Hay polémicas que son recurrentes, especialmente en medios
de extrema-derecha: ¿Habrá o no en
España algo parecido a lo que recorre Europa? De tanto en tanto, alguien se
atreve a dar el paso al frente y a explicar porqué no o porqué si lo habrá.
Algunos lo hacen con voluntarismo, otros con pretensiones intelectuales, otros
con una ingenuidad rayana en la candidez y algunos con un optimismo propio de
bipolar en fase eufórica. Pocos con la experiencia de 50 años observando el
fenómeno desde dentro. Éste último es mi caso. Empecé en esto en 1968 y creo
que lo he visto todo o casi todo. Por tanto, soy de los que puede contestar a
esta pregunta con cierto conocimiento de causa. Pues bien, la respuesta es no. No creo que la ultra, tenga ningún
espacio en la España del futuro. Intentaré resumir el por qué en un solo
folio. Porque me quejo de que esta
polémica debería haber sido cerrado haya ya años y de tanto en tanto revive
como si no se hubiera dicho suficiente.
Me quejo en primer
lugar de que no hay “una” ultraderecha, sino infinidad. Y no solo por las siglas, la mayor parte de
las cuales carecen de “principio de razón suficiente”, sino porque la simple
enumeración de las opciones indica lo amplio del espectro: hay falangistas,
falangistas franquistas, falangistas antifranquistas, falangistas de izquierda,
falangistas sindicalistas, ramirianos, carlistas de todas las tendencias
posibles, nostálgicos de Fuerza Nueva, ultracatólicos, nacional-franquistas,
identitarios, identitarios europeístas, identitarios independentistas, nacional-revolucionarios,
populistas, nacional-liberales, liberales-patriotas, sólo patriotas, alternativistas,
ocupas, repartidores de alimentos, imitadores de todos los partidos europeos
habidos y por haber, neo-nazis, conspiranoicos, izquierdas nacionales y
derechas nacionales, unitaristas, y, últimamente, “voxistas” (y,
consiguientemente, “antivoxistas”)… ¿seguimos? Cada uno de ellos cree que su
opción es la que podría “arrasar” si tuvieran medios. Esto por lo que se
refiere a las “tendencias”. Demasiadas y demasiado variopintas.
En lo relativo a las
siglas, la situación no es mucho mejor. No voy a enumerarlos porque todos los
conocemos. Me resisto a llamarlos “partidos” porque para ser tales un partido
debe tener doctrina, clase política educada y familiarizada en esa doctrina,
objetivos políticos, estrategia, táctica, criterio organizativo… y, todo eso,
sumado, da como resultado el “partido político”. Hay una fórmula sencilla
que indica que el “partido” que tenga todo alcanzará determinada “fuerza social”
(influencia sobre la sociedad) si multiplica en sentido matemático su
agitación, su propaganda y su organización: la agitación crea simpatizante, la
propaganda crea cuadros políticos y unos y otros refuerzan la organización.
Pero, dado que no existe “partido” (por
que a cada sigla le falta alguno o algunos de los elementos que deberían estar
presente en todo partido), no existen posibilidades de planificar estrategias y
toda la actividad es mero ejercicio táctico. Así pues, hay muchas siglas,
pero ninguna de ellas puede considerarse “partido”, ni el conjunto podría ser
tenido como un “movimiento” porque ello implicaría que algunas de sus partes “funcionan”
y, la triste realidad, es que todas
ellas, más o menos, siguen como hace cuatro años, ocho años, o un cuarto de
siglo: estancadas, bailando la yenka (un paso delante, un paso detrás…).
¿Frentes? Ninguno
podría funcionar porque ninguna de las formaciones que los auspician gozan de
buena salid. Los “frentes”, las “coaliciones”
que se puedan formar son, en primer lugar, inestables (cada parte tira para lo
suyo), en segundo lugar están formadas por grupos poco operativos y que
demuestran diariamente no tener posibilidades de crecimiento real. Los frentes
terminan siendo acumulaciones de frustraciones, de carencias y de impotencias.
Por eso se agrupan, para apuntalarse unos a otros.
Luego habría que plantearse la posibilidad de si es posible
o no “hacer algo”. Pero el problema es que la
militancia es muy primaria, carece de sentido crítico, está impulsada por el
corazón y no por la razón, manifiesta una incomprensión total hacia lo que ha
ocurrido en España, incluso desconoce la historia reciente de su patria. El
nivel cultural no es particularmente alto y, por tanto, el nivel político se
resiente. Todo resulta excesivamente primario y pedestre. Los debates son
imposibles porque hay líderes absolutamente que se niegan a asomarse por alguno
de estos debates para no evidenciar sus carencias. Además, aún en el
supuesto de que lograra agruparse a una o dos docenas de personas razonables y
con experiencia política suficientes, ¿por dónde empezar a debatir? Y, además,
en el supuesto de que el debate llegara a buen puerto (siempre se pierde como
mínimo un tercio de los participantes), ¿qué se ofrecería a la militancia
dispersa, atrincherada en siglas minúsculas y en reduccionismos doctrinales
extremos? ¿De dónde saldría la financiación? ¿Habría un solo personaje público
capaz de liderar lo que surgiera? Demasiados
interrogantes y ni una sola respuesta.
