El contenido de esta serie de artículos está impreso en el folleto Ocultismo
Nazi, verdad y ficción, que constituye un capítulo de nuestra obra, Ocultismo
y Política en el siglo XX. Si hemos decidido reproducirlo aquí es para
contribuir a terminar de una vez por todas con el mito del “ocultismo nazi”,
difundido especialmente por Miguel Serrano. En los años 80, tengo la mala
conciencia de que yo contribuí modestamente a la irrupción de este mito en
España -aunque desvinculado, por completo, de los trabajos de Serrano-; sólo tras
la lectura de la obra de Goodrick-Clarke sobre el tema, suficientemente
documentado como para dar por buenas sus tesis, estuvimos en condiciones de
responder a esta cuestión: ¿por qué los personajes que conocimos, en vivo y en
directo, del Tercer Reich y de las SS, no mostraron la más mínima atracción por
el ocultismo y por qué, algunos de los que conocimos que habían ostentado
alguna responsabilidad en la maquinaria del Reich y se interesaban por la
materia (caso de Klaus Altman), pudieron conocer DESPUÉS de 1945? La respuesta confirmaba
el principio de la “navaja de Ockham”: la respuesta más simple, siempre, suele
ser la válida: ni Hitler ni el Tercer Reich tuvieron nunca el más mínimo
interés por las divagaciones ocultistas. Todo fue “propaganda de guerra”… de la
que fueron víctimas, incluso, algunos neo-nazis.
Introducción: el gran equívoco
En
noviembre de 1938 la revista L'Age nouveau, publicó un artículo titulado
Orígenes Secretos del nazismo firmado por Phileas Levesque[1].
El autor afirmaba que Hitler formaba parte de una sociedad secreta que habría
reconstruido la Orden de los Caballeros Teutónicos en la que debió entrar como
oblato[2].
Levesque explicaría el enfrentamiento de Hitler con el presidente checoslovaco
Benes afirmando que éste último pertenecería a una sociedad Templaria, la orden
rival de los teutónicos... siempre según Levesque. Sería el primer producto de
una larga serie de artículos que unen el esoterismo a la historia del nazismo.
Fue la primera vez en la que en una revista de gran tirada se difundía la
noticia de que existían vínculos entre Hitler y el ocultismo. El artículo
alcanzó gran difusión y fue reproducido por muchos medios de prensa
internacionales. Miembro de la masonería y situado en el campo del
antifascismo, el artículo destilaba un inequívoco aroma de hostilidad hacia el
nazismo, pero, en cualquier caso es la primera vez que un texto escrito fuera
de Alemania aludía a las relaciones de Hitler con el mundo del ocultismo.
Al año
siguiente la maquinaria de agitación bolchevique en Francia se puso en marcha
para aprovechar la presencia de un exiliado alemán procedente del campo de la “juventud
conservadora”, Hermann Rauschning quien había ocupado el cargo de Presidente
del Senado de Danzig. Rauschning firmaría un libro con el título de Hitler me ha dicho[3]
que es sistemáticamente utilizado para “demostrar” las relaciones de Hitler con
el mundo del ocultismo y lo paranormal. Buena parte del libro está dedicado a
presentar a Hitler como fanático ocultista que no duda en asumir una “misión”
que le ha sido conferida por fuerzas secretas con olor a azufre. Si lo esencial
del artículo de Lebesque eran las relaciones entre Hitler y los neo–templarios
alemanes, en cambio en el libro de Rauschning de lo que se trata es de
presentar a Hitler como un exaltado irracionalista próximo al satanismo.
No es este
el lugar para desvelar que la obra de Rauschning fue un mero producto de “propaganda
de guerra” y que, contrariamente a lo que él afirmaba, apenas había conocido a
Hitler personalmente y siempre en compañía de otros[4].
