No hará ni veinte días escribíamos un Quejío titulado “Algo
está cambiando en el mundo”, en el curso del cual indicábamos que la globalización estaba remitiendo y que
las cifras del comercio mundial así lo indicaban. Distinguíamos entre la
globalización económica y el mundialismo como ideología y decíamos: “La
Santa Alianza entre el capital financiero y la multiculturalidad son los
verdaderos enemigos de la identidad de los pueblos”, para concluir en
la siguiente entrega, afirmando que los “enemigos
principales” en el terreno político son, hoy por hoy -mañana puede cambiar- el
PSOE que se muestra a favor de la globalización económica y del mundialismo y
Podemos que se define contra la globalización económica, pero a favor del
mundialismo.
En política, si vale la pena definir entre “enemigos principales” y “enemigos secundarios” es, porque, a
partir de ello, se deduce automáticamente, como consecuencia, el régimen de
alianzas y a quién hay que dirigir los ataques. Resulta un error de agitación decir “ni derechas, ni izquierdas”,
porque en las doctrinas militares de todo el mundo está claro que aquel que
combate en dos frentes siempre es derrotado (con la excepción histórica,
claro está, de César en Alessia… pero hoy no estamos en aquella época y faltan
líderes políticos que lleguen a la altura de la suela de César). Una cosa es una definición doctrinal y otra
definir al enemigo: y esto es algo dinámico, a diferencia del “enemigo
doctrinal” en cuya definición entran consideraciones más rígidas. Lo que quiere
decir, en realidad, quien dice “ni
derechas, ni izquierdas”, es “ni
capitalismo, ni comunismo”… Pero confundir “doctrina” con práctica
política es peligroso y puede llevar -lleva, frecuentemente- al aislamiento y a
la esterilidad (encerrarse en la propia torre de marfil). El “enemigo principal”
de hoy, puede dejar de serlo mañana. De la misma forma que el aliado en una
fase de la lucha política, puede convertirse en el competidor en la siguiente.
Todo esto viene a cuenta del debate suscitado en nuestros medios sobre si hay que apoyar la manifestación
anti-PSOE del próximo domingo. Acudir tiene su pro y su contra. El pro,
obviamente, es que el PSOE se encuentra en estos momentos -y a pesar de la
cocina del CIS- en una situación de debilidad, posiblemente, como nunca antes
en su historia. Solamente tiene parangón con el final del período zapateriano,
si olvidamos que a ZP lo eligieron en las urnas y que a Sánchez no lo ha
elegido nadie. Tanto PP, como Cs, han detectado la intranquilidad y debilidad
del PSOE (y especialmente de sus barones regionales) ante la actitud del
presidente en la “crisis indepe”, y se han lanzado a movilizar la calle. Vox se
ha sumado y otros grupos menores están en ello. Si antes hemos dicho que, aquí y ahora, el PSOE y Podemos son los
enemigos principales y los motivos por los que lo son, lo más coherente es, no
solamente, acudir a la manifestación sino animar a otros a que lo hagan:
porque en estos momentos y antes de que el gobierno realice más destrozos que
pueden marcar a varias generaciones (como realizó Zapatero en su momento: si
estamos en dos billones de deuda impagables es porque el ciclo deudor de inició
con su política para superar la crisis y si hoy tenemos crisis independentista
fue por su debilidad -y la de sus predecesores- ante CiU y ERC).
Pero hay alguna estimación que podría percibirse como
contraria a la oportunidad de esa manifestación. Lo que logrará es confirmar y ampliar una “fractura vertical” en la
sociedad española, entre derecha e izquierda. Poco importa que Cs tenga en
este esquema problemas de ubicación política, porque cuando hay dos fracciones,
o se está a la derecha o se está a la izquierda y el espacio de centro, como siempre
hemos dicho, es una ficción propia de momentos puntuales de crisis. Es más, la
actitud de Cs propiciará el inicio de reajustes interiores que pueden acelerar
la voluntad de Manuel Valls de anticipar la disputa del cargo de secretario
general a Albert Rivera. En lo que se refiere al PP, la movilización de la
calle es el único recurso al que puede recurrir actualmente para superar su
estancamiento… con el riesgo de que, una vez en la calle, Vox demuestre tener
mas “punch” y el electorado de derecha opte, finalmente, por votar a una opción
más “comprometida” con el ideario conservador. Por que, si el PP vuelve alguna
vez al poder, está claro que ya no podrá aplicar esa política de pasotismo que
caracterizó a Rajoy ante el “problema indepe” y que ha situado al PP en la
crisis.
¿Existe riesgo de
fractura vertical? No desde luego al nivel que existía durante la Segunda
República y que terminó en guerra civil. Ni siquiera al riesgo de lo que en
estos momentos se está produciendo en Venezuela. Pero sí existe un riesgo de
radicalización de los discursos políticos situados a la derecha y a la
izquierda.
