Info|Krisis. – Leo en la web titulada “4ª Teoría política” un artículo de Alexadr Duguin sobre el Islam
que me sugiere algunos comentarios. Lamentablemente, no disponemos de todo el
tiempo del mundo, especialmente en este momento en el que nos encontramos lejos
de la Patria y de nuestros apuntes sobre la materia, pero sí creemos que vale
la pena realizar unos cuantos apuntes a la vista de la rapidez con la que se
suceden los acontecimientos en Europa y la necesidad de análisis precisos sobre
el problema. Así pues, esto no es una contestación, sino más bien una
enumeración de sugerencias que lanzamos como observaciones críticas al
planteamiento de Duguin.
1. Islam, aquí y ahora. Personalmente me considero “tradicionalista”
en el sentido dado a esta palabra por Julius Evola y René Guénon en el siglo
XX. Pero esto no quiere decir que sus planteamientos, especialmente el de
Guénon, sean intocables e incluso no susciten ciertas perplejidades (la menor
de todas ellas el hecho de que muriera como musulmán en Egipto). Ambos autores
coinciden en encontrar en el Islam “valores tradicionales” y, por tanto,
incorporarlo en sus planteamientos. Pero no son infalibles y, al menos en el
caso de Evola, ni lo pretende. Evola se equivoca, por ejemplo, al considerar
que en el Islam el concepto de “gran guerra santa” es una guerra en sentido
interior, metafísico, mientas que la definida por El Corán como “pequeña guerra santa” sería la guerra convencional.
Ese concepto no es propio del islam sino una interpretación realizada por
teólogos islamistas del siglo XIX para intentar “suavizar” las relaciones con
los colonialistas ingleses que ocupaban buena parte del mundo árabe. Pero hay
otras posiciones sobre las que podemos lanzar algunas dudas.
Un error muy frecuente entre los “tradicionalistas”
consiste en considerar a cualquier fiel islámico como una especie de “doctor en
teología”, y así era hasta los años 80, cuando en España los únicos islamistas
que existían eran autóctonos que había llegado, en su “búsqueda espiritual”, al
convencimiento de que el Islam era la “verdad revelada” que más se adaptaba a
su carácter y procuraban profundizar en su relación con el islam. Hubo en toda
Europa unas pocas decenas de militantes de extrema–derecha en los 80 que se
convirtieron al islam. Alguno de ellos, incluso, encarcelado, utilizaba una
brújula para buscar la dirección de La Meca a la hora de realizar sus
plegarias. Ese islam “europeizado” e intelectualizado no fue el islam que llegó
con la inmigración, reducido a unas cuantas prohibiciones, unas pocas
prácticas, mucho fanatismo y que apenas puede ser considerado como algo más que
un conjunto de supersticiones propias de otras tierras. En absoluto europeas.
Un anticipo de todo esto lo vimos
cuando el Sha de Persia y la dinastía de los Palhevi estaban a punto de caer. Era
1979, nosotros mismos nos deslumbramos con el carácter anticomunista de la
revuelta desencadenada en Irán que, al mismo tiempo, era anticapitalista. Creímos,
por un momento, que “aquello” era “lo nuestro”. Incluso en Europa trabajamos
con “estudiantes islámicos” cuando la embajada norteamericana en Teherán fue
ocupada, distribuimos libros sobre Jhomeini que nos habían enviado esos medios
y creímos en que la “revolución iraní” representaba una conmoción para los
EEUU. Pronto, en plena revolución iraní, nos empezó a preocupar lo que veíamos
por la TV: masas fanatizadas, histéricas y enloquecidas enarbolando ejemplares
del Corán y libros con los pensamientos de Jomeini. Eran la muestra más clara
de masificación, despersonalización en sentido más negativo y fanatización que
pudiera concebirse en la época. Así que leímos los escritos políticos de
Jomeini publicados por una gran editorial española. Nos sorprendieron algunos
argumentos y las prohibiciones prescritas (como aquella que impedía orinar en la
tapia de los cementerios…). Cuando en París conocimos a exiliados iraníes y a
las primeras chicas con chador, nos
dimos cuenta de que no hablábamos el mismo lenguaje de la “tradición”, y fuera
de la apreciación de lo malos que eran “rusos y americanos”, no estábamos
hablando de lo mismo. Cuando, de retorno del exilio, conocimos a combatientes
de la guerra Irán–Irak que habían sido tratados en España de sus heridas, nos
volvió a sorprender el reduccionismo que hacían de una “religión tradicional”
al mero nivel de superstición.
