Cuando se
habla de “petrodólares” se está aludiendo a los beneficios obtenidos por el
comercio del petróleo que ha obtenido Arabia Saudí desde que la ARAMCO empezó a
explotar yacimiento en los años 30. Los EEUU de Roosevelt no atravesaban en
aquella época una buena situación económica y, por tanto, configuraron con la
dinastía de los Saud un pacto de largo alcance: garantizar el suministro
petrolero en exclusiva, a cambio de protección y de que los beneficios serían
invertidos en bolsas de los EEUU. Desde entonces, ambas partes han cumplido
a rajatabla dicho acuerdo que ahora cumple casi ochenta años.
Ha sido un buen
acuerdo para las dos partes… pero es un acuerdo propio de la “segunda
revolución industrial”, la protagonizada por el motor de explosión y los
hidrocarburos. A medida que la flecha de la historia profundiza en el
futuro, está más claro que esa época ha pasado. Y lo que es más preocupante
para los productores: el petróleo es un mineral que no tardará en agotarse en todo
el planeta (de hecho, ya se ha alcanzado el “pico de Hubert” ese punto en el
que los nuevos descubrimientos de yacimientos ya no pueden compensar los
actuales niveles de consumo). Eso hace que los países productores deban
plantearse cómo será su economía cuando el petróleo haya dejado de ser su primera
exportación. Arabia Saudí pertenece a ese grupo de países que no se han planteado
seriamente este problema hasta 2015.
Esa fecha fue
crucial en la historia reciente de Arabia Saudí. En el mismo año tuvieron
lugar una serie de episodios traumáticos para el país:
- Por una parte, empezaron a caer los precios del petróleo, algo que coincidió prácticamente con la coronación,
- El nuevo rey Salmán bin Abdulaziz que tuvo que afrontar un nuevo estallido de guerra civil en el Yemen,
- En La Meca se produjo una estampida de peregrinos que causó decenas de víctimas.
- Resultó ejecutado el líder de la oposición Nimr Baqr al-Nimr y casi 50 opositores…
El rey Salmán bin Abdulaziz es un monarca de formación clásica educado por ulemas, a diferencia de su hijo -que para muchos constituye el verdadero hombre fuerte de la situación- Mohammad Bin Salman Al Saud, de apenas 35 años, que opera como presidente del Consejo de Asuntos Económicos y Desarroillo y del Consdeho de Asuntos Políticos, de Seguridad y Defensa. Bin Salman dispone de una sólida formación universitaria y técnica. El hecho de que su padre haya mostrado los primeros síntomas de Alzheimer permite pensar que el futuro del país está vinculado a su hijo.
Bin Salman
es un hombre notable: partidario de la “modernización” del régimen, es
consciente de que hay que introducir cambios políticos y económicos en una
sociedad arcaica y que, en sus capas dirigentes, está poco predispuesta para
las reformas. Ha sido el autor del Plan 2030, llamado también Visión 2030,
cuyo lema es una frase de su padre: “Mi objetivo primario es ser una nación
ejemplar y líder en todos los aspectos, y trabajaré con ustedes para alcanzar
esta meta". El plan -que tiene una muy ilustrativa página en
Internet: Vision 2030- consta
de distintos programas destinados a adecuar Arabia Saudí a la modernidad: “una
sociedad vibrante, una economía próspera y una nación ambiciosa”, objetivos que
se realizarán mediante cuatro programas: “Programa de desarrollo del sector
financiero”, “Programa de vivienda”, “Programa de equilibrio fiscal” y “Programa
Nacional de Transformación”.
Detrás de estos
nombres, lo que subyace es que Bin-Salman ha identificado los tres problemas
básicos que aquejan a su país:
- la corrupción endémica y generalizada que hace que un 10% del presupuesto nacional se desvíe hacia cuentas particulares de la clase dirigente.