Tampoco vale la pena comentar el artículo de Lebesque que, visiblemente, parte
de unos pocos datos entonces apenas conocidos fuera de Francia, errónea y
confusamente interpretados. El origen de las informaciones de las que partía
Lebesque era la existencia de la Orden del Nuevo Temple fundada por Jörg Lanz
von Liebensfeld que utilizaba desde principio del siglo XX la esvástica. Estaba
claro que Lebesque –involuntaria o deliberadamente– confundía la ONT con la
otra orden ariosófica que existía en la época, la Orden de los Germanos. Unos
años antes, el que había sido Gran Maestre de la Sociedad Thule (rama bávara de
la Orden de los Germanos), Rudolf von Sebotendorf había escrito Antes de que Hitler llegase[5]
en la que el nombre de Hitler había aparecido en varias ocasiones y gracias al
cual podía confirmarse que Rudolf Hess, Alfred Rosemberg y Hans Frank,
dirigentes del NSDAP de primera fila habían pertenecido al grupo. A pesar de
que Lebesque hablaba alemán y seguramente había tenido acceso directo a todas
estas fuentes escritas, la sensación que da el artículo es que lo escribió de
memoria, demasiado rápidamente y enlazando datos que no tenían nada que ver,
confundiendo nombres, siglas y situaciones. Subsistirá siempre la duda de si
estos errores fueron voluntarios, pero lo incuestionable es que inauguraron una
línea de tendencia en la que el ocultismo y el nazismo quedaron
indisolublemente unidos.
A partir
de 1945 toda esta temática se olvidó y el fenómeno nacional–socialista y el
Tercer Reich fueron presentados como únicos responsables de la Segunda Guerra
Mundial y autores del llamado “Holocausto”. No volvió a recordarse la relación
de Hitler con las sociedades ocultistas. Sin embargo, en los años 60 apareció
en las librerías de toda Europa un best–seller
que volvía a la carga con el mismo tema: El
Retorno de los Brujos[6].
Subtitulado
“una introducción al realismo fantástico, el libro, escrito por Louis Pauwels
(antiguo miembro del grupo surrealista francés y autor de una biografía muy
completa sobre el ocultista ruso Georges Ivanovitch Gurdjieff), era, en
realidad un popurrí de temas que, a primera vista tenían apenas tenían relación
con el título y solamente tenían como denominador común “lo anómalo”: fenómenos
parapsicológicos, esoterismo y ocultismo, civilizaciones desaparecidas… y
consideración del nacional–socialismo y del Tercer Reich como un “fenómeno
mágico”. Solamente en Francia se vendieron entre 1960 y 1970 2.000.000 de
ejemplares, dando lugar a toda una subcultura cuyo buque insignia fue la
revista Planète (en España, traducida
con el título de Horizontes[7]).
La
gestación del libro se inició en 1953 cuando un amigo común puso en contacto a
Louis Pauwels con Jacques Bergier. El primero se había forjado fama de
humanista místico, mientras el segundo se presentaba como “científico judío”.
Bergier tenía como único objetivo escribir un libro sobre las sociedades
secretas, pero Pauwels le convención de dar a la obra un enfoque mucho más
amplio. Bergier se encargó de recoger el material y Pauwels de darle forma de libro.
La obra, finalmente, fue publicada por Gallimar en 1960. En general, el libro
tocaba temas que habían tenido eco en la primera mitad del siglo XX, pero que
en ese momento se encontraban prácticamente olvidados o relegados a pequeños
círculos poco comunicativos. La habilidad de los autores consistió en reunir en
un puzle los más variados temas ante
los cuales era difícil que ningún lector se sintiera, de una forma u otra,
interesado. La guerra mundial había supuesto una ruptura con toda esta
temática, que todavía en los años 30 gozaba de cierto favor por parte de los
lectores, y al restablecerse la paz, no aparecieron ni autores, ni materiales
nuevos que relanzaran toda esta temática. La mezcla de alquimia, ocultismo,
civilizaciones desaparecidas, casuística ufológica, biografías de personajes
anómalos, física nuclear, misticismo, astrología y demás mancias (que luego, la
contracultura que aparecería en los EEUU, terminaría propulsando), como era de
esperar, hizo bullir los cerebros y alumbrar el nacimiento de una subcultura.
La mayor parte de estos temas eran simples mistificaciones, se presentaban de
forma incompleta y sesgada, con errores y ocultamientos para destacar lo “fantástico”
a lo que podía aproximar una forma “realista” de ver los acontecimientos. En
los años siguientes, ambos autores, pero especialmente Bergier, siguieron
trabajando en la misma dirección, lanzando productos de un calado cada vez más
bajo, en un momento en el que otros autores ya habían tomado el relevo y
producido una inflación de títulos que trataban de discurrir por la misma
senda. Pero uno de los temas más polémicos y que suscitó más interés en el
público fue la presentación del Tercer Reich como un fenómeno “esotérico”, más
relacionado con el mundo mágico que con la política.
