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martes, 7 de junio de 2022

CRÓNICAS DESDE MI RETRETE: POR QUÉ EL DEBATE SOBRE LA TECNOLOGÍA ES CENTRAL (Y EL ÚNICO QUE VALE LA PENA ABORDAR)

 

Hoy no vivimos una “época de cambios”, sino la época en la que los cambios serán constantes. Se acepta que, dentro de poco, un título universitario valdrá muy poco: cuando se obtenga, la materia que se aprendió en el primer curso de carrera, ya está obsoleta. El que quiera tener una educación competitiva, deberá, no solamente elegir muy bien la carrera que quiere estudiar, sino también hacerse a la idea de que deberá seguir una “formación permanente” si quiere mantener la competitividad a lo largo de su vida profesional. Se admite que el 40% de las especializaciones actualmente enseñadas en los centros universitarios, desaparecerán. Aparecerán, por supuesto, otras nuevas, pero, en esto, como en todo lo demás, la enseñanza pública irá por detrás de la realidad. ¿A qué se debe esta “obsolescencia”? Solamente hay una causa de esto y de la mayoría de cambios que nos esperan en los próximos años: la irrupción de nuevas tecnologías.


LOS TERRORES NOCTURNOS DE KLAUS HELMUT SCHWAB

El director del Foro Económico Mundial tiene razón en sus apreciaciones sobre el próximo advenimiento de la “cuarta revolución industrial”, como hito más importante del siglo XXI. El problema es que, a pesar de su “lenguaje amable” y de su “narrativa amistosa”, Klaus Helmut Schwab no puede evitar ser el representante del “dinero viejo”, de las grandes dinastías económicas, de la alta finanza, de las corporaciones y, en definitiva, de los “señores del dinero”, a los que los problemas se les van acumulando. Básicamente tres:

- Se obstinan en defender la idoneidad de una economía globalizada, a pesar de que la globalización ha generado un sistema económico inestable, dado que el mundo es demasiado diverso y desigual como para poderse aplicar las mismas fórmulas en todo el mundo.

- El “dinero viejo” empieza a sentir en su nuca el aliento del “dinero nuevo”, formadas por dos tipos de empresas: las grandes empresas tecnológicas (Meta, Google, Mac, Microsoft) y las “empresas disruptivas” (Uber, AirBNB, Cabify, múltiples apps, etc). Estas empresas tienen unas mejores ratios de capitalización con menos personal y menos inversión.

- La sensación creciente de que el neoliberalismo y la globalización atentan contra la identidad de los pueblos y que, en cualquier momento, puede producirse una reacción popular en contra; por tanto, antes de que se generalicen las nuevas tecnologías de la segunda década del siglo XXI, es preciso realizar modificaciones a los sistemas políticos y a la correlación entre política y economía: la segunda debe dirigir a la primera.

Estos tres problemas son los que no se citan en el libro de Schwab, La Cuarta Revolución Industrial, ni tampoco en su obra sobre The Great Reset, pero que, indudablemente, son los que han inducido a Schwab a escribir su obra tratando de salvar lo salvable y lograr un acuerdo, al menos temporal, entre el “dinero viejo” y el “dinero nuevo”.


CADA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL HA TENIDO SUS “AMOS”

Schwab sabe que las élites que dictan las normas político-sociales de una época son los propietarios de las tecnologías que en cada momento se imponen como motores del cambio social:

- En la Inglaterra del siglo XVIII, quienes dictaban las normas ya no eran como 100 años antes, la nobleza, los lores, sino la nueva clase empresarial que había surgido con la aplicación del vapor, de las hilaturas y del carbón.

- A finales del siglo XIX y a lo largo de las dos terceras partes del siglo XX, quienes asumieron las riendas de las sociedades desarrolladas fueron los grandes industriales que pusieron en marcha cadenas de producción, los dueños de la industria petrolera y del carburante y, finalmente, los CEO de los grandes consorcios multinacionales.

- Los avances de la microinformática permitieron que las empresas se gestionaran mas eficientemente y quienes se adaptaron al comercio global, empezaron a dominar junto a las multinacionales. Pero en los 70 nació una nueva y minúscula clase compuesta por jóvenes freakys, todos ellos inmaduros emocionales, que construyeron las dos primeras tecnológicas de referencia, Microsoft y Apple. Las reglas de la época no las dictaron ellos, pero al filo del milenio sus accionistas y propietarios de esas marcas ya aparecían en las listas Forbes de millonarios.