- el fundamentalismo religioso que, sin duda, es lo que más ha contribuido a dar del país una imagen negativa, lo que implica cambiar hábitos ancestrales.
- la necesidad de dar un giro a una economía subvencionada y en permanente déficit desde la caída de los precios del petróleo.
Bin-Salman es
partidario de alejarse de actitudes y apoyos a fundamentalismos wahabitas o
salafistas, pero, para ello debe reestructurar los hábitos y las costumbres ancestrales
del país. Uno de sus objetivos es ganar para su proyecto reformista a la
mujer saudí que, hasta los últimos años vivía en un estado de esclavitud
semifeudal: ni podía conducir, ni asistir a espectáculos públicos o deportivos.
Al mismo tiempo, el país ya no está en condiciones de financiar a todo el
movimiento salafista mundial o subvencionar la construcción de mezquitas en
todos los países occidentales, actividad intervencionista que genera rechazos
en occidente, porque, con demasiada frecuencia, esas mezquitas se convierten en
focos difusores de radicalismo.
En el terreno
económico, Bin Salman quiere pasar de una economía subvencionada y con un
fuertísimo sector estatal, a una economía progresivamente privatizada no dependiente
del “monocultivo” petrolero. La tentación de hacer de las playas del Mar
rojo un emporio turístico está presente y en estos momentos se está trabajando
ello, así como en la creación de una red de aeropuertos y comunicaciones que faciliten
los tránsitos entre Oriente y Occidente y los accesos: pero, claro, esta intención
está íntimamente ligada a la anterior, lograr la reforma de las posiciones
fundamentalistas en materia religiosa.
Pero si la
reforma religiosa le está enfrentando a la tupida e influyente red de ulemas y
al conservadurismo propio de las tribus árabes, el objetivo de lucha contra
la corrupción constituye un elemento de choque con el todavía más nutrido
estamento de “príncipes saudíes”, habituados a lucrarse con las subvenciones
más que con sus inversiones o con el fruto de su trabajo. En 2018, Bin Salman
lanzó una operación contra la corrupción que afectó a decenas de príncipes
(muchos de ellos de primera fila), hallados culpables de haber desviado
distintas cantidades a sus cuentas privadas. Resultaron detenidos 381
personajes de las que 56 resultaron imputadas. Con mucha lógica, las
autoridades saudíes, exigieron, ante todo y para evitar largos períodos de cárcel
o incluso ejecuciones, la devolución de las cantidades sustraídas: en total
400.000 millones de dólares (casi ¡medio billón! ¡la tercera parte de la
deuda española!) de los que, en 2018, habían recuperado prácticamente la mitad.
Muchas
empresas propiedad de los detenidos pasaron a manos del Estado, una parte de
los cuales eran de comunicaciones. La operación anticorrupción contribuyó a
aumentar la autoridad y el poder de Bin Salman… pero también aumentó las
resistencias, los boicots y los resentimientos. Hay que recordar que Arabia
Saudí es una monarquía, prácticamente absoluta, y que el tránsito de un régimen
autoritario y tribal a una democrático e instalado en el siglo XXI, no es una
tarea fácil cuando, además, quiere ser paralela a un cambio económico y al
tránsito de una economía estatalizada y de monocultivo a un sistema privatizado
y diversificado.
Por tanto, subsisten
sombras en las posibilidades de aplicación de este plan, incluso en su viabilidad
económica: los diez años que median entre hoy y el 2030 resolverán el
misterio y las dudas.
Por el momento,
los hándicaps que debe afrontar Bin Salmán son cuatro:
- La mala marcha de la economía cuyo déficit se hincha anualmente con entre 50 y 150.000 millones de dólares mas y sin esperanzas en que los precios del petróleo asciendan a los 70-80 dólares por barril necesarios para empezar la reducción del déficit.