La tesis
de Pauwels y Bergier sobre el nazismo aparecía en un momento en el que la
historiografía todavía no había “digerido” la naturaleza del NSDAP. Aún no
habían aparecido las tesis de Mosse, Sternhell o Renzo de Felice y las únicas
interpretaciones orgánicas del fenómeno accesibles para el público procedía de
autores marxistas que limitaban su análisis a presentar a los fascismos como
expresiones agresivas de las clases medias, propulsadas por el capitalismo
monopolista para abatir a los movimientos obreros. La aridez, lo limitado y lo
discutible de tal tesis y la ausencia en aquel momento de interpretaciones más
amplias, fue el resquicio que aprovecharon Pauwels y Bergier para presentar al
nazismo como un producto del irracionalismo generado por sociedad secretas de
carácter mágico. Los aspectos oscuros de la personalidad de Hitler les
sirvieron para presentar al führer del Tercer Reich como un médium e incluso se
permitieron trazar una génesis del “nazismo mágico”: de los rosacruces a la
Golden Dawn, y de esta sociedad anglosajona a la Sociedad Thule. Así pues, ante
el racionalismo darwinista y al mecanicismo marxista, el nazismo había operado
un fenómeno de retroceso hacia lo irracional. Los autores de El retorno de los brujos dedicaron casi
cincuenta páginas a las más descabelladas doctrinas que, según ellos, habrían
encontrado en el Tercer Reich el campo de cultivo adecuado para su difusión: la
teoría sobre la “tierra hueca”, la cosmogonía de Hans Horbiger… Incluso el “Holocausto”
habría sido un “acto mágico”.
Con todo
ello, los autores aspiraban a demostrar que la “realidad” es mucho más completa
que lo que habitualmente consideramos. Nuestra percepción nos engañaría y lo “fantástico”
nos sería hurtado por unos sentidos limitados y por un sistema de conocimientos
que limitarían extraordinariamente nuestra percepción. Por eso mismo, no
habíamos sido capaces de entrever la realidad del nazismo. Cualquier dato
fantástico, por absurdo e improbable que fuera, debía ser integrado en un “sistema
abierto” de conocimientos, en lugar de condenarlo. Un excéntrico y singular
personaje norteamericano, Charles H. Fort, autor de El libro de los hechos condenados, que había pasado toda su vida
recopilando noticias sobre hechos inexplicables, era el inspirador de buena
parte de la obra. Pauwels y Bergier no afirmaban ni negaban, simplemente, “exponían”
pidiendo al lector apertura de miras y que juzgara cualquier hecho sumamente
improbable sin recurrir a estándares convencionales, prejuicios o
convencionalismos. “No nos lo creemos todo –escribieron– pero creemos que todo
debe ser examinado”. A ese sistema le llamaron “realismo fantástico”, un
estadio superior al mero “realismo”.
En
realidad, El retorno de los brujos no
pasaba de ser una exaltación del “relativismo” más extremo. A partir de ese
momento, todo valía para fabricar un best–seller… En los 30 años siguientes aparecieron no
menos de 200 obras dedicadas exclusivamente al “nazismo mágico” y no todos
ellos estaban escritos por periodistas desaprensivos, jóvenes ignorantes o
antifascistas militantes, sino que también algunos neo–nazis habían terminado
creyendo en este planteamiento.
Nosotros
mismos nos interesamos desde que leímos El
retorno de los brujos por toda esta temática y ya desde muy pronto
advertimos la contradicción entre la importancia que se le daba a algunos
autores en esta obra (Hans Horbiger, entre otros) con la nula importancia real
que tuvieron durante del Tercer Reich tal como han constatado los trabajos
historiográficos más solventes[8]. En ninguna,
absolutamente en ninguna de las obras de los historiadores más serios que han
reunido documentación sobre el NSDAP y el Tercer Reich se mencionan, ni
siquiera de pasa ni a Horbiger, ni a los teóricos de la “tierra hueca”.
