Lo que tenemos hoy de extrema-izquierda es una caricatura.
La llamo marisquera porque dstila olor a gambas en sus niveles más
asquerosamente cutres, desayuna marisco como prolongación de los usos de la
izquierda-caviar (antigua “gauche divine”), o bien porque su sueño de justicia
social no va más allá de la fantasía de que todos los seres humanos coman
bocata calamares y percebes en Navidad. Ironizo, claro, pero me quejo de que
esta tipología no está muy lejos de la realidad.
Los okupas, simplemente huelen mal. No es que su aspecto
externo justifique perfectamente el que se les llame “guarros” con todas las
letras, sino que parecen preocuparse incluso de comportarse y ser tan guarros
como parece. Hace diez años, en el barrio de Gracia, tuve la sorpresa de ver a
unos okupas rebuscando entre la basura de ¡un Mac Donald! (que es como aspirar
a comer mierda elevada al cuadrado). Su olor a genitales descompuestos y a
porro de baratillo es lo que les sitúa entre la extrema-izquierda marisquera.
Luego están los Gordillos y Cañameros, el alcalde Marinaleda
y su secuaz del Sindicato de Obreros del Campo. Son arcaísmos vivientes, emulan a algunos
dirigentes de la FAI de antes de la guerra civil que atracaban bancos para
pegarse una vida de lujo en el que el “desayuno con diamantes” (para ellos, los
calamares y las quisquillas son los diamantes de los pobres) ocupaban un lugar
preponderante. Sólo que los Durruti y Cía atracaban bancos y estos se limitan a
saquear supermercados y fondos públicos. De estos hay muchos: están muy en su
papel sacerdotal de defensores de la clase obrera y sostienen que “el que sirve
al altar debe vivir del altar” (sí, pero ellos no lo hacen como simples
sacerdotes, sino como cardenales).
Están también los que están en política por un vago sueño de
justicia social. Eso estaría bien si no fuera porque su visión de la justicia social
es que hasta el último de los cameruneses coma en la marisquería Ribeira do
Mino de Madrid, la mejor entre las mejores de la capital. Y, de momento,
mientras consiguen que arriben a las costas españolas barcos que ejercen el
tráfico de refugiados, ellos ya están sentados todos los días examinando la
carta tras fichar en el edificio del Parlamento o cuando regresan del notario
tras haber firmado las escrituras del casoplón que acaban de comprar.
Me quejo de que la
extrema-izquierda que existe hoy en España es tan moderna, tan moderna, tan
moderna, que no va más allá de defender el “libertad, igualdad, fraternidad”
aquel que sonó como consigna en 1789 bajo los muros de la Bastilla y que volvió
a sonar de nuevo en 1917 en San Petersburgo o que finalmente se renovó en las
aulas de la Sorbonne en 1968.
Una vez más, cuando se dice lo de “imaginación
al poder”, cabe decir, “dime de lo que alardeas y te diré de lo que careces”. Al pastiche reactualizado por los abuelos
de mayo del 68, la extrema-izquierda de ahora, ha añadido el humanismo
universalista, la ideología de género, el pro-inmigracionismo y el apoyo a “movimientos
sociales” tan simpáticos como los okupas, la legalización de todas las drogas y
el antifascismo de toda la vida. Me quejo de que la extrema-izquierda
española es más tonta que pegarle pellizcos a un cristal. Si queréis ideas,
allí no hay ideas, la extrema-izquierda es un páramo: incluso en su “punto
fuerte”, la globalización, su análisis es más simple que el mecanismo de un
botijo; si queréis “personalidades típicas” de este sector ahí está el pobre
Echenique y su atrofia muscular espinal degenerativa y Pablo Iglesias, cuyo
discurso tiene el atractivo de la coleta y poco más.
Ver a los diputados de extrema-izquierda en el parlamento
español o en los parlamentos autonómicos es un desagradable espectáculo
estético y un todavía peor drama político. Cuatro
tópicos mal aprendidos pillados con alfileres, unos mass-media que apuestan por
ellos, y un electorado que nunca llegará más allá de los colgaos y de los que
suelen comulgar con ruedas de molino… eso es Podemos y de eso me quejo. De
que, o no son nada o son más de lo mismo (y “lo mismo” es que, a fin de
cuentas, se comportan como cualquier otro partido que sienta sus posaderas en
el parlamento).No es solo para quejarse, es para llorar.