La inmigración masiva nos
confirmó en todas estas primeras impresiones. Imanes analfabetos que realizaban
una interpretación literal del Corán, fieles que reducían la religión, no solo
a mero “exoterismo”, sino a simple práctica supersticiosa, desconocimiento
absoluta de la más mínima forma de “esoterismo”, es lo que podemos constatar
hoy a poco que nos acerquemos –como “tradicionalistas”– a una mezquita
instalada en suelo europeo. Nada que no hayamos visto antes en la historia
medieval de España donde asistimos, desde masacres (como la “noche de las fosas
de Toledo”) hasta formalismos cómicos (los poetas sufíes andaluces se
inspiraban bebiendo vino de dátil a la vista de que el Corán prohibía el vino
de uva). A los lloriqueos humanistas del catolicismo progresista se unían ahora
los lloriqueos mendicantes de los musulmanes llegados con la inmigración.
No se trata de que el islam sea
una “tradición” sino de que, salvo en raros núcleos y en círculos cerrados, no
se vive como tal y en Europa, desde luego, masivamente el islam se sigue como
superstición mucho más que como tradición y, por mucho que Tarik Ramadán y
algún otro papanatas expliquen que el Islam “es Europa”… nunca como hoy se
perciben en el islam acentos tan absolutamente ajenos a nuestro continente.
2. Islam y tradición. No es que el Islam sea “tradicional”… es que
a ojos de un europeo “tradicionalista” el islam PARECE “tradicional” en la
medida en que las sociedades de las que procede están atrasadas entre 200 y 400
años en relación a la marcha del continente europeo y remiten a una época
pre-moderna. Ese desfase es lo que genera el engaño de los sentidos. Si uno
visita una tariqah sufí en Marruecos
o Turquía, seguramente se hará una idea muy diferente del islam de la que se
hace si va a una mezquita–garaje en cualquier punto de Europa. No se trata
solamente de una diferencia entre “esoterismo” y “exoterismo”, sino de dos
horizontes antropológicos completamente distintos. Una “tradición” está
arraigada sobre un pueblo y sobre una tierra. Cuando se trasplantan a otro
pueblo y a otra tierra, los inevitables desfases hacen que una “tradición” sea
percibida por otro pueblo como un arcaísmo… salvo que la práctica de esa
religión se reduzca al “esoterismo” ante el cual sí que podría aceptarse la
fórmula de Schuon de que “todo lo que
sube, converge”. Pero ese ni es el caso del islam instalado en territorio
europeo, ni siquiera la corriente principal del islam mundial. Vale la pena,
pues, decir algo sobre el islam y la Tradición, por mucho que suponga una
vulneración de la estricta observancia guénoniana.
El Islam es, históricamente, la “última
religión revelada”. Aparece en un momento en el que en todo el mundo ya han
irrumpido “las masas” en la historia. Algo que ya podía intuirse con la
transformación del cristianismo primitivo en religión paulista abierta a todos.
En ambos casos se trataba de crear un sistema religioso adaptado a las masas,
esto es, con el listón de admisión bajo para permitir que entraran con
facilidad en su comunidad. En el caso del islam esto es todavía más visible:
Mahoma lo que crea es un sistema de prescripciones y prohibiciones para
disciplinar a un pueblo primitivo. Lo que hay de “tradicionalismo” en el Islam
viene dado por la época en la que fue creado mucho más que por sus contenidos.
