Desde la
caída del Sha en febrero de 1979, ambos países, cuyas relaciones hasta ese
momento habían sido amistosas (en ambos casos, se trataba de monarquías autoritarias
que contaban con el paraguas protector de los EEUU), iniciaron una espiran de
enfrentamientos en varios terrenos que prosigue hasta hoy y que se ha dado en
llamar “guerra subsidiaria”.
Se trata de un
tipo de conflicto -también llamado “guerra proxy”- en el que dos potencias
optan por no enfrentarse directamente, pero favorecen a otros actores secundarios
para que lo hagan por ellos. En ocasiones se generan movimientos
guerrilleros y grupos terroristas, se desestabiliza un país para tratar de
debilitar a la otra potencia, aliada de éste y, como es el caso de Siria, se
puede llegar al conflicto abierto. Este tipo de conflictos no son una novedad.
La propia Guerra Civil Española fue un conflicto subsidiario entre las
potencias del Eje y la URSS, y durante la Guerra Fría, en Vietnam, Corea, ambos
bloques chocaron indirectamente, mediante peones interpuestos.
En la
actualidad, Irán está recibiendo apoyos de Rusia y China, mientras que Arabia
Saudí está apoyada por EEUU. Pero lo que está en juego es cuál de los
dos países detentará en las próximas décadas la hegemonía regional. Siendo,
inicialmente, una parte de la llamada “Nueva Guerra Fría”, el control que ambos
contendientes regionales tienen sobre sus respectivos peones es determinante.
Los episodios
de estos enfrentamientos se han ido sucediendo a una cadencia cada vez más trepidante
y sangrienta: desde la masacre de peregrinos iraníes en La Meca el 31 de
julio de 1987 (400 peregrinos muertos, de ellos 275 iraníes) durante una
manifestación antiamericana, seguida del asalto a la delegación saudí en
Teherán con secuestro de funcionarios, incidentes que llevaron a ambos países a
la ruptura de relaciones diplomáticas, hasta, finalmente, el ataque con drones
llevado a cabo el 14 de septiembre de 2019 a instalaciones petroleras saudíes
en Abpaip y Kurais y que los saudíes atribuyeron a Irán (algo que Teherán negó),
los treinta años que median entre ambos episodios están repletos de incidentes
y choques, directamente o, lo más frecuentemente, mediante actores
interpuestos, como ocurre de manera particularmente visible en la guerra civil
siria en la que son muy visibles las dos partes y los apoyos que cada una de
ellas recibe (ver muestro estudio sobre este conflicto: Reflexiones sobre la
guerra de Siria).
Durante las
décadas de la postguerra en las que, tanto en Irán como en Arabia, reinaban dos
“monarquías petroleras” protegidas por los EEUU, no existió ningún tipo de
tensión geopolítica entre ambos países. Sin embargo, desde el momento en el
que, en 1979, el ayatolah Jomeini se hizo con el poder en Teherán e instauró
una República Islámica, todo cambió. La caída de un régimen monárquico que, a
pesar de las diferencias y de su algo nivel de occidentalización, no era
completamente diferente a las monarquías de Kuwait y Arabia, les alarmó. Así mismo,
la radicalización religiosa generó inquietud también en los países vecinos
gobernados por movimientos políticos laicos (Iraq, Siria y Líbano) y la alarma
creció todavía más en los años siguientes a la vista de la forma de islam que
había triunfado en Irán era el chiismo (20% del total del mundo islámico) contrapuesto
al sunismo de los vecinos. Las rebeliones islámicas que se produjeron en
cadena en el interior de los países de la zona (Arabia en 1979, Egipto en 1981,
Siria en 1982, Líbano en 1983) confirmaron estos temores: se estaba produciendo
un “efecto contagio” en el mundo sunnita.
La única
potencia capaz de detener a Irán era el Iraq de Saddam Hussein, el cual utilizó
el miedo creciente generado por los ayatolahs iraníes para congraciarse con Occidente
y aumentar su papel geopolítico. Tenía cualidades para ello: petróleo, un
gobierno laico y fuerte, estructurado en torno a las FFAA y al BAAS y buenas
relaciones diplomáticas con la mayor parte de países de la zona deseosos de que
alguien evitara el contagio con la “revolución islámica”.
Incluso en
conflictos como el de Afganistán durante la invasión soviética y en la guerra
civil libanesa, se pudo ver con claridad que ambos contendientes, Irán y
Arabia, utilizaban a sus peones locales e intentaban ganar influencia en la
zona. Irán consiguió en Libia una posición preponderan gracias al concurso
de Hezbolah. Posteriormente, tras la sucesión de tres guerras del Golfo (la
de Irán contra Irak a partir de 1981, la de Kuwait en 1989 y la invasión
americana de 2003) desestabilizó completamente a la zona y consiguió
aumentar la influencia en Irak, a través de las “milicias chiitas” (Unión
de Movilización Popular) en la actualidad extraordinariamente extendidas y que
controlan buena parte del país. Así mismo, en Siria, antes del compromiso
efectivo y abierto de Rusia, el régimen de al-Assad contó con el apoyo
incondicional iraní, la ayuda y el envío de armamento.
