Los paralelismos entre la situación y los movimientos previos a la
Segunda Guerra Mundial y la situación actual resultan escalofriantes para aquel
que conoce la historia de aquella época. No es raro que la “industria cultural”
tienda a reducir aquel conflicto a tres puntos: “Hitler = loco expansionista”,
“Holocausto” y “victoria de la democracia”… con lo cual, resulta imposible
entender todo lo que ocurrió antes -¿cómo fue que Hitler llegó al poder y
cómo Alemania en tres años, entre 1933 y 1936 se pasó del hundimiento económico
a una economía pujante e inédita en la historia del país- y todo lo que
ocurriría después -¿cómo fue posible que ya en las últimas semanas de la
guerra se presintiera lo que iban a ser los 40 años de Guerra Fría? ¿cómo es
posible que dos de los vencedores, Francia y el Reino Unido, 15 años después de
su victoria hubieran visto evaporados sus imperios?-. La “versión oficial” de
la Segunda Guerra Mundial, está articulada de tal manera que, a fuerza de
repetirla una y mil veces, ha pasado a ser un producto clásico del “ministerio
de la verdad” que, además, ningún historiador se atreve a contradecir, porque
al hacerlo, se exponen a ver sus carreras en barbecho, en vías muertas y, en el
peor de los casos, a enfrentarse a procesos judiciales. No, no es una “conspiración”,
es simplemente un “acto de prevención” con el que, especialmente los EEUU y los
instigadores de la Segunda Guerra Mundial, se guardan de poder utilizar el
mismo mecanismo en caso de que aparezcan nuevos enemigos de su poder mundial.
Y esa ocasión ha llegado: EEUU está
perdiendo cada día que pasa, un poco más de su posición de “primera potencia
mundial”. Su ejército ha sido derrotado en Irak y Afganistán, en donde,
ninguno, absolutamente ninguno de los objetivos propuestos al iniciarse el
conflicto, ha sido alcanzado. En donde, a pesar de no tener un número excesivo
de bajas -como tampoco en la Segunda Guerra Mundial, los EEUU sufrieron
excesivas bajas: 174.000 muertos, son muy poco comparados con los 9.360.400
muertos de la URSS o los 3.640.000 muertos del Reich… o en la guerra del
Vietnam en donde murieron 58.126 norteamericanos por 1.100.000 norvietnamitas-
la sociedad norteamericana no pudo sostener la presión de unas guerra inútiles
emprendidas, oficialmente, por “razones geopolíticas” y, en la práctica
justificadas solamente para mayor gloria del complejo militar-industrial. Su
situación es muy parecida a la del Reino Unido en 1939: un imperio que amenaza
disgregarse, cuyas costuras se mantienen por la presencia militar y naval en
todos los escenarios, pero cuya sociedad ha perdido interés en el Imperio y los
beneficios solamente son cosechados por las grandes corporaciones. Reino
Unido en 1939 y EEUU en 2022 son dos imperios al borde de la evaporación,
conteniendo en su interior todos los elementos para intuir que han agotado su
ciclo vital.
Desde Vietnam, la esperanza del Pentágono era entrar en lo que
llamaron “guerras asimétricas” en las que todas las bajas correspondieran “al
enemigo” y el bando propio no registrara ni una sola escena de bolsas de
plástico y féretros repatriando soldados. Y ese sigue siendo, aún hoy, el
concepto. Pero, finalmente, todo lo que implica dominio, conquista, victoria,
implica que, antes o después, se debe producir la ocupación del territorio por
parte de unidades de infantería. Y es aquí en donde los sistemas
contrainsurgencias, la observación a distancia, las redes de inteligencia, se
muestran incapaces de contener ataques de guerrilleros motivados. Y esto
pertenece al pasado más reciente, casi a la actualidad informativa: estas
semanas se ha cumplido un año de la llegada de los talibanes a Afganistán. En
1939, el Reino Unido envió un “cuerpo expedicionario” a Francia. Después de
haber arrastrado a Francia al conflicto, el Reino Unido, tras el avance alemán
de mayo de 1940, optó por refugiarse en Dunkerque y reembarcar abandonando a
los franceses (y, dos semanas después, bombardeando a la escuadra francesa en
Mers-el-Kevir). En 2022, ningún europeo quiere comprometer a su país en una
guerra con Rusia en defensa de la “democracia en Ucrania” o de la integración
de Ucrania en la OTAN o en la UE… Y, por lo demás, hay que dudar de la
eficacia del ejército norteamericano en una lucha en Europa que no despertaría
entusiasmos en los EEUU como se podía dudar en 1939 de la eficacia inglesa en
defender un territorio que no era el propio. Los polacos creyeron en esa
eficacia y Polonia desapareció del mapa en apenas tres semanas. El peor aliado
es aquel que no está en condiciones de cumplir sus promesas. El Reino Unido no
lo estaba en 1939, ni lo están hoy los EEUU.