Tomando elementos preexistentes en distintas creencias de la zona, atribuyendo
todo esto a una revelación divina, Mahoma logró ejercer el papel de “legislador”
en el mundo árabe, en una zona geográfica que había contado ya con Hammurabi, Abraham
(o el mítico Melquisedec), hacia los siglos XVI y XVII antes de Cristo. Los
ciclos religiosos oscilan entre 2.100 y 2.500 años. Puede intuirse que el paso
de la historia había borrado casi completamente las huellas de estos primeros
legisladores y que en el siglo VI, la desintegración de la obra de aquellos
primeros “legisladores tradicionales” estuviera ya completamente difuminada. Es
entonces cuando Mahoma se erige como “nuevo legislador” y crea su sistema. Pero
este se resiente de que la humanidad ya ha entrado en el período de las masas y
hay que hacerlo suficientemente abierto y con el listón rebajado para poder ser
aceptado por esas mismas masas.
Evola achaca al cristianismo el
que sea una “tradición incompleta” en la medida en que le ha sido amputada toda
su parte “esotérica”. En realidad, tienen razón quienes ven en la doctrina de
los sacramentos un residuo de aquel “esoterismo” cuyos rastros se adivinan
vagamente en algunas frases del paulismo. Pero en el “exoterismo” islámico
tales huellas están completamente ausentes. Si aceptamos que las visiones de
Mahoma en el desierto son el origen de su religión revelada, deberemos aceptar
igualmente que las visiones de Joseph Smith, fundador de los mormones, y todo
lo que deriva de la “segunda oleada religiosa” de los EEUU, son igualmente “tradicionalistas”.
El “tiempo” marca la diferencia. Al entrar cada vez más profundamente en el
período de las masas, los productos religiosos están cada vez más adaptados a
la época y, por tanto, tienen menor calado metafísico. La sustitución de la
metafísica por la teología ya implica una primera caída de nivel.
Así pues, ver en el islamismo una
“religión tradicional” es ver el vaso medio lleno. Y en realidad, el vaso está
casi vacío. Seco, a tenor del islam que ha llegado a Europa con la inmigración
masiva: ya no estamos ante una religión sino ante una mera superstición.
3. Islam y americanismo. Dice Duguin que “en el mundo actual, el Islam es la religión mundial que resiste más
activamente a las fuerzas de la globalización”. Sigue explicando que los
EEUU tratan de desacreditar al Islam atribuyéndoles el ser “enemigo número uno”, lo que lleva a considerar al islam como “campo de batalla prioritario contra el
imperialismo norteamericano”. Hay que poner en caución todo este sistema de
argumentaciones. En primer lugar, hay que negar que los EEUU y el islam se opongan
realmente. Creemos difícil desmontar el siguiente argumento: ningún otro país
ha hecho tanto para facilitar los avances del Islam como los EEUU. Si tenemos
en cuenta que las “revoluciones verdes” han sido todas, sin excepción,
generadas por los EEUU (con la ayuda de la Francia de Sarkozy) y que todas
ellas, también sin excepción, han dado vida a regímenes fundamentalistas, si
tenemos en cuenta que los EEUU, desde los tiempos de la presencia soviética en
Afganistán se preocuparon de estimular al islam como foco de resistencia, si
recordamos que desde el primer tercio del siglo XX estaba claro para los
estrategas del imperialismo norteamericano que era preciso estrechar vínculos
con la dinastía de los Saud en Araba Saudita (principal exportador mundial de
islamismo fundamentalista) para garantizar el suministro petrolero, si
recordamos el interés puesto por los EEUU en desmembrar a Yugoslavia y crear un
“corredor turco” en los Balcanes, llegando a bombardear Serbia para crear
Kosovo con mayoría islamista, si tenemos en cuenta que EEUU (y sus satélites
europeos empezando por Aznar) fueron los primeros y más insistentes valedores
para la entrada de Turquía en la Unión Europea (no la Turquía de Ataturk sino
la de Erdogan), si tenemos en cuenta que la acción de los EEUU en Irak,
Afganistán, Siria, ha tenido como consecuencia –como no podía ser de otra
manera y como era imposible que los analistas del Pentágono y la CIA ignoraran–
el establecimiento de fuertes núcleos islamistas, si recordamos todo esto, no
hará falta retrotraernos treinta años para recordar el Caso Irán–Contras en el
que la inteligencia norteamericana vendía armas a Irán para financiar la lucha
antisandinista en Nicaragua… ¿Dónde está la oposición de los EEUU al islamismo
más allá de los titulares de una prensa superficial e ignorante?