- Al generalizarse las nuevas tecnologías de la comunicación, con la extensión de la fibra óptica primero, del 4G, aparecieron otras empresas tecnológicas (Face, Google, Amazon) que consiguieron ir más allá. Invirtieron parte de sus beneficios en criptomonedas y en investigación en “ciencias de vanguardia”. Ahí se encontraron con el “dinero viejo” y de ahí nació la alianza actual. Pero lo cierto es que van a ser los propietarios de las patentes de IA, de las nuevas tecnologías de la información y del comercio, de las “empresas disruptivas” y de las empresas vinculadas a la ingeniería genética, las que decidan cómo va a ser el futuro. Los Schwab, como las dinastías del “dinero viejo” son cosa de un pasado que resiste a pasar.


“DINERO VIEJO” Y “DINERO NUEVO”, CONTRADICCIONES

La “alianza” entre “dinero viejo” y “dinero nuevo” pasa a través e inversiones comunes en algunos campos. Los primeros siguen optando por inversiones en campos convencionales, abiertos a las nuevas tecnologías, la mayoría de sus volúmenes de negocio siguen girando en torno a negocios especulativo vinculados a las finanzas, al préstamo con interés, a la comercialización de bienes a través de canales clásicos. Tienen “experiencia histórica” y saben que, si se aprieta mucho las clavijas a la sociedad, si se intentan beneficios más allá de lo razonable, pueden producirse regresiones, estallidos sociales, aparición de movimientos de protesta incontrolables y, finalmente, arriesgarse a perder posiciones conquistadas.

Los segundos, el “dinero nuevo”, han renunciado a cualquier tipo de inversión en empresas convencionales: solamente se interesan por el campo de las nuevas tecnologías. Se entiende perfectamente. Estas cifras evidencian el motivo de inquietud del “dinero viejo” y sus esfuerzos del Foro Económico Mundial por aclimatarse a la nueva situación:

- En 1990, las tres mayores empresas de Detroit, tenían una capitalización de mercado combinada de 36.000 millones de dólares e ingresos por valor de 250.000 millones, con 1.200.000 empleados.

- En 2014, las tres mayores empresas de Silicon Valley tenían 1.09 billones de capitalización y generaban los mismos ingresos, pero con solo 137.000 empleados. Y las cifras en la actualidad, son todavía mejores.

Elon Musk, por ejemplo, no solamente tiene ambiciosos proyectos en materia de automoción (tras el coche eléctrico accesible, llegará en año y medio o máximo dos años, el coche autónomo que prescindirá del conductor), sino que invade otros campos: SpaceX es una de las nuevas 10 empresas aeroespaciales que asumen cada vez más concretos de las agencias estatales dedicadas a la investigación espacial; Neurolink es una empresa con la que espera conectar cerebro y ordenador antes del término de la década; el programa CRISPR de “cortar” genes averiados en cadenas de ADN y sustituirlos por otros senos -de personas o animales-, está también vinculado a Musk. Incluso en el campo de las “medicinas bajo demanda”, las grandes empresas y los laboratorios universitarios que trabajan en esos campos, están financiados mayoritariamente por los excedentes de capital generados por la actividad de Silicon Valley.

El “dinero nuevo” sabe, además, que el “dinero viejo” tiene más experiencias en gestión y, sobre todo, en relaciones con el poder político. Le queda mucho por aprender: pero no cabe la menor duda de que, a la vuelva de veinte años, los dueños de las patentes tecnológicas y de las grandes empresas serán los que dictarán las normas. De hecho, el “acuerdo transitorio” entre las dos ramas del “dinero”, beneficia tanto a unos como a otros: al “dinero viejo” porque está reorientando sus inversiones y adaptándose a los signos de los tiempos; al “dinero viejo” porque todas esas tecnologías nuevas están en fase de irrupción y, en algunos casos, todavía pasarán 5 o 10 años como máximo para que irrumpan brutalmente en la sociedad y dejen pesar sus efectos sobre ella: 5 en el caso de la robótica y de la “realidad extendida”, 10 en el caso de las medicinas bajo demanda, un período entre ambos para imponer la impresión 3D de órganos humanos a partir de células madre, 10 mas hasta que estén disponibles las nuevas “tecnologías hápticas” de reconocimiento sensorial, etc.


LLANTO POR NUESTRAS “FUENTES DOCTRINALES”

Lo lamento, pero no puedo evitar sonreír con cierta tristeza, tanto sobre mi pasado intelectual, como sobre las últimas derivaciones del pensamiento del ambiente político del que soy hijo.

