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miércoles, 1 de junio de 2022

CRONICAS DESDE MI RETRETE: EL ANTICIPO DE LO QUE SERÁN LAS OLIMPIADAS DE 2024

Lo que ha pasado en París durante la final de la Champions es muy parecido a lo que ocurrió en Berlín en los Juegos Olímpicos de 1936. Solo que al revés. En las Olimpiadas de Berlín se demostró que el gobierno del canciller Adolf Hitler, que llevaba en el poder apenas tres años, había liquidado el paro, había logrado reconstruir el país, y asumido, sin ningún tipo de incidente la organización de las primeras Olimpiadas en las que la llama viajó desde Grecia hasta alumbrar los juegos. Todo fue irreprochable. Las Olimpiadas de Berlín fueron es escaparate mundial de los logros realizados en el Tercer Reich.

Estremece recordar que, dentro de dos años, París sea sede de los que prometen ser los peores Juegos Olímpicos de la historia del deporte. El anticipo lo hemos visto en la final de la Champions. Las informaciones sobre lo que ocurrió en este evento han tenido dos tiempos: en el primero, las fuentes del ministerio del interior francés, sugirieron que los incidentes se habían generado por culpa de los hinchas ingleses a los que no se permitió la entrada en el estadio de Saint-Denis por mostrar entradas falsas.

Los que conocemos Saint-Denis sabíamos perfectamente que esa explicación es falsa. París está rodea de una “banlieu” poblada mayoritariamente por “afroparisinos”. Aquello es cualquier cosa, menos Europa. Desde hace treinta años, algunos, tachados de “alucinados” por los bienpensantes y políticamente correctos, ya señalaron que, cuanta más inversión, cuantas más infraestructuras, cuantos más recursos se empleaban en “hacer avanzar” a estos barrios hacia una “normalidad europea”, menos resultados se obtenían. El salvajismo está cada vez más presente en la “banlieu” parisina (y en el mismo interior de la ciudad). Allí donde hay mayoría de “afroparisinos” (el término no es mío, sino que lo oí en un informativo de La Cuatro que daba cuenta de los incidentes), allí parece dominar lo que, solamente de manera piadosa, podemos denominar “conflictividad” y, con mucho más realismo, “salvajismo”.

La esperanza de Macron es que el “metaverso” llegue antes de que se inauguren las olimpiadas. Entonces, el salvajismo quedará recluido en la “realidad extendida” y en sus mundos artificiales, no desaparecerá, pero el gobierno podrá alardear que ha triunfado el “orden” (orden viejo, pero orden, al fin y al cabo). O al menos esa es su esperanza. El problema es que un equipo para poder disfrutar del nuevo producto alienante costará entre 600 y 800 euros. Los habrá que tendrán que robar mucho para adquirirlo. Y es por eso que, auguramos unas olimpiadas luctuosas para quienes asistan allí.

Porque el gran problema de la final de la Champions, hoy está unánimemente reconocido, no fue que el dato falso difundido por el ministro macroniano del interior, Gérald Darmain, sobre que 40.000 hinchas ingleses pretendían entrar en el estadio con tickets falsos, sino que la “banlieu” afroparisina se movilizó para robar, depredar sexualmente a “mujeres blancas”, destrozar y, a fin de cuentas -por eso debemos volver a emplear la palabra- ejercer el “salvajismo”. No todos, por supuesto, pero si los “voyous” que son, en definitiva, quienes “controlan” esos barrios y dictan su ley ante la ausencia de la “República Francesa”.

El alcalde de Saint-Denis, Mathieu Hanotin, miembro del agónico Partido Socialista, dice que ese “salvajismo” es el resultado de “los altos niveles de pobreza” y que “el Estado francés les ha abandonado…”. Ese mismo Estado que hasta no hace mucho estaba gestionado por la izquierda y por el propio Partido Socialista que desde los años 70 era el primer valedor y donante de fondos a estos barrios poblados por “afroparisinos”.

