El exorcismo previo en estos casos en los que se habla de
lengua, implica afirmar públicamente que quien escribe estas líneas
desciende de un antiguo linaje catalán que arranca en el siglo XV cuando unos
pastores roselloneses atravesaron los Pirineos y se establecieron en la comarca
del Garraf. No tendría necesidad de demostrarlo, porque mi apellido habla por
sí solo, pero debo hacerlo, necesariamente, para no ser cubierto con el
sambenito de “charnego”. Formulado el exorcismo de rigor, ayer me hizo
gracias ver un clip de
youTube de Soto Ivars sobre Rosalía y el “sacrilegio” que supone el que los
niños de la Escolanía de Montserrat cantarán en castellano. La letanía con
la que Soto Ivars acompañaba sus ironías era “¡pero qué solos están los
catalanes!”, adaptación -se me ocurre- de aquella rima de Becquer (creo que
era la LXXIII) "¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!".
MONTSERRAT, EL CORAZÓN ESPIRITUAL DE CATALUÑA (QUE YA NO LO ES)
Servidor -segundo exorcismo- estuvo siempre muy cerca de
Montserrat. El padre del vecino del 2º 2ª, mi
amigo del alma en la infancia, era el fotógrafo oficial del monasterio en los
tiempos del abad Escarré y el profesor de música de los Escolapios de Balmes,
el “Mestre Coll”, era el director del coro de la abadía. Yo mismo no pasé la
prueba para ser “escolanet” (des muy joven me acompaña una voz profunda y grave
que no es lo que se espera de un “niño cantor). Para colmo, mi generación
consideraba casi como una “prueba iniciática” ir desde la cruz de Pedralbes al
Monasterio de Montserrat a pie. A los 13 años recorrí los 57 km que separaban ambos
hitos y volví a hacerlo en varias ocasiones hasta los 19. Era una especie de fotocopia
reducida de la “peregrinación a Compostela”, pero a la catalana. Uno empezaba a
ser “hombre” cuando se habia comido ampollas y agujetas en la marcha hacia el
monasterio. Sus “celdas” me han servido en muchas ocasiones de lugar de
meditación e incluso de cursillos políticos inconfesables.
Para un catalán, Montserrat era (y digo “era” en pasado), el “corazón
espiritual de Cataluña”. Como la Sagrada Familia
de Gaudí, iniciada hace 125 como “templo expiatorio” y que cuando se termine el
horroroso pórtico de la Gloria (actualmente sigue abierto el concurso para la
elaboración de sus esculturas convocado en 2019; la peor opción es, sin duda,
la de Xavier Barceló y la mejor la de Javier Martín. Siendo la tercera,
Cristina Iglesias, una especie de estación ecléctica -o a mí me lo parece- entre
Barceló y Subirats) de aquí a diez años, la ciudad será completamente diferente:
Gaudí quiso hacer un templo (Unamuno lo calificó como la “obra de un loco”)
para mayor gloria de una ciudad católica hasta las trancas, como era la
Barcelona del último tercio del XIX y para que pudiera “expiar sus pecados de
manera permanente”; pero hoy, Barcelona, ni tiene “corazón espiritual” sino un
centro turístico en Montserrat, y es más bien una ciudad indiferentista
religiosa, salvo alguna parroquia que salva el honor del catolicismo condal y,
claro está, las 50 mezquitas diseminadas en su término municipal.
Los tiempos cambian, pero los mitos nacionales perseveran. En
el imaginario colectivo de los nacionalistas, Montserrat sigue siendo el “corazón
espiritual de Cataluña”, si bien ignoran por completo el significado de esa
frase que, en realidad, quería decir, cuando fue enunciado en 1881, que la “Cataluña
católica” tenía allí su punto de referencia. Pero hoy, Cataluña es cualquier
cosa menos católica. Y es que hubo una contradicción entre la “Generalitat”
instaurada por Macià durante los primeros pasos de la Segunda República,
dominada por miembros de la entonces poderosa masonería y la fe católica. Tras
Macià, Companys no puso reparos en que sus esbirros de la FAI asesinaran a
8.352 miembros del clero catalán… Y luego, cuando se restauró la
institución en 1978, salvo en los primeros pasos titubeantes del primer Jordi
Pujol, lo cierto es que todo lo que siguió a partir del “caso Banca Catalana”
(1982), hasta nuestros días ha sido, literalmente, una orgía anticatólica a
pesar de que todos los presidentes de la gencat en algún momento pasaran alguna
velada turística en el Monasterio.