A decir verdad, los terroristas
islámicos de hoy, tienen el mismo papel que los anarquistas de finales del
siglo XIX: con sus acciones estúpidas, con sus crímenes propios de bestias
sedientas de sangre –véase lo sucedido en París– no tienen otro papel histórico
más que de servir para estimular reacciones en contra. Si el complejo militar–petrolero–industrial
norteamericano ha podido ser apoyado por la población de los EEUU ha sido
gracias a los ataques del 11–S y a Al–Qaeda.
Duguin se equivoca. El
imperialismo norteamericano sobrevive después de la caída del Muro de Berlín,
gracias a que a partir de mediados de los 90 fue capaz de designar a un
enemigo: el “eje del mal”. Pero los hechos demuestran que la acción de los
EEUU, lejos de ser contraria al islamismo, en los últimos 35 años no ha hecho otra
cosa que estimular el islamismo especialmente en “Eurasia”, manteniéndolo
alejado de los EEUU. Duguin, en tanto que ruso, debería recordar que el
islamismo ha sido utilizado por los EEUU, sistemáticamente, CONTRA RUSIA Y SUS
ALIADOS. Y esto nos lleva a otra cuestión.
4. La diversidad e insuficiencia de “Eurasia”. En varios parágrafos
de su artículo, Duguin nos propone un análisis de las distintas corrientes
islámicas, concluyendo que el Islam es algo diverso y multiforme en el que lo
peor y lo mejor se encuentran. ¿Es necesario pormenorizar el análisis? llegar
hasta sus últimas consecuencias ¿no implicará percibir solo esas hojas que nos
impiden ver el bosque? Mucho nos lo tememos. Quizás planteamientos de este tipo
puedan servir para viajar a los países árabes y mantener contactos con
dirigentes políticos o religiosos de los mismos, o para participar en
discusiones eruditas realizadas en el interior de los recintos tradicionalistas
europeos, pero son completamente superfluos para entender los acontecimientos
mundiales que se están desarrollando ante nuestros ojos y que nos han llevado a
establecer una primera conclusión, a saber: que el Islam es un ariete que los
EEUU utilizan contra “Eurasia” y ante el cual, ellos mismos, son los primeros
en prevenirse. El resto es secundario, en relación a este hecho. Algo de esto
parece intuir Duguin cuando, en el punto 8 de su trabajo, estudia el papel
mundial del salafismo. Lo vamos a decir con toda la tosquedad de que somos
capaces para que se nos entienda sin necesidad de extendernos: en la modernidad
no existen “islas de oro” en medio de “océanos de mierda”. Querer ver en
pequeños exponentes de determinadas corrientes del islam a “gurús tradicionales”
es demostrar un optimismo contrario a la objetividad propia de todo conocedor
de los planteamientos de Julius Evola. Nadie va a dudar que tales corrientes existan,
lo que se duda es que tengan preeminencia en este momento político en relación
a las corrientes y sentimientos dominantes en el islam.