¿Estrategias? Hay cuatro
identificadas: la de la “mancha de aceite” (a partir de un punto central se
irradia: ejemplo, Alcalá de Henares irradiando al corredor del Henares), el de “acción de mantenimiento” (ejemplo,
España 2000 en Valencia: seguir manifestando presencia en la calle sea como
sea), “modelo alternativo” (ejemplo:
ocupamos nos echan, ocupamos nos echan, ocupamos… y mientras ayudamos), “modelo nacional-liberal” (ejemplo: me
presento a las elecciones como apéndice de la derecha). Y luego están los que
andan todo el día a vueltas con redes sociales y en foros o con radios y
digitales de medio pelo (que, más que informar, desinforman y, desde luego,
resultan incapaces de transmitir a sus lectores nada más que algún titular
espectacular). Bien, de las estrategias reales: la primera es lenta y, por el momento, no se percibe cómo podría
acelerarse; la segunda es limitada y resulta más de lo mismo (otra yenka), la
tercera parece una pescadilla que se muerde la cola y la cuarta... la cuarta es
Vox y Vox no parece haber hecho un análisis completo de porqué en Europa los “populismos”
avanzan. Si lo hubiera hecho sabría que todo lo que no sea una condena del
neoliberalismo y la globalización es lanzarse con un discurso amputado. Sobre
Vox pueden ocurrir dos cosas: que tenga un diputado o que no lo tenga en las
próximas elecciones. Si lo tiene veremos lo que dice en el parlamento, de eso
dependerá si cuaja o no (tener un diputado no es garantía de que un movimiento
cristaliza: lo puede perder en la siguiente elección). Lo cierto es que si lo
tiene, el resto de extrema-derecha queda definitivamente fuera de juego y sin
esperanzas de crecer, ni siquiera en las manchas de aceite. Si no lo obtiene
está claro que seguirá el mismo recorrido que el antiguo PADE.
Todo esto ocurre en medio de una indiferencia generalizada
de la sociedad española, con unos problemas cada vez más acuciantes, un futuro
progresivamente más sombrío y un nivel cultural a la altura del betún. Y como
si nada…
¿Mi augurio? Faltan
mimbres. Incluso sumando todos los cuadros que podría existir en todos los
grupos, no habría ni cuadros ni capacitación suficiente para formar una sola
formación. No es raro que no exista financiación: nadie apuesta a caballo
perdedor. Existen demasiados lastres y demasiada calderilla organizativa,
líderes de poco calado, no existen agitadores populares, sobran digitales de escasa
credibilidad, faltan contactos, falta gente social y profesionalmente
relevante, en número suficiente como para poder eclosionar, a las “teorías” de
unos y de otros les falta la “prueba de la realidad”… y este no se puede
realizar porque falta todo lo demás. Por tanto, la ultra clásica no despegará.
¿Vox? Veremos lo que ocurre en las anteriores elecciones. Todo dependerá de
cómo reaccione el PP de aquí a la convocatoria electoral. Habitualmente, en el
último momento el “voto útil” se impone a las gentes de derechas y eso dejaría
a Vox en la estacada. Y, salvo que obtuviera un éxito rutilante en las
municipales, si no obtiene diputados casi mejor que ponga las armas a la
funerala.
¿Mi deseo? Que les
vaya bien a todos. ¿Mi convicción íntima? Que es muy difícil que esto pueda
arrancar. ¿Mi actitud? No voy a
recomendar seguir militando en causas que creo perdidas, ni recomendar formarse
a un sector que está dentro de una sociedad apática e indiferencia hacia la
formación intelectual y la preparación. Sé que hay gente que milita por un
impulso interior, más que por una convicción en el resultado final; sé también
que los hay que lo hacen porque no sabrían que otra cosa hacer. Y sé, en
definitiva, que nada de lo que pueda decir, ni de lo que haya dicho antes, ha
cambiado nada. Por tanto, lo mejor es callarse, asumir la tarea del espectador.
Hará unos años le decía a Vázquez Montalbán que había
aprendido a ir por la vida con impasibilidad que es, a fin de cuentas, lo que
refleja la imagen del grabado de Albretch Dürer, “El caballero, la muerte y el
diablo”. Yo recomendaría la misma actitud: no dejarse impresionar por
lo que se viene encima, seguir el propio camino y aquí paz y después gloria. ¿Y la ultra? Me quejo de que no espabila.
Simplemente.