad al 30 de enero de 1933, cuando Hitler fue nombrado Canciller del Reich. Dejando aparte que hubieran quedado testimonios vivos, la prueba definitiva de que no existió la más mínima relación entre la ariosofía y el nacional–socialista es la propia trayectoria del partido. En efecto, como han podido observar todos los que se han aproximado a la historia del NSDAP desde el momento en el que Hitler entra en el partido, una parte de su esfuerzo hasta el momento en el que es nombrado presidente es sustraer el, inicialmente, Partido Alemán de los Trabajadores, de la órbita de la Sociedad Thule. Hitler: no quiere un partido–secta, sino un partido de masas –lo cuenta en Mi Lucha, sin mencionar a esta organización[20]. No quiere pequeñas minorías de conspiradores surgidos de cenáculos sectarios, sino un gran partido de masas. Desprecia, simplemente, lo que conoce de las pequeñas sectas. Dice, por ejemplo, estas elocuentes palabras: “No menos peligrosos son los que trafican como pseudoracistas forjando planes fantásticos y que no tienen otro fundamento que alguna monomanía. En el mejor de los casos, estas gentes no pasan de ser estériles teorizantes que, a menudo, creen poder disfrazar su vacuidad espiritual con la presencia de una luenga barba y la aparatosidad de un germanismo extravagante”[21].

No desea ser el primero entre los grupos ariosóficos de Munich, sino dirigir un partido de masas capaz de regenerar a toda la nación alemana, incluida Austria. Dice, por ejemplo: “Un agitador capaz de difundir una idea en el seno de las masas será siempre un psicólogo, aun cuando él no sea sino un demagogo. En todo caso, el agitador podrá resultar un mejor líder que un teorizante abstraído del mundo y extraño a los hombres. Porque guiar quiere decir saber mover muchedumbres[22]. O bien: “en cada gran Movimiento destinado a revolucionar el mundo, la propaganda primeramente tendrá que divulgar la ideología del mismo. Inmediatamente tendrá que aclarar a las masas las nuevas ideas, atraerlas a sus filas o, por lo menos, destruir las creencias en boga”[23]. Toda la segunda parte de Mi Lucha es un canto al “partido de masas”. De hecho, si los fascismos son diferentes a las antiguas derechas conservadoras es, precisamente, porque han comprendido que la humanidad ha entrado en el “período de las masas” y que, a partir de ese momento, nada puede hacerse sin ellas. Hitler escribe: “Ningún sacrificio social resultará demasiado grande, cuando se trate de ganar a las masas para la obra del resurgimiento nacional. Cualesquiera que sean las concesiones económicas hechas al obrero, nunca estarán de más, comparadas con el beneficio que obtendrá la Nación en general cuando éstas contribuyan a restituir a su pueblo la dignidad perdida”[24].

Es falsa la leyenda de “Hitler militante de la Sociedad Thule”. Ni en la relación de miembros de la entidad que Sebotendorff añade al final de su libro, ni en las actas que elaboró Joahannes Hering dando cuenta de los asistentes a sus reuniones entre 1919 y 1923, el nombre de Hitler aparece en lugar alguno[26]. No hay absolutamente ninguna prueba de que Hitler estuviera presente en acto alguno de Thule. Ni siquiera conoció a Sebotendorff: el primer contacto de Hitler con el Partido Alemán de los Trabajadores, el círculo creado por Sebotendorff como emanación del Círculo Político de los Trabajadores, data de septiembre de 1919, pero en ese momento, unas semanas antes, el fundador de Thule había abandonado Baviera cuando otros miembros de la Sociedad le reprocharon que su irresponsabilidad en la custodia de las lista de afiliado había costado la vida al grupo de rehenes fusilados durante el dominio bolchevique sobre Munich.


[1] Der Friede, Amsterdam, 1948, pág. 7 y sigs.

[2] Les racines occultistes du Nazisme, op. cit., pág. 270–271.

[3] “Desde los años 30, August M. Knoll ridiculizaba a los nazis ante sus estudiantes en la Universidad de Viena, observando que el líder alemán había simplemente extraído sus ideas de Ostara, una revista con mala fama. Esta especulación, originariamente polémica fue primeramente recuperada por Wilfried Daim después de la guerra”. Daim en su uventud había participado en un pequeño grupo de jóvenes católicos que se opuso al régimen nacional–socialista. En la postguerra se interesó por los experimentos paranormales, hasta que en 1956 fundó el Instituto de Psicología Política. Su tesis sobre las relaciones entre Jörg Lanz von Liebenfels y Hitler está hoy completamente desechada. El propio Goodrick–Clarke (op. cit., pág. 272–274) realiza una crítica demoledora y otro tanto hace Joachim Fest en Hitler, una biografía, Editorial Planeta, Barcelona 2005, pág. 52.

[4] Goodrick–Clarke, op. cit., págs. 272–273.

[5] Editorial Isar, München 1958.

[6] Hitler, mi amigo de juventud, August Kubizek, Edición digital, pág. 196.  La edición original austríaca es de 1951.

[7] Ídem, op. cit., pág. 32, 141 y 201.

[8] Ídem, op. cit., pág. 143.

[9] Goodrick–Clarke, op. cit., pág. 273. La obra de Greiner se editó en Zürich–Leizig–Viena1947

[10] Ídem, op. cit. Pág. 272–273.

[11] The Psychopathic God: Adof Hitler, Robert G.L. Wake, Dorset Press, Nueva York 1973.