Si Duguin se interesa tanto por
identificar la existencia de corrientes “tradicionalistas” en el interior del
Islam es simplemente para salvar su concepción “eurasiática”. Una parte
importante de Eurasia es precisamente la “dorsal islámica” que se abre del
Atlas marroquí hasta Filipinas. La idea “eurasiática” sería imposible de
concebir sin el concurso del mundo islámico. Y tal es el problema: que Eurasia
es demasiado diversas como para poder aludir a ella como un “todo”, como si
tuviera un solo destino histórico propio o como si bastara la “oposición al
imperialismo norteamericano” para dar un objetivo a todos los bloques
diferenciados que componen el espacio eurasiático.
Sin olvidar que para un nacido en
Rusia la proximidad del mundo islámico es determinante y puede entenderse que
Duguin escriba: “Tenemos
que trabajar para oponerle una alianza escatológica de los musulmanes y de los
cristianos ortodoxos (en toda Rusia) contra los Estados Unidos, el liberalismo
occidental y la modernización”. A lo que
habría que decirle: es la visión de un euroasiático… ruso; la versión de un
euroasiático… español, sería completamente diversa. Aquí tenemos un recuerdo de
la presencia islámica que duró ocho siglos. A esto se le llamó en los romances
medievales “la pérdida de España”, de manera extremadamente gráfica, plástica y
definitoria. Aquí (y en Portugal) se ven las cosas de otra manera por mucho que
se traduzcan los trabajos de Duguin y aparezcan “euroasiáticos” esporádicamente:
los pueblos de la península ibérica colonizaron desde el Sur de los EEUU hasta
el Cabo de Hornos.
Escribo
esto desde Centroamérica. Desde los años 70 he viajado por estas tierras. Sé
del nacionalismo de estos pueblos, de la hostilidad creciente de sus
poblaciones hacia el imperialismo norteamericano que ellos han sufrido directamente
desde la segunda mitad del siglo XIX. Escribo desde un país que ha sido una
colonia de la “United Fruit Company”. Hablo con ellos y veo que hablamos
lenguajes comunes sin necesidad de sofisticaciones eruditas, ni sutiles
diferencias sobre matices teológicos. No veo el fanatismo religioso, el providencialismo
escatológico presente en las corrientes mayoritarias del islam. Veo, además,
que su presencia en el interior de los EEUU prospera y que la gran amenaza que
tiene hoy este país no es el islam sino la entrada de unos valores diferentes
de los WASP: la concepción de la familia que traen los hispanos que llegan a
los EEUU contraria a la anglosajona, la lengua castellana que está arraigada en
sus genes y que conservan y expanden incluso los inmigrantes hispanos de
segunda y tercera generación, su concepción de la religión –también con
elementos supersticiosos, ciertamente, pero tolerantes– pero que, en cualquier
caso opone un “cristianismo social” a la concepción calvinista anglosajona, como
mínimo tan irreconciliables entre sí como las distintas ramas del islam chiíta
o sunnita.
¿Hemos
de creer que el imperialismo norteamericano caerá porque los pueblos “eurasiáticos”
se unan en su lucha? Eurasia es demasiado diversa, contradictoria y amplia como
para que pueda pensarse en que algún día podrá actuar y opinar como una unidad.
Hace falta venir a Centroamérica para ver el nivel de la penetración de la
República Popular China en esta zona: construcción de un canal interoceánico en
Nicaragua, construcción de una carretera en Costa Rica, factorías chinas en
toda la franja… Hemos hablado del mundo árabe ¿para cuándo hablar de China como
“país eurasiático”? Imposible hacerlo. Nadie en China cree en una ficción
geopolítica de esta magnitud y hoy solamente quieren fronteras tranquilas para
inundar con sus manufacturas de mala calidad todo el mundo.
