I. Un problema de nuestro ambiente político
Procedo de un
ambiente político en el que a Juan Carlos I se le llamaba “el Memo” y que
cantaba aquello de “el que quiera una corona que se la haga de viruta…”, etc,
etc. En mis recuerdos juveniles aparece la consigna de “República Sindical” a
la que, hay que decirlo, siempre miré con desconfianza. Durante años tuve a
los falangistas como “republicanos”, si bien es cierto que, el día en que
empecé a buscar textos de los “fundadores” no encontré ninguno en el que
abonaran el terreno republicano y que, años después, cuando me dediqué a
estudiar la historia de Falange, me sorprendió ver que todos sus intelectuales
eran monárquicos de tomo y lomo, el propio José Antonio lo era y si no
hacía gala de ello desde el verano de 1931 fue porque percibió que el ideal
realista ya no estaba en condiciones de arrastrar a la juventud.
José Antonio,
hasta última hora, defendió la monarquía (pocos días antes de ser fusilado se
negó a contestar al secretario del juzgado de Alicante por haber tratado a
Alfonso XIII de “ciudadano Borbón”, y pidió un “respeto para el que
había sido rey de España”. Así que ya está claro lo que pensaba el “último
José Antonio”. En realidad, su frase sobre la monarquía “gloriosamente
fenecida”, más que un reproche era, en primer lugar, una constatación y luego
una exaltación de la institución (la monarquía de Alfonso XIII, no “feneció
gloriosamente”, sino que tomó las de Villadiego, dejando el país empantanado y
al borde de la guerra civil que tardaría poco en llegar).
En otras
palabras, a los falangistas les faltaba base teórica para condenar a la
monarquía y declararse a favor de la república y si lo hicieron fue solamente a
partir de los años 40 y por la náusea que les produjo el que los alfonsinos
fascistizados del tiempo de la República, se convirtieran en aliadófilos y
anglófilos al comenzar la Segunda Guerra Mundial. O al percibir que los monárquicos,
financiados por la embajada inglesa a través de Juan March, presionaban para
que España no se declarase a favor del Eje y, en lugar de la “revolución
nacional” pidieran la “restauración de la monarquía en la persona de Juan de
Borbón”.
En cuanto a
Franco, era un monárquico sin más y, como todo monárquico, desde el principio
tuvo muy claro que sería un heredero de la Casa de borbón el que asumiera la Corona
y diera continuidad al régimen del 18 de julio, construido, ladrillo a
ladrillo, por las Leyes Fundamentales del Reino que actuaban a modo de
Constitución.
Me consideré
falangista durante un corto período de mi vida y milité como tal en el Círculo
José Antonio. Evitaba pronunciarme entre “monarquía” y “república” argumentando
que el “Estado Nacional Sindicalista”, no era una cosa ni otra. Luego, al leer
a Julius Evola, asumí que la forma tradicional de gobierno era la monarquía.
La lectura de Maurras me lo confirmó. Es una cuestión de “tradición”. Si se
defiende alguna forma de Tradición, necesariamente, aquí, en España, uno se
coloca automáticamente en el terreno monárquico.
II. El
reinado de Juan Carlos I
El período de
Juan Carlos I, no ha contribuido a revalorizar la monarquía. No pasará a la
historia de España como un gran rey, sino como un tipo frívolo, más preocupado
por sus amantes que por la gobernación del país y que ni se leía las leyes que
firmaba, ni siquiera las firmaba él mismo, sino un plotter que seguía, dale
que te pego, cuando él estaba fuera de España con alguna petarda.
Siempre he
sostenido que ni el 23-F, ni la constitución, ni la transición fueron
impulsadas por Juan Carlos I, contrariamente a lo que la “versión oficial” ha repetido
durante décadas. Hubo transición
1) porque la economía española necesitaba entrar en Europa y para formar parte del club había que gozar de marchamo partidocrático;
2) porque los EEUU estaban hartos de negociar ranchos apartes con España y era necesario para ellos que entráramos en la OTAN… para lo que hacía falta partidos y partidillos;
3) y porque la inversión extranjera quería entrar en España sin las barreras impuestas por el franquismo, para lo que hacía falta desregularizar la economía y liberalizarla.