Hasta la Primera Guerra Mundial, la historia de los EEUU era la
historia de un país gobernado por unas élites mesiánicas desconectadas por
completo de una población que creía verdaderamente en el contenido de sus
documentos fundacionales y convencidos de que estaban constituyendo una
sociedad libre. La historia de los EEUU empieza con una gran mentira: el
“motín del té de Bostón” en donde los miembros de la logia masónica de la
ciudad se disfrazaron de indios, atacaron un buque inglés anclado en el puerto
y arrojaron las cajas de té al mar. Fue la primera operación “false flag”
de su historia (salvo que se considere el episodio del caballo de Troya
como precedente mítico). Seguirían otras. Hoy se sabe, por ejemplo, que el “incidente
de Tonkin” que justificó la intensificación de la guerra del Vietnam, jamás
existió y se duda de la solidez de la “versión oficial” sobre los ataques del
11-S que dieron lugar a las invasiones de Afganistán e Irak, como se duda
también de que el gobierno de los EEUU no conociera la fecha de ataque a Pearl
Harbour, sin el cual los EEUU no hubieran podido entrar nunca en la Segunda
Guerra Mundial.
Históricamente, la población norteamericana siempre ha sido
aislacionista, pero las élites han precisado guerras de conquista para ampliar
su cuenta de resultados. Y para obligar a la población a abandonar ese
aislacionismo tradicional y lograr que aceptaran morir en los escenarios más
alejados de sus grandes, se vieron obligados a recurrir a dos métodos, por este
orden: el papel instigador de los medios de comunicación (que preparaban el
camino) y la operación de “bandera falsa” (que provocada el traumatismo en la
conciencia americana: “o ellos o nosotros”).
Siempre ha sido así y no hay motivos para pensar que esto cambiará
alguna vez. La única defensa de la “verdad oficial” consiste en tildar de
“conspiranoicos” a quienes presentan pruebas y razonamientos lógicos para
demostrar que se ha producido una operación de “bandera falsa”, e insistir en los
quiméricos contenidos de la “verdad oficial”. Y recordamos que hoy, en 2022,
el poder de penetración y la concentración de los medios de comunicación es
mucho mayor que en los tiempos en los que Randolph Hearst declaró la guerra a
España solamente excitando a la población norteamericana, para ampliar las
ventas de sus diarios.
Así pues, el “anuncio” de una próxima guerra es una mecánica con pocas innovaciones en el último siglo y medio de historia. Pero sería absurdo considerar que solamente la “provocación” (o, si se prefiere, la operación “false flag”), bastan para generar un conflicto. Ese es solamente, el detonante. Pero, para llegar hasta allí se tienen dar una serie de condiciones previas que afectan, por un lado, a la preparación del conflicto y síntomas que evidencien que se trata la única salida lógica para la “élite” que gobierna aquel país.
Vemos cuales son estos elementos:
1.- Crisis económica prolongada con imposibilidad de salida
En 1939, los EEUU vivían todavía las consecuencias de la crisis de
1929. Dirigía el país Franklin Delano Roosevelt, el presidente que, por las
circunstancias ha tenido un mandato más largo en la historia del país: 12 años.
Llegó al poder proponiendo un “New Deal” (= nuevo acuerdo) que consistía
en una serie de programas de ayudas sociales e inversiones públicas. A pesar de
que este “new deal” suele ser considerado por los historiadores
oficialistas como un “éxito”, lo cierto es que constituyó un inmenso fracaso.