Para
tratar de elucidar la cuestión sobre la influencia del ocultismo dentro del
Tercer Reich, Nicholas Goodrick–Clarke dedicó un estudio realizado según el
método historiográfico y cuyas consecuencias nos parecen difícilmente
cuestionables[9]. En esta obra se
demuestra algo ya conocido (que el Partido Obrero Alemán fue, inicialmente, en los
primeros meses de su existencia, en su “prehistoria” tal como la califica
Goodrick–Clarke) fue una emanación de la Sociedad Thule, el trabajo del
historiador consiste en profundizar el medio en el que nació la sociedad Thule:
los círculos ariosóficos de Baviera. En su obra, nos pasa revista a lo que
fueron estos círculos y los contenidos de la doctrina ariosófica, concluyendo
que se trataba de una emanación de la teosofía alemana.
Sin
embargo, este estudio para ser comprendido en su totalidad debería ser leído
junto a la obra de Armin Mohler sobre la “revolución conservadora”[10] que nos muestra
utilizando una abundante documentación que el “movimiento ariosófico” no fue
más que una parte de aquel movimiento extraordinariamente rico y poliédrico al
que dedica su obra. Este movimiento estuvo dividido en cinco ramas[11] (los Völkischen, los jóvenes conservadores,
los nacional–revolucionarios, el movimiento de juventudes y el movimiento
campesino), cada una de las cuales, a su vez estaba dividida en multitud de
iniciativas, revistas, grupúsculos, existiendo entre ellas siempre
posibilidades de cambios de ubicación. Para Mohler, el nacional–socialismo y la
“revolución conservadora” son dos fenómenos completamente diferentes a pesar de
que el NSDAP tomara muchos elementos “prestados” a las distintas corrientes y
que algunos de sus exponentes, anteriormente hubiera militado en grupos de
aquel movimiento (y otros, realizaran el trayecto en dirección opuesta). Lo
interesante es constatar que Mohler sitúa a los “grupos ariosóficos” (a los que
demuestra conocer bien y de los que publica una extensa bibliografía) como una
rama de los Völkischen[12].
Nada de
todo esto, como veremos, tiene algo que ver con las elucubraciones ocultistas o
con el “realismo fantástico” (al que cabría mejor calificar de “realismo
fantasma”) de Pauwels y Bergier. Todos estos textos que acabamos de mencionar
se apoyan en una exhaustiva documentación sobre las fuentes originarias y en
ellas no aparece ninguna referencia que indique que –fuera del período de la “prehistoria”
del nazismo (1919–1921) y del papel de la Sociedad Thule (cuya trayectoria se
conoce perfectamente en todos sus detalles gracias al libro escrito por el que
había sido su Gran Maestre Rudolf Von Sebotendorf) en la gestación del Partido
Obrero Alemán– existiera ninguna relación directa ni indirecta, constatable
mediante documentos históricos, entre el NSDAP y el ocultismo… fuera del hecho,
por supuesto, de que un partido con varios millones de afiliados pudiera tener
a algunos elementos que, previamente, habían tenido participación más o menos
activa en grupos ocultistas.
Hay algo
todavía más significativo. En su práctica política Hitler, ni el Tercer Reich,
mostraron ningún tipo de comportamiento irracional. Hitler tenía una
personalidad particular que estudiaremos más adelante, pero jamás se interesó
por el ocultismo e incluso despreciaba al movimiento völkisch. Todas sus
decisiones y comportamientos, tanto en el período de ascenso al poder como en
el período de gestión del mismo, dio muestras de una racionalidad absoluta,
tanto él como sus ministros y los demás dirigentes del partido o del Reich. Fue
esa racionalidad la que rindió los mejores frutos al régimen nazi como fue el
poder absorber a 4.000.000 de parados y revertir la situación de desintegración
que atravesaba Alemania, transformándola en apenas tres años en una gran
potencia en muchos de cuyos aspectos se adelantó a su tiempo. Los proyectos
alemanes diseñados en los últimos años de la guerra en materia aeronáutica son
incluso tenidos en cuenta en diseños de nuestros días, mientras que las ideas
en cohetería de Von Braun y de su equipo inspiraron, no solamente los viajes a
la Luna, sino en posterior “trasbordador espacial”. El joystick utilizado hoy
en vídeo–juegos fue, igualmente, una creación de la época, como el “coche
popular”, las autopistas, la televisión y un sinfín de hallazgos que hubieran
sido imposibles si en el régimen nazi el irracionalismo ocultita hubiera estado
presente y si los jerarcas hubieran compartido tesis como la de la “tierra
hueca” o la cosmogonía de Horbiger. De hecho, el régimen hitleriano puede ser
considerado en su doble aspecto de “romántico” (en la medida en que facilitaba
a los alemanes el orgullo de pertenecer a un gran pueblo y un destino colectivo
marcado por la pertenencia a una sangre común) y de “racionalista” (en la
medida en que su proceso de ascenso al poder fue sistemáticamente conducido por
Hitler sin atender a apriorismos, ni dogmatismos de ningún tipo, ni siquiera de
carácter ideológico y, posteriormente, las decisiones que tomó eran, absolutamente
todas, perfectamente racionales en orden a los efectos buscados).
