Durante años,
Sánchez ha ido mareando la perdiz y vendiendo humo a la gencat independentista.
Les ha instado a participar en una “mesa de negociación”. Y los indepes que
cuando oyen hablar de “negociación” recuerdan inmediatamente a aquel Zapatero
que afirmó, con una seriedad pasmosa, que aceptaría todo lo emanado por el parlament
de Cataluña (y que luego tuvo que desdecirse, cuando le dijeron que había una
constitución que imponía límites), aceptaron.
La
inteligencia nunca ha estado del lado del independentismo. La credulidad, en
cambio, sí: aquel que cree que, en el siglo XXI, con una Unión Europea,
concebida como “unión de Estados Nacionales” (y no de una “unión de republiquetas
indepes”) y con una globalización asfixiante, es posible la creación de
pequeñas naciones, demuestra, por eso mismo, tener unas tragaderas capaces de
engullir las bolas más desproporcionadas, incluso de un mentiroso patológico
como Sánchez.
Desde el
principio, Sánchez se planteó la “mesa de negociaciones” como una posibilidad
de arrastrar el voto independista para su coalición. Por lo demás, los
indepes no tenían nada que esperar si gobernaba el PP o el PSOE con Cs. Así que
se subieron al carro de la “mesa de negociaciones”, preparando el pliego de
exigencias: referéndum mañana, independencia pasado y, ante todo, libertad de
los independentistas presos y amnistía general… Sánchez no podía dar casi nada
de todo esto, pero sí podía regar a la gencat indepe con algunos euracos y
tapar la boca a los que, en el fondo, no dejaban de ser unos mendicantes
pedigüeños, llorosos y tristones, con tendencia a la victimización.
Y entonces
llegó la negociación de los presupuestos. En el verano, Sánchez -tras regresar
de Europa con las manos casi vacías y la exigencia de enviar a Podemos a la
oposición, se “abrió” a Cs y el PP (ver artículo LOS
DADOS ESTÁN LANZADOS PARA SEPTIEMBRE) adivinando que el rapapolvo europeo
recibido por Sánchez le haría entrar en razón, desconectó a su ala derecha enviando
a Cayetana a la sala de los lamentos, decidió no comprometerse en la moción de
censura de Vox y optó por un perfil centrista. Los medios se cebaron contra
Podemos sacando sus trapos sucios en materia económica y de gestión interna que
dejaban a los propietarios de la marca al mismo nivel de corrupción alcanzado
por el PSOE, el PP y CiU.
Pero luego, Sánchez
hubo de rectificar de nuevo, cuando desde el CIS le dijeron que un cambio de
rumbo podría tener efectos inesperados en la intención de voto. Así que
optó por seguir con el “vista a la izquierda”. El voto de Podemos estaba,
lógicamente, asegurado en el debate sobre los presupuestos, pero no había
suficiente: era necesario el voto indepe catalán y el abertzale. Éste último
era fácil de contentar: y Sánchez mostró su dolor y comprensión por la suerte
de un matarife de ETA muerto en la cárcel el día anterior. Votos ganados, por
esa parte. En cuanto a los indepes, les juró y perjuró que la “mesa de
negociaciones” que había ido retrasando con más y más excusas de mal pagador,
ahora iba en serie. Para reforzar ese criterio se empezó a rumorear que el
gobierno tenía previsto el estudio del indulto para los indepes presos.
Entre porro y
porro, los de la CUP no terminaban de fiarse de tanta promesa, mientras que ERC
creía en ellas y en la buena fe del presidente, Puigdemont se veía
coprotagonizando la mesa de negociaciones y veía en el indulto una posibilidad
de volver a sentarse en poltrona, la Asamblea Nacional de Cataluña reconocía
que el “procés” había fracasado y la exCiU se partía en dos, por presiones de
Puigdemont que quería un partido propio (JuntsxCat), rompiendo al PDCat, en
otro de los ajustes de cuentas que demuestra el nivel político del
independentismo, ahora en pérdida de vigor y desmovilizado, y que obligó a
Torra a realizar cambios en su gobierno (que pasaron completamente desapercibidos
para todos los que no ven TV3).