Copiamos de Wikipedia, de la entrada sobre el presidente
Roosevelt: “El New Deal no resolvió la crisis, que perduró hasta que Estados
Unidos movilizó su economía con la Segunda Guerra Mundial, momento en el que el
número de parados seguía siendo alto”. En efecto, los motivos del fracaso
hoy están muy claros y fueron los mismos por los que los planes de Zapatero
E2010 de 2009 no sirvieron para nada: al entregar a las autoridades autonómicas
y locales (en el caso de los EEUU, a los Estados) los fondos para invertir en
infraestructuras, la “parte del león” de los mismos fue a parar a constructores
y empresarios y no volvió al circuito social de consumo y de reactivación
económica, sino a las cuentas bancarias de élites y patronos. Y esto misma
explica por qué planes similares de construcciones de infraestructuras entre
1933 y 1936 en el Tercer Reich tuvieran éxito: en efecto, el dinero era
invertido directamente por el Estado, a través de empresas públicas creadas al
efecto y se evitaba la parte de beneficios de los empresarios privados.
Esto hizo que, en 1938, la situación fuera extremadamente difícil
para la administración Roosevelt: el desempleo seguía manteniéndose alto y, para colmo, en 1937 se
produjo una desaceleración de la economía que se prolongaría hasta que se
inició la Segunda Guerra Mundial y los EEUU, a pesar de su neutralidad inicial,
empezaron a producir municiones y material de guerra que exportaron al Reino
Unido. En 1942, la producción ya había logrado superar los baches de 1929 y de
1937 e inició el “gran despegue” o los “30 años gloriosos” que se prolongarían
hasta la crisis del petróleo de 1973.
Los historiadores del futuro, no podrán limitarse a eludir el
problema del fracaso del “new deal”. Si hoy persisten en esa idea se
debe a que, reconociéndola, aparecen claramente los motivos por los que los
EEUU, en 1938 hicieron todo lo posible para que el problema de Danzig fuera
irresoluble y llevara a un nuevo conflicto. Por otra parte, desde 1933 el
Consejo Judío Americano había declarado la guerra a Alemania en el mismo
momento en el que Hitler llegó al poder. Esto implicaba que buena parte de
la prensa, de los medios de comunicación y de Hollywood, adoptarían esa
posición desde el momento en el que la presencia judía era muy notable.
Así pues, si aceptamos el hecho demostrado de la incapacidad de
los procedimientos “keynesianos” para reactivar la economía
norteamericana, entenderemos que la única vía para poner en marcha de nuevo las
fábricas, era generando las condiciones para que estallara una guerra, bien en
Europa, o bien en Asia. En cualquiera de los dos casos, EEUU se
configuraría, inicialmente, como proveedor de armamentos, tarea que, en sí
misma, ya suponía reactivar los circuitos de producción.
Paralelamente existía una segunda intención: el proyecto de
convertir los EEUU en potencia hegemónica mundial. Y, para eso, era necesario
intervenir en la guerra directamente. Pero, el
problema que se le planteaba a Roosevelt era que, después de casi una década de
“operaciones psicológicas” para convertir al americano medio en belicista, la
mayoría del pueblo norteamericano, era partidario de mantener la postura
aislacionista. Esto explica, el porqué, inmediatamente estalló la guerra
chino-japonesa en 1937, los EEUU firmaron con China un contrato secreto por
valor de 50.000.000 de dólares, enviando 100 aviones Curtiss P-40 y 300
militares norteamericanos (dados de baja nominalmente del servicio para no
involucrar a su país y atraídos por la paga) dirigido por el general Claire Lee
Chennault (que había sido dado de baja en EEUU y entró en china como
“agricultor”). Y por qué, a partir de 1938, los EEUU iniciaron el embargo de
petróleo y de minerales en bruto, congelaron los bienes japoneses en territorio
norteamericano y cerraron el canal de Panamá a buques japoneses. Pero, a
pesar de que los medios de comunicación norteamericanos solían aludir a
masacres y crueldad en China, no lograron que la opinión pública
norteamericana aceptara entrar en una guerra abierta contra Japón (que hubiera
implicado también guerra contra Alemania, en el momento en el que la Operación
Barbarroja suscitaba simpatías en la opinión pública y había neutralizado los
resultados de las operaciones psicológicas belicistas). Los EEUU entraron en
“negociaciones” con Japón que alcanzaron su clímax con la nota del Cordell
Hull, secretario de Estado, del 26 de noviembre de 1941 que fue considerado por
el gobierno japonés como un “ultimátum”.
A partir de ese momento, los EEUU, solamente esperaron el ataque a Pearl
Harbour -que conocían bien y que hubieran podido desactivar- que, por sí mismo,
cambio de un día para otro, la opinión del pueblo norteamericano y facilitó la
entrada en guerra, no solamente contra Japón, sino también en Europa.