¿Hasta
cuándo vamos a olvidar que China está jugando su papel en la política
internacional y que los dirigentes chinos no tienen el más mínimo interés en
otra cosa que no sea seguir creciendo a un ritmo del 5–7% para evitar
convulsiones interiores y lograr una posición preponderante en los mercados
mundiales? ¿Hasta cuándo vamos a olvidar que Irán no tiene más interés que
convertirse en una potencia regional? ¿Hasta cuándo olvidaremos que Putin tiene
exactamente el mismo interés de garantizar la supervivencia de su país? Nada
une a estos regímenes políticos… salvo el que tienen en los EEUU al adversario
principal. Pero este elemento no es suficientemente fuerte como para dar la
coherencia necesaria para poder hablar de “Eurasia” como espacio –político o
geo–político– unitario. Existen otras zonas en el planeta que tienen los mismos
anhelos… y sin que el fanatismo islamista constituya un problema. Es más
previsible que los EEUU sufran un proceso de desplome económico-étnico-social
interior que no que se quiebren a causa de la presión de los pueblos
eurasiáticos.
En
las conclusiones de su artículo Duguin aporta elementos interesantes: “La islamofobia es un mal, pero un mal puede
ser también la actividad en favor de la “islamización” [y] que se presenta bajo
la bandera del “Islam puro”. Cada uno debería seguir su tradición. Si no lo
logramos, entonces la culpa debe ser puesta sobre nosotros, no sobre la
Tradición. A un nivel puramente individual la elección es posible, pero ver a
los rusos convertirse en masa al Islam me repugna, porque buscan el poder fuera
de sí mismos y de su tradición y son por lo tanto enfermos, débiles y cobardes”.
Vale la pena meditar sobre esta frase que constituye el último párrafo de su
escrito.
Si a
Duguin le repugna la conversión de rusos al islam, puede imaginar lo que nos
repugna a los españoles el que se entregue la nacionalidad española a
islamistas con apenas unos años de presencia en nuestro suelo. Ni el islam
pertenece a nuestra tradición, ni los nacidos en el Magreb se convierten por
una mera decisión administrativa en “españoles”. Ni mucho menos en “camaradas”
porque odien a los “imperialistas” y desprecien al régimen político español.
Hay posiciones que solamente pueden sostenerse y argumentarse desde el punto de
vista teórico, pero que son imposibles de llevar al plano político. Solidarizarse
en España, por la mañana, con el pueblo palestino y acudir a manifestaciones en
defensa de sus derechos junto a miles de magrebíes inmigrados es una opción
política. Pero esa opción es incompatible con protestar luego, por la tarde,
contra la inmigración masiva. Ambas posiciones son aceptables… pero
incompatibles. Hay que elegir. En el fondo es lo que ya dijo Carl Schmidt: hay
que elegir entre “amigo” y “enemigo”. Los eclecticismos son malos compañeros.
Los planteamientos exclusivamente intelectuales difícilmente pueden mantenerse
sobre el plano político. Hay que elegir. Y lo primero, precisamente, a elegir
es entre realidades objetivas y ficciones geopolíticas, entre abstracciones
doctrinales y realidades políticos, entre amigos ideales e idealizados y
enemigos tangibles. Hay que elegir entre hacer política o hacer disquisiciones
teóricas con pocos contactos con la realidad política del día a día. Eso es lo
que le reprochamos al “eurasismo” y a los “eurasiáticos”.
Y en
tanto que tradicionalistas queremos añadir un último párrafo: el análisis
tradicional de la historia sirve sobre todo para poder aplicarse a grandes
ciclos históricos, pero es contradictorio y puede llevar a equívocos si lo
aplicamos a la modernidad. ¿Quiere decir eso que el pensamiento tradicional es
inútil en la modernidad? No, queremos decir que el pensamiento tradicional sirve
para dar un sentido a la vida de quienes lo comparten mucho más que para
interpretar fenómenos puntuales de la modernidad.
©
Ernesto Milá – http://info-krisis.blogspot.com
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