Algunos, todavía no han advertido que la geopolítica sirve, como máximo para prever algunos conflictos localizados, pero que hace tiempo, es secundaria en relación a la “geoeconomía” y que, así como en el siglo XIX y XX, se trataba de ver quien controlaba el carbón y el hierro, o los yacimientos de petróleo, ahora, lo esencial es garantizar el control de las “tierras raras” y que los obstáculos “geopolíticos” pueden ser salvados mediante drones, cohetes recuperables, aviones VTOL, etc. Una frontera, no es más segura si la marca río… que vigilada desde el aire por satélites espía y satélites “asesinos”. Las costas ya no garantizan “imperios comerciales”, como tampoco los “Estados terrestres” garantizan sistemas fuertes de gobierno. Casi nada de lo que traslada Amazon se hace hoy por mar y en cinco años. A los “dueños” de las nuevas tecnologías, solamente les interesa de dónde procederá el suministro de “tierras raras” y otros elementos necesarios para garantizar su preponderancia social. Seguirá vigente la geopolítica en conflictos localizados y para los “planes de contingencia” de los Estados Mayores, pero, a diferencia de la geoeconomía, cada vez tendrá menos incidencia. Pensar, por ejemplo, que “Eurasia”, con sus tres extensiones, Europa, Irán y China, pueden formar un conjunto homogéneo es una discusión de estrategas de casino: porque, a fin de cuentas, el gran problema de nuestro tiempo es cómo afectará la tecnología a todas las actividades del ser humano, a todas las formas de gobierno, a todos los conceptos y valores sobre los que se ha asentado la vida desde el neolítico.

No sin cierto dolor lamento también que algunas de las plumas que han nutrido a mi generación y a la anterior, hayan dejado un campo sin tocar, ni de cerca ni de lejos: el del papel de la técnica en la construcción de la posmodernidad y su papel en el siglo XXI. Cuando leí los primeros números de Nouvelle Ecole a finales de los 60 y principios de los 70, creí que el grupo promotor aspiraba a hacer una crítica al marxismo a través de las ciencias objetivas, la genética, especialmente. Pero, luego, todo eso quedó eclipsado por un aluvión de ideas “originales” sobre el “gramscismo de derechas”, brillantes, honestas, pero poco operativas… Había que prepararse para la “batalla cultural”, pero el entrenador -Benoist, especialmente- nos instaba a prepararnos para un match que nunca parecía llegar. Luego, resultó que, en Francia, la respuesta populista, cuando llegó, no tenia nada que ver con la “nueva derecha”, sino que más bien era una remodelación populista de muchas corrientes políticas, “vieja derecha” incluida, unido al hartazgo y a la simple sensación de que el sistema derivaba hacia su fatal desintegración.

Solamente Jünger lo abordó hace exactamente cien años y solamente Guillaume Faye lanzó alguna contribución en El Arqueofuturismo, mi libro de cabecera a finales del milenio; salvo esto, poco o nada ha dicho la “nueva derecha” sobre el tema. En Italia, apareció en 1980, el libro L’Età dell’intelligenza, de Mauricio Gasparri y Adolfo Urso, salidos del Fronte della Giuventud, militantes del MSI, que luego tendrían responsabilidades ministeriales en los gobiernos Berlusconi y subtitularon su libro “La derecha y el cambio en la revolución informática”, una verdadera prédica en el desierto, que tuvo pocos lectores incluso en su propia área política. Hoy esta obra, muy brillante en su momento, ni remotamente anticipa nada de las nuevas tecnologías del siglo XXI. Evola, a su vez, también escribió algunas palabras lúcidas sobre la técnica en Cabalgar el Tigre. Pero sería vano apoyarnos en todo este material: está -y lamento mucho decirlo- OBSOLETO.

La tecnología que conoció Jünger y que le impresionó en las trincheras no era, ni remotamente comparable con la que se cierne sobre nosotros: la tecnología podía destruir al ser humano y “el trabajador” tenía la obligación de dominarla. Pero, hoy, la tecnología va por otros derroteros que Jünger no podía prever cuando cumplido 100 años. Hoy, estamos ante una tecnología que no pretende “destruir” al ser humano, sino “solamente” diluir la divisoria entre lo humano y lo mecánico. El tiempo de Jünger la tecnología era algo exterior al ser humano, hoy se tiende a que esté incorporado a lo humano: la misma frase de “no he podido comunicas porque se me ha acabado la batería” es muestra de que algo tan banal como el móvil empieza a ser considerado como algo ya incorporado a lo humano. Los biohackers se implantan chips CFR para realizar algunas tareas. La implantación del “internet de las cosas” hará que utilicemos “ropa inteligente” con chips para alertar sobre nuestro estado de salud. “Mejoraremos” nuestras capacidades gracias a prótesis implantadas, a la conexión cerebro-ordenador, parte de nuestros genes puede proceder de cualquier especie animal; cualquier miembro u órgano que queramos potenciar o sustituir será suplido por prótesis mecánicas. Robocop está a la vuelta de la esquina y algunos creen que se trataba solamente de una película, más o menos, interesante. Cada año, Silicon Valley invierte decenas de miles de millones en estudios e investigaciones sobre temas que hasta hace poco solo eran ciencia ficción. Esas temáticas van a cambiar, ESTÁN CAMBIANDO, nuestro mundo y la forma de relacionarnos con el mundo.