Esa misma situación es la que, en estos momentos, se está
generando. Después de prometer a Gorvachov que la frontera de la OTAN no se
movería, los EEUU facilitaron la ampliación de este organismo hacia el Este:
pero, ya en 1991, instigados por los EEUU, Polonia, Hungría y Checoslovaquia
pidieron el ingreso en la UE y en la OTAN y llevar a cabo reformas militares
para equiparar sus ejércitos a los de la OTAN. En la Cumbre de Madrid de 1997,
Polonia, Hungría y Chequia, ingresaron. En la Cumbre de Washington de 1999, la
OTAN emitió directrices para la adhesión de Albania, Bulgaria, Estonia,
Letonia, Lituania, Macedonia, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia, a los que se
sumaría Croacia, países que se integraron en la Cumbre de de Estambul en 2004.
En 2017 ingresaría Montenegro y en 2020 lo hizo Macedonia del Norte. Así pues, la
promesa realizada en 1990, por el secretario de Estado de EEUU, James Baker, al
presidente Mijaíl Gorvachov, había demostrado ser papel mojado. Un simple
engaño. Y no solo eso: la ampliación iba a proseguir con la incorporación de
Ucrania que desató, finalmente, el conflicto.
¿Por qué ese conflicto y por qué ahora? Los dos años de
pandemia sirvieron solamente para aplazar el gran problema que se presentía en
2019: la inflación castigaría a la economía mundial. El confinamiento detendría
el consumo y, consiguientemente, la economía se “enfriaría”, como,
efectivamente, así ocurrió. Pero el problema fue que, dos años después, al
reactivarse el consumo, la inflación, contenido en los años anteriores, se
disparó.
A esto se unió el problema interior de los EEUU y la lucha entre
el stablishment y el “nuevo conservadurismo” (o “nuevo aislacionismo”
representado por Trump). La medida de manual para contener la inflación es
subir los tipos de interés, encarecer el dinero, en una palabra. Y eso fue lo
que se está aplicando en estos momentos. Eso, indudablemente, afecta a la
población, que ve encarecidas las hipotecas y los préstamos, pero, beneficia a
los grandes poseedores de capital que ven como su dinero evitar la pérdida de
valor con los procesos inflacionistas y, por el contrario, genera más intereses.
Pero, el problema ha sido que la subida de tipos de interés ha “enfriado” la
economía y los EEUU han entrado en recesión en un momento muy peligroso en
el que el país esta divido en dos (progresistas pro-stablishment y
conservadores trumpistas).
En este contexto, la instigación para la entrada de Ucrania (y
luego de Finlandia y Suecia) en la OTAN suponen verdaderas provocaciones anti-rusas,
en un momento en el que el gobierno ruso no manifestaba absolutamente ninguna
tendencia belicista ni expansionista. Porque, tras la entrada de Ucrania en
la OTAN era evidente que la siguiente maniobra sería atacar el corazón del
régimen ruso. Vale la pena recordar aquí que la responsabilidad en el
desencadenamiento de una guerra no es de quien disparó primero, si no de quien
creó la situación para que alguien disparara. Y, en este caso, la
responsabilidad de los EEUU es absoluta, total e incontrovertible, de la misma
forma que en 1937-1941, Japón tuvo todo el derecho de sentirse agredido por los
EEUU que intervinieron en el contencioso que mantenía con China. Al igual que,
en esta ocasión, los EEUU han seguido aguijoneando en dirección a la guerra:
- obligando a los países europeos a comprometerse a
favor de la OTAN (esto es, a favor de los EEUU, pues nadie puede dudar de
que, más que una “alianza”, esta organización es el rebaño dirigido por el
perro pastor del Pentágono, esto es, una estructura militar que certifica y
evidencia la dependencia política de Europa y su estado de vasallaje en
relación a los EEUU), aun a sabiendas de que este compromiso iba a ser mucho
más perjudicial para los pueblos europeos y no iba a significar absolutamente
nada para Rusia.
- enviando armamento sofisticado de última
generación a Ucrania, simplemente para observar su comportamiento en
combate y su utilidad. Algo que ya realizaron en la guerra chino-japonesa de
1937-1945, enviando a los Curtiss P-40 con sus tripulaciones. Parece
demasiado evidente que las asimetrías entre Rusia y Ucrania hacen completamente
imposible una victoria ucraniana y que seguir enviando armas a este país,
supone un intento de prolongar una guerra, en lugar de entrar en negociaciones.
