La aparición del
libro de Jordi Amat, El hijo del chófer, en editorial Tusquets, promete
ser un éxito de ventas en estas navidades en Cataluña. No es para menos. Es una
biografía sobre el lado oscuro del que fuera uno de los pilares del pujolismo,
Alfons Quintá. No en vano, el propio Jordi Pujol lo colocó al frente de TV3
cuando todavía no había iniciado emisiones y era solamente un proyecto. De ahí
pasó a dirigir el diario El Observador, promovido por el brazo derecha
de Pujol, Lluís Prenafeta, con el que se pretendía rivalizar con La
Vanguardia y convertirlo en “órgano oficioso del pujolismo”, operación que
fracasó en menos de un año. Antes de todo esto, había sido delegado de El
País en Cataluña, ejerció como “asesor científico” de la Gran
Enciclopedia Catalana y, después pasó a ser columnista del Avui y,
más tarde, del Diari de Girona. Si hasta aquí estamos ante un “aparatchik”
(un hombre del aparato) nacionalista, su final fue algo atípico. En efecto, el 19 de diciembre de
2016, se suicidó, después de matar a su esposa… El crimen pasó a engrosar la
lista de violencia doméstica.
Solamente los
muy interesados en la política catalana recuerdan a Alfons Quintà i Sadurní y
el eco de sus pasos se habría extinguido de no ser por la aparición del libro
de Jordi Amat. Hay que explicar el título: “El hijo del chófer”. Quintà era, en
efecto, hijo del chófer que conducía a Josep Pla y al historiador Jaume Vicens
Vives en los años 50 en su vehículo, un Lancia. La confianza entre el chófer y
sus pasajeros animó al primero a solicitarle al historiador que pidiera a su amigo
Santiago Sobrequés que aprobara a su hijo, el futuro director de TV3. Lo
aprobaron, Sobrequés, no sin cierto humor comentó: “Estoy dispuesto a
aprobarlo aunque me diga que Fidias decoró el palacio de Versalles”.
¿Cómo pagó la
criatura aquel servicio tan poco profesional? Chantajeando a las partes, por
supuesto. Eran tiempos en los que las relaciones con Francia todavía no estaban
normalizadas y costaba sacar un pasaporte con visado para viajar al vecino
país. El padre de Quintà,
en el curso de sus desplazamientos con Josep Pla y con Jaume Vicens, había oído
conversaciones, sabía los contactos de ambos con el exilio francés (entre otros
con Josep Tarradellas), episodios que había comentado en familia. Un
buen día Pla recibió una carta en la que el hijo del chófer le exigía que le
consiguiera un permiso para pasar a Francia, o de lo contrario “me vería
en la necesidad de comunicar a Vicente Juan Creix todo lo que sé sobre ustedes
y otros miembros del equipo”. Creix era el omnipotente y siniestro jefe
de la Brigada Político-Social de Barcelona.
Pla debió hacer
la gestión porque unas semanas después, Quintá cruzaba la frontera y volvía con
libros y revistas “de carácter comunista”, sin que faltara una bandera estelada
que la policía encontró en su maleta. Aquí fue Carlos Sentís, otro prohombre del franquismo
catalán -Pla y Vicens también lo fueron, vale la pena no olvidarlo- quien le
salvó de una condena por “propaganda ilegal”.
Estas anécdotas indican, la “absoluta
amoralidad” del personaje (es Amat quien lo califica así). Derivó hacia
el periodismo. El propio Sentís lo puso al frente de la programación en catalán
de Cataluña Radio y luego, en la transición, empezó a trabajar para PRISA como
delegado en Cataluña de El País. Aquí destacó escribiendo los primeros
artículos sobre los manejos de Jordi Pujol en Banca Catalana. Esta parte, la
cuenta Juan Luis Cebrián en sus memorias, cuando explica que Fernández Ordóñez
le comunicó -a petición de Pujol- que cesara de publicar los artículos de
Quintà sobre Banca Catalana. Esto ocurría cinco días después de que Pujol fuera elegido presidente
y de los cinco artículos de Quintá sobre el escándalo, solamente se publicó el
primero. Cabrián cumplió y el resto de artículos jamás vieron la luz.