La técnica que conoció Evola ya no es esa máquina de la segunda revolución industrial: el telar con lanzadera o la rotativa de cuatro cuerpos que vio funcionar en los diarios en los que colaboró. Es una técnica cuyo principal riesgo es cómo logrará convivir con lo humano. El principal problema ontológico de aquí a unos años será dónde empieza lo humano y termina lo mecánico. La Inteligencia Artificial ya -aquí y ahora- ya no precisa humanos: se mejora a sí misma, va utilizando el big-data, realizando cálculos estadísticos y aprendiendo por sí misma. No es raro que las grandes empresas del momento (desde Facebook a Netflix) sean depredadoras sistemáticas de datos.


LA TÉCNICA QUE SE ENCAMINA HACIA LA DESTRUCCIÓN DE LO HUMANO

Si la definición de la persona humana empieza a ser conflictiva (para colmo, los mamonazos progres ya definen a los animales como “seres sintientes”), la IA nos conoce mejor que nosotros mismos: es capaz de racionalizar nuestros hábitos de consumo, deducir incluso si estamos animados o deprimidos, anticipar nuestras reacciones y saber cómo pensamos. Para eso sirve el big-data. La privacidad ha pasado a ser un lujo. Somos, simplemente, “activos digitales” de grandes consorcios especializados en nuevas tecnologías. Con razón se decía hace veinte años que si muchos de los servicios ofrecidos en Internet eran gratuitos es porque el “producto” es el usuario. Un robot de limpieza rotativa tiene un precio de mercado similar a su coste, ¿han renunciado las empresas a los beneficios? En absoluto: el robot, desde el momento en que se activa, empieza a enviar datos sobre las dimensiones de la casa, el barrio, los miembros de la familia, el nivel adquisitivo, comprueba lo que hay o deja de haber en la casa y, en poco tiempo, a partir de estos datos es posible enviar a ese hogar publicidad de tales o cuales productos que se adapten mejor a su perfil. Lo mismo ocurre con el teléfono móvil. Todas las terminales informáticas conectadas al sistema digital se han convertido en delatores de nuestra intimidad.

Mucha gente dirá: “bueno, yo no tengo nada que ocultar. Me da igual que lo sepan todo sobre mí mismo, incluso mis perversiones más íntimas, así que…”. Error. Cuando alguien te conoce completamente, mejor incluso de lo que te conoces a ti mismo, siempre le es fácil, muy fácil, manipularte.

Los Estados han renunciado a legislar la privacidad porque saben perfectamente que esto supondría un encontronazo con los dueños de las nuevas tecnologías.

Así pues, el debate del momento ya no puede ser geopolítico (esa ciencia auxiliar de la política que algunos tienden a confundir con la política en sí a efectos de anclar su nacionalismo en conceptos “objetivos”), tampoco es económico ni social, porque, ya hoy, las derivas en ambos campos no dependen solamente de la economía en sí, aislada de otras ramas, ni las repercusiones de la economía sobre la sociedad derivan directamente de ésta. Criticar el neoliberalismo es hoy “dar lanzadas a moro muerto”. El propio Schwab y el Foro Económico Mundial son consciente de la inviabilidad de la globalización y de las concepciones neoliberales y se han visto forzados a introducir modificaciones en su relato: habla, incluso de la “economía de partes interesadas” que vendría después de la economía de las sociedades por acciones  que tienden al máximo beneficio y de la economía socialista que tiende a la planificación estatal; las “partes interesadas”, corporaciones y consumidores, deberían “cooperar para el bien común de ambas”… ¿Vale la pena criticar estos conceptos que no son sino llamadas de auxilio de un sistema que está muriendo de opulencia y que quiere evitar un estallido social que ponga en peligro, no solo sus haberes sino sus cabezas? ¿Vale la pena realizar críticas al neoliberalismo o a la globalización a estas alturas cuando su destino depende solamente del proceso de renovación tecnológica y cuando los riesgos reales ya no son solamente económico-sociales sino que afectan incluso a la propia integridad, al concepto y a la dimensión de lo Humano?

