En la juventud de la informática existió una revista
especializada en PC con sistema operativo MS-DOS que regalaba “floppys”
(aquellos discos en soporte magnético envueltos en una especie de cartón negro)
de 5” pulgadas con programillas gratuitos. En uno de estos floppys alguien
aprovechó para colocar un “virus”. En aquella época, los virus eran simpáticos:
estabas trabajando y te aparecía una pelotita juguetona por la pantalla. Otro,
el más terrible, hacía sonar por los altavoces tres disparos que tenían
correspondencia con tres agujeros de bala que parecían romper lo que tenías en
el monitor (¡oh, aquellos primigenios monitores de fósforo verde! ¡y, qué me
decís, de aquellos otros de “ámbar” que precedieron al color!) y que luego
veían caer como un cristal hecho añicos: el ordenador dejaba de funcionar.
Habías sido infectado.
Si hoy todo esto parece un ejercicio de añoranza, a mediados
de los 80, cuando había concluido el “período heroico” de la informática y se
iniciaba la “era MS-DOS”, tenía la virtud de romper los nervios a los usuarios.
Los floppys fallaban más que una escopeta de feria y los primeros programas
antivirus ralentizaban el ordenador y, con demasiada frecuencia, resultaban más
letales para la memoria de los ordenadores que el propio virus que decían
combatir. En los ordenadores que tenía en la época, tuve que prohibir a amigos
y conocidos que instalaran antivirus e, e incluso, que metieran discos suyos. Pero
no me voy a quejar de esto que pertenece a un paso que, en el fondo, se resiste
a pasar.
De lo que me quejo es que treinta años después, las cosas
sigan como entonces. Lo que ha cambiado es la intencionalidad de los
diseñadores de virus. La mayoría de los que existen hoy no tienen efectos “graciosillos”
sobre nuestro equipo: simplemente nos roban datos que luego son vendidos a
empresas de publicidad a precio de oro. Solamente algunos son destructivos. De
ahí que se tenga tendencia a distinguir entre “malware” y “spyware”. Pero hay
algo peor que todo eso: los antivirus. ME QUEJO DE QUE ALGUNOS ANTIVIRUS SON
DUDOSOS EN SU EFICACIA Y, LO QUE ES PEOR, VENGATIVOS.
No está muy claro si algunas de las empresas que
comercializan antivirus, antes no se han dedicado a sembrar virus para
justificar su existencia. No es algo nuevo en la historia: en muchas ocasiones,
funcionarios de policía encargados de luchar contra el terrorismo, han generado
y estimulado un terrorismo que, por sí mismo, justificaba y ensalzaba su
función como defensores de la sociedad. En la “transición” se hizo todo un arte
de esa práctica. La cosa no era nueva, Fouché, en los tiempos de la “máquina
infernal” y de los autoatentados contra Napoleón ya había inventado la técnica.
Incluso en España se puso en práctica en el atentado de la procesión del Corpus
en Barcelona (en 1896). Así que la técnica no es nueva: se genera un problema y
uno se hecha en brazos de quién garantiza que nos resolverá el problema.
ESTOY HARTO DE ANTIVIRUS GRATUITOS QUE TE RESUELVEN UN
PROBLEMA, PERO ESTÁN MAL DISEÑADOS: TE RALENTIZAN EL ORDENADOR, TE CREAN
DEFENSAS INÚTILES QUE TE IMPIDEN ENTRAR EN WEBS INOFENSIVAS PERO NO ESTÁN EN
CONDICIONES DE SER DEFENSAS EFICIENTES CONTRA COOKIES AGRESIVAS Y CONTRA
SPYWARE.
ESTOY HARTO DE ANTIVIRUS QUE, AL INTENTAR BORRARLOS, SE
RESISTEN A DESAPARECER Y SI, FINALMENTE, LOGRAS DESHACERTE DE ELLOS, SE “VENGAN”
INTRODUCIENDO PROBLEMAS EN LA CONFIGURACIÓN DE TU ORDENADOR. Ayer me ocurrió
desinstalando el Avira, uno de esos antivirus que lo prometen todo y que
convierten a tu ordenador en una tortuga paralítica. Algo que debería ser tan
simple como borrar un programa se convirtió en una fuente de complicaciones. Y, yo me pregunto, si a estas alturas,
cuando entramos casi en el 40 aniversario de la informática de consumo, uno
tiene que estar tenso y en guardia como en aquellos tiempos heroicos de los floppys
de 8” pulgadas… De eso es de lo que me quejo.