[12] “Me sería difícil, si no imposible, precisar en qué época de mi vida la palabra `judío" fue para mí, por primera vez, motivo de reflexiones. En el hogar paterno, cuando vivía aún mi padre, no recuerdo siquiera haberla oído. Creo que el anciano habría visto un signo de retroceso cultural en la sola pronunciación intencionada de aquel nombre. Durante el curso de mi vida, mi padre había llegado a concepciones más o menos cosmopolitas, que conservó aún en medio de un convencido nacionalismo, de modo que hasta en mí debieron tener su influencia. Tampoco en la escuela se presentó motivo alguno que hubiese podido determinar un cambio del criterio que formé en el seno de mi familia. Es cierto que, en la Realschule, yo había conocido a un muchacho judío que era tratado por nosotros con cierta prevención, pero esto solamente porque no teníamos confianza en él, debido a su ser taciturno y a varios hechos que nos habían alertado. Ni en los demás ni en mí mismo despertó esto ninguna reflexión. Fue a la edad de catorce o quince años cuando debí oír a menudo la palabra "judío", especialmente en conversaciones de tema político, produciéndome cierta repulsión cuando me tocaba presenciar disputas de índole confesional. La cuestión por entonces no tenía, pues, para mí otras connotaciones. En la ciudad de Linz vivían muy pocos judíos, los que en el curso de los siglos se habían europeizado exteriormente, y yo hasta los tomaba por alemanes. Lo absurdo de esta suposición me era poco claro, ya que por entonces veía en el aspecto religioso la única diferencia peculiar. El que por eso se persiguiese a los judíos, como creía yo, hacía que muchas veces mi desagrado frente a las expresiones ofensivas para ellos se acrecentase. De la existencia de un odio sistemático contra el judío no tenía yo todavía ninguna idea, en absoluto.

Después fui a Viena. (…) No obstante existir en Viena alrededor de 200.000 judíos entre sus dos millones de habitantes, yo no me había percatado de ellos. Durante las primeras semanas, mis sentidos no pudieron abarcar el conjunto de tantos valores e ideas nuevos. Sólo después que, poco a poco, la serenidad volvió y las imágenes confusas de los primeros tiempos comenzaron a esclarecerse, fue cuando más nítidamente pude ver en mi derredor el nuevo mundo que me envolvía y, entonces, reparé en el problema judío. (…) Yo seguía viendo en el judío sólo la cuestión confesional y, por eso, fundándome en razones de tolerancia humana, mantuve aún entonces mi antipatía por la lucha religiosa. De ahí que considerase indigno de la tradición cultural de este gran pueblo el tono de la prensa antisemita de Viena. (…) Como esos periódicos carecían de prestigio (el motivo no sabía yo explicármelo entonces) veía la campaña que hacían más como un producto de exacerbada envidia que como resultado de un criterio de principio, aunque éste fuese errado” (Mi Lucha, op. cit., págs. 35–36). Obsérvese que el antisemitismo del que hace gala Hitler en esos años, aparece sólo durante su estancia en Viena y no tiene absolutamente nada que ver con el propagado por Lanz .

[13] Ídem., op. cit., pág. 183.

[14] “Como siempre en casos análogos, traté de desvanecer mis dudas consultando libros. Con pocos céntimos adquirí por primera vez en mi vida algunos folletos antisemitas. Todos, lamentablemente, partían de la hipótesis de que el lector tenía ya un cierto conocimiento de causa, o que por lo menos comprendía la cuestión; además, su tono era tal, debido a razonamientos superficiales y extraordinariamente faltos de base científica, que me hizo volver a caer en nuevas dudas” (Ídem, op. cit., pág. 38).

[15] Los autores que reducen el antisemitismo a la ariosofía en la Viena del primer cuarto del siglo XX, prefieren ignorar que el antisemitismo estaba hasta tal punto extendido que el propio Karl Lueger durante ese período (1895–1910) había sido elegido en tanto que fundador del Partido Social Cristiano, uno de cuyos principales rasgos era… el antisemitismo. El propio Hitler calificó a Lueger como “el alcalde alemán más grande de todos los tiempos” (cf. Hitler, 1889–1936, Ian Kershaw, Ediciones Península. Barcelona 1997, pág. 778.). El portavoz del partido era el Illustrierte Wiener Volkszeitung, subtitulad "Órgano de los antisemitas". El cardenal de Praga, Schönborn, pidió a León XIII que suspendiera el apoyo vaticano al partido de Lueger. Fue un personaje popular en la Viena que conoció Hitler y acometió diversas innovaciones en la ciudad (electrificó tranvías, municipalizó el gas, etc.). El Emperador le mantuvo el veto durante dos años impidiéndole acceder al poder efectivo en la alcaldía hasta 1897. El caso de Lueger.

[16] Algo fácilmente constatable (Berstein, Kautsky, Rosa Luxemburgo, Bauer, Hugo Haase, por ejemplo, eran judíos). Obviamente es el hecho objetivo de la presencia de judíos en la socialdemocracia alemana y otro la interpretación que se hace de este fenómeno.

[17] Goodrick–Clarke, op. cit., pág. 277.

[18] Ídem, op. cit., pág. 278–279.

[19] Cf. A. Kubizek, op. cit., págs. 58 y sigs. Capítulo Entusiasmo por Richard Wagner.

[20] La palabra “masas” es mencionada en 104 ocasiones en el Mi Lucha. Denuncia –demostrando que ha leído la obra de Gustav Le Bon– el carácter turbulento, manipulable e inorgánico de las masas, pero, al mismo tiempo –especialmente cuando al nombre “masas”, añade el adjetivo “populares”– reconoce que para realizar una tarea política, es preciso conquistarlas. Véase el capítulo XI, Propaganda y Organización, págs. 343–352: “Guiar quiere decir saber mover muchedumbres” (pág. 343).

[21] Hitler, op. cit., pág. 125.

[22] Ídem., pág. 344 y sigs.

[23] Ídem, pág. 345.

[24] Ídem, pág. 204.