Pero lo
sorprendente no es eso -la prensa “libre” es cualquier cosa menos eso y cuanto
de más libertades alardea es que tiene más cadáveres en el armario- sino
que Pujol vio en Quintà un
alma gemela: era como él, sin escrúpulos, hábil en el manejo del chantaje y diestro
en conocer secretos y manejarlos para servir a sus intereses. Resumiendo, un
psicópata. Así que optó por integrarlo en su equipo: “mejor entenderse
con los malos que con los tontos”, debió pensar. Y fue así como Quintà pasó a
ser “Director General del Proyecto de Empresa Pública de Producción i Emissió
de Televisió de Catalunya” que luego se convertiría en TV3. A pesar de que
el resto de artículos sobre Banca Catalana no fueran jamás publicados, Quintà
los conservó y con ellos todas las confidencias que había obtenido en el
entorno de Pujol.
En las 224
páginas de El hijo del chófer, Amat cuenta la absoluta falta de
escrúpulos de Quintà y cómo convirtió a la naciente TV3 en un monstruo
propagandístico. Pero lo peor no era eso, sino el régimen de terror que había
impuesto en el interior: ni críticas, ni opiniones personales, ni mucho menos
disidencias, solamente obediencia ciega, pronta y absoluta, instaurada en medio
de lo que Amat define como “un clima de asedio y terror”. Rosa María Calaf
empieza a sentir náusea por el personaje al que ve, y no es la única mujer que
lo percibe, como la
maldad personificada.
Una muestra de
su moral psicópata y, en especial de su facilidad para mentir y para
interesarle solamente aquello que le beneficiaba personalmente a él y a sus
proyectos, fue cuando el Caso Banca Catalana llegó a los juzgados y fue él y no
otro, él mismo, Anfons
Quintà i Sadurní, que conocía perfectamente la estafa, quien organizó la
campaña de salvación de Pujol presentándolo como víctima de una “campaña contra
Cataluña orquestada desde Madrid”.
Cuando su
situación se hijo insostenible en TV3 fue despedido de la entidad y contratado
por el brazo derecho de Pujol para dirigir el diario El Observador, para
el que lo esencial de los fondos salía de otro estafador, Javier de la Rosa.
Aquella aventura duró poco. Y, a partir de aquí, se inició su declive. Poco
importaba que el personaje tuviera mucha información sobre las esferas del
poder en Cataluña: había demostrado ser demasiado peligroso, demasiado
psicópata, demasiado egocéntrico y demasiado bilioso, como para que alguien se
atreviera a confiarle algún cargo con el que aumentaría su información y le daría
más posibilidades de chantajear.
Así que Quintà
fue cambiando de posición. Expulsado del ambiente nacionalista, pasó por El
Mundo y, en sus últimos años, apareció varias veces en Intereconomía atacando al pujolismo y afirmando
con una seriedad pasmosa que había sido una víctima engañada cuando se le
colocó al frente de TV3. Porque Quintà era un tipo vengativo: o se hacía
su santa voluntad o quien se oponía tímidamente, pasaba a ser un enemigo a
hostigar. Si atacó a Pujol en el nacimiento del escándalo de Banca Catalana, no
fue por cuestiones ideológicas o morales, sino porque antes había resultado
despedido de la Gran Enciclopedia Catalana, cuando Pujol cortó la
financiación al proyecto.
Amat cuenta que
esta tendencia procedía de que el padre de Quintà estaba más próximo a Josep
Pla que a su propio hijo. Y como hemos visto, no tuvo empacho en chantajear a
Pla, que era como hostigar a su padre. De ahí, Amat deduce que cualquier acto
de venganza de Quintà -y fueron continuos a lo largo de su carrera profesional-
tenía como motor psicológico el reavivar aquella hostilidad al padre. No
estamos muy seguros: el psicópata nace, no se hace. Y Quintà era un psicópata
de manual. Pero no era el único, ni siquiera el más acerado: en la
biografía de Pujol se encuentran elementos muy parecidos.
