Me quejo de que en
España no hay, ni ha habido, ni habrá un partido de “extrema-derecha” como esos
que existen en Europa y que ya están en el poder en la parte central de
continente o que tienen una presencia decisiva en las políticas de países
importantes.
Lo sé porque yo he pertenecido durante 45 años a este
ambiente y me lo conozco. Lo primero que subyace para esa imposibilidad son
limitaciones doctrinales: unos siguen hablando “en falangista”, otros como
nacional-católicos, los hay que van de “modelnos” (nacional-revolucionarios) en
distintas variantes, contrapunto a los “sólo franquistas”… Ninguno de todos
estos sectores quiere terminar de entender que todos estos planteamientos quedan
ya muy atrás en el tiempo. Incluso los
que imitan con más detalle al Front National (no sé si se han enterado que
ahora ya se llama “Rassemblement National”, por cierto), al estilo de Vox u
otros menores, olvidan el factor esencial que insertó a esta formación en la
política francesa: la crítica a la globalización.
La extrema-derecha no logra entender cómo sus ideales de “justicia
social” y “patriotismo” no logran seducir a ninguna fracción notable del
electorado. Falta lo esencial: análisis
político realista, cuadros políticos con el cerebro bien amueblado, programas
realistas y, sobre todo, proyecto realista y ambición. Sí, también
ambición, porque para “hacer política” hay que ser ambicioso… aunque no hasta
el extremo de que exista un desfase entre las ambiciones y la propia capacidad
personal para hacerlas efectivas. Esto se compensa, lo he dicho, con realismo.
Tiene gracia porque allí donde alguno tiene exceso de ambición, existe déficit
de realismo.
No puedo por menos que sonreír con cierta conmiseración ante
enésimos intentos de realizar coaliciones y “frentes” entre fuerzas que existen
solamente sobre el papel, pero que en realidad no son más que unas pocas
decenas de tipos bienintencionados distribuidos por toda la geografía nacional…
De la docena de grupos existentes, no
hay ni un solo grupo que haya hecho un mínimo análisis realista, ni un programa
aplicable, ni se haya preocupado de buscar recursos, formar cuadros y dedicarse
“trabajar” políticamente a un sector concreto de la población que pueda recoger
fácilmente su mensaje.
Reconozco que cuando uno está inmerso en una dinámica de
este tipo no sé da cuenta de la situación real, pero en el momento en el que se
inhibe y se contempla “desde fuera”, la única conclusión que se impone es: 1)
existe una docena de siglas, 2) todas, en mayor o menor medida, tienen poco
anclaje con la realidad (y cuando lo intentan –que si en un pueblo hay una
calle mal pavimentada, que si falta una farola aquí o allí- la temática apenas suscita interés), 3)
ninguna tiene lo esencial que requiere un trabajo político real: doctrina – programa – clase política dirigente
– objetivos políticos – estrategia – táctica – criterio organizativo (por
este orden), 4) unos miran a otros a ver con quien pueden colaborar y formar
frentes sin preocuparse de su importante, arraigo o valor político, 5) estos “frentes”
no son la suma de fuerzas pujantes, sino de grupos inmersos en crisis desoladoras,
con intenciones diferentes y con diferencias muy esenciales, 6) Ninguna de las
partes está dispuesta a dar su brazo a torcer y todas quieren mantener su
personalidad dentro de esos frentes o coaliciones inestables, 7) el sustituto del realismo es el providencialismo:
“nuestra lucha es justa por tanto las
masas vendrán”, “el Espíritu Santo está con nosotros”, “mi tema-obsesivo es el
mejor”, “defiendo los derechos de los trabajadores que no tienen ya sindicatos
que los defiendan”, “no tengo análisis global pero tengo tema-estrella”
(aborto, camino a la derecha, inmigración, reparto arroz a los menesterosos, y
así sucesivamente). Todo esto es providencialismo: todos han oído que, una vez,
Le Pen pasó de ser “monsieur 1%” a transformar su partido en el primero de
Francia, gracias a una breve intervención en televisión… Y todos los jefes de
la extrema-derecha española esperan esa oportunidad que nunca llegará. No hay
más. Ni vale la pena extenderse más.
Retorno al principio:
me quejo de que no hay, ni habrá, ni puede haber una extrema-derecha en España
en las actuales circunstancias.