- El enfrentamiento con el gobierno de Teherán, en el que el propio Bin Salman se encuentra muy implicado y al que las autoridades iraníes ven con desconfianza y al que acusaron de haber instigado el asesinato del periodista Jamal Khashoggi y tras el ataque con drones a las refinerías de Arabia del pasado 14 de septiembre, atribuidas por Bin Salman a Irán.
- El fracaso del cerco económico a Qatar que está redundando, después de unos meses de crisis, en reforzar a la economía de este país. Paradójicamente, el bloqueo, motivado por la creciente aproximación de este país a Irán (la acusación formal fue la sospecha de que Qatar apoyaba iniciativas terroristas en el interior de Arabia), contribuyó a acelerar reformas y adoptar nuevos planes de inversión y reforma económica (más infraestructuras, inversiones en América Latina, compra de empresas occidentales en el mundo del espectáculo y compra de material militar). En el bloqueo que se prolongó entre 2017 y 2019, Arabia fue apoyada por Bareim Egipto, Emiratos Arabes, Maldivas, Yemen. Inicialmente, la bolsa de Doha se desplomó, pero no se llegó a la intervención militar (de una alianza que se presentó como “la OTAN árabe”) y los EEUU no dieron nunca el visto bueno para la operación (en Qatar se encuentra una de las bases USA más importantes del mundo, así como una base naval turca). Pero la inyección de 300.000 millones en bolsas de todo el mundo, reforzó la posición de Qatar. Al mismo tiempo se mejoraron condiciones sociales de trabajadores emigrantes, se convocaron elecciones para elegir un parlamento, todo lo cual, unido a los 25.000 millones invertidos en compra de material militar contribuyeron a mejorar la imagen de Qatar en el exterior, con el resultado de aumentar la inversión extranjera en el país. En 2019, estaba claro que Qatar había salido fortalecido del bloqueo y Arabia debilitada. El hecho de que el 75% de la población del país esté compuesta por inmigrantes indica que su economía es un imán para la zona.
- La guerra civil del Yemen, que supone un enfrentamiento indirecto, mediante actores interpuestos, de las dos potencias regionales: Irán y Arabia. El conflicto, iniciado en la fecha clave de 2015, tiene unas raíces profundas. Yemen es la parte más pobre de la península arábiga, pero, al mismo tiempo, ocupa un enclave geopolítico de gran importancia: el estrecho de Bad el Mandeb que, con Suez, son los dos “cerrojos” del Mar Rojo. El control de la zona es muy importante para todos los actores de Oriente Medio y se da la circunstancia de que en el Yemen del Norte, los hutíes, una etnia que practica un islam próximo al chiísmo, fronteriza con Arabia, apoyados por Irán, estaban embarcados en una guerra de baja intensidad con el gobierno del Yemen unificado, desde 2004. En 2009, a la vista del cariz que tomaba la situación, Arabia intervino, sin poder impedir que los hutíes tomaran la Saná, la capital, el septiembre de 2014 y obligaron a negociar al presidente Abd Rabbuth Mansur Hadi que, finalmente huyó. Por el momento, la guerra ha causado 60.000 muertos. Quien venza en este conflicto tendrá la llave para el tránsito de 3.800.000 de barriles de petróleo diarios que pasan por el estrecho de Bab-el-Mandeb.Parece difícil que Arabia Saudí logre liquidar todos estos problemas en los próximos diez años, de manera satisfactoria para su país.
En general, todos
los países de la Península Arábiga tienen unos problemas parecidos y, a pesar
de que la mayoría, tienen petróleo bajo su suelo, no pueden evitar las
dependencias de tradiciones ancestrales y malas prácticas económicas y sociales
que los convierten en países en los que el descenso de las subvenciones, la implantación
de un impuesto o de una fiscalidad digna de tal nombre, o una pequeña reforma
religiosa, pueden encender una mecha de dimensiones incalculables.
