INDICE GENERAL (en fase de elaboración)

miércoles, 22 de enero de 2020

LOS SÍMBOLOS Y LA TRADICIÓN (1 de 3) - ¿QUE SON LO SÍMBOLOS Y CÓMO SE UTILIZAN?


Cualquier estudio sobre la Tradición ha de ocuparse, más tarde o más temprano, del mundo de los Símbolos. Los arcanos mayores del Tarot, por ejemplo, constituyen conjuntos simbólicos que, sin duda, están en condiciones de ayudarnos a comprender y a meditar sobre aspectos de la vida y de la naturaleza humana. El primer arcano nos presenta la imagen de un joven con un hatillo al hombro que camina hacia un precipicio; un perro le muerde una pierna. Si tomamos cada uno de estos elementos  joven, hatillo, precipicio, perro  en su sentido simbólico  pureza, necesidad, devenir, instintos y pasiones, respectivarnente  obtendremos un significado de conjunto: “el devenir de la vida humana, emprendida al nacer con los mínimos imprescindibles, nos arrastra hacia el abismo en caso de que nuestros instintos y pasiones no sean controlados”. Y al mismo tiempo irá implícita una enseñanza: hay que salir de la corriente del devenir, bloqueando primero y anulando después el impulso animal que anida en nosotros. La carta en cuestión se llama "El Loco”. Despojando al Tarot de la devaluación y banalización que sufre en los tiempos modernos como objeto predilecto (le todo tipo de charlatanes, videntes y estafadores, se convierte en un "mutus liber”: un libro mudo, sin texto, pero con imágenes  esto es, símbolos , en las cuales se encierran algunas "enseñanzas".

Ahora bien, el Tarot no constituye un universo simbólico aislado, sino que está relacionado con otras ciencias tradicionales: hermetismo, alquimia, cábala, astrología, medicina, etc. Ciencias cuya existencia misma sería impensable de no ser por la utilización del símbolo. Igualmente, la práctica operativa de lo que se llama “sistemas de meditación con apoyo”, implica el conocimiento del universo simbólico: se medita fijando la atención sobre una forma geométrica (un mandala) que facilita el tránsito hacia estados diferenciados de conciencia.

Todo lo anterior evidencia que un estudio ser¡o de las doctrinas y técnicas tradicionales nos lleva, antes o después, al mundo de los símbolos.

I. UNIVERSALIDAD DEL SÍMBOLO

Ahora bien, lo primero que llama la atención en este terreno es la reiteración con que los mismos símbolos, apenas sin alteraciones, se repiten en marcos geográficos y antropológicos muy diferentes: un lagarto tiene el mismo significado para los pastores de los Pirenaicos que para los chamanes del altiplano andino. Un triángulo simboliza el elemento fuego, tanto entre los indios guatemaltecos como entre los hermetistas de Beirut. Por no hablar de la svástica, símbolo universal por excelencia. El campesino pirenaico nutre su conversación de sabiduría tradicional (tradición = transmisión) y, excluyendo su posibilidad de contactos culturales con otros grupos étnicos fuera de los que pueblan el entorno de los valles pirenaicos, hay que concluir que en él  en algún lugar de su persona  residen los mismos arquetipos que en el chamán andino. O dicho de otra manera, en el interior del ser humano existen las distintas “estructuras simbólicas” que son reconocidas como tales, por encima de las diferencias de lugar y tiempo. El símbolo se encuentra y se reconoce “fuera” del ser humano, pero esto no sería posible si no sintonizara con algo pre-existente y pre-natal al mismo, es decir, algo que anidara en su interior desde el momento mismo de su concepción.

En cierta ocasión un pastor nos contó, bajo un sol de plomo, la historia de una salamandra que se introdujo en el fuego y se convirtió en una hermosa mujer; por ello, los restos de madera quemada, el carbón vegetal, en definitiva, es utilizado para curar ciertas enfermedades. Una leyenda parecida circula en el "mercado de las brujas" de La Paz, ligada así mismo a pretensiones terapéuticas: la mujer en cuestión, reconvertida en especie proxima a la salamandra, un lagarto local, se vende disecada para curar enfermedades de columna; hay que colocársela durante un tiempo en el cuello para sanar de hernias discales, escoliosis, etc. También sabemos que las doctrinas tántricas y yóguicas hablan de una “fuerza ígnea” contenida en la base de la columna vertebral (la kundalini) que el practicante debe despertar, y que tal fuerza tiene un carácter serpentino y femenino (la Shakt¡). Las leyendas medievales europeas, igualmente, aluden al regalo que el mítico "rey Pescado”, el "Preste Juan", realizó al Emperador Federico I: un abrigo de piel de salamandra que protegía del fuego. Y no queremos agotar las correspondencias. Es evidente que en todos estos temas existe una interrelación simbólica: mujer, reptil, fuego, curación.