¿Sería buena o mala esta radicalización? Sería excelente que, de una vez por todas, el discurso político fuera claro y sin matices: se está a favor de la “unidad del Estado” o en contra, se está a favor de la “reinserción de presos” o de la “defensa de las víctimas”, de está a favor de que la enseñanza cumpla su función formativa o se sigue desconociendo que la enseñanza en España está quebrada, se defiende la sanidad pública y sin fisuras y se amplían las coberturas, o se está a favor de la privatización, se compromete el Estado a la defensa de las pensiones o se llama a la privatización, se está a favor de una reforma de la UE o se considera que la UE en su formato actual es el mejor de los mundos, se acepta la globalización y el mundialismo o se rechaza, se está a favor o en contra de la corrupción, se recupera soberanía o se cede soberanía, se está a favor de la inmigración masiva o se está en contra, se defiende la identidad nacional o se disuelve, se supera la guerra civil o se está obsesionado por ella… y así sucesivamente. Radicalizar, quiere decir, “ir a las raíces”, evitar compromisos titubeantes en busca de centrismos inestables. Radicalizar no es generar caos ni confusión, sino todo lo contrario: situar los debates en los términos que le corresponden, por graves que sean.
Y el próximo domingo
deben estar en la calle todos aquellos que perciben la política del PSOE como
la más nefasta que pueda mantenerse en estos momentos. Hay veces que uno debe
salir a la calle para parar la locura instalada en las oficinas ministeriales: menos de un año de
presencia de Sánchez en Moncloa han colmado los telediarios de discursos
obsesivos de sobre “ideologías de género” y sobre “memoria histórica”, actitudes
ignorantes y peligrosas sobre el independentismo catalán y antifascismo de los
años 30. Es preciso una clarificación del discurso político en España y “clarificación”
implica “radicalización”, ir a las raíces de los problemas, llamar al “pan, pan y al vino, vino” y
dejarse ya de poses.
Hay algo con lo que los convocantes de la manifestación del
domingo parecen no haber contado. Salir
a la calle el domingo va a implicar, sobre todo, que las cúpulas del PP y de
Cs, se van a ver arrastradas y obligadas a “radicalizar” sus discursos:
esto perjudicará sobre todo a Cs y abrirá una pugna interior. Pero, si la
posición de Cs es la más arriesgadas (un centrismo que, a fin de cuentas, se
escora definitivamente a la derecha, no es un centrismo, sino un centro-derecha
sin posibilidad de establecer puentes con el PSOE), la del PP no lo es menos: si
radicaliza su discurso, puede encontrarse haciendo campaña para Vox… Pero lo
que está claro es que el PP, si quiere sobrevivir, ya no podrá nunca más hacer
como Aznar “que hablaba catalán en familia” o como Rajoy que miraba a otro lado
esperando que las situaciones se resolvieran solas o que un juececillo dictara
una sentencia “conforme a derecho”.
La tendencia actual
del debate político en España es a una polarización de las posiciones: a un
lado el “progresismo” (el conjunto de la izquierda y de las fuerzas
independentistas en torno a un programa “mundialista y universalista” deducido
de los documentos de la UNESCO), al otro el “populismo” (Vox y un PP-“voxicizado”,
nacionalista, conservador). ¿Y el centrismo de Cs? Cuando se enteren que existe
Cs porque existe el independentismo catalán y que, una vez conjurado el
fenómeno (y si no lo ataja la clase política, lo hará la propia historia pues,
no en vano, el independentismo circula en dirección opuesta al sentido de la
historia), ocurrirá con el centrismo lo que ocurrió con UCD cuando terminó la
transición (que se descompuso en apenas unos meses), ya será tarde con Valls o
con Rivera o con el que quede en el chiringo.
Un último punto, finalmente. La parte más cuestionable de la manifestación del domingo es la que propone
“la defensa de la constitución” (utilizamos la minúscula porque hay nombres
que no merecen ni el esfuerzo de pulsar con el meñique la techa BloqMayus). Cada vez está ganando cuerpo
la opinión de que esta constitución fue
el producto de una época y de unos consensos que han quedado muy atrás. Defender
la constitución como algo sagrado e inviolable, aquí y ahora, es elevar a la
categoría de dogma religioso lo que fue un simple acuerdo entre élites
político-económicas, grupos mediáticos e intereses extranjeros. Ha funcionado
tanto como ha creado problemas. ¿Por qué? Porque
fue hija de la ambigüedad. Esta constitución no sirve. El hecho de que, en
la actualidad, no existan consensos suficientes como para elaborar otra, no
quiere decir que haya que sobrevalorarla o exaltarla a un documento que ha permitido
la parcelación del Estado en 17 taifas, o que un cretino como Sánchez, esté de
carambola ejerciendo un cargo para el que no ha sido elegido, buscando
relatores y relatos para mantenerse unas semanas más en el poder.
De ahí que nos fijemos en el lema de la manifestación: “ELECCIONES YA”. Aquí y ahora, eso es
lo que hace falta. Luego, ya veremos… Ja
en parlarem…