Y luego estaba
la “política de derribo” iniciada por la Casa Blanca, de los “anciens
regimens” del sur de Europa (Grecia, España y Portugal) que se desplomaron
uno tras otro entre 1973 y 1975. Por todo eso hubo transición.
En cuanto al
23-F, ciertamente hubo autogolpe, pero más bien fue urdido con sectores de las
cloacas que contaron con asesoramiento exterior: fue el golpe para acabar con
todos los golpes. Ni lo ordenó la Zarzuela, ni la Zarzuela hizo nada durante
todo el reinado que pudiera interferir en la marcha política del país. De eso
me quejo, de que no hiciera nada.
Y este es, en última
instancia, el problema: que la monarquía quedó con la misma “cáscara sin vida”
con que había quedado el 14 de abril de 1931 y pasó a ser, con la Constitución
de 1978, un “mascarón de proa”, protocolario y sin poderes reales de ningún
tipo. La Constitución aceptó la monarquía para evitar herir susceptibilidades
de los franquistas de la época (acampados especialmente en los que entonces se
llamaba “poderes fácticos”, milicia, magistratura, seguridad) y evitar la
sensación de que se había producido la “ruptura democrática”. Pero, cuando
se tiene a un monarca sin poderes reales, lo que se tiene es una monarquía desnaturalizada,
o lo que es lo mismo, una república con otro nombre en la que no se precisa el
engorro cada 5 años de elegir al figurón de turno. O sea, nada.
III. Tras Juan Carlos I, otra monarquía
El período de
Juan Carlos I ha pasado sin pena ni gloria. A rey muerto (o abdicado), rey
puesto. Sin coñas electorales, sin promesas, sin currículos falseados, sin
luchas de partidos. El automatismo sucesorio ya es una ventaja frente a las
elecciones. Hoy sabemos para lo que sirven unas elecciones “libres”: para que
una clase política de baja catadura, nula moralidad y absoluta impreparación,
queme presupuesto del Estado, favorezca buenos negocios a la sombra del Estado
pillando comisiones de aquí y de allí, y se garantice un sistema legal,
definido como “garantista” y que, en la práctica favorece la “impunidad”. Lo
único que nos faltaba es un presidente de gobierno, aupado por este o por aquel
partido, ampliando a la jefatura del Estado las lacras y taras de la
partidocracia.
Durante el
juancarlismo era casi mejor que la Casa Real pasara desapercibida. Sabíamos de
ella por el “mensaje de Navidad” y poco más. Pero ahora eso ha cambiado:
- Otro monarca, con otro perfil, detenta la Corona de España.
- La situación actual no sólo es grave, sino que es gravísima, no tiene precedentes en los últimos 40 años.
Estos dos
elementos deben ser objeto de reflexión.
¿Qué por qué
decimos que la situación es gravísima y sin precedentes? Por varios motivos:
- Cuando todavía sigue el remanente de la crisis de 2009, la desencadenada por el Covid-19 está todavía lejos de haber alcanzado su clímax. Con la economía destruida, la construcción paralizada, una caída en picado en las ventas de inmuebles y la segura salida al mercado de miles de pisos turísticos que ya no tienen ocupantes, con la hostelería y el turismo hundidos, un 30% del tejido empresarial pensando en cerrar definitivamente y con una deuda que en primavera rondará tres billones de euros, el desastre económico es absoluto y sin paliativos y ningún gobernante, incluso el psicópata de La Moncloa que ha hecho de la mentira su oficio, podría convencernos de que “España va bien”.
- Estamos ante el gobierno de perfil más bajo de toda la historia de la democracia en España: con un PSOE en el que ya no quedan nombres de prestigio, ni siquiera alucinados redentores de la humanidad estilo ZP, sino simples falsarios de tesis doctorales, diestros en adulterar currículos y psicópatas enfermizos con modales contenidos, pero con perfil de dictador en las entrañas. A eso se une, el acompañamiento inédito de “Unidas Podemos”, amasijo de feminitudas amargadas y amargadoras, porreros preocupados por moños, rastas o pendientitos, y anormalidades varias que harían las delicias de un psiquiatra. Estos últimos saben que están en el poder porque tienen las llaves de la caja de algunos ministerios y cobran nómina del Estado, pero su mentalidad es de pancarta y, oírlos, es como oír a un panfleto parlante. La “tarea de gobierno” y el “sentido del Estado” es algo que se les escapa.