Quienes
han intentado presentar al nazismo como la exaltación de lo irracional son
precisamente sus adversarios. Es normal que así fuera y no podía esperarse
ninguna otra cosa de ellos, especialmente desde el momento en que el nazismo se
mostró como un movimiento que atentaba, no tanto contra su “visión del mundo”,
como contra sus intereses en Alemania y, por extensión, en Europa. Menos normal
es que, setenta años después del hundimiento del Tercer Reich, este
planteamiento siga siendo habitual en los grandes medios de comunicación.
El hecho
de que algunos círculos neo–nazis, a partir de los años 60, especialmente en
Francia y luego en el ámbito latino, asumieran también los planteamientos
lanzados por los enemigos del nacional–socialismo no debe extrañar. Cuando
algunos de estos círculos aluden a los “OVNIS de Hitler”, o el mismo Führer
como “último avatara”, cuando lo presentan como un maestro ocultista, lo que
están haciendo es seguir un proceso psicológico propio: provistos de una
ideología que no tiene absolutamente ninguna posibilidad de volver a imponerse,
estos círculos neo–nazis transforman la necesidad en remedio: no son nada, no
representan nada… pero al aureolarse de doctrinas escatológicas, cubren si
indigencia actual con un futuro en el que el “cosmos”, mecánicamente,
restablecerá el “orden” y su fe terminará triunfando. En el fondo, los
neo–nazis ocultistas de nuestros tiempos no son más que gentes que no se
sienten competitivas en el terreno de la política, que han renunciado a hacer
valer sus ideales, y se refugian en un universo mágico que les asegura la
victoria final[13] y, mientras eso
llega, una posición superior de “conocimiento” de “los que saben”, frente a
quienes detentan el poder político y económico, de “los que no saben” las leyes
del Cosmos…
[1] Philéas Lebesque
(1869–1958), poeta, artista y esoterista francés. Viajero impenitente y
políglota (se dice que hablaba 16 lenguas extranjeras), colaboró con distintas
revistas literarias de prestigio. A partir de 1896 fue redactor del Mercure de France, revista literaria en
la que publicó las crónicas de sus viajes por toda Europa y en 1913 descubrió
al gran poeta portugués Fernando Pessoa. Entre 1920 y 1850 se unió a la
literata gallega Francisca Herrera Garrido (primera mujer elegida académica de
la lengua gallega) y colaboró con la revista galleguista Nós (1920–1936). Gracias a sus viajes y a sus relaciones con las
embajadas francesas, consiguió una importante red de contactos con escritores,
artista y políticos de su época. Se dice que a lo largo de su vida intercambió
un mínimo de 25.000 cartas con personalidades de su tiempo. Se sintió atraído
por el simbolismo en su juventud, lo que llevó de manera natural al esoterismo.
Como en el caso de su amigo, Oscar Milosz, su esoterismo fue sobre todo
poético. Defensor del celtismo, ocupó el cargo de “Gran Druida de las Galias”,
una de las autoridades espirituales del Colegio de Bardos de las Galias fundado
en 1933 por Jacques Heugel. También colaboró con la revista Atlantis de Paul Le Cour.
[2] Cf. Teosofía, ariosofía, nazismo. La clave
esotérica del hitlerismo, Ernesto Milá, Ediciones Titania, Madrid 2010,
pág. 10.
[3] Hitler me ha dicho, Hermann Rauschning,
Publicaciones Cruz O, México 2004.
[4] Para una crítica
amplia a la obra de Rauschning puede leerse Rauschning:
anatomía de un falsario, Ernesto Milá, Revista de Historia del Fascismo nº
IV, Marzo de 2011 págs. 4–19.
[5] Antes de que Hitler llegase. La historia de
la Sociedad Thule, Rudolf von Sebotendorf, Ediciones CAMZO, Alicante 2012.