Ahora bien, a poco que investiguemos sobre el tema utilizando el material facilitado por la antropología, la arqueología y la historia de las religiones, advertiremos que la naturaleza de los símbolos es universal tanto en lo espacial como en lo temporal; el origen de los simbolos se pierde en la noche de los tiempos, más aún, da la sensación de que con el paso del tiempo han ido perdiendo concreción y hoy no son más que productos degenerados bajo la forma de mitos, cuentos y leyendas o supersticiones.

Hay que descartar, pues, que el símbolo en sentido tradiclonal sea una construcción “original” ligada a la fantasía poética o a la imaginación de tal o cual persona, fijado en un marco geográfico concreto y surgido en un tiempo histórico preciso; por el contrario, su universal¡dad es evidente.

Por lo demás, en el sistema que les era propio, los símbolos sintetizaban los conocimientos de las distintas rarnas del saber  en las distintas ciencias tradicionales  a la par que se trataba de instrumentos interdisciplinarios que las conectaban entre sí y proporcionaban a la ciencia tradicional el aspecto unitario presente en este tipo de sociedades y hoy perdido por completo gracias al virus de la “especialización”.

II. HACIA UNA DEFINICIÓN DEL SÍMBOLO

El concepto de símbolo que asumimos no tiene nada que ver con las teorías semióticas que deambulan entre la intelectualidad occidental desde finales del siglo XIX. Tampoco tiene nada que ver con las divagaciones de ciertas escuelas psicoanalíticas capitaneadas por Rank y Jung. El símbolo  a efectos de nuestro estudio  no puede entenderse como desvinculado de la sociedad tradicional y habrá que apelar a una clasificación de los símbolos en el parágrafo siguiente para fijar esta idea.

Así pues, no es raro que René Guénon dijera del símbolo que "se ha convertido en algo ajeno a la mentalidad moderna”. Y uno de sus comentaristas añade: "El símbolo es todo lo contrario de lo que conviene al racionalismo". En otra de sus obras, el propio Guénon perfila más estos conceptos cuando establece que “el símbolo es la expresión sensible de una idea".

En estas frases está contenida toda la ciencia del símbolo. No se trata, por tanto, de que el símbolo sea algo que pueda ser entendido, aprendido o asimilado por la razon, sino que su sentido y esencia hay que captarlo a través de la intuición intelectual. Toda “práctica tradicional”, en definitiva, no es sino un conjunto de métodos para estimular tal intuición, siendo el sírnbolo una ayuda para recorrer ese camino.

No es raro, pues, que se afirme que el símbolo es exterior al mundo moderno, en tanto que este mundo supone una derivación monstruosa del racionalismo. No se vea en este orden de ideas una defensa de lo irracional  infra-racional, en realidad  sino de una forma de conocimiento asimilada a través de medios diferentes de los racionales. Situarnos en la esfera de la suprarracionalidad es situarnos en el terreno del universo simbólico.

En cierta ocasión nos explicaron una hermosa parábola a propósito de las formas de descripción de estados de conciencia diferenciados. "Un hombre se retiró al desierto a meditar, allí vió a dios. Cuando regresó a la ciudad sintió la necesidad de contar a los suyos lo que había experimentado. Hubo de apoyarse en parábolas y descripciones limitadas; aún así, quienes le oyeron adquirieron una nueva fe y mataron y murieron por ella, pero ¿cómo pueden unas pobres palabras definir la esencia y el contenido de lo Absoluto?”.

En efecto, las construcciones humanas son limitadas para definir y penetrar en lo que está más allá de lo humano. Toda práctica tradicional se basa en la posibilidad de atravesar la línea divisoria que separa el mundo físico del mundo que está más allá de él. La doctrina tradicional afirma que el verdadero sentido de la vida y las respuestas a buena parte de los misterios que encierra la existencia, anidan en esa "otra parte", esto es, en el universo metafísico. De ahí que, desde el punto de vista tradicional, no tenga sentido discutir la metafísca, dee la misma forma que tampoco tiene sentido discutir sobre las posibilidades de los cambios de estado de los fluidos: basta con experimentarlos en el laboratorio. Esta experimentación es lo que hemos llamado hasta ahora “práctica tradicional”.