- realizando maniobras de aislamiento contra otros
países considerados por el stablishment como “enemigos” (léase “competdores”):
tal ha sido el viaje de Nancy Pelosi (miembro del partido demócrata, presidenta
del congreso y uno de los pesos pesados del stablishment) a Taiwán (país que
fue abandonado por los EEUU desde 1972, tras la “política del ping-pong” y del
viaje de Nixon y Kissinger a Pekín y del que no se había vuelto a preocupar,
sino más bien que ha hecho todo lo posible por aislar y expulsar de foros
internacionales) y luego la formalización de un primer acuerdo
económico-comercial con el gobierno de este país, por el simple hecho de que
supone un gesto hostil hacia la República Popular China a causa de su
acercamiento a Moscú. A lo que ha seguido, el envío de dos pequeños
destructores a la zona que separa la masa continental china de la isla de
Formosa. No es nada que no hubiera hecho antes una administración
norteamericana: desde 1937, Roosevelt mantenía comunicación con Stalin para
tratar de aislar a Alemania. Igualmente, la actividad de Roosevelt convenciendo
al gobierno polaco de 1938-39 de que se cuidara de negociar con el Reich y de
garantizarle todo el apoyo diplomático y militar, constituyó otro frente del
complejo panorama europeo que culminó con el estallido de la guerra por un problema
que hubiera podido resolverse por la vía de la negociación. Si Polonia se negó
a negociar fue, precisamente, por la presión anglo-americana.
- enviando información estratégica, obtenida
mediante satélites espía, al mando militar ucraniano, asumiendo la dirección de
las operaciones psicológicas mientras dure el conflicto. Las fake news
no son cosa del siglo XXI, empezaron a multiplicarse durante la Primera Guerra
Mundial, se hicieron habituales para la “causa antifascista” en los años 20 y
30 y dominaron la narrativa de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días.
Las cosas no han sido muy diferentes desde el inicio del conflicto ucraniano:
cada mañana asistimos a la ración de fake news aportadas por cada parte.
Detrás de muchas de ellas, son perceptibles los mismos elementos presentes en
todas las operaciones psicológicas desarrolladas por el Departamento de Estado
de los EEUU y por sus organismos de inteligencia: utilización preferentemente
de mujeres y niños como víctimas, informaciones sobre crueldades cometidas
solamente por un bando que ni siquiera se tiene la seguridad de si son ciertas
o faltas pero que, en cualquier caso, han sido manipuladas y/o exageradas,
informaciones sobre victorias imposibles en frentes en donde no se ha producido
ninguna actividad militar, noticias sobre bajas asimétricas y sobre deserciones
en el bando contrario, noticias sobre ataques a hospitales, centrales nucleares
y colegios, inútiles desde el punto de vista militar, pero efectivos para
proclamar la crueldad y la irresponsabilidad criminal del otro bando… Tras la
mayoría de estas noticias se reconoce perfectamente el “buen hacer” de los
laboratorios de operación psicológicas que han actuado en la guerra de Siria,
en la guerra de Irak, en la guerra de Afganistán y que han contribuido a
reforzar el relato norteamericano de estos conflictos, utilizando el cual
resulta incomprensible su final.
2.- Aparición de “potencias emergentes” que comprometen el proyecto unilateralista norteamericano.
En 1939, la aparición de un “nuevo poder” en Europa, representado
por los fascismos, se unía a la decadencia que experimentaban el imperialismo
francés y el británico desde el final de la Primera Guerra Mundial. La importación masiva de tropas procedentes de las colonias para
combatir a los Imperios Centrales, hizo que -y fue Spengler el primero en
señalarlo en Años Decisivos- favoreció el que sectores nativos de esas
colonias se dieran cuenta de que el “hombre blanco” no era invulnerable,
aprendieran el manejo de armas y empezaran a pensar que nunca más volverían a
enviarlos a morir por una causa que no era la suya, sino la de la metrópoli
colonial. Eso hizo que, a lo largo de los años 20, empezaran a fermentar ideas
independentistas en esas colonias que luego, en el curso de los 30,
cristalizaran en movimientos de “liberación nacional”. Tras la Segunda Guerra
Mundial, en todo el mundo árabe, en Asia y en la zona subsahariana el clamor
por la independencia que el observador atento podía escuchar desde mediados de
los años 20, cristalizó y la descomposición de los imperios europeos quedó
patente.