- Imposibilidad absoluta de llegar a consensos para afrontar la crisis Covid-19: justo en el momento en el que más falta hubiera hecho un “gobierno de concentración”, que supusiera un alto el fuego en las luchas fraccionales entre partidos, lo que se ha llegado es a una ruptura práctica del país, resucitando las “dos Españas” que llevan siglos presente en nuestra sociedad y que han protagonizado los desgarrones más crueles y sangrientos de nuestra historia. A nadie se le oculta que, de la misma forma que la crisis de 2009, generó fenómenos tan variopintos como el independentismo catalán o la creación de Cs y de Podemos, como resultado de una crisis económica que se transformó en social y, finalmente en institucional, este mismo proceso se va a dar ahora avivando la polémica entre monarquía y república.
IV. La espiral
de la locura en los últimos días
¿Qué hacer
cuando en el gobierno se sientan “socialistas” y una “izquierda” que se parece
más a la de Largo Caballero y a la del PSOE de 1934 que a la socialdemocracia
alemana (que, a fin de cuentas, fue la creó a golpe de talonario el PSOE y la
UGT entre 1972 y 1977)?
Lo más
sorprendente de la política española en estos últimos días es:
1) Que un partido que se dice “federalista” como el PSOE, haya sido el que limite la autonomía de la CAM -amparado en no sé qué cifras modificadas a su antojo- demostrando que es “federalista” con las comunidades gobernadas por nacionalistas, pero “jacobino” ante las comunidades gobernadas por la oposición. Veremos que hace el gobierno dentro de 15 días ante el ascenso imparable de nuevo del virus en Cataluña y si se atreve a hacer o decir algo.
2) Que salga como garante de la “democracia formal”, mientras que abole la sacrosanta división de poderes, tratando de crear un Consejo General del Poder Judicial que trabaje al dictado de La Moncloa, y no conformándose con una Fiscalía General del Estado que obedezca con fidelidad perruna los dictados del gobierno, negaciones puras y simples de la democracia.
3) Que el gobierno aparezca como “reformador de la enseñanza”, tras haber asestado el enésimo golpe con la piqueta de demolición al sistema de enseñanza (ver: Otra reforma educativa del PSOE de tapadillo), con la publicación del Decreto-Ley sobre lo que, en la práctica, es un “aprobado general” y el pase de un curso al superior con todas las asignaturas suspendidas…
4) Que el gobierno tienda a rebajar minimizar la importancia de las cifras macroeconómicas lanzando un seudo“Plan Económico” (ver: Un plan económico que no frenará la crisis y que agravará la crisis institucional) concebido como pura propaganda política y por exigencias de la UE, suma de incongruencias, absurdos y estupideces superpuestas, evitando recordar que los ERTES de hoy (casi 3.000.000) engordarán las cifras del paro mañana (en la actualidad estamos a 16,5% de parados, lo que equivale a 3.776.485 personas a principios de octubre de 2020) y que, muy probablemente, se superará la cifra mítica de 6.000.000 de parados, a los que habrá que sumar 2.000.000 de personas que trabajan pero que precisan ayudas públicas para subsistir y a otros 5.000.000 de inmigrantes (muchos de ellos con la nacionalidad recién estrenada en el bolsillo) que constituyen otra aspiradora de recursos públicos, mientras siguen llegando más y más inmigrantes y más aún por si fueran pocos.
5) Que a nadie parece importarle que estemos superando los 400 muertos diarios por Covid-19, o que ya nadie se atreva a negar que estamos por encima de los 55.000 muertos, o que las medidas emprendidas desde el mes de marzo, no solamente no han frenado el virus, sino que además, nos ha colocado como líderes mundiales en número de muertos o que seamos el “país paria” de Europa (ya no se habla de los “países PIGS” -Portugal, Italia, Grecia y España- sino de la “excepción española” considerada como “estado fallido”) (ver: Cuando todas las políticas fracasan sólo queda entregar la gestión a técnicos y expertos). No sé que es peor, si la náusea que produce la clase política enfrentada irremediablemente y sin capacidad para gobernar ni para dominar las crisis, o si el desprecio que causa España ante los países europeos.