[6] El retorno de los brujos. Louis Pauwels
y Jacques Bergier, Plaza & Janés, Barcelona 1963.
[7] La revista Horizontes se publicó en España entre
1968 y 1971 por la editorial Plaza & Janés. Fue dirigida por Antonio
Ribera. Destacó desde el primer momento por su formato (17,5 20 cm) y por su cuidado diseño y
presentación. Era la traslación de la revista Planète publicada en Francia (que alcanzó una difusión de 100.000
ejemplares), aunque un 25% de la publicación albergaba artículos de autores
españoles. A pesar de que se apoyaba en el éxito editorial del libro de Pauwels
y Bergier y en la colección de libros que, a partir de ese momento empezó a
publicar la editorial Plaza & Janés (Otros
Mundos) cuyo recorrido duraría hasta principios de los años 80, la revista
suspendió su aparición en el número 16. En 2000 se inició la publicación de la
revista Nuevos Horizontes, dirigida
por Sebastià d’Arbó y en la que el autor de estas líneas era jefe de redacción.
[8] Ernst Nolte, El fascismo en su época. Ediciones 62,
Barcelona 1967; George Mosse, La nacionalización de las masas.
Marcial Pons, Madrid, 2005; Ian Kershaw, Adolf
Hitler, Editorial Folio–ABC, Madrid 2003; Hitler, una biografía, Joachim Fest, Editorial Planeta, Barcelona
2012.
[9] Nicholas
Goodrick–Clarke, Les racines occultes du Nazisme, Éditions Pardès,
Puiseaux 1989.
[10] Armin Mohler, La revolution conservative dans l’Allemagne:
1918–1932, Éditions Pardès, Puiseaux, 1993. La lectura de esta obra puede
ser completada con el voluminoso trabajo de Pierre Faye, Los lenguajes totalitarios, Taurus, Madrid 1972.
[11] Ídem, pág. 95 y sigs.
[12] Escribe Möhler: “Es así como el movimiento völkisch
aparece, flotando en sus márgenes y en sus capas inferiores. Estos contornos
flotantes se acentúan por la irrupción de numerosas “doctrinas ocultas” que
replican al cristianismo y buscan penetrar en los “mundos desconocidos” que han
sido abandonados por el cristianismo y puenteados por el progreso. Vemos a uno
de los “Völkschen utilizar la teoría
de la deriva de los continentes para construir una teoría de la emigración de
la raza nórdica de la Atlántica, desaparecida entre las olas, hacia el Sur y
hacia el Este; otro se esfuerza, con ayuda de símbolos ocultos presentes en
iglesias abandonadas, como el círculo solar o el signo de la runa de man para excavar en el pasado; un
tercero utiliza el espiritismo como llave para penetrar en los primeros
tiempos. Se ve incluso como aparecen doctrinas teosóficas de todo tipo, aunque
sean anatemizadas desde el primer momento por una parte de los Völkischenen, en tanto que doctrinas
“masónicas” o “criptocatólicas”, y otras amabilidades del género” (op. cit., pág. 99–100).
[13] A este respecto la
obra de Miguel Serrano, que analizaremos más adelante, es el límite extremo de
esta tendencia. Obras como El Cordón
Dorado, Hitler el último avatara y un largo etcétera están escritas bajo el
presupuesto de que todo el hitlerismo puede interpretarse de una manera “mágica
y ocultista”. El elenco de sus obras puede consultarse en http://www.eblibros.cl/ebinicio.html
HITLERISMO Y OCULTISMO (1 DE 7) – EL GRAN EQUIVOCO Y LA GRAN FALACIA
HITLERISMO Y OCULTISMO (2 DE 7) – HITLER Y SU PRESUNTA AFICIÓN AL OCULTISMO
HITLERISMO Y OCULTISMO (3 DE 7) – MILENARISMO ARIOSOFICO Y HITLERIANO
HITLERISMO Y OCULTISMO (4 DE 7) – LA SOCIEDAD THULE: MITO Y REALIDAD
HITLERISMO Y OCULTISMO (5 DE 7) – HITLER, UNA EXTRAÑA PERSONALIDAD
HITLERISMO Y OCULTISMO (6 DE 7) – UNA EXCENTRICIDAD LLAMADA ARIOSOFIA
HITLERISMOY OCULTISMO (7 DE 7) – ALGUNAS CONCLUSIONES