La enseñanza histórica muestra que los “imperios” modernos, no son
eternos, sino que su ciclo vital es cada vez más breve. Nada que ver con el milenium del Imperio Romano y nada,
por supuesto que ver con la longevidad del imperio chino. Cuanto más
“moderno” es un imperio, más breve es su ciclo vital. El imperio británico
quedó establecido oficialmente en 1497 y se disolvió en 1997, pero estaba
muerto a partir de la independencia de la India en 1947, antes incluso de lo
previsto. En ese momento el Reino Unido estaba prácticamente en bancarrota, con
insolvencia que solamente se había evitado el año anterior, después de que los
EEUU le concedieran un préstamo de 4.330.000.000 de dólares (que se acabó de
pagar en 2006). Cuando Francia y el Reino Unido intentaron recuperar el
terreno perdido en 1956 invadiendo el Canal de Suez, se dieron cuenta de que ya
no pesaban en la escena internacional: EEUU impuso la retirada, mientras la
URSS aprovechaba la invasión para liquidar la revolución anticomunista en
Hungría. Francia, por su parte, se benefició tras la Primera Guerra Mundial
de la incorporación de colonias sustraídas a Alemania (Togo y Camerón) y
mandatos en territorios que habían pertenecido al Imperio Otomano (Siria y
Líbano), pero inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial empezó a
descomponerse rápidamente y, tras las pérdidas traumáticas de Indochina y
Argelia, la “grandeur” fue solamente una fantasía megalomaníaca del
general De Gaulle.
A partir de 1945 el mundo quedó dividido entre la “zona de
influencia” norteamericana y la “zona de influencia” soviética. Tras los 40
años de Guerra Fría (1948-1989), siguió el breve período de hegemonía
indiscutible de los EEUU (1989-2001) que terminó en un momento indeterminado
entre la caída de las Torres Gemelas y la crisis económica iniciada en 2007
(con el estallido de las hipotecas “subprimes”). A partir de ese momento, tres
hechos pusieron fin a la hegemonía de los EEUU: la reconstrucción de Rusia operada
por Vladimir Putin, el formidable despegue económico de la República Popular
China y la aparición de “potencias emergentes” (India, Brasil, Irán). Fue
solamente durante la presidencia de Donald Trump que los EEUU comprendieron que
ya no eran “la única potencia global”, sino una más en un mundo que, a partir
de ese momento, iba a ser “multipolar”. A partir de ese momento, la gran
contradicción y el gran riesgo de nuestro tiempo es la inevitable decadencia
del “imperio americano” y su resistencia a no ser solamente una “pata” más de
un orden multipolar asentado sobre distintas potencias regionales.
En ese contexto, el gran drama europeo es haber renunciado a su
proyecto unitario que hubiera debido tender hacia la independencia y soberanía
política, económica y militar del continente, confirmándose como otra de las
“patas” del orden multipolar. En lugar de eso, la UE aceptó ser la “delegación”
en esta región del globo del sistema de economía neoliberal globalizado, seguir
acogiéndose al teórico paraguas protector ofrecido por los EEUU en el seno de
la OTAN, ante riesgos inexistentes, y aceptar ser un enano político sin
personalidad ni peso en la escena internacional.
En 1939 era el imperialismo británico el que declinaba a mayor
velocidad. El “partido de la guerra” británico (Churchill, Lord
Halifax, Anthony Eden) temían -y, con razón- que la irrupción del Tercer Reich
hiciera posible el fantasma que más temían y ante el cual la política británica
mantenía una oposición constante desde el siglo XVIII: la aparición de un eje
París-Berlín-Moscú. Y, en un período comprendido entre 1936 y 1938, el “partido
de la guerra” británico, de común acuerdo con la administración Roosevelt, hizo
todos los esfuerzos para impedir un acuerdo en Europa y azuzar el estallido de
un conflicto.
El motivo era claro: Alemania se había reconstruido económica y
políticamente. Tras la incorporación del Sarre, de Austria y de los Sudetes, y,
tras la desintegración de Checoslovaquia, cuyas dos partes aceptaron entrar en
el área del a influencia alemana, el Reich quedó formado por casi 100
millones de habitantes provistos de una capacidad industrial y tecnológica que,
en apenas diez años, junto a sus países aliados, hubieran logrado con facilidad
y sin necesidad de una guerra, que todo el continente europeo hubiera gravitado
en torno a Berlín. La “Europa alemana” a la que aludió Thiriart. Eso
implicaba, en la práctica, la expulsión del mundo anglosajón de la principal
zona de consumo del mundo en aquel momento. El “partido de la guerra”
británico decidió que esta hipótesis era intolerable para los intereses
británicos (que, por otra parte, percibían la imposibilidad de mantener un
imperio en el que, en todas partes, aparecían movimientos centrífugos) y de ahí
su colusión con los intereses de la administración Roosevelt.
