Al parecer, la palabra blíster ha quedado incorporada a la
lengua castellana. Se trata de esos envases de plástico que dejan ver lo que
hay en su interior. El objeto en venta está expuesto en el interior de una
cavidad transparente, así que no parece tener secretos para el comprador. Se ha
presentado como una muestra de “fair play” comercial. Pero no lo es: es un
simple enganche, una forma de vender look, imagen: DE ESO ME QUEJO.
Antes, ibas a comprar una bombilla y te la vendían en un
tosco envase de cartón ondulado. No se veía el contenido. Te fiabas de que era
un bombilla porque te lo indicaban. Lo conocías. Además, en una de sus extreños
se veía el borne que permitía que el lampista te la probara antes de
llevártela. Estabas tranquilo porque el objeto que te llevabas, se encendía, se
comportaba como una bombilla y, aunque no lo vieras en su totalidad, era una
bombilla. Ahora ocurre lo contrario: te llevas algo que ves, efectivamente, que
es una bombilla. Está presentada en el interior de un plástico transparente –el
blíster- no hay dudas: parece una bombilla. Pero lo será, si cuando llegues a
casa responde como tal. De lo contrario, será una simple imitación a bombilla.
La diferencia entre
el ayer y el hoy consistía en que ayer tenías la seguridad, aunque no la
vieras, de la efectividad de lo que comprabas y de que se adaptaba a tus
necesidades; hoy, en cambio, sabes lo que te llevas, pero no si sirve para lo
que lo necesitas: dar luz. Es incluso más que probable que la “obsolescencia
programada” y llevada al límite por los fabricantes chinos, haga que la
bombilla dure en activo unas pocas horas. Parece una bombilla, creemos que es
una bombilla, pero no se comporta como una bombilla.
El blíster es el culpable: gracias a él hemos sido
engañados. Item más: en las navidades de hace dos años vi unas cajas de anchoas
Masó, marca archiconocida, de un tamaño
superior al normal. Algo así como un tercio más largas que las habituales.
Antes de comprarlas, recelé: o eran anchos que alguna manipulación genética
había conseguido alargar, o bien me la estaban dando con queso. Efectivamente:
si la caja de cartón era 1/3 más alargada, la lata metálica que guardaba las
anchoas era del mismo tamaño que siempre.
A veces, uno, por rapidez en la compra no tiene tiempo de
examinar lo que compra con detenimiento. Me pasó el otro día. Las barritas de
surimi Krissia suelen venderse en los
supers. Se me ocurrió comprar un paquete, fijándome en la marca. Reparé, eso
sí, en que el blíster era diferente.
Deliberadamente no se veía muy bien lo que
contenido en su interior. Al llegar a casa era como si un anoréxico estuviera
vestido con una hechura XXL. La diferencia entre lo que “sugería” el tamaño del
blíster y lo que había en su interior era tal que podía considerarme estafado.
QUE MEJO DE LA EXISTENCIA DE UNA ORDENACIÓN EN LA QUE HAYA
QUE ESTAR EN GUARDIA INCLUSO A LA HORA DE COMPRAR UN JODIDO BLISTER DE SURIMI. Estoy harto de volver a casa sin tener la
seguridad de si lo que he comprado se corresponde con lo que he pretendido
comprar. Estoy harto de una civilización en la que la estafa institucionalizada
va desde la cúspide hasta lo más banal: reyes que parecen reyes pero que no son
reyes por mucha corona que lleven, bombillas que tienen de bombilla la forma,
blisters engañosos cuya opalescencia exterior oculta lo miserable de su triste
realidad. ESTOY CADA VEZ MÁS HARTO DE TENER QUE ESTAR EN GUARDIA PARA EVITAR
QUE ME LA METAN DOBLADA.