El Tribunal
Supremo tiene unos tempos inescrutables como cualquier juzgado: nunca se sabe
cuándo cogerán un expediente y lo resolverán. De lo que no me cabe la menor
duda es que el Tribunal Supremo es independiente e, incluso, inoportuno:
porque la sentencia de inhabilitación de Torra era fácil de redactar, la podían
haber resuelto menos de una semana después de haber sido presentada: a Torra la
Junta Electoral le ordenó quitar una pancarta, no sólo no la quitó, sino que se
jactó de que no lo haría. Como un ladrón de gallinas, pillado in fraganti y que
les dice a la Guardia Civil que volvería hacerlo tantas veces como le
apetecieran unas alitas de pollo. Pero el Supremo esperó más de dos años
para “estudiar” la sentencia y la emite en el momento más inoportuno… para
Sánchez.
A partir de aquí la “mesa de negociaciones” paritaria, gobierno-gencat, salta por los aires. Sánchez tendrá que inventar algo más convincente para ganarse el voto indepe para sus presupuestos.
Y lo peor no es
solamente eso, sino que el episodio ha contribuido a demostrar otra vez el
talante de Podemos. Castells, “ministro podemita de universidades”, ya ha
declarado que la sentencia le parece una “venganza desproporcionada” …
Sin olvidar que otro diputado de Podemos, su secretario de organización, deberá
responder ante la justicia por haber propinado una patada a un guardia durante
una manifa. Con esos aliados, Sánchez no precisa siquiera de enemigos, para
irse hundiendo ante la Unión Europea, esa a la que deberá volver a mendigar de
nuevo en pocas semanas.
Todo esto llega
en el momento en el que se ha reconocido que somos nuevamente líderes en esto
del Covid-19: incluso El País reconocía que la segunda ola de la
pandemia ha irrumpido en España con más fuerza que en cualquier otro lugar (ver
artículo ¿POR
QUÉ EL GOBIERNO MANIPULA LAS CIFRAS DE VÍCTIMAS DEL COVID?). ¿Y les
extraña? Nadie, por lo demás, ha negado a la Asociación Nacional de Víctimas
y Afectados por el Coronavirus, que fueran 53.000 los muertos hasta la fecha
(lo que nos convierte en líderes mundiales de víctimas por cada 100.000
habitantes, no se olvide) y que fueron las banderas nacionales que colocaron el
pasado domingo en la ladera verde del parque de Roma en Madrid.
Sea como fuere Torra
es cosa del pasado, como es pasado, Jordi Pujol, Artur Mas o Puigdemont. Pasado
sin historia. Pasado ridículo de personajillos, a cuál más atrabiliario, que
iniciaron una aventura que nadie con dos dedos de frente se habría atrevido a
emprender y cuyo perfil político y personal es cada vez más bajo, hasta llegar
ahora al “president” interino, un tal Aragonés que promete ser el escalón inmediatamente
inferior.
Sí, porque toda
la historia de estos personajes es una escalera que desciende, peldaño a
peldaño, hasta la cripta del independentismo en donde yacerán sus restos: un
fenómeno propio de la “primavera de las naciones” del siglo XIX, fuera de lugar
y fuera de la historia en el siglo XXI.
Ellos no se dan
cuenta de la endeblez de sus argumentos, ni siquiera de algo tan sencillo como
el que, poco a poco, van perdiendo fuerza social (que, por otra parte, nunca
fue mayoritaria). Hoy, podemos afirmar, que lo que queda del movimiento se
parece más a una secta religiosa que a un movimiento político.
¡Ah, por
cierto! A Torra, lo podrían haber destituido por cualquier cosa, entre otras
por ser el presidente de “los catalanes independentistas” y no de “todos
los catalanes”, por haber realizado declaraciones desafiantes, haber animado a
los “nens de la gasofa” a sus manifestaciones, como irresponsable, aventurero y
extraterrestre… pero resulta ridículo que su inhabilitación haya sido por una pancarta
de mierda que podría haber sido retirada por un par de Mossos d’Esquadra el
mismo día en que se puso.