Ahora se da una situación parecida. Se han cumplido las
previsiones geopolíticas de un desplazamiento de la economía mundial al área
del Asia-Pacífico… pero lo que no se ha cumplido es la expectativa de que los
únicos contendientes fueran China y EEUU. Rusia se ha reconstruido como se
reconstruyó Alemania tras la Primera Guerra Mundial y la geopolítica rusa juega
con estimular las relaciones de amistad con tres zonas geográficas contiguas:
China, Irán y la Unión Europea. Con los dos primeros países esta política
ha podido saldarse con éxitos (a los que se ha unido la creación del Grupo de
Países BRICS). El problema radica en Europa (esto es, en la UE) y en su cerril
alianza contra natura con los EEUU. Ya hemos demostrado que la UE es el
único “aliado” seguro que le queda en el mundo a los EEUU (además del Reino
Unido). La negativa a reconocer la tendencia inevitable de la política
internacional y la existencia de imperios que se desmadejan (el francés y el
británico en 1939 y el norteamericano en 2022) es el mayor riesgo de guerra.
Porque, entonces los británicos aceptaron entrar en el juego de los EEUU, como
hoy los europeos vuelven a hacerlo en el caso del conflicto ucraniano y sin
ninguna resistencia (a diferencia de cuando estalló la guerra de Irak en donde
sí hubo oposición a que la “doctrina del caos” se instalara en la región; sólo
Blair y Aznar apoyaron la aventura colonial de Bush). El resultado fue que en
1946 el Imperio Británico, que ya estaba en crisis desde los años 30, empezó su
rápida agonía, de la misma forma que hoy, la Unión Europea se encamina hacia su
ocaso después de quince años de crisis.
El Tercer Reich ayer, hoy Rusia, son la excusa para llamar a
formar a los vasallos para un conflicto que, de prosperar, se libraría
especialmente en territorio europeo.
- Creación de focos de tensión permanentes y “guerras menores”
Desde el final de la Guerra de Secesión, los EEUU, sistemáticamente,
se han cuidado de atizar conflictos locales para mayor gloria de su
expansionismo y de su industria armamentística. A
partir del siglo XX, se trata de que estos conflictos sucedan siempre en los
lugares más alejados de los EEUU y de apoyar siempre a la fracción más proclive
a los intereses de las corporaciones norteamericanas. A fin de cuentas, nada de
esto es extraño: se trata de una potencia comercial, como antes lo fue el Reino
Unido y que toma como modelo a Cartago. Cartago, por cierto, no se eclipsó para
siempre hasta la tercera guerra púnica, cuando Roma decidió sembrar con sal las
ruinas de la capital del imperio comercial.
Cuando en marzo de 1939, Roosevelt envió una “carta abierta” a
Hitler, repleta de recriminaciones y amenazas, el Führer desde la tribuna del
Reichstag le respondió con una contundencia que pocos historiadores tienen el
valor de reconocer hoy: ante la acusación de que el Reich buscaba la guerra en
Europa, Hitler recordó:
“Después del Tratado de Paz de Versalles, solamente entre 1919 y 1938, se libraron catorce grandes guerras, en ninguna de las cuales Alemania estuvo involucrada, pero en las que estuvieron sin duda inmiscuidos, países del hemisferio occidental, en cuyo nombre también habla el Presidente Roosevelt. Además, se produjeron en el mismo periodo 26 intervenciones violentas y sanciones llevadas a cabo mediante el uso de la fuerza y del derramamiento de sangre. Alemania no participó en ninguna de ellas tampoco. Sólo los Estados Unidos, desde 1918, han llevado a cabo intervenciones militares en seis casos. La Unión Soviética, desde 1918, se ha visto involucrada en 10 guerras y acciones militares en las que la fuerza y el derramamiento de sangre estuvieron presentes. Una vez más, Alemania no participó en ninguna de ellas, ni fue responsable por lo ocurrido”.
