Acabo de oír una música familiar: la del afilador. ¿Quién no
la recuerda? (Para el que no la tenga presente, en youTube la podéis revivir). Me
ha alegrado, francamente, porque creo que es uno de los pocos oficios que
todavía sobreviven mal que bien. El afilador es necesario y, por algún motivo,
sin duda porque conoce su oficio, sus trabajos son mucho más duraderos y de
mejor calidad que los que podemos obtener afilando nosotros mismos nuestros
cuchillos con una piedra comprada en los Todo a 100 chinos o con el mejor
artefacto colocado por Amazon en nuestro hogar. Bien por los afiladores y me gustaría que su música estuviera siempre
presente en las calles de mi Patria. Serían una excepción, porque de lo que me
quejo es de que los oficios vayan desapareciendo poco a poco.
Se dirá que la importancia del artesanado es minúscula en la
época de la producción en cadena y de los circuitos integrados en los que,
estropeado un condensador, cuesta menos cambiar toda la placa que sustituir el
elemento averiado. Pero es que, más allá del pragmatismo y del estadio actual
de la producción capitalista (deslocalizada a países que viven todavía en la
época del mandarinato), el ejercicio de
un oficio enseñaba otras cosas. En la sociedad indo-europea (y mientras el
número de africanos no supere al de europeos, esa es NUESTRA sociedad, esos son
NUESTROS orígenes y esa es NUESTRA identidad) existía una triple división de
funciones que dependía de la personalidad.
Por un lado estaban los que tenían un mentalidad meditabunda
y estaban volcados a la introspección, eran la casta sacerdotal y cristalizaron
en última instancia en ORDENES RELIGIOSAS. Por otro lado estaba la casta
guerrera, abocada a la defensa de la comunidad y que agrupaba a gentes que
llevaban el fuego en las venas y se habían dotado de unos valores de honor,
lealtad y sacrificio. Estos cristalizaron en la Edad Media en ORDENES
MILITARES. Finalmente, estaban aquellos
otros que trabajaban con sus manos, era la “función productiva” que proveía a
la sociedad de lo que necesitaba. En la Edad Media se organizaron en GREMIOS.
Así era la sociedad trifuncional indo-europea descrita por Dumezil y de la que
todavía quedan rastros.
No había un único
modelo educativo: sino un modelo educativo para cada actividad (la meditación,
la guerra, el trabajo). No había una
sola forma de ser, sino tres, adaptadas a tres hipos humanos: aquel que da
preferencia a la meditación sobre la acción, aquel que vive la acción en
defensa de la comunidad y aquel que practica el trabajo para proveer a la
sociedad de los bienes que necesita. Hoy puede rastrearse lo que era la
educación en los gremios gracias a la institución del “compagnonage” que
todavía subsiste en Francia; en las escuelas de los “compagnons” (gremios) no
solamente se aprende el ejercicio de una profesión: se aprende un estilo, se
transmite un carácter, se educa la voluntad.
Cualquier francés sabe que en Francia, si se contrata a un fontanero,
carpintero, ebanista, albañil, cantero, cerrajero, etc, se estará contratando a
un profesional eficiente y, además, a una buena persona. Y es tan importante
que el profesional que metes en tu casa para hacer un trabajo, sea eficiente,
sino que además, vale la pena que sea una persona educada en el valor de la
honradez. Eso se enseñaba en los gremios:
a vivir digna y honestamente y amar el trabajo que se está desempeñando. No
había síndrome postvacacional en los gremios.
Todo esto ha desaparecido en la modernidad y con ella los
oficios tienden a extinguirse. Es el tiempo de la fabricación en serie, del
usar y tirar al primer problema. Los
pocos oficios que subsisten, están en la modernidad, pero no son de la
modernidad.
Y, sin embargo, son necesarios, porque nadie puede garantizar cuánto durará esta época de la abundancia y de la
obsolescencia controlada de los productos. Hoy ya no necesitamos reparar
nada porque es más barato comprar otra unidad exactamente igual y nueva. Pero
¿hasta cuándo? Es curioso, pero en España el pequeño comercio está agonizando…
relativamente. Personalmente creo que
vivimos una época dorada del pequeño comercio chino, pakistaní, marroquí… Lo
que está en vías de desaparición es el pequeño comercio carpetovetónico. Sin
embargo, los oficios si han desaparecido casi completamente, porque los recién
llegados carecen por completo de formación profesional por mínima que sea.
Y un buen artesano no se hace de un día para otro, ni se importa de países con
otras materias primas y otros hábitos.
El día del Corpus, frente a la explanada de la Catedral de
Barcelona, el obispado ofrece una misa para los gremios. Hace años que no tengo
ocasión de ir (hasta no hace mucho un ateo como yo seguía yendo a la Misa del
Gallo y a la Misa del Corpus, por tradición) a ese acto en donde el público
está formado por personas ya jubiladas, todas con un estilo y un porte que no
es habitual y que sorprende: no se han puesto de acuerdo, pero todos ellos
visten modesta pero dignamente, todos tienen un comportamiento educado y
mesurado, todos parecen gentes relajadas y prudentes, no hay “familias monoparentales”,
suelen ir acompañados de sus esposas… son los últimos representantes de los,
otrora poderosos, gremios barceloneses. Son
los representantes de una Barcelona que fue y que ya no es, ni volverá a ser.
¿Entendéis de qué me quejo? De que la modernidad ha destruido las estructuras tradicionales, pero no ha
sido capaz de crear otras nuevas que resulten estables, sino meras fantasías,
fuegos fatuos, productos de un período de crisis: partidos políticos,
sindicatos, ongs, tribus urbanas, bandas latinas, mafias… Voy a buscar un
par de cuchillos para que me los afilen y a ver si me hace un presupuesto para
la katana.