Dado que en el inicio de esta práctica el hombre no cuenta con otro apoyo más que su propio ser y sus sentidos físicos, y que estos no están acondicionados para percibir otra realidad que la estrictamente material, estamos forzados a utilizar unos instrumeutos que se sitúan a medio camino entre el universo estríctamente físico y el me-tafísico, esto es, los símbolos. Puede entenderse allora por qué Guénon había definido al símbolo como "expresión sensible de una idea". En tanto que “expresión” tiene algo de esa ¡dea, y en tanto que “sensible” participa del mundo físico.

La justeza de esta definición viene avalada por el estudio etimológico de la palabra. Símbolo procede de la palabra griega Sumbolon (σύμβολον), derivada del verbo "súmballo", juntar, reunir. La antigüedad griega registraba una costumbre consistente en romper un objeto en dos partes y dar una de ellas a un huésped, quedándose el arifitrión la otra. Cada una de las partes era transmitida de padres a hijos, para que, en caso de que volvieran a unirse, fuera señal de la amistad y hospitalidad que existió tiempo atrás. Se trataba de un objeto de reconocimiento.

Así pues la palabra expresa, en su etimología, una concepción que recorre transversalmente todas las expresiones. temporales del mundo tradicional: el hombre es un “ser roto” que inicialmente no lo era; ese proceso de ruptura constituyó lo que en distintos mitologemas es la "caída", es decir, la imposibilidad para el hombre común de vivir dos órdenes de realidad diferentes: la física y la metafísica; también marca, implícitamente, un objetivo: la reunificación de las dos partes en un todo renovado.

En la Edad Media, esta idea es expresada a través de uno de los significados del mito de la espada rota, que el héroe debe soldar para volver a empunar y vencer al dragón (mito nórdico de Sigfrido). También se expresa a través del mito céltico artúrico de la espada clavada en la piedra, entendiendo por ello un poder superior que está retenido por la pura materialidad (representada por la piedra) y que es preciso liberar (acto de extraer la espada). Próximo a este orden de ideas sería también el concepto hermético del Rebis andrógino, o el de "puente" y de "pontífice" (hacedor de puentes) como instrumento de tránsito entre dos realidades jerárquicamente dispuestas, o las llaves que abren y cierran mundos.

El símbolo es, pues, un mediador. Captar su sentido metafísico equivale a comprenderlo. Es evidente que puede existir una aproximación intelectual al símbolo. De hecho, tal es la función de los muchos diccionarios de símbolos que existen en el mercado. Un círculo, por ejemplo, en hermetismo simboliza el caos: el círculo cerrado sobre sí mismo abarca en su interior elementos indiferenciaidos y por tanto, caóticos. Ese mismo círculo con un punto en el centro, pasa a ser un símbolo solar, el caos ordenado, igual que el sol de nuestro sistema, situado en el centro de gravitación de los planetas. Un cubo es la representación de la materia, en tanto que es el más “inmóvil” de todos los poliedros, y este concepto sugiere la "pesadez y densidad" de la materia. Sin embargo, una esfera es la rnás perfecta de las formas físicas, por ello es asimilada al alma. Estos serían ejemplos de aproximaciones intelectuales a la naturaleza del símbolo.

Podemos hablar también de aproximaciones, naturalistas. A través del estudio sobre alquimia clásica sabemos que la salamandra es asimilada siempre al fuego, pero es necesario ver una salamandra moverse sobre las rocas para que entendiéramos por qué se le ha otorgado tal símbolo: su movimiento "evoca” al de las llamas. Igualmente, el espíritu en la tradición hermética ha sido comparado con el mercurio: su temblor, su movilidad, el hecho de que no tenga forma propia, sino que se adapte siempre a la del recipiente que lo contiene, así como su aspecto exterior que evoca el color de la luna  que es una forma cambiante por excelencia ; por todo ello, el mercurio es símbolo de un espíritu  entendido como conjunto de construcciones mentales emanadas de nuestro cerebro  no fijo, sino en continuo movimiento por el perpetuo fluir de las ideas. Otros han comparado ese mismo espíritu a la mariposa que se posa de flor en flor, nerviosa y sin apenas detenerse. Imágenes que nos sugieren que el espíritu es puro devenir, flujo mental, caos, movilidad, ideas todas ellas que están contenidas en los objetos o materiales presentes en la naturaleza, a través de los cuales son representadas aproximativamente.

Pero todo ello son, efectivamente, intelectuales o naturalistas. Penetrar en el sentido de un símbolo  no meramente aproximarse quiere decir comprender su significado metafísico. Y al llegar a este punto es imposible dar más explicaciones: no se puede conocer esta parte del camino sin franquearla y este recorrido no puede ser sino personalizado. Luego insistiremos sobre esta idea.