Si tenemos en
cuenta que, en la actualidad, las “milicias chiitas” iraquís cuentan con
150.000 miembros y son el equivalente a la Guardia Revolucionaria Iraní y al
Hezboláh libanés, el cual dispone de un verdadero ejército privado dotado de
blindados y mísiles tierra-aire de largo alcance, siendo hoy el principal grupo
armado del país manteniendo bajo su control una amplia franja del sur
fronteriza con Israel y el sector nor-este del mismo, así como algunos barrios
de Beirut, lo que, en total, supone una tercera parte del Líbano. Hezbolá ha
conseguido frenar y, en cualquier caso, dificultar las ofensivas israelíes contra
el Sur del Líbano e intervenido en la guerra civil siria contra el DAESH,
luchando junto al ejército de al-Assad. En cuanto a las milicias iraquíes, también
consiguieron vencer al DAESH y detener su avance cuando se encontraba a pocos
kilómetros de Bagdad, siendo inamovibles desde sus santuarios de Nayad.
Si nos hemos
de fijar en los progresos, veremos que son favorables al gobierno de Teherán y
a su causa. Es cierto que el gobierno saudí intenta ampliar su influencia
en el mundo islámico, financiando la constitución de mezquitas en los países
sunnitas e incluso en Europa Occidental y reforzando sus vínculos con países
estables -o que aparentan serlo- como Marruecos. Pero los problemas se le han
ido acumulando al gobierno de Riad, especialmente, en los últimos años: bajada
de los precios del petróleo, inadecuación creciente de un régimen feudal a la
realidad del siglo XXI, “monocultivo” petrolero en un momento en el que la “era
del petróleo” inicia su declive, problemas tribales y tradición tribal en la
península arábiga, sector privado muy débil ante la maquinaria pública,
población subsidiada, incluso consumo compulsivo de pornografía…
Por si esto
fuera poco, la autonomía alcanzada por los EEUU en materia energética (gracias,
en parte al fracking y a haber cambiado de proveedores petroleros), así
como el repliegue de los EEUU y el traslado de su área clave, de Oriente Medio
a la región Asia-Pacífico, generan una inquietud comprensible en Riad: el
que, hasta ahora, era “paraguas protector” de la dinastía de los Saud, ya no lo
es tanto, incluso puede dejar de serlo. De ahí que el gobierno (o, al menos,
una parte) saudí haya emprendido una serie de reformas en cadena conocidas como
el “Plan 2030” que deberían adecuar el país a la nueva situación.
En Irán, en cambio, las cosas van a otro ritmo: el gobierno salió fortalecido del pulso por el desmantelamiento de su industria nuclear y, en la actualidad, el país está muy unido a su dirección. Tras doce años de negociaciones (entre 2002 y 2014), la resolución final supuso una victoria moral para Irán que en el momento actual está en plena expansión y aumentando aliados e influencia en Yemen, Irak, Líbano y Siria. Desde que se produjo la invasión Iraq por los EEUU, Teherán comprendió que solamente había sido posible porque el vecino no disponía, precisa y paradójicamente, de “armas de destrucción masiva”: de haberlas tenido, Bush jamás se hubiera atrevido a vulnerar sus fronteras. Esto indujo a Teherán a recuperar un viejo proyecto de “nuclearización” del país que ya se había iniciado en tiempos del Sha, entonces de la mano de los EEUU.
Esta es la situación
actual. Todo deja presagiar que estamos en el inicio de una década que supondrá
grandes cambios en la zona, terminaba la cual estará clara cuál es la potencia
hegemónica en Oriente Medio… teniendo en cuenta a los otros dos actores,
Turquía y el Estado de Israel. Lo que ocurre allí, influirá decisivamente en
ambos: Turquía ha optado por no inmiscuirse en los problemas entre Irán y
Arabia, insistiendo solamente en su deseo de que los problemas que podrían
generarse en el Kurdistán no le afecten. Todo induce a pensar que Erogán optará
por jugar la carta del país que resulte vencedor en esta confrontación y
aliarse con él: alianza a cambio de manos libres en la zona turcófona y buenas
relaciones con el mundo árabe e iranio. En cuanto a la posición de Israel, más
que de él, dependerá de la actitud de los EEUU. La pérdida de interés del
presidente Trump por la zona, induce a pensar que la posición de Tel Aviv se ha
debilitado. El hecho de que, Irán haya concitado entusiasmos en el mundo
islámico por su programa nuclear -cuya intención era presentada como anti-israelí-
le ha hecho ganar puntos como “líder en la lucha contra el expansionismo
sionista”. Si la victoria de Irán se confirma a lo largo de esta década y la
inhibición de los EEUU se convierte en permanente, parece claro que Israel
deberá encontrar algún acuerdo con sus vecinos o arriesgarse a un conflicto en
una situación muy diferente a la de las anteriores guerras árabe-israelíes.
Pero, lo más
sorprendente de esta situación es que ni Irán es cómo habitualmente se suele
pensar que es, ni Arabía Saudí quiere permanecer eternamente con la imagen que
tiene hoy. Y, si bien, en su interior hay más resistencias a los cambios hasta
el punto de que no puede afirmarse que los objetivos del “Plan 2030” pueden ser
alcanzados, al menos existen sector que buscan una “modernización” efectiva,
acorde con el siglo XXI. Por el contrario, en Irán la “modernización” ya no
es una novedad, estuvo presente desde los tiempos del Sha Reza Palhevi, con
altibajos, y, en la actualidad el país está mucho más coagulado en torno a sus
dirigentes y estos más próximos al mundo occidental que en cualquier otro país
de Oriente Medio, con la excepción turca.
Estas diferentes
situaciones se deben a tres factores:
- Factores étnicos: Irán es un pueblo ario y Arabia Saudí es un pueblo de mayoría semita.
- Factores religiosos: Irán es el portaestandarte del islam chiíta, mientras que Arabia difunde el wahabismo sunnita.
- Factores históricos: lo anterior ha generado distintas evoluciones históricas que han tenido en común la presencia turca en un momento dado.
Siguiendo todos
estos elementos podrá entenderse mejor la situación actual, como veremos.