V. ¿Monarquía
o República? Cualquier cosa, menos seguir así.
Como decía al
principio, procedo de una tradición política que, muy gratuitamente, se ha autodefinido
como “republicana”… No comparto esta opinión. En principio, soy de los que
opinan que “gato blanco, gato negro, lo importante es que atrape ratones”.
Monarquía o república, lo importante es que resuelva los problemas de los
ciudadanos y no se vuelva a repetir el espectáculo bochornoso que se está
produciendo estas últimas semanas.
Ahora bien, las
ambigüedades son insostenibles: lo que exige el momento actual es decantarse de
una vez y para siempre en este como en cualquier otro tema. Y hacerlo valorando
todo lo que implica:
- Si Juan Carlos I no ha sido ni un gran Rey ni un buen Rey, no es menos cierto que los momentos más brillantes de nuestra historia han sido guiados por la monarquía y que no puede juzgarse a una institución considerando a uno de sus representantes.
- La monarquía española ha tenido personajes nefastos (Fernando VII marca, desde luego, el límite de la traición y de la infamia), pero también ha dado Reyes y Emperadores que aparecen como grandes figuras de la historia mundial.
- La República, por el contrario, ni en su versión 1.0, ni en la 2.0, ha dejado un buen recuerdo: la primera fue el elogio de la inestabilidad, la segunda la sensación de que una parte de España, la de izquierdas, aspiraba a aplastar a la otra (y la legislación anticatólica de los seis primeros meses republicanos o la sublevación socialista de 1934, motivada solamente por el hecho de que Lerroux había nombrado a 4 ministros de la CEDA -partido mayoritario que había ganado las elecciones pero que no gobernaba- son muestras del fracaso de aquella república), sin considerar la espiran de violencia desencadenada por el revanchismo de izquierdas que se generó a partir de febrero de 1936 y que hizo imposible la república. No existe absolutamente ningún motivo, sino todo lo contrario, para pensar que con una versión 3.0, el experimento saldría mejor, teniendo en cuenta, además, quién la patrocinaría.
- A la vista de los personajillos que hoy se declaran “republicanos”, no puede quedar ninguna duda de que, cuando en España se debate entre “monarquía” y “república”, quizás los políticos que tomar partido por los primeros sean poco recomendables, pero los segundos son hoy una colección de nulidades, psicópatas, feministas permanentemente cabreadas, “demócratas populares” a lo Stalin, admiradores del Che, mangantones de todos los pelajes, resentidos, individuos, en general, a medida del gobierno de Sánchez.
- Luego quedaría valorar la figura de Felipe VI y aquí si que vale la pena ser muy claros: difícilmente un Rey sin atribuciones constitucionales, puede dar la medida de su valía. Pero también es cierto que nada de lo que se le ha reprochado a Juan Carlos I (desde el jurar las leyes franquistas hasta acatar su negación, la constitución, hasta ir de cama en cama con la petarda más petarda que pudiera concebirse), se le puede atribuir también a Felipe VI. (ver: Nuevo Rey – Nueva Ley”. Ante la situación crítica, Felipe VI debe tomar la iniciativa).
Para concluir:
- Defender la monarquía de Felipe VI es una necesidad: el mal menor, ante una república que sería el mal mayor.
- La monarquía debe asumir sus responsabilidades que van mucho más allá del papel al que le relegó la constitución del 78, especialmente ante la gravedad de la crisis y ante la manifiesta incapacidad de los partidos políticos para salir de ella.
- No basta con tener un Rey como símbolo de una “unidad” que la clase política se empeña día a día en destruir.
- Es preciso tener un Rey con más amplios poderes para romper la parálisis actual, poder disolver las cámaras, destituir gobiernos, realizar los ajustes necesarios y proponer una nueva Constitución y que se atenga al viejo dicho “Reinarás mientras seas justo”.
- De los partidos políticos no se pueden esperar más reformas que las que les benefician directamente, les cubran y les encubran en sus corruptelas y de eso ya hemos tenido suficiente en los últimos 40 años.
Espero que estas
notas hayan servido para que algunos reflexionen.