El nacionalismo catalán actual
no es hijo de una “necesidad social” (los Estados Nación son hijos de la
segunda revolución industrial y vamos por la cuarta…), es hijo de ambiciones
pueblerinas, resentimientos solitarios, deseos de venganza y, en el fondo de
una malformación mental que ya podemos encontrar incluso entre los fundadores históricos
de la corriente, todos los cuales tenían una psicología muy particular y
estamos más próximos de la “rauxa” que del “seny”. El mismo Macià,
intentando “invadir” Cataluña desde Prats de Molló, con 200 pobres diablos y
unos cuantos aventureros exiliados italianos dirigidos por un confidente de
Mussolini, o viajando a Moscú vendiendo a los dirigentes de la III
Internacionales (Kamenev y Zinoviev) las mieles del “Estado Catalán”, nueva
nación que debía decir muy poco a internacionalistas de tomo y lomo. O el
propio Companys que, a lo largo de su vida pasó del lerrouxismo más bronco
y de apalear a sardanistas, al federalismo y al nacionalismo, estimulando a la
insurrección de octubre de 1934, diciendo a cada cual lo que deseaba oir, sin
saber exactamente -aún hoy- que era lo que pretendía. Lo que si se sabe -y fue
un periodista catalán Avel.li Tísner- el que estableció en su momento que Companys había ordenado el
asesinato de los hermanos Badía, sus camaradas, por un simple y vulgar asunto
de faldas. Por no hablar del Conde De Güell, mecenas del regionalismo
nacionalista que no dudaba en sostener que la lengua catalana era más antigua
que el latín y que derivaba del rethoromanche, un dialecto alpino del que todavía
hay trazas en Suiza… siendo aplaudido por la flor y nada de la literatura
catalana de principios de siglo, pues, no en vano, era él quien les financiaba.
Proyectos enfermizos, requieren
mentes enfermizas para llevarlos a la práctica. En Cataluña y en España aquí y
ahora. La política y el periodismo son los terrenos privilegiados para el
deambular exitoso de los peores tipos humanos: los psicópatas. Entre un 2 y un
3% de la población tienen los cuatro rasgos del psicópata típico: facilidad
para la mentira, falta de empatía, anteposición de sus intereses a cualquier
otro, incapacidad para entender el sufrimiento de los demás. Estos
rasgos se manifiestan hoy especialmente en la clase política, en algunos medios
empresariales y en ciertos medios periodísticos. No son privativos del
nacionalismo catalán. Pero la diferencia estriba en que, el nacionalismo
catalán actual es hijo directo de una concepción psicópata que se evidencia
aquí y ahora, a diario, de continuo:
1) Facilitad para mentir:
“España nos roba”, “10.000 rusos nos apoyan”, “la UE nos quiere”, “quien no
vota a un partido nacionalista, es un traidor a Cataluña”…
2) Falta de empatía: todo
nacionalismo es el individualismo de los pueblos, y por eso mismo, crea
barreras con los demás y, sobre todo, las peores barreras, las interiores
dentro de la comunidad...
3) Anteposición a cualquier
precio de los propios intereses: recuérdese, solo como último ejemplo,
la reciente defensa realizada por los abogados de los imputados en el Caso
Volkhov: “los datos de que dispone la policía se obtuvieron mediante escuchas
ilegales”…
4) Incapacidad para entender el
dolor causado a otros: por ejemplo, a los padres de los alumnos
obligados a asistir a escuela y recibir las enseñanzas en un idioma que no es
el suyo…
Personajes
como Alfons Quintà son emblemáticos, no tanto por su papel político, sino como
reflejo y espejo de aquellos que los han elevado.
Un consejo, leal
el libro de Jordi Amat.