Los incidentes llegan en el peor momento político, después de unas elecciones presidenciales en las que la candidatura vencedora, ha visto como se acortaban distancias con la de Marine Le Pen, cuya “narrativa” ha quedado MUY reforzada con estos últimos incidentes, absolutamente imposibles de ocultar en la campaña para las legislativas de dentro de unas semanas.

Lo cierto es que, hoy por hoy, nadie quiere asumir la responsabilidad de los incidentes: éstos son un “epifenómeno” que demuestra la existencia de causas más profundas que no son, precisamente, “la pobrera”, sino el salvajismo,  el fracaso de los tan cacareados “valores republicanos” y la absoluta desaparición de la autoridad del Estado en la “banlieu” y en más de 2.000 zonas, llamadas por el gobierno “particularmente sensibles” (léase pobladas mayoritariamente por grupos étnicos de origen africano).

Eric Zemmour, el candidato anti-inmigración que aportó sus votos a Marine Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales es quien mejor ha descrito la situación: “Saint-Denis ya no es Francia desde hace mucho tiempo”.

El gran problema es que nadie de entre la “Francia oficial” asume la responsabilidad por los incidentes de Saint-Denis. El gobierno de Micrón (¿para qué llamar Macron a un enano político?) sigue echando la culpa a los aficionados del Liverpool y la UEFA le hace la ola. Pero el equipo inglés juzga “inaceptable” el trato recibido por sus aficionados y exige una “investigación”. Nosotros ya la hicimos. De hecho, todo el mundo la ha visto: las cámaras nos mostraron, una vez más, la procedencia étnica de los alborotadores, violadores y ladrones. Incluso El País de hoy, el diario de la progresía bienpensante, lo reconoce hoy: “ya cerca de las vallas de acceso al estadio, y ante un nuevo control, jóvenes franceses, que no pertenecían a ninguna de las dos aficiones, intentaban saltar la valla”… Es cierto, a condición de cambiar “jóvenes franceses” por “afroparisinos”. El populismo de izquierdas, con Melenchon, reconoce que “no estamos preparados para acontecimientos como los Juegos Olímpicos”. Amén. De hecho, Francia debería de estar preparada, a tenor de las décadas que duran incidentes como estos, para una próxima guerra civil que será, a la vez, racial, religiosa y social.

El electorado, mejor dicho, EL PUEBLO FRANCÉS tiene dos opciones:

- realizar un cambio radical en las próximas elecciones,

- o bien esperar al “susto” siguiente en 2024, cuando las bandas “afroparisinas” conviertan la celebración de los Juegos Olímpicos en un vía crucis.

Por eso decíamos al principio que los Juegos Olímpicos de París van a ser la inversión, casi satánica, de lo que fueron los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936: el espejo de la decadencia y de la desintegración del Estado francés.

Y no, no hay posibilidades de que, en 2024, el metaverso actúe de anestésico para delincuentes: no habrá dado tiempo todavía a implantarse entre las bandas étnicas y trasladado su campo de violencia a la “realidad extendida”.

Leía hace poco La democracia en América de Tocqueville. Para él, los dos rasgos de un régimen democrático son la “libertad y la seguridad”:

- Los incidentes de la Champions y la cortina de humo con que la corrección política intenta velarlos (similar a los esfuerzos del pedrosanchismo por escatimar la información esencial sobre la viruela del mono), la censura sobre quienes ante ponen “verdad” a “corrección política” y las monsergas “inclusivas” borran la noción de “libertad” en la Francia de Micron.

- En cuanto a la seguridad, que se lo pregunten a los aficionados que querían ver un partido y asistieron a los prolegómenos de la guerra civil, o a las aficionadas que fueron vejadas y manoseadas por “afroparisinos”. Lo peor es olvidar que la seguridad es el primer derecho humano, sin el cual no pueden ejercerse ninguno de los demás.

Yo sugeriría recogida de firmas para trasladar la sede de los Juegos Olímpicos. En Mariupol, por ejemplo, estoy seguro de que se desarrollarían con más seguridad y tranquilidad que en París. Casi diría que con más democracia, porque nunca la tiranía de la corrección política ha sido tan asfixiante como en Europa Occidental.