Sin embargo, la prensa norteamericana (especialmente la controlada
por capitales de origen judío), había bombardeado sistemática a la población
con noticias falsas (el envío de 20.000 soldados del Reich a Marruecos durante
la guerra civil española, no fue la mayor) generando la idea de que “Alemania
quería la guerra”…
A lo largo de la Guerra Fría la estrategia de los EEUU consistió
en desencadenar guerras, directamente o a través de terceros, en frentes secundarios.
Y, cuando acabó ese conflicto con la caída del Muro de Berlín, nada varió: EEUU
siguió generando más y más conflictos. ¿O es que
hay que recordar que el desmembramiento de Yugoslavia y los bombardeos de la
OTAN en 1999 sobre este país, no tuvieron ninguna justificación ética o
política? ¿Y luego? ¿Estuvieron justificadas las invasiones de Afganistán e Irak
con la excusa del “terrorismo internacional” que nadie ha demostrado jamás que
procediera de estos países? ¿Vamos a dudar que las “revoluciones verdes” que
sacudieron los países árabes hace diez años y sumieron en crisis todavía hoy no superadas a países
del Magreb y de Oriente Medio y guerras provocadas como en Siria, fueron
instigadas sin excepción desde Washington? La “teoría del caos” establece
que si una región del planeta puede declararse neutral o inclinarse a favor del
enemigo geopolítico, es mejor generar una situación de crisis y guerra
destructiva para que la otra potencia no pueda beneficiarse. Eso es lo que
se ha hecho en Libia, en Siria… sin olvidar que ningún país en los que se
produjo una de estas “revoluciones verdes” ha logrado estabilizarse diez años
después (Túnez o Egipto).
Y entonces estalla el conflicto ucraniano. ¿Por qué Ucrania? En
primer lugar, porque en Ucrania es un país de confianza: con una oligarquía de
origen judío, como la mayor parte de altos cargos de la administración Zelensky
y el propio presidente, con fuertes lazos con la comunidad judía norteamericana,
Ucrania tiene la particularidad de que está en la frontera de Europa, a las
puertas de Rusia, país que tiene todo el derecho a sentirse amenazado por el
intervencionismo norteamericano y los silencios cómplices europeos.
Es evidente que Ucrania no tiene ninguna posibilidad de resistir mucho tiempo, incluso al ataque limitado del ejército ruso y que, enviar armamento solamente retrasa el fin del conflicto, el sentarse a la mesa de negociaciones, y empeorar la situación de la UE a causa de las sanciones impuestas a Rusia por presión de los EEUU; la UE es la verdadera víctima indirecta del conflicto. Lo que Rusia niega a Europa, lo ofrece EEUU… a un precio mucho más alto. Ahí está el motivo de uno de esos conflictos generados artificialmente.
Una Ucrania neutral, la única fórmula que puede aceptar
Rusia y que no resulta perjudicial para Europa, sino que supondría la
existencia de un “estado tapón” que impidiera “roces” entre la OTAN y Rusia,
equivaldría a la desaparición de una frontera de tensión y, por tanto, a corto
plazo aumentaría los intercambios mutuos entre Rusia y la UE, con la
consiguiente relajación del “vínculo atlántico”. Y, de la misma forma, que la
política inglesa en 1939 seguía siendo la de impedir un entendimiento
París-Berlín-Moscú, hoy los EEUU la han asumido con idéntico vigor.
Ahora bien, el problema es saber si el conflicto ucraniano seguirá siendo un conflicto localizado con repercusiones internacionales especialmente negativas para los países de la UE, o si degenerará en un conflicto más amplio, lo que, a fin de cuentas, es el deseo de la administración ucraniana, como en 1939, Polonia quería que Francia, Inglaterra y EEUU se comprometieran con su causa. Incluso el Estado Mayor polaco, intoxicado por informes falsos de inteligencia entregados por los países anglosajones, estaba convencido de que, en caso de estallar la guerra, el ejército polaco se plantaría en dos semanas a las puertas de Berlín… gracias a los ataques operados desde la frontera franco-alemana por las tropas anglo-francesas.
Incluso en esto existen
paralelismos: ni la Francia de 1939 deseaba la guerra, ni mucho menos estaba
preparada para la guerra, ni hoy los pueblos de la UE quieren “morir por Kiev”,
ni entienden que suba el precio de la electricidad, del gas y de los alimentos
a causa de un conflicto que los medios de comunicación, lejos de explicar,
convierten en un galimatías ininteligible. Ni siquiera quieren "pasar frío por Kiev”…