Por eso, creo que, a estar alturas, el ambiente cultural en el que algunos nos hemos formado, ha fracasado: no ha estado en condiciones de incorporar, día a día, análisis y conceptos nuevos, no ha conectado suficientemente causas con efectos y sigue dando vueltas a cuestiones que ya tienen muy poco contacto con la realidad de nuestros días. Hemos ido a remolque del debate de ideas, en el furgón de cola, ausentes de las grandes cuestiones a las que siempre hemos llegado con años de retraso (o, simplemente, no llegado).


EL HOMBRE DECONSTRUIDO, EL ÚLTIMO HOMBRE, ESTÁ AQUÍ

La técnica se está utilizando en estos momentos, para “deconstruir” al ser humano. Estamos a punto de entrar en un período que marca el límite de este proceso; la época del “último hombre”, ese hombre deconstruido que ignora quién es y cómo ha llegado hasta donde está. A esta fase le ha precedido una larga trayectoria de destrucción de las estructuras tradicionales de la sociedad, mediante una aniquilación de los distintos sistemas de identidad en las que podíamos reconocernos y anclarnos, pero también utilizar como trampolín para el futuro, ahora hemos llegado a la última fase de este proceso: la abolición de la línea que separa lo humano de lo artificial. En la “época de las masas” definida por Ortega y Gasset, el hombre-masa es el que no tiene nada, solamente posee un reflejo de sí mismo que es dependiente de los usos y de las modas de su tiempo; carece de personalidad, es “individuo”, un simple grano de arena de una playa, independiente pero rigurosamente similar a otros idénticos a él. No es raro que intente destacar por lo poco que puede alegar en su favor.

En efecto, a una etapa en la que a la masa le es indiferente dónde ha nacido, su herencia cultural, sus raíces, sus tradiciones, ha seguido una época en la que se ha abolido, incluso, las identidades sexuales, se ha sustituido a los hijos por mascotas, a la música digna de tal nombre por sonidos estridentes, hipnóticos y repetitivos, música basura; a las relaciones personales y directas, por relaciones a distancia mediante interfaces electrónicas; el proceso de sustitución de la personalidad por el “look”, el reflejo subjetivo de la personalidad proyectado sobre la masa a través de redes sociales y en busca de likes; terminando por diluirse la propia personalidad en un mundo virtual en el que todos buscan aceptación y originalidad, como único objetivo y, para acompañarlo, por alusiones a “salvar al planeta”, “a la paz mundial” (que ya no solamente repiten las aspirantes a cualquier concurso de “Miss Mundo”, sino los que mendigan un like en su red social) y “orgullos” (como si valiera la pena sentirse orgulloso sobre con quien me acuesto o con quién me levanto).

El próximo paso en este sistema de deconstrucción de las identidades es el ataque frontal a la naturaleza humana. Objetivo de los transhumanistas (alcanzar una “conciencia universal”, fusión de todas las conciencias “subidas a la nube”, con la que se inaugurará la “etapa postbiológica”), objetivo de Klaus Schwab cuando alude a “tecnologías convergentes” (nanotecnología, inteligencia artificial e ingeniería genérica que, según Schwab “harán que nos replanteemos lo que es el ser humano y sus límites”, dice con claridad meridiana), objetivo al que tienden, casi necesariamente, los patrones de las nuevas tecnologías con la creación de universos virtuales y metaversos.

Ha llegado el tiempo en el que deberemos optar entre la “pastilla roja” y la “pastilla azul”, entre la verdad incómoda y la ignorancia satisfecha. O en el Metaverso o a este lado de la realidad. O somos un avatar artificial y a él encomendamos todo nuestro ser, o construimos nuestra personalidad y reconstruimos nuestro sistema de identidades. O dejamos que las nuevas tecnologías nos aneguen por completo o bien, sometemos la tecnología a un análisis crítica y discriminamos la “ciencia sin conciencia”, de aquello que puede contribuir a vivir y entender la realidad objetiva, plena y completamente. Esta disyuntiva no es una temática gratuita y original de las hermanas Wachowski y de su Matrix, sino una opción que se nos va a presentar a todos en el próximo lustro.

Así que, por favor, no me digáis que hay otro debate más capital que el que deberíamos haber iniciado hace años sobre la técnica.