- Barein, por ejemplo, con grandes reservas petroleras y muy escasa población tiene una deuda pública calificada como “basura” y tiene dificultades para devolver créditos. Se da la circunstancia de que, mientras los gobernantes son sunnitas, la mayor parte de la población es chiita, lo que contribuye a agravar las distancias económico-sociales. La única manera que el gobierno de Bareim ha encontrado para evitar el estallido es comprando la paz social mediante subsidios… lo cual ha agravado el déficit en un momento en el que el precio del petróleo ha bajado. Cuando, las “primaveras árabes” parecían pedir “más democracia”, estallaron disturbios en el país que fueron contestados con un aumento de la represión: se dice que 1 de cada 500 ciudadanos de Barein es “preso político” y todos son chiitas. Al igual que en Arabia anterior a 2015, la mayoría de ciudadanos que pasaporte de Bareim están subvencionados o son funcionarios, o están empleados en empresas públicos, cobrando salarios altísimos y sin apenas desarrollar trabajo digno de tal nombre: los inmigrantes (el 55% del país) son los que trabajan. Un sistema así no es, ni económica, ni socialmente, sostenible, especialmente cuando los precios del petróleo están por debajo de los 75 dólares/barril. A pesar de que Bareim viva sobre el petróleo y pueda duplicar en pocos años su producción, la situación no variará sustancialmente: se trata de un petróleo caro de extraer y, cualquier posibilidad de modificar el “monocultivo” económico mediante la atracción de inversiones, queda muy alejado de sus posibilidades a causa de la ausencia de garantías jurídicas y de una burocracia exasperante.
- Quedaría hablar de Kuwait, el gran aliado -en el mismo nivel que el Estado de Israel- de los EEUU en la zona. A pesar de que los problemas interiores de los Saud se iniciaron cuando la monarquía permitió utilizar su territorio como base para las tropas norteamericanas que atacaron a Kuwait cuando fue anexionado por Iraq y los fundamentalistas consideraron este gesto como permiso para que “cruzados e infieles hollaran la tierra más sagrada del Islam”, Kuwait fue el único país que no se sumó en el mundo árabe, junto con Omán, al bloqueo de Qatar. La guerra de 1989-90, obligó a Kauwait a adoptar una semidemocracia completamente diferente de a sus vecinos. Allí el uso del velo es opcional, las costumbres islámicas se observan pero sin el rigorismo de sus vecinos. No hay partidos, pero si elecciones libres en las que los ciudadanos votan a los candidatos no a las siglas. E incluso elecciones primarias en las tribus. Hoy la economía kuwaití es, en cierta medida, independiente de las oscilaciones del precio del petróleo, y también aquí se encuentra el mismo problema que en los países de la zona: se gasta más de lo que se ingresa. El Estado es el gran latifundista del suelo y la burocracia el mal endémico del país.
- Solamente los Emiratos Árabes Unidos son completamente independientes de la riqueza petrolera que ocupa apenas un 3-5% de su economía. Fueron los primeros en advertir que la marcha de la economía mundial y la fecha de la historia, empezaban a dejar atrás el modelo económico basado en el consumo de petróleo, propio de la segunda revolución industrial, y acometieron la reforma. La situación de este país es geopolíticamente importante: es un cerrojo en el golfo pérsico (junto con Irán en la otra orilla). Dubai, la capital en donde está instalado el gobierno federal, es un firme aliado de Arabia Saudí, si bien, se trata de un país mucho más estable, viable y económicamente sólido de la zona.
Contrariamente,
a lo que se tiene tendencia a pensar, una cosa es Arabia Saudí, el reino de los
Saud, y otras los países de la Península Arábiga, casi todos ellos muy
diferentes entre sí y con unas economías que, aun gravitando en torno al
petróleo, unos son más dependientes que otros. Salvo los Emiratos Árabes
Unidos, la situación en el resto oscila entre lo más inestable (Yemen), o las
duras sobre su evolución futura.
Queda por ver la
situación que se da en el otro actor principal: la República Islámica de Irán.