HAY NOTICIAS MUCHO PEORES QUE LOS ESCOLANETS CANTANDO EN ESPAÑOL
Lejos están los tiempos en donde el propio Ignacio de Loyola pasó
por aquel lugar y se inspiró allí para crear sus ejercicios espirituales. O los
tiempos en los que la vida monacal se dedicaba al estudio y a la investigación,
tanto como a la oración y al ejercicio del ascetismo. Por eso, cuando el nacionalista
ateo o, en el mejor de los casos, indiferentista, se hace el ofendido por que
Rosalía haya hecho cantar en catalán a los “escolanets”, algo “intolerable y
sacrílego”, no hay que ver en ello una maldad, sino más bien una muestra de la
separación entre la “Cataluña oficial” (la de la gencat y sus medios de
comunicación subsidiados), y la “Cataluña
real” (la de los tres tercios: un tercio que habla catalán, otro tercio que
habla castellano y el último tercio, el de los “nuevos catalanes” que hablan
cualquier cosa, menos catalán).
Y la peor noticia para los funcionarios de la gencat: el uso del
catalán va descendiendo más y más por dos razones:
- La primera es que el grupo de “ocho apellidos catalanes” apenas tiene hijos y si los tiene, evita educarlos en escuelas públicas y los lleva a colegios extranjeros (este es el grupo de las “300 familias”, hoy de capa caída a pesar de su poder e influencia).
- La segunda, que los “nuevos españoles”, especialmente magrebíes y africanos, difícilmente va a hacer otra cosa con la lengua catalana que utilizarla en la ventanilla para pedir subvenciones. Para un musulmán, el árabe es la “lengua sagrada” en la que Alá comunicó el Corán a Mahoma, así que hay pocas esperanzas en que el “islam catalán” sustituya la bandera verde morube por la “estelada” (contrariamente a las esperanzas que se forjó ERC a través de Gómez-Rovira que confundía el inexistente “islam catalán” con “los islamistas residentes en Cataluña” que ni hablan catalán, ni a estas alturas, se espera que lo hagan).
Cataluña está cambiando aceleradamente y, hasta hace poco, los
únicos que no lo percibían eran los nacionalistas: en su infinita ingenuidad
creyeron que los musulmanes se iban a integrar fácilmente en la sociedad
catalana, como habían hecho andaluces, gallegos y demás durante el franquismo,
con solo darles unas migajas, alguna que otra frecuencia de radio y poco más. Solamente cuando ha aparecido el fenómeno Silvia Orriols, Aliança
Catalana, se han dado cuenta del error que suponía competir para ver cual de
las tres candidaturas indepes (Junts, ERC y CUP) colocaban en sus listas a más mujeres
con el velo islámico.
EN CATALUÑA HOY ES NECESARIO HABLAR DE ALIANÇA CATALANA
La Orriols, como recordaba Soto Ivars, con una dicción catalana
perfecta, un catalán auténtico y en absoluto tamizado por las directrices de “can
fanga” (la autoridad barcelonesa de la gencat que ha sustituido al centralismo
madrileño por el de plaça Sant Jaume), con un hablar parsimonioso, casi
eclesial, no va a encontrar ninguna dificultad en asumir la representación de una
forma de independentismo anclado en sus orígenes históricos (Macià), pero
consciente de que la gencat y el Estado son responsables de haber traído a un
tercio de “nuevos catalanes” de las zonas más islamizadas y más radicales del
Magreb y de África.
Será por mi apellido y por el exorcismo previo, pero el mayor
mérito que le encuentro a Silvia Orriols es, no solo su condena a la
inmigración masiva y a la islamización creciente de Cataluña, sino su defensa
de los valores que, efectivamente, han sido habituales entre la clase menestral
catalana: honestidad, veracidad, hablar claro, de frente, no practicar la
política del avestruz (habitual en la gencat) y defender sólidos valores
morales.
Y sé, perfectamente, que su proyecto político de una Cataluña independiente es hoy menos viable que nunca y que se equivoca pensando que la solución a todos los problemas puede realizarse en Cataluña, sin contar con el resto del Estado. Opino justo lo contrario: que para resolver la cuestión de la okupación, de la “remigración”, no bastarán ni los “Mossos d’esquadra”, ni la propia sociedad catalana, sino que tendrán que recurrir a la cabra de la Legión y a todo lo que viene detrás a 160 pasos por minuto, chapiri en la testa y chopo en ristre.







